No convencional. Cómo un edificio abandonado, ideado como hotel 5 estrellas, se convirtió en escenario de una obra de teatro
La mole de 14 pisos será el escenario para Setenta balcones, una de las cuatro obras del Festival No Convencional en la Ciudad de Buenos Aires
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Ahí nomás; a unas cuadras, apenas, de donde la ciudad empezó. Esa picota fundacional que derivó en el desarrollo urbano, el pavimento sobre el barro y la materialidad citadina levantándose en estilos de construcción. Hasta que un día, a ese microcentro porteño que tiene en su ADN el vértigo de haber crecido durante siglos, le llegó la pausa. La pandemia y el home working le quitaron la dinámica del hormiguero diario. Desde esa calma enrarecida, es aún más extraño ver, en la esquina de Tucumán y Maipú, al enorme bastión de 14 pisos de alto por cinco habitaciones huecas de frente. Eso sí, abandonado. El esqueleto de las habitaciones, y sin nada –solo estructura–, porque iba a ser un hotel 5 estrellas de inversionistas extranjeros que se fueron antes de terminar, hace varios años. Puro cemento. Ni ventanas ni puertas ni plantas. Y la cuenta obligada: 14 por 5 da 70. Entonces, sí, es ahí. De todos los lugares posibles disponibles en la ciudad, la mole con karma de hotel de lujo será el escenario para Setenta balcones, una de las cuatro obras del Festival No Convencional en la Ciudad de Buenos Aires, todos estrenos argentinos. Esta primavera trajo la segunda edición; la anterior fue en 2021.
El sentido del festival es presentar espectáculos en lugares no convencionales. No solo por el espacio, también en la forma de trabajar las obras, algunas protagonizadas por artistas profesionales y amateurs. La idea es convocar a los espectadores, hacerlos parte. “Se trata en todos los casos de espectáculos que se plantean como objetivo involucrar a los vecinos de la ciudad, no solo como un público próximo, sino también eventualmente como protagonistas”, informan. En cuanto a la elección de los escenarios, también existe un sentido. “La utilización del espacio público es, en una ciudad como Buenos Aires, un desafío, si se quieren evitar los lugares comunes o las alternativas ya transitadas”.
El festival es creación de quien también lo dirige: el gestor cultural, músico y director Martín Bauer. En su recorrido profesional se destacan trabajos como Luci mie traditrice de S. Sciarrino (2011, Ciclo de Música Contemporánea Teatro San Martín), V.O. junto a Beatriz Sarlo (2013, CETC) y La vendedora de fósforos, de H. Lachenmann (2014, Colón Contemporáneo, Teatro Colón). Sobre la génesis del Festival, Bauer cuenta: “Me interesa poner en juego esta idea de que cuando algo no es convencional, en un punto es inesperado o imprevisto, y yo tengo muchos años de trabajar en el San Martín, el Teatro Colón, el Argentino de La Plata y me parecía interesante dar un paso, que no contradice para nada, ni lo que hice ni lo que estoy haciendo, pero que va en busca de lugares nuevos. Obras nuevas”. Y todo eso, desde un marco citadino, donde el Festival No Convencional cuenta con el patrocinio del Ministerio de Cultura de la Ciudad y Mecenazgo, Participación Cultural.
Setenta balcones, la obra que lleva por título la referencia al poema de Baldomero Fernández Moreno, en el que el poeta se pregunta cómo puede ser que en un edificio haya ese número de balcones y en ninguno, la vida: Setenta balcones hay en este casa/Setenta balcones y ninguna flor/ ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?/ ¿Odian el perfume, odian el color? El comienzo de los versos ya clásicos de Baldomero resultan una analogía ideal para el trabajo sobre esta construcción puro cemento. La puesta teatral, en el marco del festival, está a cargo de Lisandro Rodríguez y será una performance teatral al aire libre. El público estará en las plateas armadas especialmente en la calle, de frente al gran edificio de la esquina de Maipú y Tucumán, en eso tan ecléctico que es la ciudad, medianera mediante a los pisos de Radio Nacional, y en diagonal a la farmacia Suiza. Ni más ni menos que la naturaleza metafórica del microcentro.
El público verá, con la estructura edilicia de fondo, el cuerpo del protagonista de la obra, el actor, hombre de circo, dramaturgo y director escénico Guillermo Toto Castiñeiras. Será él quien lleve adelante la corporalidad humana recortada sobre este edificio tan particular que, desde el mismo festival, definen como “suspendido en el tiempo y en el espacio”, y que a medida que la obra avance, se transformará “en un lugar incierto, no sin eludir la inevitable referencia shakespeareana a los balcones”. En una puesta tan singular, la instalación también es clave, y acá estará a cargo de Matías Sendón. La obra contará, además, con cuatro músicos en vivo.
No es casual que el director elegido para ser parte de este festival sea Lisandro Rodríguez, que en su recorrido artístico tiene obras como Tragedia y perspectiva, Caja negra y Dios. Que en cine protagonizó La Paz, de Santiago Loza, y recibió el premio al Mejor Actor en el Festival de Biarritz. Actualmente, trabaja para Francia en una nueva producción: La vida Nueva. Respecto del diálogo entre las dos materialidades presentes y activas en 70 balcones –la humana y la construida por el hombre–, Rodríguez reflexiona: “Hay algo del trabajo que a mí me interesa y me convoca, que es justamente la precariedad de un actor frente a esta grandeza. Algo que aparece, sobre todo pospandemia, que a mí me pasa cuando veo teatro, sea en un edificio o en la estructura canónica: ver un cuerpo adelante que se equivoca, que tose, que habla de más, que respira, que no está adentro de una pantalla. Creo que hay algo de eso, que frente a este edificio se pone en evidencia”.
En relación al lugar que tendrán los sonidos, la música en vivo, el director dice: “Que la premisa sea como músicos que quedaron en el edificio. Como cuando uno está en su casa, vive en un departamento y escucha al vecino practicando una canción. Uno puede escuchar la conversación del que está al lado, pero no hay un ensamble de eso, sin embargo en la totalidad puede ensamblarse. Creo que la música siempre es casi neurológicamente un estímulo que permite ver de otra manera”.
La obra no parte de una dramaturgia clásica, ni de marcas de dirección. “Mi forma de trabajar –afirma Rodríguez– es bastante poco convencional. Trato de armar imaginarios a medida que conozco los espacios y empiezo a construir una poética del trabajo en ese devenir. En este caso están estos elementos, el marco del festival, un edificio de hormigón abandonado, una ciudad, una ubicación geográfica dentro de la ciudad con todas las implicancias políticas, sociales, habitacionales que eso significa”. De manera que, para esta poética, el actor va a ser clave. Y ahí estará el recorrido de Castiñeiras
Toto empezó haciendo teatro, a los 14 años. Por su trabajo en el Cirque du Soleil (desde 2004), fue reconocido a nivel internacional. Tiene premios en su carrera como director teatral y actor. En 1998 creó la compañía Lafarfala Teatro. En 70 balcones pondrá en juego su oficio: la improvisación. “La impro –subraya Castiñeiras– tiene algo del presente, del aquí y ahora, y por eso este trabajo me convoca. El vértigo de meterse en un marco e intervenirlo, y de estar en un presente absoluto, como en algo que está sucediendo. Para no volverse loco, plantearse estructuras y después darse cuenta de que el hacer es más importante que la estructura. Es un poco eso, poner la cabeza en la guillotina y ver si después se puede zafar de la guillotina y ser libre”.
El actor, que fue convocado por Lisandro Rodríguez, define su trabajo en esta obra como una forma de “poetizar algo que es la estructura que vemos”. Para abrir aún más el sentido de cómo lo ve, dice: “Sentirme mínimo frente a una estructura de esta grandeza ya es poético. Es como pensar en la poesía de la persona frente al edificio inmersa en un montón de estructuras de concreto. Poetizar algo que no tiene ningún tipo de poesía. El poema de Baldomero es un poco eso: poetizar sobre cosas que nos aturden, que nos van como achicando, arraigando a lugares donde no tendríamos que estar arraigados. Como creer en estructuras y sistemas que de última no nos sirven, como volver a los sistemas humanos de la diversión, del entretenimiento. Con estas cosas: como poetizar con un hierro en la mano”.
Un poema como semilla
El Festival No Convencional armó su versión para este año sobre cuatro obras. Las dos primeras, en octubre, y fueron: Experimentun mundi, de Giogi Batistelli en la sala Casacuberta del San Martín, de teatro musical para narrador, voces femeninas, percusionista y 16 trabajadores de distintos oficios. Y Timber, de Michael Gordon, una propuesta de música minimalista de percusión para 6 tablillas de madera, interpretada por Tambor Fantasma. Y las dos últimas: Welt-Parlament, de Karlheinz Stockhausen, una ópera contemporánea para coro a capella cantado entre el público, que se realizará hoy en el Recinto de la Legislatura porteño, y 70 balcones, el fin de semana próximo.
Con un poema muy conocido que habla de la ciudad, de la forma en que se establecen las relaciones con la naturaleza, la belleza y la vida en las grandes urbes, la puesta de Lisandro Rodríguez trae también la vida de la ciudad dentro de la ciudad. Y a la hora de poner en palabras sobre qué es la obra, señala: “La propuesta es abierta. Una obra que da la posibilidad de estar y visitarla. Como si dijeras: vamos a tomar mate a la plaza. No deja de ser una intervención en la vía pública donde uno accede a ver a un actor, a músicos. Un paisaje cotidiano intervenido artísticamente”.