La solución para salvar el destino de El Impenetrable, que hoy concentra el 80% de la deforestación de la Argentina, podría surgir de la propia naturaleza
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EL IMPENETRABLE, Chaco.– Un rugido precede a la nube de polvo caliente que cae sobre Nueva Pompeya y deja a sus habitantes petrificados. El origen de la erupción no es volcánico. Es un camión el que escupe la tierra anaranjada mientras avanza a ritmo de cortejo fúnebre. Su carga: enormes rollizos de quebracho y algarrobo. Segundos más tarde, el silencio vuelve a reinar en el corazón de El Impenetrable chaqueño.
Escenas de deforestación explícita como esta se repiten con demasiada frecuencia aquí y otros tantos parajes del Gran Chaco americano, una ecoregión de más de 1 millón de kilómetros cuadrados –dos veces el tamaño de España– que comparten Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. La zona es uno de los últimos grandes reductos de biodiversidad que quedan en el mundo y alberga al segundo bosque más extenso de América Latina detrás de la Amazonia. Sin embargo, a diferencia de su hermana mayor tropical, el Gran Chaco permanece fuera del radar a nivel global. No recibe la cobertura de la prensa internacional, no es una causa abrazada por actores hollywoodenses, ni tampoco es el destino predilecto de las millonarias campañas ambientales de conservación.
Incluso en la Argentina, donde se encuentra el 60% de su territorio, muchos desconocen que este conjunto de bosques, pastizales y humedales excede a la provincia del Chaco propiamente dicha y abarca también a Santiago del Estero, Formosa, norte de Santa Fe, Córdoba y San Luis, oeste de Salta, Tucumán, La Rioja y Catamarca, y el oeste de Corrientes.
Así es como, en silencio, el hogar de 3.400 especies de plantas, 900 especies de animales y más de cuatro millones de personas, de las cuales cerca del 10% son indígenas, enfrenta desde hace más de un siglo una pérdida sostenida de su patrimonio natural y cultural a causa del uso no planificado de sus recursos.
A la histórica explotación forestal, en las últimas décadas se le sumó el avance de la frontera agrícola con fines ganaderos y sojeros. De hecho, hoy la región chaqueña concentra el 80% de la deforestación de la Argentina, según estiman distintas organizaciones ambientalistas. La caza furtiva, los incendios y el desarrollo urbano son otras de las amenazas crecientes que se agregan a la lista.
Sin embargo, no todo está perdido para esta vasta y misteriosa región. A medida que la ventana de oportunidad para combatir el cambio climático se cierra, la comunidad internacional –la misma que por estos días participa en Glasgow de una crucial Cumbre del Clima– empieza a poner la lupa en este recóndito rincón del planeta. Algunos seducidos por su leyenda de impenetrabilidad y otros atraídos por su riqueza ecosistémica, cada vez son más los científicos, conservacionistas, activistas y expertos ambientales que llegan desde distintos puntos del país y del mundo para trabajar en el corazón continental de Sudamérica.
A muchos de ellos los une un objetivo común: regenerar el ambiente a través de un nuevo modelo de desarrollo sostenible en el que coexistan las comunidades, la producción de alimentos y la vida silvestre. De esta forma, sostienen, la solución a los problemas ambientales del Gran Chaco surge de la propia naturaleza. “En uno de los mayores problemas que enfrentamos también se encuentra la solución. La forma en la que producimos y consumimos alimentos puede ayudar a proteger y restaurar la naturaleza”, sostiene, en diálogo con LA NACION, Gustavo Marino, coordinador de agricultura regenerativa en el Gran Chaco argentino de The Nature Conservancy (TNC), una de las mayores organizaciones ambientalistas del mundo, que ya ha contribuido a la protección de más de 50 millones de hectáreas de tierras promoviendo estrategias innovadoras. Y agrega: “El origen de la palabra Chaco viene de Chaku, que en lengua indígena significa ‘territorio de caza’. Todos estamos buscando algo en esta tierra, pero tenemos que hacerlo con una nueva mirada, con una transformación sistémica que integre la conservación con el desarrollo”.
Por su parte, el ecólogo y experto en biodiversidad Alejandro Brown cree que la región tiene el potencial para convertirse en el epicentro global de un cambio de paradigma en donde la naturaleza y la producción coexistan. “Las actividades productivas generan riesgo para la biodiversidad pero también generan oportunidades y lo importante es encontrar un equilibrio entre esas dos premisas de la humanidad: la conservación y el desarrollo”, opina desde Jujuy el presidente de la Fundación Proyungas, otra de las ONGs que trabaja en la región chaqueña. “Hay que dejar de enfocarse en lo negativo y empezar a mirar al Gran Chaco desde una óptica positiva. Cuando las comunidades locales toman conciencia del valor del ecosistema, se empoderan y se convierten en las primeras en protegerlo”, propone la antropóloga italiana Fabiana Menna, especialista en género y cambio climático, que llegó a estas tierras para hacer una tesis doctoral y echó raíces, cautivada por el monte, sus ríos y su gente.
Soluciones basadas en la naturaleza
Tal como se debate en la COP26 de Glasgow, en las próximas décadas los seres humanos enfrentaremos un triple reto. Por un lado, hay consenso científico respecto a que debemos mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 1,5 °C si queremos evitar un colapso climático de consecuencias catastróficas. Pero a su vez, tenemos que encontrar la forma de satisfacer la necesidad de alimentos saludables de más de 9.000 millones de personas para 2050. Y en el camino, nos urge revertir la creciente pérdida de biodiversidad. La solución a este dilema, quizás el más crucial de la era en la que nos toca vivir, está convocando a las mentes más brillantes del mundo. Algunos apuestan a desarrollar innovadoras soluciones tecnológicas que van desde autos eléctricos hasta carne sintética, mientras que otros prefieren buscar la solución en la sabiduría de la naturaleza.
Esto es precisamente lo que está sucediendo en el Gran Chaco. Frente al deterioro del suelo, desnutrido por las reiteradas cosechas y el exceso de fertilizantes sintéticos, los productores locales están regresando a una forma de producción sostenible que había sido utilizada por las comunidades indígenas hace más de un siglo. Se trata de la agricultura regenerativa, una práctica que se basa en el principio de devolver a la naturaleza los recursos necesarios para poder seguir produciendo año tras año.
“La agricultura regenerativa es un enfoque de conservación y rehabilitación de los sistemas agrícolas que prioriza la salud del suelo, el aumento de la biodiversidad, las mejoras para el ciclo del agua y el secuestro de carbono de la atmósfera, lo cual aumenta la resiliencia climática y promueve medios de vida sostenibles”, explica Marino. De esta forma, por ejemplo, los productores de soja están plantando hileras de pequeñas plantas nativas entre sus cultivos. Son especies que no se cosecharán ni generarán ingresos inmediatos, pero que incorporan minerales en el suelo que evitan la erosión y potencian la productividad general.
Algo similar sucede con la ganadería, la actividad más extendida por estas latitudes. Con el asesoramiento de técnicos del INTA, los pequeños ganaderos ahora dejan a sus vacas pastar en los bosques en lugar de deforestar para generar campos de pastoreo. Así, el ganado se alimenta mejor, cuenta con sombra ante el calor abrasador del Chaco y a cambio fertiliza el ecosistema y ayuda a esparcir semillas de algarrobo, lo que mantiene saludable el bosque, cerrando el círculo virtuoso en estos “paisajes bioalimentarios”, como los bautizaron desde TNC. Los especialistas consultados destacan que este enfoque regenerativo es una solución más orientada a pequeños y medianos productores, pero se ilusionan con el hecho de que las grandes empresas agrícolas y ganaderas están recibiendo presiones del mercado global para incorporar prácticas sostenibles.
Al respecto, otra tendencia comienza a consolidarse en el sector: la trazabilidad, el poder saber dónde, cómo y por quién fue producido un determinado alimento. Más temprano que tarde, los países podrían empezar a exigir certificados de granos sostenibles. O bien los consumidores podrían inclinarse por comprar carne “libre de deforestación”. Así lo entiende Alex Ehrenhaus, gerente de Solidaridad, otra de las organizaciones globales que trabaja en la zona para desarrollar mercados sostenibles e inclusivos: “La trazabilidad es una herramienta muy potente para asegurar el vínculo de un producto a una serie de requisitos de sustentabilidad sociales y ambientales. En Europa o en Estados Unidos, esto ya es una realidad, y el consumidor ya demanda productos sostenibles. En el caso de los commodities agrícolas también existen certificaciones de este tipo, aunque por ejemplo en el caso de la soja apenas se ha certificado el 3% del total que se comercializa mundialmente.”
La importancia de los bosques
”El problema es que lo fundieron al bosque. Hay que recuperarlo”, aconseja Pancho Montes, un lugareño de 72 años que vivió toda su vida en El Impenetrable y recibe a LA NACION en su humilde casa donde cría animales y trabaja como artesano. Unos pocos kilómetros al sur, sobre la ruta provincial 9, la misma por donde circulan los camiones cargados de madera, se llega al portal de acceso al Parque Nacional Impenetrable, un área protegida que se creó en 2014 para conservar unas 130.000 hectáreas casi vírgenes de bosque con especies emblemáticas como el quebracho colorado y blanco, el palo borracho, el palo santo, el mistol, el chañar y varios tipos de algarrobo.
“El llamado ‘Norte grande’ es uno de los grandes biomas de Sudamérica, uno de los pocos bosques secos del mundo y uno de los que tiene mejor estado de conservación. Además, las condiciones extremas de temperatura y sequedad han generado un proceso evolutivo que hace que sus especies sean únicas y exclusivas”, describe Brown. A pesar de que los casos de desmontes masivos disminuyeron en El Impenetrable en la última década, especialmente desde la promulgación de la Ley de Bosques, fuera de los límites del Parque Nacional, la deforestación a pequeña escala avanza. Ni la pandemia pudo detenerla: durante el aislamiento la tala de bosques en el Gran Chaco continuó, según los datos que surgen de un análisis de imágenes satelitales de Greenpeace Argentina.
Fueron 14.000 hectáreas que se suman a las cerca de 8 millones que lleva perdidas la región en los últimos treinta años. Algo así como 400 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires. “Para la Argentina, históricamente la madera del Chaco representa algo similar a lo que fue el acero en otros países en términos de infraestructura. Los durmientes en las vías, los antiguos puentes de las rutas, los rollizos en los puertos, todo se construyó con la madera dura de árboles como el algarrobo o el quebracho. Tenemos una gran deuda con Gran Chaco. Hay que devolverle todo lo que nos dio”, opina Marino.
¿Por qué deberían importarnos los bosques del Gran Chaco? En primer lugar, son un elemento esencial para los pobladores como Pancho. Regalan sombra en verano, leña en invierno, brindan frutos comestibles y hasta productos medicinales. Pero además, según explican desde Fundación Vida Silvestre, “los bosques chaqueños reducen el impacto de las inundaciones durante las torrenciales lluvias del verano, y son fundamentales en la captación, almacenamiento y purificación de gran parte del agua que fluye por la Cuenca del Plata, que abastece a la mayor parte de la población y de las industrias de la Argentina”. Por otra parte, este bosque seco cumple una función clave en la lucha contra el cambio climático.
Subestimado durante décadas, investigaciones recientes revelaron que la región es uno de los mayores sumideros de carbono del planeta. Un trabajo a cargo de científicos argentinos y alemanes comprobaron que el carbono almacenado en sus bosques es 19 veces superior a lo que se estimaba, un valor que llamó la atención de la comunidad internacional.
Erosión cultural
El uso indiscriminado de los recursos naturales en el Gran Chaco no solo está degradando el suelo, convirtiendo fértiles pastizales y frondosos bosques en tierras casi desérticas. También está acelerando la erosión cultural, como se conoce al fenómeno de pérdida de valores y saberes propios de una comunidad, cuyos habitantes, debido a la falta de oportunidades en su tierra, emigran en busca de un mejor porvenir. “Esta pérdida de gente representa una sangría de saberes y habilidades, de recursos esenciales y de identidad para el lugar de origen. Y hoy, en el Chaco, hay sitios en los que por ejemplo no se logra encontrar personas para contratar como guías de naturaleza, cocineros o artesanos o para trabajos de campo, para desarrollar el turismo o la ganadería, porque estos sitios han sido fuertemente erosionados en su cultura”, se lamentan desde TNC.
Por eso, en una región dónde conviven casi 600 comunidades indígenas de más de 20 etnias, muchos de los esfuerzos están puestos en regenerar no sólo la naturaleza sino este patrimonio intangible y milenario. Y las que le están poniendo el cuerpo son las mujeres. Como explica desde Formosa Fabiana Menna, titular de la Fundación Gran Chaco, en estas comunidades rige la “matrilocalidad”. Es decir que cuando una joven pareja se casa, se quedan a vivir en el lote de la madre de la mujer. Esta es una forma ancestral de protegerla contra la violencia de género y que reproduce un liderazgo natural femenino. “La principal amenaza para la conservación del Gran Chaco es la pobreza y la falta de organización. Por eso queremos fortalecer el rol de la mujer. Tenemos una red de 2000 mujeres, muchas de ellas wichis o qom, que están capacitándose para trabajar como artesanas o productoras”, se entusiasma la antropóloga y especialista en género italiana, convencida de que “el futuro está en el monte”.
Al respecto, recientemente Mercado Libre lanzó “Desde Gran Chaco para vos”, una iniciativa que permite por primera vez que consumidores de todo el país puedan acceder a miles de artesanías y productos creados por mujeres y hombres de estas comunidades. Una de las tiendas oficiales que ya se encuentra en la plataforma es “Emprendedores por Naturaleza”, un proyecto de Fundación Rewilding Argentina que trabaja con comunidades rurales lindantes al Parque Nacional El Impenetrable. Su objetivo es revalorizar a los emprendedores artesanales y capacitarlos para que ellos mismos se conviertan en guardianes del monte nativo y de las especies que sostienen esta nueva economía regenerativa.
“Cuando la única fuente de ingreso es el plan social o el subsidio estatal, es difícil. En cambio, la autonomía independiza, empodera”, distingue Menna. Y agrega: “Al generar ingresos gracias a la naturaleza, ellas mismas son las que la defienden, las que se plantan frente a las topadoras”.
Desde el corazón continental de Sudamérica y mientras el mundo debate el futuro climático del planeta, el Gran Chaco apuesta por un nuevo paradigma de soluciones basadas en la naturaleza en el que coexisten las comunidades, la producción de alimentos y la vida silvestre. Quizás este sea el camino para su regeneración.