Nueve reinas. La historia de las joyas heredadas que se dividieron en nueve para unir a una familia
El valor económico de las joyas es el más evidente. Sin embargo, está el otro, el afectivo, el más subjetivo y, tal vez, el más preciado en los casos en los que una alhaja se pasa de generación en generación o cuando es un regalo recibido de una persona cercana o especial. Aniversarios y nacimientos son las ocasiones en las que, tradicionalmente, se obsequian joyas especialmente seleccionadas y que permanecen como recuerdos de por vida. De abuelas a madres, de madres a hijas, los tesoros familiares van pasando de generación en generación con sus historias personales.
Ese espíritu guió a las nueve reinas, nueve mujeres de una misma familia que quedaron enlazadas por las joyas familiares. Se trata de Julia, sus seis hijas y sus dos nueras que quedaron para siempre unidas a la suegra de Julia y abuela de las chicas. La abuela, antes de fallecer, dispuso que un prendedor de oro macizo, al que luego se sumó otro igual y un collar de perlas cultivadas, se convirtiera en nueve piezas de joyería totalmente nuevas e iguales. Una para cada reina. “La suegra de Julia había fallecido el día del casamiento de un hijo y nieto varón, en plena pandemia y, por voluntad de ella, trajeron a Testorelli las joyas que le había dejado, para diseñar nueve anillos iguales, con una perla en cada uno. Para nosotros fue muy movilizante hacerlo porque conocíamos la historia y nos emocionó. Sabíamos que, con esas piezas, la abuela se quedaría con las mujeres de la familia”, revela Miriam Testorelli, cuarta generación y bisnieta del creador de la joyería que lleva su apellido.
“Las joyas de las mujeres se mantienen en la familia y, por eso, se pasan a las hijas”, agrega a LA NACION revista. Casi como una verdad revelada, es la frase familiar que siempre resonó en su hogar. La joyera se la oía decir a su madre cuando era chica y, más tarde, ella misma se la repitió a su propia descendencia. Es que anillos, pulseras, collares y colgantes pasan a ser, a pesar de la luz y del peso que irradian las piedras y los metales, el nexo invisible que une, muchas veces, a quienes ya se fueron con quienes permanecen, guardianes de sus antiguos tesoros.
El prendedor de la abuela había sido, a su vez, de la abuela del marido de Julia, que le había dejado uno igual a ella antes de morir. Entonces, “mi suegra y yo teníamos dos prendedores iguales. Antes de morirse, ella repartió lo que tenía y me dio el suyo para que hiciera algo para que les quedara a mis hijas. También me regaló un collar de perlas de tres vueltas. Yo no lo iba a usar. Entonces, junté los dos prendedores y el collar para que mis hijas tuvieran un recuerdo de su abuela”, cuenta la protagonista de la historia. Del collar se usaron nueve perlas para los nueve anillos. Con las que quedaron la idea de Julia es, el día de mañana, armar el mismo anillo para sus nietas. “Mis hijas la querían mucho a su abuela y ahora tienen un recuerdo de ella”, afirma emocionada.
Con una inseguridad en aumento y con una mayor informalidad a la hora de vestir, no serían muchas las ocasiones de usar las vistosas joyas que Julia había recibido. “Yo soy una persona práctica. Si no lo uso, me da cosa. Entonces preferí juntar todo para hacer algo menos importantes, pero que se pudiera usar”, reflexionó. Sin embargo, no se trata de una persona indiferente a la belleza de las alhajas. Todo lo contrario. “Yo a los doce años me paraba a mirar los anillos de las vidrieras de las joyerías. Cuando tuve joyas me parecieron demasiado, imposibles de usar. Por eso, todo lo convertí en menos de lo que era, pero con la idea de obtener algo que fuera usable. El anillo es sencillo y mis hijas se lo ponen muchísimo. Si hay un evento familiar, nos mandamos un mensaje entre todas para recordarnos de llevarlo”, añade.
De diseño limpio, el engarce de los anillos consigue resaltar aún más las perlas. Pero no fue una tarea sencilla llegar al resultado final. “Las perlas, cuando están en un collar, están perforadas de los dos lados para que pase el hilo. Esto no es lo ideal para montar en un anillo. Entonces, se diseñó un modelo que toma la perla desde los dos orificios y desde ahí se completa el diseño”, explica Testorelli. Una vez acordado el modelo, llevó varias semanas de trabajo porque todo se realiza a mano. Cuando fueron entregados los nueve anillos, las nueve reinas hicieron una ceremonia en la que agradecieron a su abuela por lo recibido y expresaron que, de esa manera, las iba a acompañar siempre.
“En tantos años de trabajo, tuvimos la suerte de acompañar varias situaciones en las que las joyas se instalan en el centro de los afectos”, asegura Miriam Testorelli. Hace treinta años, se acercó a la joyería una familia cuyo hijo se estaba por consagrar como sacerdote. Entonces, cada miembro aportó alguna pieza o hasta pedazos de algo que se había roto, para fundir todo y destinarlo al interior del cáliz que le regalarían. Allí grabaron los nombres de cada familiar. “Fue muy lindo hacerlo. Te transmiten la idea y te emociona. Fue una forma de acompañar la consagración a Dios en la que va la familia de la mano”, reflexiona la joyera.
En otra ocasión, el destinatario del regalo fue un astro mundial: nada menos que Diego Armando Maradona. “Hicimos un dije con forma de libro anillado, en oro. Se lo regalaba Claudia. Cada hoja tenía la fecha de algún hito deportivo o personal de su vida. La idea fue de Claudia y nosotros la llevamos al metal. Fue hace alrededor de 35 años”, relata Testorelli. En este caso, fue claramente posible materializar el deseo del cliente. Pero, “muchas veces, la idea con la que llegan a la joyería no se puede llevar a la práctica. En esos casos, “se ofrecen alternativas para llegar al resultado que quieren”, asegura.
Ordenar las ideas y llevar a la práctica piezas de valor afectivo requiere de una cabeza fría capaz de interpretar y de planificar los diseños. Sin embargo, la misma joyera se vio en la situación de ser, al mismo tiempo, parte interesada y ejecutora de objetos con un gran valor afectivo. “Cuando falleció mi esposo tenía las dos alianzas y yo me resistía a usar las dos juntas como suelen hacer las viudas. Entonces, pensé en hacer algo que implicara todo lo que vivimos juntos y la familia que formamos”, recuerda Miriam Testorelli.
Fue así que, con los dos anillos de platino diseñó una llave para llevar colgada de una cadena. “La empuñadura, con las dos iniciales -M de Miriam y E de Eduardo- forma un corazón y tiene 25 diamantes, que son los años que estuvimos juntos. Y la parte de abajo, que sería lo que se introduce en la cerradura, contiene cinco diamantes, que son los hijos que tuvimos”, describe. Así, el conjunto significa, para Testorelli, el tiempo y el espacio que la pareja estuvo unida. Madre de cinco, solo una es mujer. Como un resumen de la historia familiar, la llave el día de mañana va a ser para ella y, en un futuro, para la hija mujer que tenga. Sino, para una hija de algún hermano.
Luego del fallecimiento de su marido, Testorelli también se encontró con objetos que le habían pertenecido y decidió darle un par de gemelos a un ahijado de él. “El me adoptó a mi de madrina y el día que se recibió me dijo: “Lo tengo conmigo a mi padrino” porque tenía puestos sus gemelos. Entonces advertí, una vez más, cómo se trasciende con una pieza de joyería”, cuenta la joyera emocionada.