Premiados en Inglaterra. Un exagente de Bolsa y una alérgica a las picaduras de abeja causaron una revolución con las colmenas urbanas
Se trata del proyecto Bermondsey Street Bees. La moda convocó a David y Victoria Beckham, Scarlett Johansson, Leonardo DiCaprio y Ed Sheran, que tienen colmenas en el techo de su casa
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Renzo Piano llegó un día a Londres a reunirse con Irvine Sellar. El primero, uno de los arquitectos más afamados del planeta; el segundo un acaudalado desarrollador inmobiliario. Sobre la mesa de almuerzo, Piano dio vuelta el menú y en una hoja dibujó su siguiente obra: un edificio que pinchaba el cielo. Sellar no pudo creer la propuesta. “Yo lo diseño gratis –escuchó–, si hacemos el edificio más alto de Europa”. The Shard, en Londres, mantendría su liderazgo en altura hasta ser relegado a un segundo puesto por el Mercury City Tower, de Moscú. Sellar aún conserva el menú donde se lee: “Para Irvine de Renzo, mayo de 2000″.
Para el momento de su apertura, en 2012, el corazón estaba destinado a un hotel. Allí funciona desde entonces Shangri-La, un emprendimiento que mezcla armoniosamente el estilo contemporáneo con los ancestros orientales. Fue de estas cabezas vanguardistas que nació una idea que Dale Gibson convirtió en tendencia: las colmenas urbanas.
Montado sobre un escenario de película, colocó la primera apenas inaugurado el hotel. De allí se sirve la gastronomía y los suvenires de Bermondsey Street Bee, la empresa que el propio Gibson y su esposa, Sarah Wyndham Lewis, habían creado tiempo atrás, pero que se convertiría en el epicentro de la propagación de los panales urbanos por el mundo.
Vecino de siempre, codo a codo con el Borough Market, el mercado más antiguo de Londres, donde se cree que el propio Shakespeare compraba sus manzanas, y bajo la sombra del emérito rascacielos, Gibson había montado su proyecto en un viejo depósito de azúcar. Un antro oculto en la zona industrial de Londres se transformó en un espacio digno de una obra de Jane Austen y la cesión de un par de colmenas pertenecientes a un vecino habitual de su local, en un sueño. Sin tener dónde ponerla, decidió llevarla al techo. Allí seguro que las abejas no molestarían demasiado.
El espacio, circundado por parques y jardines personales, inundados de flores, se transformó en el proyecto de miel más premiado de Inglaterra: Bermondsey Street Bees, que se revela como un insospechado espacio soleado a pasos del Puente de Londres. “Casi por casualidad nos dimos cuenta que este era el sitio ideal para criar abejas en el centro de la ciudad”, explica Gibson a LA NACION revista.
Aunque en las terrazas de la ciudad, el termómetro baje a menos de 10°C, Gibson revisa amorosamente las colmenas en su azotea. En la obra de Piano, The Shard, los huéspedes del Shangri-La Hotel desayunan con su miel. En el lado sur de la ciudad, en Pizarro, el restaurante favorito del barrio, sirve su queso de cabra frito rociado con la obra del apicultor. Los habitués del Bourrogh Market pueden llevarse su propio pote a casa en Giddy Grocers.
La aventura inicial lo llevó a capacitarse y a sumar a su esposa, Sarah Wyndham Lewis, a la idea. Ambos se especializaron en apicultura e instalaron las primeras colmenas hace más de una década. “Probablemente –cuenta– nuestro orgullo mayor es seguir siendo considerados como pequeños productores artesanales, a pesar de figurar entre el Top 50 de mejores alimentos del Reino Unido”. La moda convocó a David Beckham y a su esposa Victoria quien, además, ha posteado en diferentes ocasiones los resultados de su trabajo en las colmenas del techo de su casa. A estas celebrities se le sumaron Scarlett Johansson, Leonardo DiCaprio y Ed Sheran.
Durante muchos años existieron prohibiciones al uso citadino de colmenas. Según se sabe, el edificio del Radio City Music Hall y el Museo Americano de Historia Natural albergaron colmenas en el inicio de la pasada centuria. Pero la cuestión pareció una moda pasajera y casi no había moradores mieleros para 1950 en Nueva York. Para 1999, la ciudad reforzó la legislación en contra de las abejas, incluyéndolas en la lista de animales salvajes al lado de hurones, iguanas y buitres.
Gibson tuvo algo que ver en crear un buen clima para la Gran Manzana y hoy un grupo emprendedor con su mentoreo logró revertir la experiencia; Urban Beekeeping se transformó en líder en el continente en la producción de miel urbana, esencialmente concentrada en Brooklyn.
El corredor de Bolsa
Mientras convida té con miel (para él agrega limón), Gibson relata sus tiempos de corredor de Bolsa. “Me restaba una década de carrera. Era el momento justo entre quedarse con las acciones y las cotizaciones o cambiar de rumbo. Estaba a tiempo. Me sentía con energía. Un sábado me desperté y le dije a Sarah que íbamos a un curso de apicultura. Mi miró con sorpresa: ella es alérgica a las picaduras de abejas”. John Chapple, quien sigue siendo su mentor, convenció a Sarah de que las mielíferas son amigables y ella se convirtió en la experta que asesora a los nuevos emprendedores, hace servicio de consultoría y se encarga de las degustaciones y talleres. Nunca la picó una abeja.
Desde sus comienzos la experiencia ganó sustentabilidad. Las abejas necesitan polen y néctar. “Cada vez que hemos encontrado una parcela disponible, propusimos sembrarla –explica–. Porque las abejas implican un montón de bocas que alimentar. La flora permite que la vida de las abejas y otros polinizadores sea sostenible. Pero, además, potencia el bienestar de las personas de la comunidad”. Gibson logró, por ejemplo, un subsidio de 11.500 libras para una urbanización cercana, llamada Dickens, donde ayudó a transformar un terreno baldío en un jardín comunitario amigable para las abejas.
Al poco tiempo habían construido un próspero negocio de abastecimiento de miel a la industria gastronómica y prestaban un servicio de consultoría para quienes desean diseñar y mantener apiarios sostenibles. La miel es utilizada por restaurantes de renombre, como Hakkasan, Kerridge Bar & Grill y Roux at The Landau.
El antiguo almacén de azúcar de cuatro pisos que estaba derruido y recibió las dos primeras colmenas urbanas de la ciudad, hoy alberga a dos perros y dos gatos, además de a la pareja que concentra su día a día en la planta baja. “Casi que funcionamos como en una colmena”, sonríe Sarah, quien se ha convertido en una experta sommelier de miel y es dueña de la mayor biblioteca del país en la materia, lo que le permite capacitar y brindar servicios de consultoría gourmand a chefs que la buscan desde cualquier parte del planeta.
Una de sus mayores preocupaciones es la falsificación de miel. “Existen diferencias entre los sabores complejos de la miel cruda que producimos y la dulzura empalagosa de una marca industrial”. La distinción esencial es que Gibson no calienta, mezcla ni microfiltra el producto de las abejas. “Es común encontrar en las góndolas –señala Gibson– mieles que se venden como puras o artesanales, pero han sido adulteradas con agregados de azúcares y atravesaron un proceso industrial para bajar el costo”.
Como expertos explican que el microfiltrado elimina los pólenes ricos en proteínas de la miel. Se trata de una etapa que se usa para retrasar la cristalización natural y eliminar la trazabilidad de la miel, “un paso perfecto para introducir mieles de baja categoría en el mercado”, completa. “El análisis de polen de nuestra cosecha muestra que las colmenas de Bermondsey Street se alimentaron de 26 especies de plantas diferentes, desde la zarza silvestre hasta el castaño”, enumera.
La sommelier de miel
Sarah Wyndham Lewis es como un doble de riesgo. Se aventura en una disciplina que la mantiene al borde del peligro. Trabaja codo a codo en el proyecto como sommelier. Ella indica que “siempre se piensa que las abejas son criaturas del campo, pero la realidad de la agricultura moderna (cultivos monoculturales, insecticidas y fertilizantes, pérdida del paisaje natural) ha dificultado la prosperidad de las abejas en muchas áreas rurales. Londres, por otro lado, como muchas ciudades, tiene una gran cantidad de espacios verdes y plantas forrajeras nativas y no nativas que pueden dar a las abejas las fuentes variadas de forraje que necesitan para una buena salud”.
Para los habitantes de la ciudad, hay varios beneficios: la existencia de miel local, las abejas para polinizar los cultivos alimentarios cultivados en jardines urbanos y, muy crucialmente, la polinización de los árboles y arbustos fructíferos que alimentan a muchas más especies; desde insectos y pájaros hasta mamíferos. Entonces, en las ciudades, como en el campo, las abejas de muchas especies sustentan la biodiversidad. “Hay un último elemento para mencionar –agrega–, que para los habitantes de la ciudad, la conexión con la naturaleza obtenida al ver a los polinizadores en el trabajo es muy poderosa y de apoyo”.
Las abejas urbanas tienen una tasa de supervivencia invernal que alcanza el 62,5%, frente a apenas el 40% de las rurales. Las primeras, además, producen en promedio 12 kg de miel en su primer año, en tanto que el rendimiento de las rurales es de solo 8 kilogramos. Sarah asegura que, contrariamente a lo que se supone, las abejas de ciudad “tienen acceso a una mayor biodiversidad. Expuestas a una flora mixta se nutren con una dieta variada que fortalece sus sistemas inmunológicos. Esto va en contra a las tendencias modernas en el campo que intentan trabajar mieles de monocultivos, sea para aprovechar las cosechas para, además, criar abejas; o bien para conseguir saborización en el producto final”.
Las colmenas de Londres bajo la tutela de Gibson ya superan las 4000. En París, su cantidad se ha multiplicado por ocho en la última década. En Lugano, Suiza, crecieron en ese mismo lapso un 2387%. De hecho, los científicos han comenzado a levantar la voz en torno a esta tendencia. Un reciente estudio publicado en la revista especializada Nature a cargo de especialistas del Instituto Federal Suizo para la Investigación de Bosques, Nieve y Paisajes de Suiza, analizó el crecimiento de la apicultura en las ciudades de ese país y encontró crecimiento insostenible: “cuando las abejas vuelan en busca de polen, no hay suficientes flores urbanas para sustentarlas, y las abejas pueden estar ejerciendo presión sobre otros polinizadores”, concluyeron.
Bajo esta tendencia, Gibson acaba de avanzar otro paso en la tendencia. “En pos de un trabajo de apicultura sostenible estamos trabajando en la reducción de nuestro recuento de colmenas de Londres. Lo comenzamos en pandemia (30% en 2020 y otro 5% en 2021) y seguimos haciéndolo, tratando de hacer consultoría a los nuevos apicultores para que consideren que cada colmena debe consumir 250 kg de néctar y 50 kg de polen, cada año, para sobrevivir. En pocas palabras, a menos que los nuevos apicultores puedan agregar esa cantidad de forraje incremental por colmena en su área para alimentar a las nuevas abejas propuestas, agregar abejas a nuestra ciudad estresará la salud y el bienestar de las abejas melíferas y otros polinizadores urbanos a medida que un mayor número compita por los recursos alimentarios limitados disponibles”.
Hoy, la pareja alienta a aquellos que realmente quieren ayudar a las abejas y la biodiversidad a plantar polinizadores, en lugar de introducir nuevas colmenas en Londres. Sarah se ha embanderado con la cruzada y ha lanzado un libro: Planting For Honeybees (Plantando para las abejas), que ha sido publicado en cinco idiomas (no en español) y ofrece alternativas prácticas para ayudar y disfrutar de las abejas urbanas.