La Asociación Amigos del Bellas Artes rescata en un libro el legado de esta gran referente de la escultura en la Argentina, tras haber donado una pieza suya al acervo del museo nacional
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Todo comenzó con un mate y una oveja. Fueron las primeras piezas que realizó con arcilla y plastilina en la clase escolar de modelado Noemí Gerstein, quien se convertiría en una de las escultoras más destacadas de la Argentina. Tras formarse con Alfredo Bigatti en Buenos Aires y con Ossip Zadkine en París, donde descubrió el trabajo con metal, con los años se alejó de la figuración hasta crear formas abstractas con materiales industriales. Los unía tal como salían de la fábrica con los equipos para soldar de su marido, Franco Disegni.
Fue la única mujer en participar en 1971 de la 11a Bienal de Middelheim en Amberes, una de las exposiciones de escultura moderna más importantes del mundo; la acompañaron grandes maestros como Líbero Badíi, Gyula Kosice y Enio Iommi, seleccionados por Jorge Romero Brest. Presentó allí piezas realizadas con planchas de acero de hasta tres metros de altura: Achiras -concebida para “moverse con el viento, reflejar el cielo y el pasto, incluso producir sonidos”- y Marejada, recreación del oleaje marítimo donada meses atrás al Museo Nacional de Bellas Artes por su Asociación de Amigos (Aamnba).
“Fui alejándome insensiblemente de la realidad que veía, empezaron a surgir formas mías que acepté, dejando que paulatinamente fueran apareciendo con mayor libertad”, dice en una cita del libro que le dedica la Aamnba. Se refiere a su etapa de estudio en el taller de escultura de la Académie de la Grande Chaumière, donde conoció a otra argentina pionera: Alicia Penalba. Una foto de esa época la muestra entre una decena de mujeres que observan con atención a un musculoso modelo semidesnudo.
Comenzaba la década de 1950 y ella dedicaba gran parte de su tiempo a visitar museos y talleres. Así se hizo amiga de artistas como mexicano Rufino Tamayo, con quien visitó a Pablo Picasso en su estudio de Villa La Galloise. “Llega el momento de retornar a Buenos Aires –agrega en el libro Ana Inés Giese, investigadora del MNBA-: su familia, preocupada por la posibilidad de que la dejen cesante en su cargo de maestra, la persuade. Vuelve no sin vacilaciones, pero segura de que ya había aprendido a ver”.
A tal punto había aprendido que pronto fue convocada a participar del concurso para el Monumento al Prisionero Político Desconocido, organizado por el Instituto de Arte Moderno de Londres; su proyecto fue premiado y exhibido en la Tate Gallery. Con el tiempo llegó, además, a representar tres veces al país en la Bienal de Venecia.