Qué piensa y cómo trabaja el mayor experto en ciencia forense y acción humanitaria del mundo
Morris Tidball-Binz nació en Chile y se nacionalizó argentino. Su trabajo en el reconocimiento de cuerpos es reconocido en todo el planeta. Fue, además, uno de los fundadores del prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense
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Los hitos memorables pueden empezar en una mesa de café. ¿Cómo saber que se está haciendo historia cuando se debate entre poner uno o dos sobrecitos de azúcar en el pocillo? Clyde Snow ya era un afamado especialista forense texano, cuando en 1984 llegó a la Argentina. Por entonces, la reciente democracia tenía la piel nacional erizada. Eran momentos de abismos infinitos y búsquedas aún sin respuestas.
Arqueólogo especializado en antropología, Snow, quien había trabajado en el equipo que analizó la muerte del expresidente John F. Kennedy y había confirmado la identidad de Josef Mengele en Brasil mucho antes de que lo hicieran las pruebas de ADN en 1992, llegó al país convocado por Abuelas de Plaza de Mayo para formar un equipo que intentara develar las identidades de los desaparecidos.
“Sucedió de casualidad, cuando yo era estudiante de Medicina en la Universidad de La Plata”, cuenta Morris Vernon Tidball-Binz. Invitado Snow a brindar una conferencia sobre su especialidad junto con otros expertos, queda en desventaja ante la renuncia de su traductora abrumada por la terminología técnica que desconocía. Allí, un enjuto chileno rubio de 26 años se transforma en el eventual traductor reemplazante para asistir a Snow en sus presentaciones.
En ese tiempo, aún sin estar comprometido con la causa, se involucró con algunas exhumaciones a petición de un juez. Frente a la necesidad de exhumar siete cadáveres, Snow solicitó la colaboración del Colegio de Antropólogos. La entidad declinó la convocatoria. Allí aparece su intérprete. Tidball-Binz sugiere reunir a un grupo de compañeros del último año de Medicina y Antropología para aportar la colaboración que Snow necesitaba.
El texano convocó al bar del hotel donde se hospedaba a los estudiantes para invitarlos a armar lo que se convertiría en una organización emblema mundial: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Se juntaron, lo pensaron por un día, aceptaron cinco. Entre ellos, el propio Tidball-Binz, además de Douglas Cairns, Patricia Bernardi, Luis Fondebrider y Mercedes Doretti. El quinteto de fundadores del EAAF, que sería esencial en el reconocimiento de los cadáveres de desaparecidos y que, desde entonces, ha participado como entidad independiente, sin fines de lucro, financiado a partir de aportes privados y de la donación de los premios y becas recibidos por el propio equipo de profesionales, en Chile, Perú, El Salvador, Guatemala, México, Etiopía, Croacia, Kurdistán, Irak, Zimbabue, Congo, Sudáfrica y Filipinas, entre otros, y atendió casos emblemáticos como el análisis de los restos del Che Guevara en Bolivia y la indagación sobre las muertes de Salvador Allende y Pablo Neruda en Chile. Hoy se encuentra en la etapa final de la identificación de los combatientes sepultados en tumbas sin nombre en el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.
De casualidad a causalidad
Durante los últimos 35 años, Morris Vernon Tidball-Binz, nacido en Viña del Mar en 1957 y nacionalizado argentino, egresado en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata en 1989, especialista más tarde en medicina forense, se ha convertido en una figura internacional por su obra relacionada al desarrollo y uso innovador de la ciencia forense para la documentación y protección de los derechos humanos y para la acción humanitaria. Desde su fundación hasta 1990 fue Director del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Desde 1990 hasta 2003, dirigió programas regionales y globales de derechos humanos para Amnistía Internacional (Reino Unido); el Instituto Interamericano de Derechos Humanos (Costa Rica); Penal Reform International (Reino Unido), y el Servicio Internacional de Derechos Humanos (Suiza). De 2004 a 2020, trabajó para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), donde se desempeñó como primer director de la Unidad y Servicios Forenses.
Participó en el establecimiento de normas internacionales, incluido el Protocolo de Estambul y la revisión del Protocolo de Minnesota, para la documentación de torturas y muertes potencialmente ilegales, respectivamente, así como la Guía del CICR sobre la investigación de muertes bajo custodia. Fue nombrado relator especial de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales sumarias o arbitrarias en abril pasado, lo que le da libertad para investigar de modo independiente cualquier evento internacional que conlleve asesinatos y muertes en conflictos armados Un cargo voluntario, ad honorem. “Elegí mi carrera médica por una vocación social, el amor por la ciencia y la pasión por ayudar a los demás de formas concretas y prácticas –relata–, como lo que la medicina, incluida la forense, puede proporcionar. Esto se complementó con una repulsa contra los crímenes cometidos por la dictadura en Argentina y el compromiso de asistir a las víctimas y ayudar a esclarecer esos crímenes”, explica a LA NACION revista.
-La práctica forense no siempre está asociada a un lado humanitario. ¿Por qué debería considerarse así?
-Si bien no es evidente, siempre existe un ángulo humanitario. Esto incluye ayudar a cumplir el derecho de las víctimas a la verdad. Asimismo, la relación entre los investigadores forenses y las víctimas y sus familiares puede ofrecer a estos últimos una oportunidad terapéutica insustituible, si se gestiona bien; lo que a su vez puede resultar muy gratificante para el practicante. Sin contar el derecho que asiste al fallecido de ser reconocido y sepultado con dignidad humana.
-¿Por qué características particulares cree que se hizo mundialmente famoso el Equipo Argentino de Antropología Forense?
-Quizás la más conspicua fue (y, hasta cierto punto, lo sigue siendo) la innovación: el grupo de estudiantes que formó el Equipo realmente estaba haciendo un trabajo pionero en ciencia y en derechos humanos. Otro rasgo fue, paradójicamente, su informalidad y falta de pretensiones, al tiempo que se apegaba a los más altos estándares científicos de la época. Su cercanía con las víctimas y la gran humanidad con la que el Equipo llevaba su trabajo también pronto se hizo conocida y convocada por víctimas en todo el mundo. Por último, creo que por la inspiración y el apoyo brindado por las Abuelas de Plaza de Mayo en los primeros años, así como su ejemplo de búsqueda pragmática y visionaria de la verdad sobre el paradero de sus nietos desaparecidos, fue absolutamente vital para asegurar la supervivencia y sostenibilidad del Equipo durante sus primeros años.
-¿Por qué cree que en otros países no fue posible un trabajo como el que se hizo en Argentina?
-No creo que esto no hubiera sido posible en otros lugares del mundo. Simplemente, se alinearon los planetas. Sucedió que en Argentina las circunstancias, fuerzas y personas adecuadas coincidieron en tiempo y lugar para que se diera allí.
-Fue pionero en el Comité Internacional de la Cruz Roja. ¿Cuáles son las particularidades del trabajo forense allí?
-Muchas cosas son sorprendentemente distintas y mi implicancia allí fue una de las mejores decisiones de mi vida. La mayor parte de nuestra actividad se aplica en cuestiones judiciales, tendientes a ofrecer pruebas en el seguimiento de investigaciones criminales posteriores. Pero en la CICR, el objetivo es humanitario. Aunque hoy esa diferencia es visible, no lo era en 2004. Uno de los grandes desafíos fue demostrar el valor distintivo sobre el terreno. La particularidad de la actividad forense bajo el prisma humanitario es que provee un conjunto de herramientas y conocimientos adaptables a diferentes entornos para ayudar a los difuntos y a sus familias. Los difuntos y su dignidad se encuentran claramente protegidos por los cuatro Convenios de Ginebra y sus Protocolos adicionales, que disponen que sean debidamente recuperados, documentados, identificados y sepultados. Hoy se ha estandarizado la idea de que sólo puede garantizarse profesionalmente mediante el uso de la ciencia forense. Ese fue un cambio radical que impusimos desde la CIRC.
-¿Cuáles considera que han sido sus desafíos más complejos?
-Dejando de lado los inicios en Argentina, en 2011 participé en un equipo de trabajo que debió recuperar e identificar los cuerpos de treinta y cinco hombres secuestrados y asesinados en Libia en la guerra civil. Lo hicimos durante el Ramadán. La sociedad local consideró esa operación más urgente que cualquier otra asistencia que pudiera brindar la entidad, superando incluso a la atención de los heridos. En medio de una de las tareas de campo debimos huir porque nos informaron de una operación en curso para tomar el área.
-¿Cómo se logra mantener la metodología en medio de situaciones tan inestables?
-Ese es otro desafío. El riesgo debe reducirse al mínimo posible, siempre con las familias en mente. En Libia, cuando logramos regresar al terreno, resolvimos trabajar sin interrupciones durante cinco días para culminar la tarea lo más velozmente posible. Este es sólo un ejemplo de cómo la disciplina tiene que adaptarse a los sucesos, sin perder el objetivo final. Existen otros contextos desafiantes, como la presión política. Por ejemplo, la operación de intercambio de prisioneros y restos humanos entre Israel y Hezbolá en el Líbano en 2008 llevó dos años de negociaciones. En ellas no estaba claro si los soldados israelíes a intercambiarse estaban vivos o muertos. Por entonces yo estaba en otra misión en el Líbano y se me pidió que, en caso de que estuvieran vivos, examinara su estado de salud y documentara cualquier lesión. En caso de que estuvieran muertos, debía hacer el examen forense. Lo que parecía ser un trabajo simple fue desgarrador cuando aparecieron los ataúdes que, supuestamente, portaban los dos cadáveres. Israel no avanzaría con su parte del acuerdo si no se realizan previamente las identificaciones. Llevaba conmigo instrumental para exámenes de salud, pero tuve que concretar la tarea forense in situ, porque no había alternativa. Prisioneros en una frontera, restos humanos en otra, hombres armados en ambas… Conseguí placas dentales y pude hacer la identificación. Escribí informes sumarios allí mismo. Había logrado hacer en cuarenta y cinco minutos la tarea que al equipo forense israelí completo le llevó cuatro horas y media.
-¿Cómo definiría la independencia en su disciplina?
-En la ciencia forense, en general, la independencia es un atributo clave y esencial. Creo que se debería conceptualizar como permanecer ajeno a interferencias, presiones y prejuicios. Como Relator Especial de Naciones Unidas, soy independiente por definición.
-¿En qué experiencia laboral se ha visto más afectado personalmente?
-Algunas han tenido una dimensión de impacto adicional como resultado de su compleja naturaleza de equipo. La primera identificación de un niño desaparecido en Argentina basada en la novedosa genética forense iniciada por Abuelas de Plaza de Mayo, Paula Eva Logares, en 1984, es uno de ellas. La confirmación científica de que Laura, la hija de Estela de Carlotto, había dado a luz a un niño durante su desaparición y antes de su ejecución en 1978. La recuperación en la selva colombiana de los cuerpos de once legisladores del Valle de Cauca, para devolverlos a sus familias. La gestión de los muertos por el terremoto de enero de 2010 en Haití. La identificación de soldados argentinos enterrados en las Islas Malvinas. Todos ellos son buenos ejemplos.
-¿Cómo se conserva el espíritu positivo cuando se trabaja en áreas tan impactantes como la tortura o las desapariciones forzadas?
-La dimensión humanitaria del trabajo forense brinda una oportunidad única para hacer el bien y ayudar e interactuar con las personas de una manera muy gratificante, que ninguna otra profesión puede ofrecer. Hay una sensación de sosiego en la tristeza que resulta muy conmovedora.