Pensar y vivir: la sabiduría de los gatos
Viven en el aquí y ahora más puro, no aspiran a ser lo que no son, no tienen la felicidad como meta: no padecen de angustia existencial
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Los humanos nunca dejan de aspirar a ser algo que no son, con los resultados previsibles y trágicos que eso acarrea. El inglés John Gray, filósofo político e historiador de las ideas, lo afirma en su agudo y delicioso ensayo Filosofía felina, libro nacido de su amor a los gatos (los cuatro que posee lo acompañaron durante la redacción de esta obra), y de la observación de sus conductas.
Desde allí parte Gray, con filosa e irrefutable ironía, para internarse en el destripamiento de los sucesos humanos y su estudio a la luz de diferentes corrientes filosóficas. La ansiedad, la pretensión de ser otro, de cambiar de identidad, de controlar todo, de vencer a la muerte son, entre otras cuestiones por el estilo, fuentes de la abundante infelicidad humana de estos días.
Los gatos, con su gran sabiduría, viven en el aquí y ahora más puro, no aspiran a ser lo que no son, no tienen la felicidad como meta, se trata de criaturas que saben que morirán y lo aceptan, pero no se arruinan la vida intentando huir de esa certeza ni mintiéndose acerca de ella. No padecen de angustia existencial.
Lo contrario ocurre con los humanos, acierta Gray, que fracasan en su intento de control, de anticipación a los hechos, de ordenar el mundo, y terminan viviendo escindidos y sublimando su angustia de maneras muchas veces patéticas.
Algunas de esas maneras, y esto ya no corre por cuenta de Gray, se traducen en consignas como Tú puedes, Se tú mismo, Tenés (o tengo) derecho a la felicidad, Me propongo cambiar, Ve por tus sueños, Deséalo y lo atraerás, Sólo hazlo, etcétera. Todos analgésicos de corta duración para el dolor provocado por la reiterada comprobación de que la vida es aleatoria, de que la incertidumbre se impone a la certeza, de que una cosa es querer y otra es poder, y no necesaria ni obligatoriamente ambas se unen.
Cuando el voluntarismo muestra su ineficacia, la decepción y la infelicidad copan la escena. Hasta la próxima ilusión.
Somos finitos en el tiempo y, antes de pretender ser otros, lo que puede consumir estérilmente el plazo de nuestra existencia, acaso sea preferible atender la antigua consigna que se lee aún en Delfos, en el frontispicio del templo de Apolo. Conócete a ti mismo.
Tiene dos significados. Uno es conocernos de verdad tal como somos, con nuestras luces y, sobre todo, con nuestras sombras, nuestro lado oscuro. No para castigarnos, sino para aceptarnos. Esto es doloroso y, en algunos puntos, desdoroso.
Es decir, todo lo que de veras somos, no lo que nos gustaría ser ni lo que (pretenciosos y autosuficientes) decidimos o elegimos ser, conducta hoy muy de moda al calor de creencias narcisistas sobre la libertad. El otro significado es: conocé tu lugar en el orden cósmico del cual sos parte. Un orden que, al ser violado, se precipita en el caos.
Cosmos y caos eran, para los antiguos griegos, polos opuestos y complementarios. Pretender ser otros es violar el orden (cosmos) y desatar el caos, no sólo externo, sino también interno, en el propio mundo psíquico. Esos filósofos mencionaban también la vida buena, algo muy diferente de la buena vida. Aquella es una vida con sentido y trascendencia, esta es una vida confortable y cómoda, pero no necesariamente feliz.
Gray (con la compañía de sus gatos) retoma la idea, la trae al presente y, de manera clara y precisa, muestra que la vida buena no es una vida que no has vivido y aspiras a vivir, sino la que estás viviendo. Es la vida que cada uno tiene, propia, intransferible, no canjeable por otra. Y depende de quien la vive no fugarse de ella con cualquier excusa, sino explorarla a fondo, tomar lo que ofrece (que a menudo es más de lo que vemos o creemos) y vislumbrar su sentido, la razón por la cual cada uno existe. Para los gatos, afirma Gray con conocimiento de causa, el sentido de la vida está en vivir. Animales sabios si los hay.