Objeto de culto. La silla icónica de los veranos de Mar del Plata, reversionada por la nieta de su creador
Venerada por diseñadores e historiadores, tuvo su propio homenaje en el Museo MAR, y en 2009 fue declarada Patrimonio Histórico, Social, Artístico y Cultural de Mar del Plata
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Primero fueron los toldos. Rústicos pero resistentes, impulsaron la aparición de las carpas donde la burguesía argentina se reparaba del sol. Mar del Plata era un imán para la aristocracia que llegaba ataviada de pies a cabeza para disfrutar la brisa del mar. Los bañistas de entonces debían acatar un reglamento estricto y cambiarse los atuendos en casillas de madera. Nacía en 1913 la rambla de La Bristol, indiscutible dueña del verano, testigo de la historia de las vacaciones que marcaron a fuerza de viento y arena varias generaciones de argentinos.
Sin embargo, una silla de mimbre de autor anónimo conquistó la memoria emotiva de millones de veraneantes. Sólida, apilable, con identidad propia, la silla Bristol –también conocida como la silla Mar del Plata– es parte del ADN de La Feliz. La responsable de marcar el pulso de cientos de temporadas que ya se transformó en ícono. Hoy es un objeto de culto. Venerada por diseñadores e historiadores, tuvo su propio homenaje en el Museo MAR, en la muestra “Me siento en Mardel”. Y en 2009 fue declarada Patrimonio Histórico, Social, Artístico y Cultural de Mar del Plata.
Sin embargo, los orígenes de esta pieza que está impregnada de ceremonias rituales están borrosos, igual que las fotos sepia que atestiguan su protagonismo. Desde Punta Iglesia a Las Toscas, desde Playa Popular a Torreón del Monje, pero sobre todo, en Playa Bristol, la silla dejó una huella indeleble que ni las reposeras modernas de caño de aluminio pueden borrar.
El mimbre como material dominante, el entretejido artesanal que recorre las curvas y se afianza en el asiento y los apoyabrazos. Gestos presentes en los balnearios de la costa que se remontan al saber hacer de los trabajadores del puerto, mimbreros franceses y uruguayos. En sus tiempos libres, según coinciden las investigaciones, realizaban estas sillas a modo de changas.
Corría 1912, un año antes de la inauguración de la escollera Sur, en Cabo Corrientes, oficialmente llamado Puerto de Mar del Plata. Ya en la Rambla Lasalle, que antecedió a la Bristol, los acaudalados veraneantes descansaban, leían y contemplaban el horizonte sentados en estas sillas de mimbre. Así lo consigna el Archivo Museo Histórico Municipal Roberto T. Barili de Mar del Plata.
Las dos familias cesteras que se dedicaron a tejer, producir, distribuir y mantener estas estructuras emblemáticas fueron los Cano, al frente de La Obrera, la cestería que desde 1938 hasta su cierre, en 2014, mantuvo el oficio en la esquina de Av. España y Av. Rivadavia. La familia de Jaime Ortells también fue clave en la historia, desde 1926, al frente de El Canastero de la Costa, el clásico local con una canasta gigante en su fachada. Según el relevamiento, la comparación y la búsqueda de información que impulsó el blog Fotos Viejas de Mar del Plata, los Ortells fueron pioneros en la ciudad.
Los Cano también se suscribieron a la transmisión de técnicas, trucos y procedimientos. Reynaldo Cano, inmigrante español, aprendió a tejer el mimbre en el Tigre y llevó su saber a Balcarce, hasta que desembarcó en Mar del Plata. En los talleres de La Obrera las varillas de mimbre se moldeaban hasta lograr la flexibilidad requerida para transformar la fibra vegetal en Silla Bristol. El catálogo de productos se amplió con sillones, canastos de todos los tamaños, muebles y lámparas.
El éxito fue rotundo: los pedidos de sillas llegaban desde los balnearios vecinos, Villa Gesell, Santa Teresita y Pinamar, entre otros interesados en equipar sus instalaciones con la silla elegida para inmortalizar las vacaciones en fotos blanco y negro. El color de las sillas, y de los rollos fotográficos, llegó mucho después. Salían partidas de sillas blancas, en su gran mayoría, pero también rojas, azules y verdes, de acuerdo al cliente, y al balneario que identificaba su mobiliario con la elección de la paleta.
Para garantizar su durabilidad y evitar que el viento y el agua de mar deterioraran la estructura se aplicaba esmalte sintético mezclado con aceite de lino, una fórmula resistente también al sol y a la arena. La silla que se incorporó al paisaje también trascendió a la pantalla grande cuando el 24° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata recurrió a sus líneas icónicas para transformarla en, 2009, en el logo del evento.
Ocho años después del cierre de La Obrera, la nieta de Miguel Cano recuperó la tradición familiar con una vuelta de tuerca. Paz Cano, diseñadora industrial que aprendió la técnica milenaria, reversionó la silla Bristol. Al nuevo modelo inspirado en la silla original lo llamó Rambla. La pieza de autor ya tiene destino de ícono: integra el acervo de la Fundación IDA (Investigación en Diseño Argentino) y ganó varios premios. Entre ellos, el del Fondo Nacional de las Artes y el Sello Buen Diseño, la distinción oficial que otorga el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación a los productos de la industria nacional que se destacan por su innovación, por su participación en la producción local sustentable, por su posicionamiento en el mercado y su calidad de diseño.
Paz se crió entre cestos de mimbre, canastas y bandejas. Su abuelo Miguel le enseñó a dominar punzones y pinzas, a doblar y atar el mimbre. El proceso la marcó para siempre y la silla quedó grabada en la memoria emotiva de Paz. La nena que se sentaba en alguna de esas para esperar a que su abuelo la llevara a la heladería hoy es la diseñadora industrial que creó una versión aggiornada con estructura de hierro, tecnología 3D y textiles antimanchas. Las cuatro curvas en forma de arcos que se entrelazan remiten al gesto que caracteriza la silla original, una solución de diseño que desarrolló Paz Cano junto a su pareja, Santiago Rolón. Juntos cerraron un círculo familiar cargado de homenajes. Porque el abuelo de Santiago, fotógrafo que retrató en el paseo de la Rambla a las familias que vacacionaban en Mar del Plata, también forma parte de esta trama que se sigue tejiendo a metros del mar.
Los diseñadores recibidos en la Universidad de Mar del Plata refrescaron sus líneas y mantuvieron intacto el espíritu veraniego. “Se convirtió en un objeto de culto, un símbolo de las vacaciones. No tuvimos dudas en hacerle el homenaje que se merecía. Teníamos las herramientas y también las vivencias”, señala Paz desde su casa de Mar del Plata, en plena obra, ya que en pocos días se transformará en estudio.
La silla tuvo su minuto de fama este año, cuando el Museo MAR organizó una muestra para celebrar la trayectoria de la pieza original, a cargo de Franco Chimento y Max Rompo. Paz y Santiago explicaron allí el proceso constructivo de Rambla, y la silla ya forma parte del mobiliario del café del museo. “Se venden como íconos, a la gente le gusta tener en su casa un objeto que forma parte de su ritual veraniego”, explican los diseñadores que se conocieron mientras cursaban la carrera en la Universidad de Mar del Plata.
Rambla es el producto estrella del estudio de diseño de mobiliario que también desarolla mesas, sillones, percheros y luminarias. “Nuestros proyectos toman cuerpo a partir de una búsqueda constante de calidad, donde materiales, emociones y terminaciones se conjugan para lograr el equilibrio”, resumen los proyectistas.
Al tiempo que La Feliz se transformaba en el punto neurálgico del turismo masivo, la cestería La Obrera ampliaba su red de clientes. “Muchos le pagaban a mi abuelo con temporadas de carpas en distintos balnearios, pasábamos muchos veranos en familia”, recuerda Paz. Y revela que su abuela Irma fue quien transmitió detalles del legado familiar, ya que supo estar detrás del mostrador durante años. “Ella nos prestó varias sillas originales, piezas clave que nos sirvieron para estudiar referencias y tomar medidas”.
Rambla, la silla con gesto propio, revalida su lugar en el podio de objeto de culto desde el legado familiar que retomó Paz, la nieta que eligió seguir tejiendo historias a partir de los recuerdos. Recuerdos de su abuelo, del perfume del mimbre mojado, y de las horas que pasó sentada en la silla Bristol, la pionera, la que forma parte del imaginario y es sinónimo de Mar del Plata.