Nunca lo patentaron. Cuál es el objeto de diseño argentino más copiado en el mundo
En distintos formatos y materiales, las copias emulan al diseño original surgido en la década del 30
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Sitting, African Chair, Butterfly, Continuo, Argentino, Pampeano, Latino, Bonet o Hardoy... Así se fue llamando a lo largo del tiempo al diseño argentino más copiado de la historia. Tan popular que dio la vuelta al mundo, su verdadero nombre refiere a las iniciales de sus creadores, tres reconocidos arquitectos que nunca registraron su autoría. En cuero, en lona, en jean, en arpillera o en cualquier otro material, la silla BKF es un emblema nacional que trascendió las fronteras. Nunca patentada, desde su creación fue copiada en distintas partes del mundo. En diversos formatos, emulan al diseño original surgido en la década del 30.
En una época en la que la arquitectura clásica estaba dando espacio a formas más modernas en las que el ornamento empezaba a estar de más, el mobiliario seguía las líneas tradicionales. En ese contexto, Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy dieron forma a una silla que entonces sería disruptiva y que en los años posteriores sería reproducida tantas veces que hoy devino un clásico entre los diseños.
“Se hace en el 38, es una pieza de la década del 30. Sus autores son tres integrantes del Grupo Austral, grupo de arquitectura basado en la arquitectura moderna -integrado, entre otros, por Mario Roberto Alvarez, Amancio Williams y Federico Peralta Ramos- que miraba a Le Corbusier y al Congrès International d’Architecture Moderne (Ciam, Congreso Internacional de Arquitectura Moderna).
Tres de los discípulos del famoso arquitecto de origen suizo considerado uno de los mayores referentes de la arquitectura moderna -Antonio Bonet, Juan Kurchan y Ferrari Hardoy- crearon esta pieza. Es un asiento con una estructura de hierro y lona o cuero. En esa época la postura ergonómica era muy recta, de noventa grados, muy del sillón y de la silla. El sillón BKF propone una ergonomía muy informal donde uno puede estar tirado arriba”, explica a LA NACION revista Wustavo Quiroga, Investigador de diseño y presidente de la Fundación IDA (Investigación en Diseño Argentino). En algunos de sus proyectos, Le Corbusier recurrió a recursos regionales para hacerlos parte de una arquitectura moderna. Eso mismo ocurre con el BKF, que, por medio de recursos locales, se convierte en un emblema entre los muebles modernos.
El primer lugar donde se adoptó la BKF fue en los ateliers de Suipacha y Paraguay -o Ateliers para artistas-. Allí este sillón fue parte del equipamiento. “Es muy interesante porque ahí aparece el usuario, que son los jóvenes artistas. Los modernos hacían construcciones muy racionalistas y puristas. En ese momento, el mobiliario era clásico, limpio y purificado en cuanto a la ornamentación, pero no planteaba una ergonomía distinta. El BKF rompe con todo eso e invita a tirarse arriba del sillón. Es super limpio en cuanto a estructura y muy elemental en cuanto a recursos. Se trata de una tecnología, si se quiere, básica. Estamos hablando de un herrero y de alguien que trabaja el cuero. De repente, con oficios muy elementales, se crea una pieza de gran calidad”, sintetiza Quiroga.
En 1940 los arquitectos presentaron este mueble en el 3° Salón de Artistas Decoradores y obtuvieron el 1° premio. A partir de ese premio, el MOMA lo incorporó en su colección en 1941. Desde entonces, la firma norteamericana Knoll empezó a producirlo. Al no tener patente, se comenzaron a realizar copias sin autorización y en California el BKF se hizo icónico. Pero, con otros nombres: lo denominaron sillón Safari o Butterfly, entre otros nombres.
En España, en tanto, se lo conoció solamente como Bonet o Ferrari Hardoy. “Nunca termina llamándose BKF en otros lugares. Este boom de copia que sucedió en California -uno de los polos de expansión de la cultura internacional- hizo que se popularizara a nivel internacional. Entonces, la BKF, con diferentes variables, pasó a ser una de las piezas más copiadas, más por el efecto de Estados Unidos que por lo que se produce en Argentina”, afirma Wustavo Quiroga.
Martín Huberman es un arquitecto crítico respecto al devenir del BKF. “La difusión del sillón fue exponencial, pero a través de copias sin autorización. La industria de la copia integró al BKF a la cultura popular, sellando su trágico final como modelo firmado y privando a sus autores de todo tipo de reconocimiento internacional. Al borrar las siglas de sus autores se borró el verdadero origen del sillón y los trazos que lo hicieron único”, resume Huberman, director del Estudio Normal y de Galería Monoambiente.
A partir de la popularidad que ganó en California, la BKF se propagó en el mundo, ya con distintos nombres. En nuestro país el mueble se siguió produciendo por la firma Six (de la que formaba parte Juan Kurchan) y por el Grupo Charcas. Celina Aráuz de Pirovano, su directora, era una de las grandes difusoras de la decoración en el país. “En la Argentina va a estar siempre muy presente la BKF en los ámbitos de la decoración y del diseño, aunque sus creadores nunca la patentaron. ¿Por qué no lo hicieron? Yo tengo distintas hipótesis. Una es que son tres autores que realizaron muy pocas producciones juntos. Creo que, quizás, no acordaron entre los tres patentarla. La otra cosa que podemos pensar es que se haya patentado en algún lugar y las patentes son regionales. Entonces, si lo hacés en la Argentina, en Paraguay la podés estar fabricando. La silla se produjo en varios lugares, como España, París y Estados Unidos”, reflexiona el presidente de la Fundación IDA.
En Francia, Raoul Guys era el director de la revista La arquitectura de hoy (L’Architecture d’aujourd’hui), y editaba muebles modernos. Entre ellos, editó la BKF que se empezó a producir entre los 40 y 50, con el nombre de silla Style AA. “Raoul Guys la hizo desarmable, en caño con conectores en vez de la barra maciza de la que estaba elaborado el original. Es un sistema en el que la BKF se desarma y uno después la puede encastrar. La BKF tuvo muchas modificaciones más. Por ejemplo, para campamento está la BKF como abisagrada, lo que permite cerrarla y abrirla”, añade el investigador.
Según el directivo de la Fundación IDA, a veces la copia viene de un ejercicio evolutivo. Cuenta que se dice -aunque las familias de los autores del diseño nunca lo plantearon así- que la BKF es una evolución de la Tripolina, un asiento plegable de origen inglés que comenzó a producirse en serie en Italia, que se usaba para safari o campamento. Parecida a la BKF, pero articulada, tiene una similitud formal bastante cercana pero no es igual.
“Nosotros le preguntamos a la familia de sus creadores si la BKF deviene de la Tripolina y ellos dicen que no, pero quienes estudian la evolución del mueble dicen que hay una relación directa. Ahí nos pusimos a pensar que muchos de los muebles modernos vienen de muebles populares. Por ejemplo, el sillón de Amancio Williams, es una versión moderna de un mueble popular. El reversiona la silla Safari, que es un asiento desarmado que se ensambla en el lugar y encima se estiran unos cueros. Hay una tendencia en los arquitectos modernos de tomar muebles populares que son de mucha data, y volverlos actuales o contemporáneos”, detalla.
Es el mismo caso de la silla W, de César Jannello, de fines de los 40: durante la construcción de la Casa del Puente o Casa sobre el Arroyo, de Amancio Williams y Delfina Gálvez, en Mar del Plata, Jannello toma unos hierros de obra con los que construye una nueva silla. “El escribe que esa silla es la estilización del BKF convertido en silla. Pero hace una variable: la estructura del BKF está soldada. La que hace Jannello es una monobarra continua, sin soldaduras. Solo la barra dibuja la estructura y funciona por calce. No tiene nada que ver con la BKF, pero deviene de ella”. Más acá en el tiempo, la BKF 2000 By Doberti& Rimoldi es una nueva versión realizada en cemento, que expresa una síntesis volumétrica del sillón original. Manifestación contemporánea simple y rigurosamente fiel, fue también muy copiada.
En la actualidad, Martín Huberman llevó las formas de la BKF a la arquitectura, por medio de una interpretación que se llama BKF+H, donde, a partir de la estructura de la silla, creó sistemas arquitectónicos. De esta manera dio forma a una instalación llamada Cocoon, que desarrolló el Estudio Normal en el Festival de Coachella, en abril de este año. El arquitecto materializó de esta manera un “escultural reclamo de la narrativa del origen de la silla BKF en el contexto en el que fue adoptada como Butterfly”.
Martín Huberman explica el desarrollo de la instalación: “Esta investigación es un ejercicio sobre original y copia. Para nosotros, una silla copiada deja de ser silla. La estructura entonces se convierte en módulo y así nace el sistema constructivo. La primera pieza, hecha con dos BKF, fue lámpara. Que por simple sumatoria de módulos devino en arco. El arco, por repetición construyó un túnel que al cerrarse dio vida al aro. Y el aro colgado fue una nueva lámpara pero que definía un espacio ¿Será posible repetir el aro hasta hacer una torre? En el 2012 propusimos una torre de BKF en un concurso de esculturas para el espacio público. No ganamos. Pero el tiempo y nuestra perseverancia hicieron que la torre se reencuentre con su destino público. Recién entonces la imaginamos vestida con una piel vegetal y así volvimos a la escala hogareña de la mano de una pérgola invadida por flores, eterna y variable, como una ruina. Esa es la trágica belleza de un lenguaje inspirado en una copia”.
Lo cierto es que aún hoy se siguen copiando sillas BKF en el mundo, con distintos materiales y con variaciones en su forma, gracias a la ausencia de un registro de autor. “Hay una idea de que la copia es mala. Hay que mirar el tema desde varios ángulos. La copia es mala si miramos el aspecto comercial y de registro de ganancias. Pero hay otro punto de vista y es que la copia amplía la difusión. Si el mismo autor tiene que vender solamente sus piezas, es probable que su rango de distribución sea más acotado.
En estos casos, el hecho de que existan muchas copias amplía la difusión y legitima a la original. Tal vez las nuevas copias tengan evoluciones y, en vez de ser copias literales, sean copias evolutivas: si la ergonomía no estaba buena, se le hace una adaptación. También se puede pensar en versiones que nacen de la original. La BKF plantea una estructura con un cuero que calza y de eso han salido después banquetas o mesas. No hablamos del mismo sillón, pero a partir de esas lógicas compositivas devienen otras piezas”, analiza Quiroga.
Los años pasaron, pero, desde su creación hasta hoy el asiento sigue produciéndose, con las más variadas transformaciones que se sucedieron en el tiempo. “Nosotros pensábamos que había una BKF original, pero, en realidad nos dimos cuenta de que la BKF es casi una saga o una secuencia de adaptaciones de diseños que, a simple vista, parecen iguales, pero no lo son. Siempre son adaptaciones. Todo el tiempo se está modificando levemente o cambiando algo”, acota Wustavo Quiroga.
Según el investigador de Fundación IDA, no hay nada que se invente desde cero, sino que se trata de distintas secuencias que se suceden. “Tal vez a lo que llamamos invento, para diferenciarlo de la copia, es cuando uno logra cruzar dos o tres aspectos muy distintos o cuando se cambian de ámbito. Pero, en general todo deviene de otra cosa. Nosotros no estamos a favor de la copia, pero entendemos que hay que analizarla desde un aspecto mucho más amplio. Ricardo Blanco, arquitecto que fue un estudioso de las sillas y del mobiliario, dice que la silla W estructuralmente es muy superior a la BKF porque es una barra doblada. En cambio, la BKF es una barra doblada y soldada. De un lugar se llega a otro muy distinto, pero es una misma evolución de pensamiento”, concluye.