Primer empleo. Un programa apadrinado por empresas la ayudó a encontrar trabajo y hasta conoció al amor de su vida
Empujar trabaja en la inclusión y el ascenso social de jóvenes en situación de vulnerabilidad con una gran red nacional de empresas que se comprometen a capacitar y dar trabajo formal
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Conseguir un trabajo en blanco ni bien se egresa de la escuela secundaria es una odisea que puede conducir por años aciagos en deliberadas excursiones por empleos mal remunerados y contratos inexistentes, si es que alguna vez se logra. La inserción laboral, tantas veces escuchada, se vuelve una muralla y los intentos para sortearla deja a muchos jóvenes en el camino. Araceli González tiene 25 años y bastante historia en la banquina del ámbito laboral no formal. Ni bien terminó el colegio, consiguió trabajó de camarera, en una panadería y en un local de ropa, con el objetivo de conseguir algo de plata y colaborar con la economía familiar. Con su madre jubilada y el fallecimiento de su padre en 2015, las cosas no estaban para demorar la entrada de dinero en la familia.
Al mismo tiempo que pujaba su futuro laboral, comenzó la carrera de Nutrición en la Universidad de Buenos Aires con la ambición de encontrar nuevas puertas hacia un presente con otro bienestar y emprendió el combo más escuchado entre la gente de a pie: estudiar y trabajar. Una tarde cualquiera en su casa de Loma Hermosa, mientras aprovechaba el poco tiempo libre que tenía, su hermana mayor le comentó de una publicación que había visto en Facebook sobre una fundación que ayudaba a encontrar trabajo en blanco y descubrió el programa Empujar, cuyo lema decía: “Empresas en acción para la inserción laboral de jóvenes”. Allá fue.
En 2019, Araceli comenzó las capacitaciones del programa, accedió a pasantías laborales en algunas empresas y logró insertarse en un formato de trabajo que desconocía por completo. Su primera experiencia en blanco la realizó en Atención al cliente de una empresa de gas y tuvo su primer contrato. “La pasantía fue clave. Como no entendía mucho, me explicaban. Era un call-center y me daba miedo realizar la primera llamada, no sabía cómo iba a enfrentarme al cliente. Pero como nos enseñaron a hablar en frente de todos, empecé a ser más extrovertida –cuenta Araceli–. Yo era muy cerrada socialmente y me encontré en un grupo de 30 personas. Ahí hacíamos juegos recreativos. Por ejemplo, hacíamos el juego de la silla, pero todo estaba relacionado con lo laboral. Me ayudó mucho a participar más, a animarme más”, dice.
Durante ese mes y medio de preparación, además de adquirir herramientas para sumergirse en el campo laboral, su vida dio un giro: en Empujar se topó con el amor. En medio de esas capacitaciones conoció a Nahuel Roldán, con quien vive actualmente. “Cursaba conmigo en la sede del Parque Industrial Suárez. Ahí lo conocí. Somos novios y gracias a que trabajamos los dos, pudimos irnos a vivir solos. Alquilamos un departamento en Pablo Podestá y hoy tenemos nuestro lugar y proyectos juntos”, cuenta.
La particularidad de este programa es que propone una gran red nacional de empresas que se comprometen a capacitar y dar trabajo formal. La empresa participa de manera directa como agente social: el concepto empujar, que podría significar también dejar afuera, aquí se piensa hacia arriba, hacia la inclusión y el ascenso social de jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Nahuel recuerda cómo fue acercándose a Araceli. Mientras lo cuenta, ambos se sonrojan. Justo el día que Araceli decidió dejar el programa, porque había conseguido trabajo en la empresa de gas, ella cumplía años. Entonces, Nahuel la pasó a buscar por la casa y la ayudó a cargar una torta y otras cosas en el colectivo. A partir de ahí, pasaron a la etapa siguiente y se dieron los números de teléfono para seguir hablando por WhatsApp. “Le contaba del trabajo. Cuando tenía breaks en el Call Center, él volvía de trabajar en el tren y pasaba verme. Charlábamos quince minutos y se iba. Así empezó todo, hasta que después empezamos a hacer más salidas, al McDonald’s, a la plaza...”, dice ella.
Nahuel llegó a Empujar el mismo año que Araceli, justo cuando estaba terminando la secundaria. Se enteró del programa gracias a un profesor que encontró un folleto y lo comentó en el aula. Él se anotó junto con un compañero y primero consiguió una pasantía en Garbarino, que duró tres meses. Al finalizar su contrato, estuvo un año parado. Pero su búsqueda de trabajo no se detuvo y encontró un puesto en Embalcenter, una fábrica de cintas de embalaje. Tuvo que pasar por tres entrevistas hasta que lo confirmaron. Hace dos años que forma parte de esa empresa y ya obtuvo un premio por desempeño. Nahuel viene de una familia numerosa –cuatro hermanos– y de ver cómo sus padres la pelean con un kiosco. “Al principio me fue difícil encajar, pero no me rendí y sobre todo busqué mi lugar. Ahora, con más experiencia en la fábrica, soy uno de los mejores. Empecé como alistador de cintas y ahora soy uno de los mejores maquinistas que tienen. Y no porque lo diga yo, ellos mismos lo subrayan”, dice.
El programa Empujar va para los diez años de vida. Nació a partir de un grupo de pymes argentinas que se propusieron trabajar con poblaciones de jóvenes con contextos vulnerables, para poder enseñar, acompañar y entrenar aquellas habilidades que no suelen enseñarse en la escuela secundaria. “Somos una red con fuerza de oportunidades. Esta idea de unir a un otro, a un par mío o a un conocido, tiene que ver con poder invitar y transferir esa suerte de confianza y esperanza que depositamos en esta comunidad en la que trabajamos de manera colaborativa y con un fuerte deseo de progreso. Principalmente hacia los jóvenes, pero muy focalmente en cada comunidad donde estamos presentes”, dice Mariana Frenkel, directora de desarrollo institucional de la fundación, que tiene 14 sedes de capacitación presentes en la ciudades de Pilar, Lanús, San Justo, Don Torcuato, Escobar, Berazategui, La Plata, Morón, José León Suárez y Capital Federal. Más de 300 empresas integran la propuesta.
Este año el proyecto abrirá sedes en la región de Cuyo. “Hoy llegamos a lograr más demanda por parte de las empresa que oferta, y si bien esto no es positivo porque el indicador es que hace falta mucha más estructura de la que contamos para seguir abriendo sedes en distintas localidades, hemos logramos que los resultados hablen por sí solos y sean sorprendentes”, explica Frenkel.
Araceli cuenta que su familia está muy orgullosa de ella. Hasta hace poco, en su casa la pasaban muy mal. “Quería encontrar trabajo porque muchas veces no llegaba a desayunar o a comer. Había poca plata y todo se racionaba. He llegado a ir a la facultad sin comer. Después pude conseguir la pasantía y la pude ayudar a mi mamá –cuenta–. Valoro mucho lo del programa, porque pudimos obtener los dos nuestro primer trabajo en blanco. Aprendés los derechos laborales, tenés tu recibo de sueldo”, dice ella. Nahuel, sentado a su lado, agrega: “Aprendí a leer un recibo de sueldo a los 18 años. A esa edad, saber leer un recibo de sueldo es bastante. Uno sale del secundario sin aprender eso”. Nahuel se levanta a las 4 de la mañana para tomar el colectivo a las 5 y llegar a su trabajo, tras un viaje de 40 minutos. “De casa al trabajo y del trabajo a casa”, bromea y se entusiasma con que en el algún momento va a contar con más tiempo libre para seguir estudiando.
Araceli está en segundo año de Nutrición y cuenta que su trabajo ya no es en el call center, sino en Control AB Fumigaciones. “Tengo mi escritorio con mi computadora y mi trabajo consiste en cobranzas a los clientes. Además, envío certificados de fumigación, controlo el stock... Cuando terminé el colegio, lo primero que pensé es: me voy a atender a un local de ropa. No apuntás a una empresa. En tu cabeza, lo que aparece ahora es que podés ir escalando”, dice Araceli.