Periodismo. Cubrir guerras en tiempos de pandemia
Historias de una tarea de altísimo riesgo en conflictos que siguen vigentes aunque el mundo los naturalice
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Mientras el mundo se cierra y las calles, pueblos y territorios se aquietan por la pandemia, Ricardo García Vilanova regresa a casa desde Medio Oriente, donde cubría la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. Viaja hasta Jordania y de ahí entra a España antes de que cierren las fronteras. No será por mucho tiempo. En pocos meses volverá a Siria a cubrir con su cámara desde la trinchera de un conflicto de altísima intensidad que ya lleva muchos años y que cada vez tiene menos la atención de los grandes medios. En ese mismo momento, Karen Marón vuelve de la ciudad sagrada de Qom, Irán, donde cubría el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, comandante de las Fuerzas Quds, a su casa, en Buenos Aires. Después de haberlo visto todo, la quietud es quizás algo desconocido. La corresponsal argentina dejaría por un tiempo de cubrir conflictos exteriores para contar las historias que la pandemia acarrea en su país natal. En cambio, Isobel Yeung, corresponsal de Vice, decidió ir a cubrir al epicentro mismo del virus en aquel entonces, Italia, a la espera de un nuevo conflicto bélico por cubrir.
Ellos ponen en riesgo sus vidas, el cuerpo y la psiquis para desentrañar conflictos, encontrar a los personajes centrales y las voces que no suelen escucharse. Todo eso, entre estallidos, tiros y secuestros.
Isobel tiene 34 años, es inglesa y tiene un larguísimo kilometraje en la cobertura de los temas más diversos: desde investigaciones encubiertas en campos de concentración chinos, temas de discriminación racial y salud mental en Estados Unidos, violencia de género en México y las historias de la crisis sanitaria por la pandemia en Italia. Por su trabajo en Vice News cuenta con dos premios Emmy por su cobertura de la guerra en Yemen.
Meses antes de la pandemia, ella viajó a China como turista. Con valija y cámara en mano, como si estuviera en búsqueda de museos y cafés, rastraba en realidad información sobre campos de detención donde el Estado chino encerraba a gente de la comunidad musulmana Uighur, para hacer un proceso de reeducación. “Ese viaje en particular fue muy desafiante, a los reporteros que van a cubrir de forma oficial se les quita las cámaras, se los sigue en cada paso. Tuvimos que ir como turistas y filmar todo con cámaras ocultas, lo cual fue aterrador porque siguen cada paso tuyo y lo que decís. Es un ambiente complicado y tenés que estar extremadamente atenta a tu propia seguridad”. El viaje a China tuvo como resultado una investigación rigurosa de alto impacto que implicó un riesgo real para Isobel. Riesgo que, para muchos otros corresponsales, siempre está latente.
Ricardo García Vilanova (49 años) es fotoperiodista catalán. Hace más de dos décadas cubre en conflictos de alta volatilidad y refiere a su trabajo y a los riesgos que implica como “gajes el oficio”. Luego de vivir semanas en la guerra de Armenia, Ricardo intenta sacar visas, buscar los permisos para volver al conflicto continuo y cubrir en Libia, Siria, Irak y Yemen. Hay, en su opinión, una fuerte transformación en el oficio. Si cubrir conflictos armados era peligroso, con el tiempo la situación de los corresponsales se complejizó. “Hubo un punto de inflexión en 2011, cuando mataron a dos corresponsales americanos. Desde entonces, el reportero crea el viaje, paga los gastos, arma la logística y luego vende la noticia sin ningún tipo de soporte de los medios. A nivel de periódicos, las largas coberturas y el seguimiento a estas historias desaparecieron. Una parte importante de la globalización como herramienta hace que todo el mundo tenga una cámara y el hecho de que la crisis en Medio Oriente no haya terminado hace que los grandes medios internacionales no quieran pagar por un periodista que caiga herido o asesinado en un conflicto”.
El 16 de septiembre de 2013, Ricardo fue secuestrado por Estado Islámico y estuvo siete meses cautivo. Que Ricardo esté dando una entrevista es, podría decirse, un milagro. Pero, para Ricardo, fue “un accidente laboral. Siempre lo consideré así. No lo hablé mucho porque siento que nosotros no somos los protagonistas de las historias, sino los civiles que sufren la guerra. A nosotros nadie nos obliga a ir a ese tipo de zonas, somos transmisores de historias. Trabajar en ese tipo de zonas exige algunos aspectos en carácter, forma parte del proceso. Si trabajas de esto, sabes lo que te puede pasar.
Ricardo estuvo siete meses secuestrado en una casa a orillas del Éufrates. El 29 de marzo de 2014, sus secuestradores decidieron liberarlo en la frontera a él y su compañero, Javier Espinosa. Al cabo de los pocos días de su regreso a España, volvió a trabajar. “En un determinado momento nos dejaron en la frontera y regresamos a España y cada uno siguió con su vida. Cada uno hace el trabajo que quiere hacer y nadie nos obliga, así como un bombero sabe que tiene que ir a las llamas, esto es lo mismo. Si no te sentís cómodo o preparado, pues no lo hagas”, dice.
Karen Marón tenía 20 años (hoy tiene 41) cuando fue a un conflicto por primera vez en Medio Oriente; poco tiempo después estaría cubriendo el tratado de paz de las FARC con el gobierno colombiano. Entre campamentos, armas, selvas, desiertos y montañas, ella fue contando historias y visibilizando conflictos que no siempre salían en los diarios.
Hay en los ojos de Karen la mirada de quien ha visto todo. Solo entre el 3% y 10% de las corresponsales son mujeres. Este porcentaje, según Karen, no es únicamente una cuestión de desigualdad, sino también una decisión de los medios de, en general, no enviar mujeres a cubrir conflictos, lo que lleva a considerar con demasiada frecuencia que “el terreno” es “cosa de hombres”.
Cuando Karen era una niña, la guerra para ella pasaba en la televisión. Pero se preguntaba por qué la gente se peleaba y luego, con su madre –asistente social– iba a territorios donde veía profundas desigualdades estructurales e imágenes que años más tarde volvería a encontrar: niños con desnutrición, personas con enfermedades y en situación de abandono. “Hubo un incentivo donde me permitió conocer estas realidades y generar una compresión. Una de las cosas más aberrantes que he visto en la guerra es la falta de empatía, he visto cómo cosificaban a la víctima como una mercancía. Por eso, hago énfasis en la humanización del conflicto. Es el valor fundamental con el que yo trabajo”, dice.
Medidas fundamentales
Karen hace un análisis detallado de la preparación que exige una cobertura en territorio: desde el estudio de la cultura, la idiosincrasia, la historia, economía y religión del lugar y región a la cual se va a cubrir, hasta los contactos con las personas que la ayudarán en el territorio. “También tenés que saber primeros auxilios para vos y tus compañeros, desde reanimación cardiorrespiratoria hasta cómo hacer un vendaje, cómo colocarte una inyección. Tenés que llevar tu propio kit de remedios; como estás en un entorno diferente el cuerpo es susceptible. Si vas a un hospital sos un blanco móvil, sos susceptible de ser secuestrado o asesinado”.
La preparación es todo. El calzado, el chaleco antibalas –que muchos utilizan para cubrir las puertas de los autos ante un tiroteo– el casco con la palabra “Press” y la vestimenta, que jamás debe ser verde o camuflada.
En el caso de las mujeres corresponsales, hay medidas extra que se tomaron a partir de casos de violencia extrema contra las reporteras. El caso de Lara Logan, periodista de CBS, generó una ola de indignación. En 2011, en Egipto, mientras la gente festejaba por la caída del gobierno de Mubarak, Logan fue abusada en grupo. A partir del caso, Reporteros Sin Fronteras hizo un apartado en su manual para las mujeres corresponsales con recomendaciones ante situaciones de violencia.
“Hay un kit de tratamiento posviolación que llevamos nosotras. En el caso de que te violen y te contagien enfermedades de transmisión sexual, está compuesto por retrovirales y pastillas del día después. Me da mucha angustia. Los hombres no tienen que llevar como yo una alianza en el dedo para demostrar que soy propiedad de otro hombre y que no me acosen. Yo viví situaciones de acoso, de humillación total. Tampoco ellos tienen que ponerse una Abaya –túnica negra hasta el piso–. En diferentes conflictos, cuando nos trasladamos, va el chofer y yo adelante porque soy la cobertura de seguridad de los que van atrás, tenemos que simular que somos un matrimonio. Entonces, bajo la cabeza y nos dejan pasar. Tengo que estar en una posición de sumisión para que no nos maten a todos; si digo que soy periodista nos matan”.
La era de las fake news
“Tenés que tener la conciencia de que estás siendo monitoreado e investigado desde antes que ingreses al terreno”, dice Karen. No todos quienes van al territorio cubren en forma fehaciente, explica. La información en la era de las redes sociales y los conglomerados mediáticos se transformó en una mercancía. “Fui testigo permanente de esto. Quizás por una cuestión económica ese periodista tiene que contar en diez minutos un conflicto que tiene dos mil años. ¿Qué estamos consumiendo como oyentes, como lectores? El mundo de las Fake News ahora se profundizó con las redes sociales. El medio presiona a ese periodista para que salga primero la noticia pero no siempre para salga bien o no sea información falsa. En un conflicto armado, el periodista está absolutamente solo. También hay periodistas que están en hoteles y le entregan el grabador al fixer –el contacto en el territorio– y firma la nota como si la entrevista la hubiese hecho él. Hay valores que se están vulnerando y como periodista somos responsable por acción u omisión”.
El tiempo máximo prudencial que los corresponsales pueden estar en un conflicto es tres meses. Karen suele quedarse hasta seis. Las consecuencias psicológicas de cubrir una guerra varían en cada caso. “Para mí una guerra es el infierno creado por el hombre. Nunca vas a ser la misma cuando regresas”, dice ella, para quien el punto de inflexión fue cuando empezaron las decapitaciones en diferentes conflictos. “Estás en un estado de hipervigilancia, porque no sabés quién puede patear la puerta en cualquier momento. Muchos ruidos como los fuegos artificiales no los pude escuchar por varios años, no los podía soportar, saltaba inmediatamente. Los olores en una zona de conflicto son indescriptibles. Es imposible explicarlo. Nosotros vamos porque decidimos ir”, dice Marón.
La falta de sueño por el trabajo permanente es otro factor determinante. “Yo puedo empezar el día a las 6, cuando empieza el primer ataque o secuestro o estallido de bomba y empiezo a salir para un medio y para el otro; luego empiezo a escribir un artículo, pero quizás a las 3 de la mañana me toca salir en televisión, entonces estoy despierta por una cuestión laboral y por una cuestión de supervivencia”, cuenta Karen.
Isobel dice que el miedo está siempre, que es parte del oficio. “Hay un miedo físico e intangible cuando vas a esos territorios. Trabajar en este rubro viene con esos riesgos. Hubo situaciones que tuve miedo por mi vida y la de mis colegas, pero luego ves que la gente vive con ese miedo todos los días hace años en un conflicto continuo. Tenemos una posición muy privilegiada de poder volver a un lugar seguro. Ellos no saben si vivirán, y el peligro para nosotros es mínimo comparado con el de ellos”, reflexiona.