“No, no es un Mozart. Son dos”. La increíble historia del padre de las hermanas Williams, que llega a los cines
Will Smith encarna al papá de Serena y Venus en Rey Richard, el film dirigido por Reinaldo Marcus Green, que cuenta cómo se le ocurrió crear esta biopic sobre un personaje tan polémico como atrapante
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Open, la extraordinaria biografía de Andre Agassi, es una cabalgata brutal por sus cielos y sus infiernos: Agassi se saca la piel y nos muestra su gloria, es cierto, pero sobre todo nos exhibe sus llagas. Para hacerlo, entre otras cosas, el ex N°1 desentraña el temperamento bipolar de su padre, su formador, a quien describe como un hombre cruel, frío y ambicioso. Una especie de coronel sin rango cuyo objetivo fue manufacturar un hijo que pudiese hacer cumbre en el Everest del tenis. Lo logró, sí, pero el costo de su despiadado plan dejó secuelas irreversibles en la psiquis y en el alma del campeón, que nunca pudo establecer un vínculo sano ni con el tenis ni con su padre –que murió en septiembre último– y que fraguó una carrera tan brillante como plagada de vaivenes. Fue un genio, sí, pero su corazón vivió muchos años vapuleado.
Puede resultar paradójico, pero no es exagerado definir a Richard Williams (79), el papá de Venus (41) y Serena (40), como una suerte de némesis de Mike Agassi. Es cierto, ambos fueron obsesivos, tercos y agresivos con el mundo, ambos trazaron planes de educación para sus hijos que cualquier escuela de pensamiento pedagógico probablemente rechazaría, pero a diferencia de Agassi, Richard Williams fue un formador integral, un hombre de gran corazón que entendió desde siempre que para moldear grandes campeonas también tenía que formar grandes personas, y que para lograr eso, así como tenía que arrojar mañíacamente pelotitas amarillas, también tenía que saber entregar, en compensación, canastos enteros de ternura. Los que no tuvo Agassi. Los que le sobraron a Richard y a su mujer, tan comprometida como él con el deseo.
Eso es lo que muestra, en esencia, Rey Richard, la notable película dirigida por Reinaldo Marcus Green (Monsters and Men), que se estrena el 2 de diciembre y que relata la vida del clan Williams (padres y cinco hermanas viviendo en un hogar modesto de Compton, California) en un momento muy especial de sus carreras, cuando ambas ya hace rato que son preparadas por su padre y están a punto de dar el gran salto.
Will Smith logra dar con la sintonía fina del papel, componiendo un Richard que muchas veces está a punto de quebrarse o de claudicar, que a veces parece estar fuera de sí o ser el paroxismo de lo excéntrico –bueno, lo es–, incluso que parece caer en la caricatura, pero que, serpenteando dificultades económicas, sorteando las trabas culturales que le impone el sistema, atrapa su objetivo, un objetivo que tiene las dimensiones de un océano. Pero además consigue lo más difícil, no solo que sus chicas triunfen, sino que esa peripecia hacia la cima no esté atravesada por el sufrimiento –o únicamente por él– sino por aquello que la cultura del esfuerzo nunca parece abrigar, la chance del goce. Para colmo, el goce de un hombre pobre de color. Una herejía.
Deporte complejo y de una exigencia atroz, el tenis profesional y su mundo, un mundo blanco de millones, viajes y corporaciones, suelen estar rodeados de una narrativa profusa. Miles y miles de jóvenes y sus familias dejan hasta lo que no tienen para pertenecer a esa elite, a esa vida de oropel y alfombra roja. Para lograrlo, sacrifican o profanan sus días. A la edad en la que Venus y Serena están retratadas en la película –14 y 12 años–, el cerebro de cualquier chica es un mecanismo tan delicado como impredecible, un órgano que puede –en realidad, hasta debe– caer en la confusión o en la dispersión, que aún cuando haya sido bien alimentado, no tiene por qué ser del todo lógico.
Richard sabe que sus chicas son cracks –lo sabe intuitivamente, porque sus conocimientos de tenis son improbables–, pero se niega a entregarlas a la industria de la competencia juvenil, porque cree que allí es cuando empiezan los problemas. No quiere que sean tragadas y corrompidas por esa maquinaria infame que por cada campeón que consagra escupe 100 sueños truncos a la banquina. Luego de ver cómo una todavía joven y confundida Jennifer Capriati cae en los excesos luego de haber irrumpido en el circuito siendo adolescente, Richard se niega a que Venus –sobre todo– y Serena participen en los torneos de su edad. Esa personalidad profética y algo paranoica, obcecada y a la vez paciente, es la que está retratada en la película. Es la que moldeó Smith con Green, el director, que desde su casa en Los Ángeles, café en mano, habla por zoom con LA NACION revista sobre la aventura de filmar una historia tan apasionante.
-¿Cómo es retratar la vida de personas que están vivas y que además de eso son ídolos?
-Bueno, fue un gran desafío. Por suerte contamos con Will [Smith] para el rol del padre. Will estuvo comprometido desde un principio con la película y por suerte también contamos con el apoyo de la familia. Tanto Venus como Serena estuvieron en contacto con la producción [N. de la R. Isha Price, una de las hermanas de las tenistas, fue productora del film] y Venus directamente leyó el guion. También la madre, Oracene, estuvo en contacto con nosotros. El objetivo fue siempre hacer una película lo más realista posible.
-¿Cuánto sabía de la historia de la familia antes de encarar la filmación?
-Solo sabía lo básico, como casi todo el mundo. Creo que el gran descubrimiento que tuve fue saber lo funcional que toda la familia resultó para la carrera de ambas. Las cinco hermanas recogían pelotitas, todas iban a ver jugar a Serena y Venus, todas viajaban juntas en la van, incluso haciendo los deberes allí. Fue un asunto completamente familiar. Me interesó bucear en esos espacios.
En King Richard, además de Smith, sobresalen las pequeñas actrices que interpretan a Venus y Serena de niñas. El trabajo de ambas resulta por momentos deslumbrante. Por varias razones: en primer lugar, en muchas películas basadas en héroes del deporte, aun cuando pueden albergar actuaciones creíbles, es usual observar que, pese a los esfuerzos, esos protagonistas solo aprendieron los rudimentos básicos de la disciplina que practican. Hay algo poco natural en sus movimientos que los directores –Scorsese a la cabeza en Toro Salvaje– atemperan con su maestría. Sucede en las películas Wimbledon, en Borg vs McEnroe o incluso en Alí, con el mismo Will Smith. En este caso, tanto Saniyya Sidney (Venus) como Demi Singleton (Serena) no solo parecen tenistas de muy buen nivel –la técnica de ambas es impecable e incluso el revés de Serena, único en su especie, está super logrado–, sino que consiguen emular el aspecto y la gestualidad corporal de las dos grandes campeonas.
También desde Los Ángeles, detrás de una gran sonrisa que casi nunca desaparecerá de su cara, Sidney (14) cuenta por Zoom los secretos de su papel: “En primer lugar miré muchos videos de Venus, tanto de sus partidos como de sus entrevistas. Hablé mucho con sus hermanas, que me contaron cómo era ella fuera de la cancha. Para mí era muy importante poder recrear su forma de hablar, por ejemplo, que es realmente muy calma. Quería ser muy específica. Pero lo más importante es que nos pusieron a un coach, que en algún momento, hace tiempo, la entrenó realmente a ella, para que aprendiéramos a jugar”.
-¿Vos sabías jugar al tenis?
-Soy de seguir el circuito pero sabía jugar muy poco. Estuvimos varios meses, primero aprendiendo los golpes y luego desarrollando un modo de juego que se pareciera al de las chicas. Entrenábamos cuatro veces por semana. Venus tiene un saque muy icónico y fue un gran desafío poder recrearlo.
-¿Hablaste con Venus?
-Sí, hablé durante el rodaje y también después de terminada la película. Estaba conforme. Dice que se vio muy bien reflejada y que incluso en algunos momentos hasta le pareció que era ella misma.
Pero la historia del clan tiene más elementos que convierten su epopeya en una suerte de Cenicienta familiar. Los Williams no solo tienen un standard de vida que apenas flota por encima de la línea de la pobreza, también viven en un vecindario hostil, donde prima ese precepto no escrito que recomienda que ser honrado y hacerse el distinto no es un buen plan. O se es un gangster, o se es un engranaje silencioso del sistema. Richard no es ni una cosa ni la otra. Su extravagancia provoca recelo en la cuadra. Además, tiene problemas con las pandillas de la zona porque él y sus pupilas ocupan las canchas municipales de tenis que ellos regentean o usan para sus asuntos. En ese ecosistema poco inspirador, Richard descuella por su desmesurada energía, su van amarilla y su aire ensimismado y absurdo, el distraído aspecto de un profesor chiflado. Trabaja de seguridad de noche y es el capitán de su anhelo durante el día: llueva o granice, les enseña a sus hijas a mejorar el revés, pero también fatiga la costa oeste buscando socios para una empresa que, predica para quien quiera oírlo, crecerá a la par de Facebook: las hermanas Williams, futuras campeonas. “Es como si me dijera que usted está educando a Mozart”, le dice uno de los tantos posibles patrocinadores que Richard intenta seducir, en vano, para que costeen la carrera de sus hijas. Con media sonrisa, él lo corrige: “No, no es un Mozart, son dos”.
Esa era la confianza descomunal que tenía Richard en sus hijas, y ese es el espíritu que Green intentó capturar, sin caer en lo grotesco. Su propio background familiar le sirvió para comprender y reinterpretar la particular atmósfera en la que se desarrolló el clan. “Tengo la misma edad que Serena, y crecí en circunstancias muy similares a las de las hermanas. Con mi hermano mayor pasamos más de diez años de nuestras vidas en una cancha de béisbol. Mi padre, que por cierto era muy poco convencional –como Richard Williams–, era el típico que todo el tiempo me decía “vas a ver que vas a amar este deporte”. Me crie en un vecindario complejo, como las Williams, solo que de la costa este”.
También por zoom, Demi Singleton (Serena) comenta: “Me sorprendió enterarme de que Richard tenía todo planeado y anotado incluso antes de que ellas nacieran. Es muy impresionante ver cómo él predijo todo. Es realmente impactante”.
Si bien Green no habló con Richard (el padre del clan sufre achaques de salud), sí conversó mucho con Oracene, la madre, por supuesto una parte quintaesencial en la crianza de las hijas. Ella conforma con Richard un equipo que, al menos en la película, parece implacable, una catedral de fe, una flecha lanzada al futuro que tiene más de quimera que de certeza. Oracene está tan comprometida con ese plan que, en un momento de crisis en el que Richard está enfocado demasiado en Venus, es ella quien la ayuda a Serena a mejorar la técnica de su saque. “Oracene me contó –agrega Green–, como ejemplo de lo unidas que eran ambas cuando eran chicas, que Serena era capaz de no ir a un partido con tal de ver a su hermana entrenar. Recrear ese clima familiar era importante para mí, incluso con algunas libertades que me tomé”.
-¿Qué puede decir de la actuación de Smith a la que algunos medios de su país considera su mejor performance en muchos años?
-Will se puso en la piel de un hombre muy complejo en una historia realmente sorprendente, una vida que fue una locura. Y lo hizo muy bien. Con él compartimos charlas sobre nuestros propios padres. Will tiene su pasado… Es de Filadelfia, oriundo de una de sus calles principales… Creció con un padre que fue bastante duro con él. Hubo muchas cosas que cada uno de nosotros tomó de nuestras propias vidas para volcarlas en esta gran historia.