Fenómeno. La saga de novelas del escritor Lee Child, para maratonear
¿En qué se parecen Jack Reacher, el personaje estrella de este escritor inglés, con Jaco Pastorius?
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Televisión y literatura. Ambas pueden ser adictivas. Si se dice de un lector que es voraz, también la TV y su propuesta de ver series de corrido puede comerse todo nuestro tiempo. Pero, ¿qué pasaría si encontráramos en los libros, un equivalente al binge-watching, ese fenómeno tan actual de darse “atracones” de series? Una lectura, actividad de tiempos casi opuestos a la urgencia de devorar cada nuevo capítulo, pero envuelta como una golosina cultural: rápida... pero exquisita y elaborada. Como las mejores series. Y qué sucedería si ese acto compulsivo (binge en inglés es «acto de consumo excesivo»), que ha cambiado para siempre a la TV y nuestra forma de verla, tomara por asalto, no ya a la industria librera (hecha de autoayuda, libros de cocina y para diseñar nuestras emociones), sino a eso que llamamos literatura. Un binge-watching, sin culpas ni ojos rojos al día siguiente. Con el papel impreso como toda pantalla. Y donde el famoso terror de perderse algo de lo que atraviesa la cultura (o FOMO, del fear of missing out), ya no precisara más app o enchufes que la energía de la concentración en leer.
¿Una posible respuesta? Jack Reacher. O, parafraseando el fenómeno del binge-watching: Reacher-reading. Que no es una hipótesis y que ya está sucediendo. Millones de copias vendidas en todo el mundo y traducidas a más de 40 idiomas prueban que la saga de las novelas del escritor inglés Lee Child son un fenómeno que llegó para quedarse. Si difícilmente la forma actual de ver series construye una comunidad de espectadores como en la TV de antaño (cuando todos esperábamos al mismo tiempo y con paciencia un nuevo capítulo) la adicción a las andanzas y azares de Reacher sí nos convierte en lectores hermanados. Casi estoicos: a raíz de una por año se editan y se aguardan impacientemente las traducciones de la editorial Blatt & Rios de las aventuras de Reacher, el ya famoso policía militar, centauro mitad cowboy, mitad detective, de 1,95 de altura, brazos como los de Popeye y 115 kilos de masa en movimiento, sin una pizca de crossfit.
De las dos películas basadas en las novelas y con Tom Cruise como protagonista, la primera es excelente y cuenta con el director de culto Werner Herzog como un imposible y agudo villano –aquí el alemán demostró que podría ser un próximo Joker, con su chispa criminal y antiamericana–. Y este año, por supuesto, llegará la serie. Reacher por Amazon Prime, que adaptará un libro por capítulos. Doble atracón y puro binge-Reacher.
Admiradores notables
¿Y de dónde viene y quién es Jack Reacher? Es, hace por lo menos dos décadas, uno de los personajes favoritos de Stephen King, tanto que lo leen sus protagonistas en dos novelas suyas. Un gesto que, tratándose del autor de Misery, parece más afectuoso y de fan que de chimento intertextual e intelectual. No solo un gesto: King y Lee Child son amigos y mutuos admiradores como queda demostrado en el imperdible video (buscar en YouTube) en el que el rey del suspenso entrevista al creador de Reacher en el Sanders Theater de Cambridge. Otros autores como George R. R. Martin (de la saga de Juego de tronos), Ken Follett o, por poner un ejemplo más cercano y excéntrico, César Aira, son defensores a capa y espada de la creación de Child. Todos comparten una devoción que se amplía cada día más en todo el mundo.
Con respecto a su autor, cualquier búsqueda en internet condensará que luego de trabajar toda su vida como productor de TV, Jim Grant se encontró letalmente desempleado de un día para el otro. Y que al poco tiempo encontró una resma de papel. Y empezó a escribir y a imaginar a Jack Reacher. No más Jim Grant, ahora su nombre artístico era Lee Child (jugada astuta para que su obra se ubicara entre la de Raymond Chandler y Agatha Christie en las estanterías de las librerías). O sea: sé tu propio Don Draper (el protagonista de Mad Men): deja atrás tu pasado, el cadáver aún humeante de tu viejo trabajo, cambia de nombre y ten un buen mensaje en la punta de la lapicera. Child lo había encontrado.
Luna azul, cosecha roja
Hay algo exquisitamente pulp en todas las novelas de la saga de Reacher traducidas por Blatt & Rios (cinco hasta ahora, de 25 que lleva escritas el autor). Pulp, como esas novelitas económicas de kiosco que dominaron la literatura para los recién iniciados en el alfabetismo desde el comienzo del siglo 20: western, acción, sexo, violencia, romance, thriller, noir, policial duro. Pero también algo muy pulp contemporáneo y cinematográfico: en Tiempo pasado, la antepenúltima novela editada en castellano, el slasher atraviesa la trama, con una pareja que es perseguida por maniáticos con machetes, sierras eléctricas o hachas. En la posterior, Mañana no estás, se desenvuelve una premisa de espionaje de guerra fría y conflicto oriental, pero con el espesor y la complejidad de una novela de John Le Carré. Como muy pocos, acaso como Quentin Tarantino, Child puede ser popular y sofisticado al mismo tiempo.
La nueva novela, Luna azul, no se queda atrás. Porque si hay algo además tarantinesco en el estilo del autor no está en la violencia (que la hay y a raudales, en coreografías de acción narradas con esa maestría, como aconseja Stephen King en Mientras escribo, narrada “palabra por palabra”), sino en los diálogos. Al comienzo, Gregory, el jefe de uno de los dos grupos mafiosos que controla una ciudad promedio estadounidense, va a visitar a su rival, Dino. Un hecho poco común y sospechoso, pero defendible porque el capo-mafia lleva “una oferta que no pueden rechazar”. El mensaje: estamos infiltrados por la policía. Vos “hacete cargo” de tus traidores, yo de los míos. ¿Verdad o mentira? A las pocas páginas llega Reacher para hacer la trama aún más espesa y caliente. A agregarle más sangre a una obra que ya desde su título homenajea a Cosecha roja de Dashiell Hammett, acaso la novela fundadora del hard-boiled, del policial duro y callejero. Pero la semejanza no acaba allí, a Child (que lee y leyó muy bien) no le interesan los guiños ingeniosos ni las citas de autoridad. Todo Luna Azul alude a la gran obra de Hammett gracias a tiroteos, emboscadas, persecuciones en auto y las manipulaciones de Reacher. Violencia y paciencia. Como un John Wick dirigido por Akira Kurosawa. Y por supuesto están los diálogos. Desde el Philip Marlowe de Raymond Chandler o los del escritor Elmore Leonard que no apreciábamos ese torrente de ironía y violencia, en el lenguaje y también sobre el lenguaje. El protagonista dialoga con su compañera:
—¿Les disparaste?
—Defensa propia.
—¿Cómo?
—Pestañaron primero.
—¿Están muertos?
—Quizás les tengamos que dar un minuto más. Depende de cuan rápido estén sangrando.
—Mataste a dos personas.
—Les advertí. Les dije que no lo hicieran. Todas mis cartas estaban sobre la mesa. Fue más como un suicidio asistido. Piénsalo de esa manera.
Y para sus ya célebres escenas de violencia motriz consideremos este fragmento:
“Sus propios cien kilos avanzando se encontraron con los ciento quince de Reacher moviéndose en la dirección opuesta en una ruptura colosal de energía cinética, cara contra puño, suficiente para levantarle los talones y hacerlo caer sobre el trasero, salvo que el piso no estaba ahí, por lo que el tipo cayó escaleras abajo con un salto mortal hacia atrás, una convulsa rotación completa, amplia y alta, y después se estrelló contra la pared de atrás en una salpicadura de extremidades. Como un choque de trenes”.
Ni una viñeta de Lucky Luke lo podría contar mejor.
Héroe del blues local
La traducción local no es un dato menor: nos garantiza el placer de la literatura, ahorrándonos los mejicanismos o españolismos que tantas veces detienen la lectura y que nos llevan a pensar que más que a un autor (alguien que imprime su estilo a su obra), estamos ante un traductor automático. En vez de desperdigar las traducciones de la obra de Child en diferentes intérpretes, la editorial, en una inteligente y arriesgada decisión, nombró a un único traductor para todo Lee Child, Aldo Giacometti, quien a medida que continúa su labor entrega traducciones cada vez más acabadas, en esa senda de traductores argentinos de misterio y policial que alberga exponentes como Poe por Cortázar u Horace McCoy por Rodolfo Walsh. Giacometti, en algunos casos, hasta traslada aliteraciones, como cuando describe a una mirada como “divertida, depredadora, desquiciada”. Los lectores, agradecidos.
Y aunque difícilmente pueda acusarse a Reacher de ser de izquierda o radical, Luna azul es, entre muchas cosas, un relato policial sobre los estragos y las angustias de un sistema de salud casi absolutamente privado y privatista como es en gran parte el norteamericano. Y sobre la prostitución con la que la mafia de Europa del este subyuga a las extranjeras recién llegadas a la tierra prometida. Lo cual demuestra otro de los valores del libro: reflejar, sin caer en didactismos o bajadas de línea, su tiempo presente.
El título, claro está, también hace alusión a la canción clásica de Rodgers y Hart. Pero más que reflejar la nostalgia por Audrey Hepburn cantando su versión, guitarra en mano en Desayuno en Tiffany’s, es la excusa perfecta para que el libro se explaye en páginas salteadas sobre blues, rock y swing. Y, sobre todo, para una descripción colosal en la mitad de la novela sobre cómo rematar a un hampón incrustándole un bajo eléctrico (un Fender Precision, precisamente) en la garganta. Reacher, como Jaco Pastorius, es punk y jazz. Anarquía con swing. O como lo describió el crítico Elvio Gandolfo, un héroe/detective americano con corazón inglés.