Noche insólita: el extraño viaje de Bill Evans a San Nicolás para un show mítico que resultó un fracaso
La visita al país del músico estadounidense a fines de los años 70 está contada en Bill 79, la nueva película de Mariano Galperín
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El domingo 1° de abril de 2018, a medida que iba leyendo la crónica que Joaquín Sánchez Mariño publicó en estas páginas (sí, las de LA NACION revista) sobre la visita y el concierto que el célebre pianista Bill Evans había ofrecido en la ciudad bonaerense de San Nicolás en 1979, el cineasta Mariano Galperín entendió que, detrás de esa historia, había una película. Luego, dudó.
En parte, porque la línea argumental tenía puntos en común con las de algunos de sus films, desde el seminal 1000 Boomerangs (1995), donde los integrantes de un grupo de rock estadounidense que va a tocar a Buenos Aires pasan un fin de semana en el campo cuando su recital se suspende por culpa de un partido de fútbol –con actuaciones de Vicentico, Valeria Bertucelli y Rosario Bléfari–, hasta Todo lo que veo es mío (2017), que codirigió junto con Román Podolski, y que recrea el paso de Marcel Duchamp por la Argentina, en 1918.
“Dudé porque no sabía si quería quedarme fijado en ese mundo. Pero después de dudarlo, y de hablar mucho con Joaquín, que terminó encargándose de la investigación periodística para la película, me decidí. Descubrí que me encantaba la posibilidad de desarrollar un guion, porque la historia es realmente increíble”, confiesa pocos días antes del estreno de Bill 79, el film protagonizado por Diego Gentile y Marina Bellati, que llegará a los cines en mayo.
Recapitulemos. El 25 de septiembre de 1979, en la que sería su segunda y última visita a la Argentina, Bill Evans se presentó en San Nicolás de los Arroyos. “Esa noche, ante un público pequeñísimo, dio un concierto legendario –mítico, improbable– del que casi nadie tiene recuerdos. Un espectáculo que tuvo la presentación de la Reina de la Primavera y sus princesas como principal atractivo, donde pocos conocían al músico, que fue un absoluto fracaso comercial”, consignaba el artículo de Sánchez Mariño que reconstruía ese derrotero de uno de los jazzistas más importantes del siglo XX.
"Que Bill Evans, con todo lo que representa, aparezca en el living de la casa de alguien en San Nicolás es una locura. Una locura disfrutable"
Evans (1929-1980) ya tenía un interesante derrotero cuando grabó Kind of Blue (1959), el icónico álbum de Miles Davis. Conjugando virtuosismo con un sentido poético, que incluía referencias a compositores impresionistas como Ravel y Debussy, se transformó a partir de los años 60 en uno de los músicos más reconocidos en la escena del jazz global. Ya sea a solas con su piano (Further Conversations With Myself, de 1970, es otro álbum indispensable), al frente de su trío o en colaboraciones con colegas de la talla del saxofonista Stan Getz, del flautista Herbie Mann, del guitarrista Jim Hall o del cantante Tony Bennett, Evans entregó decenas de álbumes memorables, que lo transformaron en una leyenda.
-¿Te gustaba especialmente Bill Evans? ¿Tenías alguna conexión afectiva con su obra?
-No soy súper fan, pero tengo una conexión. Obviamente lo considero un genio, por el quiebre que hizo. Siempre me impresionó muchísimo cómo de una manera tan simple cambió todo. Pero más allá de eso, no tengo todos sus discos, no me la paso escuchando su música. Eso sí: al entrar en el proceso creativo, me acerqué un poco más.
-¿Qué es lo que encontraste en esa historia para pensar en hacer una película?
-La palabra mágica es “entusiasmo”. Si algo me entusiasma, la mitad ya está hecha. Después, solamente hay que mantener el entusiasmo. Cuando leí la nota, dije: “Esto es una recontrapelícula”. Yo sabía que Bill Evans había tenido problemas fortísimos con las drogas, pero no sospechaba que tantos. Y bueno, cuanto más investigué su historia, y vi lo que le pasaba, me lo imaginé en ese momento de su vida, a esa altura de su carrera, en un pueblito como San Nicolás… Porque San Nicolás es una ciudad, por supuesto, pero es un lugar chiquitito en relación a su mundo. Aparte, tiene alguna semejanza con Nueva Jersey, adonde Bill pasó su infancia. Con todos estos elementos juntos, empezó a tomar un cuerpo el relato. ¿La verdad? Estoy contento con el resultado.
-La película tiene una gran virtud: no hace falta haber escuchado a Bill Evans para entenderla y disfrutarla. Está construida a partir del absurdo que representa una figura de esa magnitud en un lugar como San Nicolás y en un contexto ridículo como el que rodeaba a su concierto.
-Me alegra, porque una de las cosas más contundentes de mi búsqueda es que no quería hacer una película cerrada para los fanáticos de Bill Evans, y que quede ahí. Por momentos, pensaba en que fuera un personaje imaginario. Pero si avanzaba dos pasitos, siempre terminaba volviendo a la historia real, porque la historia real es tan extraña y tan imposible… Además, transcurre cerca del final de la vida de Bill. No es que después creció he hizo todo lo que uno puede saber de él, sino que transcurre en el que sería su último año de vida.
-Recuerdo a Alejandro Dolina citando a Schopenhauer: “El humor consiste en poner una cosa donde no va”. De algún modo, un concierto de Bill Evans en San Nicolás parece fuera de lugar…
-Totalmente. Eso era lo que me gustaba. Y también es cierto que el piano estaba desafinado y que tuvieron que ir caminando a buscar a un afinador… Después, que Bill Evans, con todo lo que representa, aparezca en el living de la casa de alguien en San Nicolás es una locura. Una locura disfrutable. Yo la disfruté al hacerla y creo que los actores también. Bueno, ojalá que el público ahora también la disfrute.
-En paralelo a los hechos reales en los que te basaste, también hay otra narrativa que es su viaje interior, el modo fantasioso que atraviesa su problemática personal.
-Investigué muchísimo sobre ese momento y una de las cosas que más me resonaba es que su gente más querida decía que su muerte había sido un suicidio lento. Estaba muy de bajón, porque su hermano y su exesposa se habían suicidado. Le pasaron un torbellino de cosas que me parecieron muy importantes como para mostrarlas. A su vez, la película tiene cierto humor. La intención es ver lo que le podía estar pasando a él a partir de cosas que yo imaginé. Por eso decidí poner “inspirada” en vez de “basada” en hechos reales. Hay muchos detalles que difieren. Por ejemplo, en la historia real, el concurso era Miss Primavera y yo decidí que sea Miss Invierno, porque, por un lado, nos tocó filmar con frío, en plena pandemia. Pero también porque me pareció que era más gracioso.
-Otro cambio sutil. En la crónica original, consignan que el viaje fue en un Taunus. Pero en la película usaron un Torino.
-Lo decidí así porque quería argentinizar todo lo posible a la película. Si bien el Taunus es un auto visualmente hermoso, el Torino es nuestro. Quería ponerle toda la Argentina posible en cada huequito que nos dejaba la historia.
Galperín se formó en la cultura rock. Fue parte del movimiento vernáculo desde los años 80, en un derrotero que incluye el diseño de portadas de discos de Los Twist, Charly García y Pedro Aznar, y de Daniel Melingo. Dirigió clips de Don Cornelio y La Zona, Andrés Calamaro, Juana Molina y Soda Stereo. Además, en su primer film, 1000 Boomerangs (1995), Vicentico debutó como actor, en un elenco que también incluía a Rosario Bléfari. Eso parcialmente podría explicar por qué la banda de sonido no remite linealmente a la música de Bill Evans. Tampoco, al jazz. Imposibilitado de usar grabaciones del pianista, Galperín recurrió a su amigo Diego Tuñón, compositor y tecladista de Babasónicos, con quien ya había colaborado en Todo lo que veo es mío (2017).
“Me sugirieron muchos pianistas que tocan al estilo de Bill Evans –explica el director–. Pero quería ir por otro lado. Soy amigo de Diego y me parecía que podía hacer algo interesante. De hecho, toda la música que Tuñón compuso para la película, la hizo sampleando grabaciones de Bill Evans. Todo lo que se escucha, salvo un solo de batería en una escena puntual, son samplers de canciones originales. O sea, el sonido de Bill Evans está, pero al mismo tiempo llegamos a un lugar más o menos moderno, sin emularlo”.
-La historia transcurre en 1979, plena dictadura. Y eso queda claro en un par de escenas, a veces de un modo lineal, a veces de un modo más sutil…
-Cualquiera que ponía los pies en la Argentina en esa época, estaba pisando un suelo manejado por una dictadura. Me parece que era fundamental marcar eso. Cuando ves las fotos de archivo, están todos con corbata, pelo cortito. Era un mundo en el cual todavía en la radio se escuchaba sólo tango. Era una Argentina, lógicamente, de esa época del siglo pasado, con los militares… Y me parecía que por eso la frase que le dice el policía al mánager cuando lo para en la ruta, que son los payasos del circo, marca el contraste. Porque Bill Evans siempre tuvo unos looks impresionantes, increíbles. Evidentemente, le dio muchísima bola a su vestuario, al pelo. Y acá era todo tan chato, tan pacato, tan militarizado, que quise juntar las dos cosas para que exploten.
-Casi toda la película está hablada en inglés. Es una rareza…
-No se me pasó por la cabeza hacerlo de otro modo. ¿Lo iba a poner a Bill Evans hablando en castellano? No tenía ningún sentido. Parte de la decisión de contar esta historia, con varios protagonistas estadounidenses, era que estuviera hablada en buena parte en inglés. Para el rodaje tuvimos un coach en inglés, porque todos los actores son argentinos, para que indicara cómo sonaría en un tono norteamericano, porque después sí los doblaron actores estadounidenses.
-Siendo un artista tan importante a nivel mundial, supongo que la película tiene una proyección global.
-De entrada pasaron algunas cosas sorprendentes. Al día siguiente de subir el tráiler en YouTube, encontré un mensaje que decía: “Esta película es muy rara, no sé si les va a gustar a los fans de Bill Evans”. Lo firmaba Laurie Verchomin, que resultó ser su tercera esposa. Ella escribió un libro, Vivir y morir con Bill Evans. Después, cuando terminó de entender el tráiler, nos escribimos y entendió que nadie se estaba parando arriba de la cabeza de Bill Evans, sino que pretendíamos mostrar una cosa muy increíble que le pasó a uno de los más grandes genios de la música.
-¿Y cómo trabajaron con Diego Gentile la construcción del personaje?
-Vimos algunas filmaciones de esa época. Y escuchamos muchos audios de Bill Evans hablando, para descifrar su manera de modular. Porque lo loco es que, pese a su estado de bajón, tenía muchísimo humor. O sea, hasta el último minuto de su vida tuvo muchísimo humor. Incluso dentro de la depresión. La chispa es constante en Bill Evans y en sus creaciones. Y yo quería que eso estuviera presente. Porque en algún momento estaba bastante bajón, pero picaba, volvía a subir y se mandaba unas frases perfectas. En la película, hay un momento en que todo se vuelve demasiado absurdo. Tanto, que dicen: “Cancelemos el concierto. ¿Cómo va a tocar Bill Evans en medio de la premación de la Reina de Invierno?”. Y yo me imagino que él dijo: “Me es más fácil tocar que no tocar”. Eso es muy de los músicos: estás ahí, viajaste 10.000 millones de kilómetros, tenés el piano enfrente, ¿Qué? ¿Me voy a hacer el ofendido? Es más fácil tocar que no tocar.