El artista argentino se dispone a inaugurar en el castillo de Chambord Desbordamientos, la muestra más ambiciosa de su carrera, que incluye una escultura inspirada en el maestro del Renacimiento
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La escultura de hierro se eleva al cielo como una espiral, en los jardines de Chambord: con cada nuevo giro, hasta llegar a ocho metros de altura, sus ramificaciones se expanden hacia los costados. Adentro del castillo, declarado Patrimonio de la Humanidad hace cuatro décadas, una estructura similar diseñada por Leonardo Da Vinci funciona como una particular escalera: quienes bajan y suben por su doble hélice pueden verse a través de ventanas, pero no cruzarse.
En el corazón de ese proyecto creado por el genio del Renacimiento, varios cuadrados de tela se inflan y desinflan a ritmo regular, como si respiraran también ese oxígeno del que dependemos todas las especies. “Es parte de la vida, continuar. Y es, creo, lo que representa mi obra: buscar vivir siempre”, escribe el artista argentino Pablo Reinoso desde París, donde se radicó en 1978. Después de haber intervenido con sus esculturas el palacio del Elíseo y el Jardín de las Tullerías, y de realizar proyectos similares en países como Gran Bretaña y Corea del Sur, se dispone a inaugurar Desbordamientos, la muestra más ambiciosa de su carrera.
Ese crecimiento desenfrenado al que refiere el título no es más que la fuerza de la naturaleza, que inspira todo su trabajo. Una energía que se hace cada vez más evidente mientras la humanidad parece mirar a un costado. Los restos de árboles con prótesis metálicas instalados en el parque cuidadosamente podado “a la francesa” –como el que participó en 2019 en Miami del programa Art Basel Cities: Buenos Aires- parecen recuerdos del futuro: son la cruda evidencia de que vivimos en un mundo amenazado por la guerra y la crisis climática.
Reinoso parece optimista, sin embargo. Su fe se refleja en más de 60 obras, entre las cuales se cuentan pinturas realizadas durante la pandemia -nueva faceta que expande su conocido trabajo como diseñador y escultor- e intervenciones con madera en las chimeneas del castillo. Confía en que comprenderemos esta poética pero clara señal de que nuestros recursos naturales son limitados, y que debemos aprender a cuidarlos antes de que se acabe –también- el tiempo.
Otro símbolo que se reitera es el de la salamandra, emblema de Francisco I y presente en todo el castillo que el rey construyó como pabellón de caza. Ahora, el artista recrea en algunas de sus piezas la figura de este animal anfibio, resistente al frío y al calor, y capaz de regenerar sus miembros. Una prueba más de que tenemos mucho que aprender de la naturaleza.