Piazzolla y el extraño brillo de un experimento
El “fallido” sexteto de fines de los 80, un camino para tratar de entender el trasfondo de su música
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El sexteto que Astor Piazzolla tuvo hacia fines de la década de 1980 fue un experimento ciertamente fallido, pero ese fracaso terminal, como suele pasar en otros casos, trajo a su música un brillo desconocido, un brillo muy raro, opaco, más bien sombrío. La formación del sexteto difería del quinteto que lo precedió (y de todos los anteriores) no solamente en los nombres propios. Piazzolla sabía muy bien qué era lo que buscaba, aunque pasara después que encontrara otras cosas. La primera novedad tímbrica era la sustitución del violín por el violonchelo, que tocaba José Bragato; la segunda, la duplicación del bandoneón: a Piazzolla se agregaba Julio Pane. La tercera, la más crucial, fue la incorporación en el piano de Gerardo Gandini. Gandini, que ya era el enorme compositor que conocemos, no tenía entonces más cercanía con el tango que el recuerdo de los tangos que silbaba o cantaba su padre en la casa de la infancia en Villa del Parque.
Pero enseguida empezaron las deserciones y los cambios. El contrabajista Héctor Console fue reemplazado por Ángel Ridolfi, Daniel Binelli reemplazó a Pane y Carlos Nozzi a Bragato. Quedaron, de principio a fin, solamente Gandini y el guitarrista Horacio Malvicino. Tenemos la suerte de que los dos dejaron testimonios de las giras con el sexteto.
En el libro Piazzolla y yo (Corregidor), Malvicino cuenta lo siguiente: “El sonido total era más oscuro que el del quinteto. Hoy creo que el sound final del sexteto no era más que el fiel reflejo del mood del Tano. Hasta uno de los nuevos temas, “La medalla de la Virgencita Milagrosa”, se destacaba por ser el primero con connotaciones religiosas, un sentimiento de necesidad creciente de estar más cerca de la Virgen, de la que era devoto”.
De Gandini, que habló innumerables veces de Piazzolla en innumerables entrevistas, hay un testimonio, muy gandiniano, perdido en un número de la revista Babel. El artículo (si cabe llamarlo así) se llama “Diario de viaje (con Piazzolla)” y está dedicado precisamente a “Horacio Malvicino”. El escrito es excepcional porque, aparte del testimonio de primera mano, va al fondo de la música de Piazzolla. Merecería citarse entero, pero alcanza con un ejemplo: “¿De dónde viene la música de Astor? Es una mezcla de pasado tanguero vivido profundamente; de información parcializada sobre algunas técnicas armónicas superficialmente contemporáneas; de un gusto personal muy acentuado por los comienzos del bebop (sobre todo Parker), por la música de Bach; por cierta rítmica epidérmica bartokiana. Es también rechazo por el desarrollo, gusto por la repetición y la utilización de esquemas formales por secciones muy obvias; una facilidad innata por el contrapunto (aunque sus fugas nunca pasan de la exposición). Y, sobre todo, una capacidad extraordinaria para hacer de todo eso un producto envidiablemente denotativo de un lugar geográfico preciso: Buenos Aires”.
En el último concierto del sexteto, en Ginebra, Gandini incrustó en su improvisación de “Mumuki” una cita de la sonata “Los adioses” de Beethoven, que Piazzolla no reconoció. El grupo grabó en estudio solamente tres piezas. El resto son tomas en concierto. Entre ellas está el ahora famoso solo en Ámsterdam en el que Gandini une “La Yumba” de Pugliese y “Adiós Nonino”. Las siete primeras notas de “La Yumba” suenan como una evocación obsesiva al borde de la irrisión. Pugliese mira perplejo. Piazzolla intenta sin éxito contener la risa. De esas impremeditaciones estaba hecha la música del sexteto, y acaso por eso, según Gandini, le dijo el querido Malvicino a Piazzolla al enterarse de que había decido disolver el grupo para tocar con orquestas: “Astor, vas a cambiar una mina hermosa por una muñeca inflable”.