Patente de corso. Sobre piojos y garrapatas
Confío en que alguien se sienta ofendido, porque escribo este artículo justamente para ofender. Hay días en los que a uno se lo pide el cuerpo, y hoy me lo pide. Porque existe una fauna parásita, una plaga de sabandijas chupasangres originalmente propia del periodismo, aunque engrosada también por políticos y por simples particulares en demanda de un minuto de gloria, que en los últimos tiempos no es ya que infecte las redes sociales, sino que parece adueñarse de ellas. Gente sin brillo ni ideas propias que vive a salto de mata, construyendo su triste existencia, sus argumentos, su presencia pública, con los mordiscos que pretenden arrancar a la fama, la opinión, el prestigio, el trabajo de otros.
A esos piojos y garrapatas se les veía venir de lejos, asomando sin pudor las ventosas, y hace cinco años les dediqué en esta página un artículo describiendo el mecanismo: la sanguijuela mediática, habitualmente oportunista y mediocre, no cifra su medro en expresar las propias opiniones respaldadas por su precaria autoridad, que a menudo son inexistentes, sino en opinar sobre lo que previamente han opinado otros. «Por su propia naturaleza, raro es que el parásito tenga la formación, la cultura o el talento del parasitado. Lo que hace es aplicar sus propias limitaciones, sus carencias de comprensión lectora, sus complejos, envidias y mediocridades, y a veces también un sectarismo analfabeto, al texto ajeno, en burda manipulación del original. Así se beneficia de que, en las redes sociales, un nombre de prestigio puesto en titulares, en buscadores de Internet, es tuiteado y alcanza una difusión amplia; con lo que, gracias al nombre y texto ajenos, el parásito consigue lo que jamás habría alcanzado por su propio nombre y mérito».
Hay trucos sucios, además, que completan la infamia. «Por mala fe o porque su intelecto no da para más –añadía en 2017– el sujeto en cuestión suele descontextualizar frases del parasitado; e incluso titula, no con lo que éste dice, sino con su interpretación sesgada o malintencionada. Y en un lugar tan atrozmente falto de comprensión lectora como España, donde no suele opinarse sobre lo que alguien dice, sino sobre lo que alguien dice que le dijeron que otro ha dicho, los efectos adquieren dimensiones disparatadas».
Y, bueno. Desde que escribí esas líneas, la infección se ha extendido, con el detalle complementario de que ya no son sólo los practicantes del periodismo parásito –y los medios que los cobijan– quienes viven del discurso ajeno manipulando, descontextualizando y sesgando, sino que al negocio se han sumado en los últimos tiempos numerosos políticos oportunistas, tanto de derechas como de izquierdas, e incluso no pocos particulares anónimos en busca de salir del anonimato. El auge de las redes, Twitter, TikTok y otros mecanismos donde campean la rapidez y la simpleza contribuye mucho a eso.
Pero cuidado: no es ya que se apliquen a ello los parásitos de toda la vida, o sea, los articulistas emboscados en el sectarismo habitual, incluidos varios –y varias– que pasaron sin ducharse de la política al periodismo, ni que cada vez haya más políticos de todo signo que se suben a los trenes baratos construyendo intervenciones parlamentarias o senatoriales a costa de lo que dicen que fulano o mengana han dicho; sino que cualquier tiñalpa de las redes, cualquier miserable de ambos sexos en busca de fama rápida, intenta hacerse viral vinculando su triste nombre, su gracieta, su meme, su comentario, a personas cuya altura intelectual no alcanzaría en su puta vida. No menciono nombres porque son tantos que no caben aquí; y tampoco me apetece dar un instante de fama a tan promiscua basura.
Aunque, desde luego, ocurre a diario. Columnistas brillantes, élite de prestigio sea cual sea su punto de vista político, pensadores u observadores sociales imprescindibles para la vida intelectual en este desdichado país de cultura y educación agonizantes, gente sólida, atrevida y necesaria como Manuel Jabois, Ignacio Camacho, Antonio Lucas, Edu Galán, Rafa Latorre, Juan Soto Ivars, Jesús García Calero, Jorge Bustos, Rosa Montero, Sergio Vila-Sanjuán, Karina Sainz Borgo, Raúl del Pozo y tantos otros que opinan, arriesgan y dan la cara, se ven a menudo en boca de esa chusma parásita que no les llega ni a la altura de la tecla. Acaban, con frecuencia, troceados y tergiversados por advenedizos incapaces de manejar discursos originales propios. Y así, la inteligencia y el prestigio ajenos se han convertido en abrevadero habitual de oportunistas mediocres, de opinadores analfabetos, de políticos demagogos y demás ratas de cloaca mediática.