Fallecido semanas atrás, fue uno de los grandes referentes de la escultura argentina; se formó como pintor con Juan Carlos Castagnino y trabajó con Antonio Berni y Julio Le Parc
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“¿Gómez, me los endereza?”, le decía Antonio Berni al llegar a su taller de París con un manojo de clavos. “Y yo, pim pam por acá, pim pam por allá, y los iba dejando derechitos”, recordaría Norberto Gómez medio siglo más tarde, cuando se disponía a inaugurar una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). “Nunca viví de becas, premios y cosas por el estilo. Siempre trabajé”, agregó en una entrevista concedida para el catálogo de aquella exposición este hombre modesto, fallecido semanas atrás, que se convertiría en uno de los grandes referentes de la escultura argentina.
Hijo de inmigrantes españoles, nació en Barracas en 1941. Heredó el amor por el oficio de su padre, ebanista, y su tío, luthier. Dibujante desde siempre, se formó como pintor con Juan Carlos Castagnino y en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, aunque prefirió la práctica a los métodos de enseñanza formal. Ganó destreza al realizar marquesinas para los grandes cines de la calle Corrientes, carteles de exposiciones para el MNBA y escenografías para el cine publicitario. “No hacía diferencia entre esas tareas y mi obra, el proceso creativo era el mismo –le dijo a Andrés Duprat y a Alejandro de Ilzarbe, en 2016-. Siempre trabajé con las manos. Con eso mantuve a mi familia durante muchos años”.
Las múltiples tareas manuales incluyeron su colaboración con Julio Le Parc, también en París, para un envío a la Bienal de Venecia a mediados de los ‘60: instalaba espejos curvos, lámparas y motores para armar obras cinéticas. Con los materiales que le quedaban de sus trabajos publicitarios comenzó a hacer piezas que luego destruiría o transformaría en estantes. Los avances de la tecnología permitieron recrearlas décadas más tarde para la muestra del Bellas Artes, así como reproducir en hierro aquella de cartón que adquiriría dimensión monumental en el Parque de la Memoria.
Una visita de Luis Felipe Noé a su taller de la calle Sarandí derivó en una muestra en la prestigiosa galería Carmen Waugh, en 1976. Fecha clave en un camino comprometido que incluyó esculturas relacionadas con la violencia de la dictadura, reconocido con exposiciones en importantes museos, exposiciones internacionales y varios premios a la trayectoria que incluyeron el Konex de Platino. “Nunca hice obras pensando en el mercado –aseguró en la citada entrevista-. Lo único que sé es lo que supe siempre: que en el ejercicio se hacen las cosas, y sabiendo dónde estás parado. Si sabés quién sos, difícil que te pierdas”.