Nueva era. La coronación de Carlos III: un respaldo sin distinción de clases
Las razones detrás del amor por la monarquía que demuestran los sectores populares británicos
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LONDRES.- Carlos recuerda cuando su madre fue coronada reina, después de la muerte de su abuelo, Jorge VI; fue en 1953 e Isabel II tenía sólo 25 años. Los miembros de la élite política y económica estaban preocupados por la nueva carga que Lilibet tendría en sus espaldas; “¡Es apenas una niña!”, gritaba el primer ministro Winston Churchill.
El pueblo británico sufría la posguerra y la Gran Depresión, y se veía forzado al racionamiento de comida, al desempleo masivo, a la angustia. Sin embargo, este pueblo quería celebrar algo que fuera suyo; la coronación de una mujer joven, esbelta, enérgica y amable ofrecía un horizonte, un futuro heroico, una esperanza, una idea de que todo iría cada vez mejor. Una lectura de los periódicos de aquellos años –1952, 1953– permite ver el cambio en el humor social del Reino Unido gracias al ascenso de Isabel II. Las muestras de apoyo popular eran totales. La decisión fue realizar un evento extravagante y ostentoso a pesar de la austeridad de la posguerra; hubo plumas, pieles, himnos y trompetas.
La idea de la monarquía es inevitablemente conservadora. Sin embargo, la Reina Isabel no fue reaccionaria, y gracias a diferentes factores logró que la familia real no desapareciera del escenario británico, sino que disfrutara de niveles de apoyo envidiables para cualquier político. Según la encuestadora YouGov, Isabel II tenía un 80% de imagen positiva cuando falleció, el 8 de septiembre de 2022. Según la encuestadora Ipsos Mori, sólo el 18% de los ciudadanos del Reino Unido quiere deshacerse de la monarquía. Desde los años 60, esta cifra se mantiene: más de tres cuartas partes de la población quiere que el Reino Unido siga siendo una monarquía.
Durante el reinado de Isabel II, el más largo de la monarquía británica, pasaron 15 primeros ministros, 14 presidentes de los Estados Unidos y siete papas. Su presencia se caracterizó por ser firme y sensible. La idea de que para ser creída debía ser vista (“I must be seen to be believed”) fue fundamental. El evento de la coronación de Carlos III, junto a los 62 mil almuerzos durante el domingo con su big lunch en todo el país, y con los 20 mil espectadores en el concierto de Windsor al ritmo de Katy Perry, expuso lo evidente: la política también es una puesta en escena.
Pero la familia real se ha caracterizado por estar presente en momentos significativos para la población, y allí se empieza a explicar gran parte del apoyo de los sectores populares, más allá de toda ostentación. Llegó a tragedias y a episodios oscuros antes que los políticos. Cuando en Liverpool ocurrió la mayor tragedia deportiva (en 1989), con 97 muertos en un estadio de fútbol, Carlos fue al hospital a ver a familiares de las víctimas; cuando la policía mató a Mark Duggan en Londres (2011), los políticos fueron abucheados en el lugar (entre ellos Boris Johnson, entonces alcalde de Londres); en cambio, Carlos supo escuchar y fue bien recibido por los jóvenes que protestaban. Cuando aconteció el incendio de las torres de Grenfell (2017, con 72 muertos), símbolo de división social –porque era un edificio construido por el Estado, donde vivían en su mayoría inmigrantes y familias de bajos ingresos–, la reina fue a ver a los sobrevivientes y familiares de las víctimas. Su presencia fue importante.
Y en tiempos donde crecían en el mundo los populismos de derecha que hacen de la xenofobia un elemento central de la autoestima nacional, la reina cultivó una dimensión más humana; no tuvo prejuicios raciales, más allá de lo que digan Hollywood y Meghan Markle; sirvió como un símbolo de inclusión, visitó cada rincón lejano del Commonwealth, celebró la integración de niños inmigrantes en las escuelas de Londres y, en 1986, según el New York Times, tuvo una pelea dura con Margaret Thatcher, porque la reina quería imponer sanciones a Sudáfrica por el apartheid, y Thatcher se oponía.
Alguien que piense que los millones que corearon en las calles los nombres del rey Carlos III y de la reina Camila la semana pasada son únicamente personas que piensan que Dios eligió a una sola familia para representarlas, se está perdiendo una parte importante de la realidad. “Escribir la ideología formal de la monarquía es anularla. Requiere una creencia excesiva en la jerarquía que es sencillamente intolerable para la mente moderna”, escribe el periodista político Andrew Marr.
Laboristas y obreros
“Los capitalistas son nuestros enemigos, no la monarquía”, escribió el primer ministro Clement Attlee en el diario The Observer, en 1959. Para el líder laborista, la presencia de la familia real ayudaba a legitimar cambios y reformas sociales, como la nacionalización de empresas públicas, la creación del servicio público de salud –el NHS–, la expansión de la educación pública. La mayoría de los miembros de su partido y gran parte de la clase obrera británica vieron que la reina apoyaba estos cambios. La ventaja de contar con un monarca constitucional, un representante general del pueblo y no sólo de un sector, le da legitimidad a los gobiernos y ayuda a imponer medidas que hubieran podido ser resistidas por sectores de la élite económica. Quizá, esto explique que la monarquía esté presente en países sin un gran historial de convulsiones internas e interrupciones democráticas; donde el socialismo democrático progresó, como en Noruega, Suecia y Dinamarca. La monarquía ha servido de símbolo de legitimidad y de estabilidad política que permitió sus grandes reformas sociales. Por eso, los líderes laboristas Clement Attlee, Harold Wilson y Tony Blair siempre fueron acérrimos monárquicos y tuvieron una muy buena relación institucional y personal con la reina.
Una sola vez en toda su historia el partido laborista desarrolló una votación institucional sobre el futuro de la monarquía, en la conferencia del partido en 1923. “¿Estás de acuerdo con abolir el principio hereditario de la Constitución británica?”, fue la pregunta. Finalmente, la moción fue abrumadoramente derrotada por 3.690.000 votos contra 38.000. George Lansbury, líder de izquierda del laborismo, dijo en esa conferencia: “Son los capitalistas los que hacen pobre a la gente, no el Rey”.
Este vínculo de la familia real con el partido laborista y el movimiento sindical y obrero explica que Attlee haya llorado la muerte del rey Jorge VI y haya apoyado con fuerza a la reina Isabel II. Y que los líderes laboristas Keir Starmer, Ed Miliband y Neil Kinnock, y los exprimeros ministros laboristas vivos, Tony Blair y Gordon Brown, asistieran y celebraran su adhesión al Rey Carlos III, cantaran el himno y gritaran “¡Dios salve al Rey!”. Puede parecer exagerado describir a la familia real como una figura anticapitalista, pero, en el Reino Unido, la corona ayudó a que el statu quo se transformara; por eso, su apoyo suele ser mayor en los sectores obreros. Andrew Marr explica que a las clases medias de las ciudades grandes les gusta sentirse superiores a las clases populares, pero la Corona iguala a los empresarios con los mineros y con los trabajadores industriales.
Según la consultora British Future, dos tercios de la clase trabajadora respaldan a la familia real y piensan que puede unir al país; asocian a la familia real con los valores culturales que suelen apreciar: patriotismo, tradición, deber, estabilidad social.
La impresión de Mirshad Ahani, de 27 años, que está por recibirse de abogado, es que la mayoría de la clase trabajadora del Reino Unido, sobre todo la de más edad, es firme partidaria de la monarquía. “Las generaciones mayores dan mayor peso a la idea de que la familia real forme parte de su identidad o ‘sentido de lo británico’”, le dice a la nacion. Gary Smith es un trabajador de 60 años que vive en Wigan, a 20 minutos de Manchester; trabaja como encargado de mantenimiento en hospitales y explica: “La gente mayor tiende a estar a favor de la monarquía mientras que la gente joven, probablemente, piense que están pasados de moda. Algunos jóvenes están en contra de la familia real por el costo de vida, preferirían que los gastos de la coronación y los gastos corrientes de la familia real se usen para mitigar la crisis económica”.
Donna, de 60 años, trabaja como administrativa en el servicio nacional de salud: “Tengo muchos recuerdos a lo largo de los años de nuestra hermosa reina. Estoy a favor de la monarquía, y respeto a la familia real. Carlos ha tenido un buen modelo en su madre, la reina Isabel, y también la princesa Ana, Eduardo y Sofía son muy buenos modelos. También estoy a favor de los miembros más jóvenes de la realeza, especialmente William y Kate. Decidí ver la coronación porque me gusta la pompa y formar parte de nuestra larga historia”.
Emily Powell, de 27 años, que trabaja en una Tech Company, habla con la nacion en el parque Primrose Hill: “El sentimiento monárquico parece atravesar las divisiones de clase en el Reino Unido. Para mucha gente de la clase trabajadora, la monarquía está profunda y emocionalmente arraigada como símbolo cultural y ligada a las ideas de britanidad (Britishness). Es paradójico, porque la monarquía refuerza el sistema de clases y la falta de igualdad en el Reino Unido”.
Ben nació y creció en Kent, tiene 25 años y trabaja como coordinador de profesores de escuelas de Londres. Sus padres son de clase trabajadora. “Existe una brecha generacional –dice–: los jóvenes son más propensos a estar en contra. Es legítimo preguntarse por qué sectores más pobres de nuestra ciudadanía, como familiares que tengo en Kent, sienten un cariño especial por una familia aristocrática, bendecida con la riqueza y el privilegio con el que ellos sólo podrían ver en los sueños. Ven a la monarquía como una de las pocas cosas de su país de las que alguna vez estuvieron bastante orgullosos”.
Identidad y continuidad
El abuelo de Carlos, el rey Jorge VI, decidió no abandonar Londres cuando los alemanes bombardearon esta ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Para levantar el espíritu del pueblo británico, no quiso dejar el país. Por su parte, Isabel II, si bien estuvo la mayor parte de la guerra en el castillo de Windsor, en las afueras de Londres, contribuyó, a los 14 años, como mecánica de camiones en el Servicio Territorial Auxiliar femenino. Cuando Alemania perdió la guerra, millones de ciudadanos salieron a las calles a festejar, evento que conectó a la familia real con la energía de las clases populares británicas. Aquello “fue un acto de comunión nacional”, escriben los sociólogos Michael Young y Ed Shils en su ensayo The meaning of the Coronation (El significado de la Coronación).
En los años 50, el Reino Unido sentía amenazada su identidad por los efectos de la globalización, la americanización de sus costumbres y la llegada de la inmigración poscolonial y europea a las islas. En tiempos de intoxicación con los otros, parafraseando el uso del verbo que hace Alexandra Kohan, los británicos respaldaron y alentaron una parte exclusiva de su cultura: su familia real. En este mismo tenor, el ensayista Walter Bagehot explica que los británicos siempre fueron hospitalarios con las excentricidades de su historia, prefieren la extravagancia a la razón; por eso, no les gustan las líneas rectas, prefieren los caminos rurales sinuosos en lugar de las autopistas sin curvas estadounidenses. Según Baghehot, no alcanzaba con una lógica burocrática mundana de una república moderna. Después de perder el poder colonial y territorial, el pueblo quería sentirse especial. Y la Reina Isabel II les permitió eso, una marca de distinción.
Carlos III fue coronado, después de décadas de espera, en el mismo lugar donde se encontraba aquel día cuando tenía cuatro años: la abadía de Westminster. La coronación fue una muestra de Soft Power –poder blando– fenomenal; más de 20 millones de personas la vieron sólo en el Reino Unido. Está claro: la gente quiere ver al rey. Si bien hubo republicanos antimonárquicos en Trafalgar Square, ciudadanos con remeras amarillas que gritaban “Not my king”, no fueron ni el 5 por ciento de los que estaban en la calle con banderas del Reino Unido, coronas y objetos alegóricos. En The Mall, con la lluvia y vendedores de paraguas en el medio, podía verse cómo la mayoría celebraba mientras veía en las pantallas el espectáculo.
Estuvieron presentes en la ceremonia el primer ministro de Escocia, de origen musulmán, Humza Yousaf, y habló el primer ministro hindú del Reino Unido, Rishi Sunak, que caracterizaron al evento de multiétnico y cosmopolita. Se vio una estabilidad política singular. En 2022, el Reino Unido se había caracterizado por una crisis política y financiera que tuvo tres primeros ministros diferentes en tres meses, aunque no hubo muertos ni marchas ni se prendió fuego Londres, como hoy se incendia París por la reforma jubilatoria que presentó Emmanuel Macron. Esta continuidad institucional se debe, según la opinión generalizada, gran parte a la monarquía. Por eso fue un signo de estabilidad cuando entraron todos los primeros ministros vivos a la Abadía de Westminster: Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Elizabeth Truss.
Carlos convocó a la dulzura cuando se arrodilló ante el altar, cuando le sonrío a Camila, y cuando le dijo a su hijo “Gracias, William”, después de ser besado por el Príncipe de Gales. De acuerdo con las encuestas, Carlos tiene 62% de imagen positiva, cuando en este mismo período del año pasado tenía 54%. La gente lo empieza a ver de otra manera. Que en tiempos de cuestionamiento a las instituciones tradicionales, globalización y rebelión ciudadana, las cosas no hayan salido mal, y no tuvieran nada que envidiarle a la coronación de Isabel II hace 70 años –cuando el respeto a la autoridad era mucho mayor–, habla de un logro de la familia real. Así como los británicos en 2016 decidieron salir de la Unión Europea, hoy podrían hacer un referéndum para convertirse en una República.
Quizá, Carlos ya tomó nota de las reformas que necesita aplicar, y por eso, durante los primeros meses desde que se convirtió en rey le dio un pago de 600 libras de su propio bolsillo a los cientos de empleados de la familia real, para ayudarlos a atravesar el costo de vida; Carlos reconoce que a los jóvenes no les gusta ver el despilfarro de la corona en medio de una crisis económica, y entonces, tiene gestos que tratan de conectar con esa sensibilidad juvenil. También, visitó una organización que distribuye alimentos para los más vulnerables en el este de Londres, e invitó a su coronación a más de 850 dirigentes sociales, “héroes locales”, que ayudan a sus comunidades de diferentes maneras.
El rey Carlos sabe, al igual que lo sabía su madre, que la monarquía siempre está en riesgo; su reinado tiene como desafío implementar cambios que traten de persuadir a jóvenes como Emily y Ben. Los británicos ya no son Isabelinos; empezó la era de Carlos. Después de Isabel, no hay abismo, pero sí parece haber reforma.
Entre los jóvenes y los intelectuales está el desafío
El apoyo a la monarquía es mayoritario y constante en el Reino Unido: el 82% en los años 70; el 82% en los 90, y 82% en 2022, según la encuestadora Ipsos Mori. Sin embargo, un estudio de British Future indica que, entre los jóvenes de 18 a 24 años, sólo el 40% apoya la monarquía constitucional. Y en una encuesta de YouGov, el 75% de las personas de entre 18 y 24 años aseguran que no les importó la coronación del Rey Carlos, y el 69% de las personas entre 25 y 35 años afirma lo mismo.
Existe una diferencia entre grandes centros urbanos –Londres, Liverpool, Manchester–, que tienen un número alto de estudiantes y de clases medias liberales (es allí donde hay mayor cuestionamiento al lugar de la monarquía), y los suburbios y condados conservadores, como las regiones de Essex y de Kent.