“Privilegio inolvidable”. El recuerdo de una partida de tenis con Martin Amis para recuperar el ánimo
Una escena del libro Dinero, del escritor fallecido recientemente, que cura cualquier depresión
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NUEVA YORK.– “Conmocionado y triste por la muerte de Martin Amis, el escritor satírico más grande, oscuro y divertido desde Evelyn Waugh –tuiteó días atrás Boris Johnson–. Si necesita recuperar el ánimo, vuelva a leer el partido de tenis en Dinero”.
Esta redactora posiblemente tenga pocas cosas en las que esté de acuerdo con el exprimer ministro británico, pero, en ésta, cien por ciento es poco. Tanto respecto a la conmoción (había estado este verano con Amis y su mujer, la escritora Isabel Fonseca, en una hamburguesería fashion de José Ignacio hablando de temas banales como si nada), respecto a la tristeza y, naturalmente, respecto a la admiración.
Ni que hablar, por supuesto, respecto a que la escena del tenis en Dinero cura cualquier depresión.
La novela, publicada en 1982 y uno de los primeros grandes éxitos del autor, se deleita en el potencial de humillación que tiene el deporte. Narra un partido entre el británico John Self, que se supone que tiene elementos autobiográficos de Amis, y el golden boy norteamericano Fielding Goodney.
Lo primero que Self aprende es que “cuando los ingleses dicen que saben jugar al tenis no quieren decir lo que los estadounidenses quieren decir cuando dicen que saben jugar al tenis. Los estadounidenses quieren decir que saben jugar al tenis”.
Fielding es descripto como “bronceado, afinado, con dientes que demostraban que en su boca se había invertido el equivalente al rescate de un rey secuestrado; un hombre criado a base de bifes gruesos y leche fortificada con hierro y zinc, con veinticinco años, potencia en sus golpes y efectos devastadores en su giro de muñeca”.
Self, malhumorado, diez años mayor, tambaleándose y esquivando pelotas, dice que está compuesto por “90 kilos de genes de puro vago antisocial mezclados con comida chatarra y alcohol”, y que solo cuenta en su arsenal el bloquear relativamente bien la devolución de saque y la ocasional cortadita de revés.
Cuando nos conocimos con Amis, ambos dijimos que “sabíamos jugar al tenis”. Los ingleses y los argentinos por suerte quieren decir lo mismo con eso, y a lo largo de partidos que se repitieron por varios años resultó que éramos bastante parejos.
"Llegué a la conveniente conclusión de que el día no es lo suficientemente largo (ni la vida lo suficientemente larga) para lo que significa el tenis"
De Self Amis tenía muy poco. Sí, tomaba cerveza y a menudo frenaba todo para enrollarse un cigarrillo y fumarlo, pero hay varias cosas para decir en su defensa. Se la pasaba en los famosos restaurantes Bajo el Alma y luego La Huella, con lo cual de comida chatarra en su interior había poco. No era malhumorado (salvo consigo mismo, si corría tras una pelota como alma que lleva al diablo para luego mandarla a la red). Además de bloquear la devolución de saque y manejar la cortadita de revés como Self tenía un catálogo de golpes efectivos, pero sobre todo enorme viveza para elegirlos.
The Guardian describió a Amis como “Un tenista serio”. En José Ignacio solo se puede hacer una mención especial a su espíritu democrático: le gustaba tanto el tenis que, aunque era tal megacelebridad, no tenía problema en completar un doble familiar ajeno, y mostrar que se divertía al hacerlo.
Este verano Amis lucía en razonablemente buen estado y fue irresistible no preguntarle si quería pelotear un rato. Pero ratificó lo que había escrito años antes, esta vez en un ensayo personal: “Llegué a la conveniente conclusión de que el día no es lo suficientemente largo (ni la vida lo suficientemente larga) para lo que significa el tenis: cambiarme, manejar, estacionar, estirar, jugar, perder, estirar, manejar, ducharme y cambiarme –para no mencionar las horas pasadas en manos de fisioterapeutas sádicos. Quizá algún día vuelva cojeando a la cancha. Pero por ahora, solo la extraño”.
Las canchas uruguayas también lo extrañaban, y ahora que su ausencia será permanente, tanto más. Ni que hablar los que tuvimos, en algún momento, ese privilegio inolvidable de haberla compartido con él.