Necesario encuentro con uno mismo
La pandemia trae un efecto secundario del que poco se habla. El miedo a la soledad. Detrás de las violaciones a los protocolos, la persistencia en fiestas clandestinas y otros modos de reuniones colectivas, ese fantasma está presente. Las circunstancias generaron, quiérase o no, muchos momentos y situaciones de soledad. El teletrabajo, las conexiones a través de internet y las redes sociales actuaron como paliativos, pero la realidad nos empujó a experimentar momentos de soledad e instancias de reclusión ajenos a la antigua normalidad. Y esto vino a irrumpir en un modo de vida y en una cultura en los cuales la soledad era temida como una enfermedad o como un estigma.
Es un momento oportuno, entonces, para reconsiderar nuestra visión de la soledad. En primer lugar, ella es una circunstancia dentro de la existencia, pero no una característica inmodificable del ser. Dicho de otro modo: se está solo en algunos momentos de la vida, pero no se es solo. Hay características de los seres humanos en general y de cada individuo en particular que resultan ontológicas. Es decir, inmodificables y definitorias de su existencia. La soledad no forma parte de ellas. Por el contrario, hay en nosotros una necesidad innata del otro, del prójimo. Cuando nos descubrimos como seres únicos y finitos en el tiempo nos angustia esa sensación que Erich Fromm (1900-1980), psicólogo y filósofo humanista, llamó “separatidad”. Separados del otro no podemos usar nuestros poderes y recursos humanos, señala Fromm en El arte de amar. En esa angustia primordial está la fuente de nuestra sociabilidad, el impulso a construir puentes para el encuentro. El principal de esos puentes es el amor, en el cual hay que ejercitarse y trabajar, como artesanos.
Sin embargo, así como es necesario el encuentro también lo es el retiro. Contacto y retiro son dos momentos esenciales de la vida. Están en la respiración. Aspiramos (retiro) y exhalamos (contacto). En la naturaleza. Noche (retiro) y día (contacto). En el clima. Invierno (retiro) y verano (contacto). En nuestro organismo. Sístole (contacto) y diástole (retiro). Nacemos (contacto) y morimos (retiro). Si eliminamos la soledad, viviremos en un ininterrumpido contacto con lo externo, con lo ajeno, con el bullicio exterior, hasta el punto en que perderemos toda noción de nuestras necesidades más profundas e íntimas, de nuestras emociones. En la obsesión por evadir la soledad se corre el riesgo de ser para los demás, para las expectativas y para la aprobación ajena, y de extraviar el sentido de la propia vida. El escritor y diplomático italiano Carlo Dossi (1849-1910), opositor a las tradiciones y mandatos culturales, decía: “¿Por qué, en general, se rehúye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos”.
Las soledades
Hay soledades elegidas y necesarias y hay soledades padecidas e involuntarias. Hay soledades que reconfortan y soledades que angustian. Hay soledades que nos permiten descubrir aspectos valiosos de nosotros mismos y otras que nos confrontan con aquellas características propias que pretendemos ocultar o negar. Lo cierto es que, como dice Dossi, será difícil estar en armonía con el mundo externo si no se logra primero una armonía interior. En este caso podríamos remplazar la palabra armonía por conocimiento y aceptación. Sin este requisito, todo lo que busquemos afuera serán rellenos para un vacío interno. Quizás estábamos instalados en un mundo que ofrecía una gran variedad de rellenos y nos incitaba con ello a postergar el viaje interior. Un contacto demasiado prolongado, al que la pandemia vino a proponerle un retiro necesario. Con qué recursos, con qué propósito existencial regresaremos de él es una incógnita que solo puede responder cada uno a partir de su experiencia con la soledad. Quien huye de ella puede correr hacia destinos no deseados.