Nito Mestre: el alcoholismo, sus días en pandemia produciendo aceite de oliva y su amistad con Charly: “Había cosas que me ponían mal”
“Lo adoro y sé que él también a mí”, afirma el exintegrante de Sui Generis y músico solista, a días de celebrar sus 50 años de carrera
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Hace 50 años, Carlos Alberto Nito Mestre cursaba en la Facultad de Medicina de la UBA, tomaba el subte de Primera Junta al Centro a ver cine arte al Lorca y al Lorraine, cada tanto iba a curiosear al Di Tella y, con un disco recién grabado, tenía un solo deseo: entrar en el mundo del rock & roll. Ya estaba barajando dejar la universidad: con el pelo hasta los hombros, era el hippie de la facultad y no sentía empatía con el entorno estudiantil. A nadie le interesaba el rock. Acababa de salir Vida, el debut de Sui Generis, la banda que se había formado en los patios del Instituto Militar Dámaso Centeno. En ese colegio conoció a un flaco alto y tímido como él: Carlos Alberto García. Lo llamaban Charlie, usaba gafas gruesas a lo Lennon y compartían la pasión por el cine y Los Beatles. Historia conocida: la banda se llamó Sui Generis. Fue sexteto, trío, cuarteto, pero en esencia fue dúo. El espejo era Paul Simon & Art Garfunkel. “Todo era natural. No me daba cuenta de que Charly era un genio. Éramos amigos, yo me quedaba a dormir en la casa de él, escuchábamos música. Normal. Después te vas dando cuenta de algunas cosas”.
Nito Mestre está obligado a evocar qué pasaba hace medio siglo. No parece disgustarle: se entrega a los recuerdos con minuciosidad. El 19 de noviembre celebrará los 50 años de Vida con la Orquesta Sinfónica de Neuquén, en el teatro Ópera. También incluirá temas solistas y de Porsuigieco. Mientras tanto, vive un presente intenso: conduce el programa Rock and Road, en el que entrevista a bordo de su auto a músicos de la vieja guardia, como Raúl Porchetto y León Gieco, y a otros que parecerían estar en las antípodas, como Juanse, y avanza con la producción artesanal de su inmejorable aceite de oliva, al que bautizó con el título de su mayor éxito solista: Distinto Tiempo. “Me encanta hacerlo. Como soy alcohólico y no tomo vino, me dije: ok, todos producen vinos, yo obviamente no puedo, ¿qué hago? Me fue muy bien en pandemia. Conseguí un permiso como repartidor, y anduve por todos lados entregando aceite. Salí por los barrios. La gente cuando me veía me pedía fotos, se quedaba conversando. Al no tener shows, el aceite de oliva fue mi plan B en cuarentena”.
Vida fue la presentación en sociedad del poder alquímico de Sui Generis, el crujido del cascarón. El hallazgo fue de Jorge Álvarez, que observó que esas canciones lúcidas y por momentos cándidas, vibrantes y generacionales, adolescentes, como escritas al influjo del primer beso o el primer cigarrillo, estaban destinadas a romper estructuras de la música joven argentina. Álvarez venía del mundo editorial –publicó en los 60 a Rodolfo Walsh, a David Viñas, a Copi– y con su sello Mandioca le dio el primer impulso al rock criollo. Metió a los dos amigos de escuela en el estudio Phonolex, y los rodeó de Billy Bond y miembros de La Pesada del Rock and Roll como los Manal Claudio Gabis y Alejandro Medina para que se hicieran cargo del acompañamiento musical. García y Mestre pasaron sin escalas de los anhelos de dos emergentes de la clase media de Caballito al corazón de un grupete de amigos intensos, que le hacían honor al nombre de La Pesada. “Me gustó soberanamente toda la historieta del rock. Cuando grabábamos, vi uno a uno a los de La Pesada. Esas caras. Nosotros éramos como corderitos; ellos eran heavies heavies. Grabamos en un horario insólito: las ocho de la mañana. En un momento estaba haciendo “Canción para mi muerte”, y la garganta me jugó una mala pasada. Se nos cagaron de risa. Éramos nenes. ¡Yo quería ser como ellos!”.
-¿En serio?
-Sí. Recién me sentí parte del ambiente cuando salimos a tocar por Rosario y Córdoba con ellos: era Billy Bond y La Pesada con Sui Generis. Nuestra primera gira. Abrimos sentaditos, flauta, piano, nuestras voces; después tocaban ellos, y al final nos sumábamos. Luego del set de apertura, nos quedamos a un costado del telón. Estaba lleno de groupies. Todo el mundo tomaba vodka. Me enganché y estuve bebiendo durante todo el show de La Pesada. Cuando subimos con Charly, al final, yo era un desastre. Estaba desbocado, bailaba, saltaba. Billy no entendía nada. Jorge Álvarez desde abajo preguntaba: “¿Qué le hicieron a Nito?”. Cuando terminó el recital me mandaron al hotel a darme una ducha. Fue un “bienvenidos al rock”.
Nito pintaba para médico, como su padre. Eduardo Mestre fue un cirujano destacado que, además, tocaba el violín. Se casó con una danesa de origen lituano que había perdido toda la familia en la guerra: Tekla Bartasiute. “A los 11 años recibí un palazo inesperado: murió mi viejo. Un martes estaba viendo Combate por televisión y tuvo un infarto. Falleció cuatro días después. Lo velaron en casa. Me quedé encerrado en un cuarto. Venían colegas de mi viejo y me contaban historias de él. Al final terminamos todos cagándonos de risa.
-¿Y tu madre?
-Todo lo contrario. Longeva: murió a los 96. Se hizo cargo de mí y de mi hermano. Era muy dura, muy fuerte, como buena nórdica. Había trabajado en cine, como extra, para los hermanos Mentasti. Cuando quedó viuda hizo de todo para sostener la casa: peinaba, depilaba...
Mira un instante a la nada, como si tratara de enlazar algún recuerdo. Comenta, entonces, que apenas murió el padre, vio a su madre triste en el balcón. Llovía. Se sentó en su falda, miró hacia arriba y le dijo: “Dios está llorando porque se murió papá. Quedate tranquila mami. Vamos a salir adelante”. “Después escribí una canción, ‘Flores en el mar’: En tu noche más oscura/ te escuché a decir: ‘¿qué va a ser de mí?’. Y prometí cuidarte para siempre”.
Como si siguieran la huella de sus amados Beatles, la breve carrera de Sui Generis fue musicalmente de la frescura folk a la densidad prog rock; líricamente, del apunte cotidiano y el descubrimiento púber del deseo a la aguda crítica política. En tres años pusieron la escena del rock local patas para arriba. El dúo se abrió sobre el final al bajo de Rinaldo Rafanelli y la batería de Juan Rodríguez. Todo cambió: la espesura de la música, los tiempos políticos. Una escalera que comenzó con la dictadura de Lanusse, continuó en la primavera camporista y terminó en el terror parapolicial de la Triple A. Fue la antena de Charly García la que registró en canciones ese ascenso a los infiernos. “Hay un momento en que Sui Generis me empezó a aburrir. Lo tengo fechado, fue en noviembre de 1974. Yo llevaba prolijas carpetas de recortes y datas, y en ese mes dejé de hacerlas. Por otra parte, estábamos enfrascados por el proyecto de Jorge Álvarez, que quería hacer La biblia con un montón de músicos. Perdimos demasiado tiempo en ensayos. Además, los ingresos de Rafanelli y Rodríguez le dieron al grupo un matiz demasiado instrumental. En vivo podía haber un solo de bajo que duraba 10 minutos, que se sumaba a uno de batería que duraba otros 10 minutos. Cuando llegaba la hora de hacer “Un hada, un cisne”, yo me iba a tomar un té a bambalinas. Duraba 20 minutos. Instituciones [Pequeñas anécdotas sobre las instituciones] me encanta como disco, pero en vivo era otra cosa.
-¿Hablaste con Charly de esas diferencias?
-Sí. Recuerdo que una de las tantas charlas fue en el camarote del ferry que nos llevaba a Uruguay. Le dije que quería una banda con voces… ¡soy cantante! Y claro, él quería lo contrario, un grupo inclinado hacia lo instrumental. Yo quería voces y un órgano Hammond. Eran dos planes estéticos diferentes. Por eso después, con Los Desconocidos de Siempre, tengo muchas voces y un órgano que tocó Ciro Fogliatta”.
Fue su primera banda como líder. En Los Desconocidos de Siempre hacía voces María Rosa Yorio, que empezó a salir con él. Yorio y García se habian casado y tenido un hijo, Miguel, en marzo de 1977. Dentro de los cánones machistas de la época, el tema fue comentario obligado en los corrillos del ambiente. El rock funcionaba como un gueto o una familia: músicos, sonidistas, periodistas, productores… todos se conocían. En su libro de memorias Asesínenme. Rock y feminismo en los años ‘70, Yorio escribe: “Charly estaba profundamente ofendido. Yo, sin dimensionar las consecuencias de mi terrible arrojo, empezaba a quedar como la villana de la película. La mujer que engañó a la estrella argentina con su mejor amigo y compañero musical (…)”. En el libro, Yorio escribe que García ya había empezado a salir con quien seguramente fue el amor de su vida: Zoca. “El rock era terriblemente machista en esa época… Y claro, era como si la mujer no pudiera elegir –dice Nito–. Yo ya sabía que Charly estaba con Zoca. Lo que se hablara alrededor me tenía sin cuidado. Yendo al grano: fueron muchos los que querían estar con María… Lo concreto es que siempre evité el machismo. La educación de mi vieja fue clave: al ser nórdica, tenía otras ideas. Se llevaba el mundo por delante, pasara lo que pasara. Mi cuna fue feminista. Es más: que cantara María Rosa en la banda fue todo un tema. No era común. ¡En un show me dijeron que ella no podía subir a cantar por ser mujer! Y no hay que olvidar que el ambiente del rock nos cuestionaba a Charly y a mí porque a nuestros conciertos iban muchas chicas… Cosa que era cierto. Ahora suena increíble, pero fue así. ¡Nos criticaban porque iban chicas! Nosotros supimos ensanchar enormemente la base del rock”.
Durante el post Sui Generis se dio una situación paradojal: Charly se animó a cantar y Nito a componer. Cada uno, a su manera, se autorizó. La diáspora mostró los programas artísticos de cada uno. Fue un proceso. “Yo ya en la época de Confesiones de invierno tenía algunas cositas escritas. Pero bueno, Charly tiene su ego, es absorbente y sus canciones son… ¡buenísimas! Una vez me juntaron con Emilio Del Guercio para una nota y decía algo parecido: ‘Tener a Spinetta al lado… ¡hay que remar!’”. Los Desconocidos de Siempre representó un dream team folk en los 70. El disco debut lo grabó junto a Yorio, Alfredo Toth, el Mono Fontana, Rodolfo Gorosito y Ciro Fogliatta. Sin embargo, su peso específico, que lo tuvo, quedó diluido en la historia del rock argentino. “Es cierto. Quizá fue porque no nos separamos: nos disolvimos. Nunca nos despedimos y nunca volvimos”, conjetura. Se calzó el traje de solista y en 1981 grabó su mejor disco, 20/10, con canciones que penetraron en el inconsciente colectivo luego de la Guerra de las Malvinas, como “Hoy tiré viejas hojas”, “Enero va” y “Distinto tiempo”. Todo ocurría vertiginosamente.
-¿Cuándo te sentiste atrapado por el alcohol?
-A ver… Me casé a los 37 años. A los 40 me empecé a preocupar. Me colocaba. Era muy para adentro. Hubo muchas situaciones límites. De hecho mi mujer, Pamela, me dejó. Yo no me daba cuenta lo mal que ella lo pasaba conmigo por culpa del alcohol. Y mi vieja igual. Aunque mamá tenía otra mentalidad, como buena danesa. Se juntaba a jugar a las cartas con las amigas, y de pronto me daba algún licor para tomar. Me acuerdo que yo tendría 8 años y algunas veces para premiarme por haber hecho algo bien me daba huevo batido con azúcar y oporto. Y yo le pedía más. ¿Será genético entonces? No lo sé. Lo cierto es que estuve a punto de morirme.
-¿Cuándo?
-Cuando hice el disco Nito Mestre canta a Sui Generis en 1992 estaba mal, mal. Lo produjo Jorge Álvarez, que me prohibió tomar. Pero por diversas circunstancias quedé un tiempo varado en Miami, con mucho dinero, un Mustang y una casa con bidones de vodka. Como no tenía nada que hacer, salía a correr. Pero lo hacía con una botellita de vino camuflada en papel madera. Después me recuperé y volví a caer. Vivía en Palermo. Le decía a Pamela que iba a comprar el diario y a la pasada pedía en el bar de la esquina de Coronel Díaz y Paraguay un fernet grande. Compraba el diario, a la vuelta ya estaba servido, lo tomaba de parado y regresaba a casa con el diario, colocado. Pamela estaba harta. En 1996 me internaron. Uno se pone excusas: bebés porque es domingo, porque hace frío, porque estás cansado. En 1997 también tomaba pastillas para dormir que me proporcionaba un farmacéutico amigo. Era un cóctel de mierda. Me volvieron a internar, intoxicado, con 14 kilos menos.
-¿Pudiste averiguar por qué tomabas? ¿Algún dolor, alguna herida?
-No, no sé. Si te digo que a los 8 años le pedía a mi vieja ese batido con oporto… ¿Qué tenía? ¿Algún resentimiento musical? ¿Miedo a los escenarios? No, ¡tenía 8 años! Salí gracias a los grupos. Mi padrino fue Héctor Starc. Son conductistas. El tema es limpiarse. Y me limpié. Desde entonces no pruebo el alcohol.
Quizá porque vivió ese infierno, Nito siguió como pudo el zigzagueo existencial de Charly. Su viejo amigo construyó una obra extraordinaria, pero en varios pasajes de las décadas resonaban una y otra vez esas dos palabras en latín que, en la memoria sentimental de varias generaciones, son mágicas, ni más ni menos que la evocación de pupitres y fogones. Sui Generis volvió varias veces: como pudo. En 1981 se juntaron para un concierto en Montevideo; en 2000 regresaron con disco nuevo, Sinfonía para adolescentes, show en la cancha de Boca y gira. Hubo otro disco, titulado Si (Detrás de las paredes). “En cada reunión de Sui siempre hubo momentos gratos, y de los otros. Cuando empezamos con Sinfonía para adolescentes fue complicado, pero con el correr de los días mejoró. A mí me gusta ir al estudio, pero Charly… ¡vivía en el estudio! Se quedaba, se quedaba… Creo que en general ese disco estuvo sobreproducido, cargado hasta por las tapas. En fin, nos peleamos. En el fondo lo adoro a Charly, y sé que él también a mí, pero había cosas que me ponían mal”.
-¿Cuáles?
-Y… muchas. Mirá: a mí me gustaría verlo bien. Uno no da consejos, pero hace mil años le dije: ‘Ojo, cuidate de esto y de esto’. Se hubiera evitado un montón de problemas. Charly es autodestructivo. Cuando hicimos Si, me dijo: ‘Grabame Necesito’. Hice ocho tomas, que salieron perfectas. ¿Podés creer que las borró? Cuando le pregunté por qué, me respondió: ‘Estaban demasiado bien’. Es así: hago y rompo, tengo un cuerpo y lo rompo. Me rompo, me rompo… Como diciendo: ‘¿Ves mamá? ¿Ves lo que hago? Me estoy rompiendo’.
-Decís que eso viene de la relación con la madre…
-Y sí…
Se advierte entre los pliegues del relato de Nito Mestre un auténtico cariño por Charly y, en el mismo sentido, una tristeza profunda. “Me gustaría verlo más. Pero es complicado. A cierta altura de la vida, uno es como es. A mí me gusta que me cuenten cosas de la vida. Me encuentro con León Gieco, y a los cinco minutos nos estamos contando historias. De lo que sea, de nuestros viejos, los miedos, qué sé yo. ¡No quiero que me hagas escuchar tu disco! Quiero que me cuentes planes de vida, qué película viste… Hay miles de cosas para hablar entre amigos”.
Esas sensaciones se cruzarán cuando el 19 en el Ópera cante Vida, aquellas canciones perfectas de Charly García, entre la profecía, la fábula, el deseo y la amistad: “Canción para mi muerte”, “Necesito”, “Dime quién me lo robó”, “Estación”, “Toma dos blues”, “Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris”, “Mariel y el capitán”, “Amigo mío vuelve a casa pronto”, “Quizás porque”, “Cuando comenzamos a nacer”. Ahí está el origen. Es decir: todo. El dolor, las ansias, la piel todavía invicta. Son 50 años de Vida y de vida, con minúscula: el sinuoso camino de un chico grande como Nito Mestre que solo quería entrar al mundo del rock y que hoy parece sincero cuando dice palabras simples, que suenan honestas, como que está feliz, tranquilo y que tiene cuatro canciones nuevas hermosas y que el show va a ser una fiesta y que qué linda está la tarde para caminar.
Agradecimiento: Estudio @predasound