Natalia Oreiro. Por qué dice que ponerse en la piel de Eva Perón fue el desafío más difícil y una experiencia “perturbadora”
Protagoniza Santa Evita, la miniserie basada en la novela de Tomás Eloy Martínez que se estrena el 26 de julio. “Fue una mujer poderosa”, asegura la actriz uruguaya
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En un rincón de su casa en Buenos Aires, Natalia Oreiro todavía tiene un escritorio lleno de fotos en blanco y negro, fotocopias de recortes de diarios y revistas y cuadernos escritos a mano dedicados a Eva Perón. No se trata de un altar, sino de los vestigios del riguroso trabajo de investigación que la actriz realizó para protagonizar Santa Evita, la serie basada en la novela homónima de Tomás Eloy Martínez.
Algunos de esos apuntes y papeles trae, en una carpeta roja, a modo de ayuda memoria, al encuentro con LA NACION revista. Por un lado, porque la grabación de la serie (que consta de siete episodios y se estrena por la plataforma de streaming Star+ el martes 26 de julio, fecha en que se cumplen 70 años de la muerte de Eva Perón) se finalizó en agosto de 2021 y, desde entonces, ha habido muchos otros proyectos en la vida profesional de Oreiro. Pero, sobre todo, porque ella misma confiesa que ponerse en la piel de la mujer más trascendental de la historia argentina no solo fue el desafío más difícil y más grande de su carrera: también significó, a nivel físico y emocional, una experiencia “perturbadora”. “Hay momentos que los borré porque lo necesitaba así”, confesará en un momento de la charla.
No es para menos. Publicada en 1995 y convertida en uno de los bestsellers más exitosos de todos los tiempos (con unas 10 millones de copias vendidas y traducida en 30 idiomas), Santa Evita mezcla realidad y ficción –aunque es difícil separar una de otra– para reconstruir la vida y la muerte de Eva Perón pero, sobre todo, intentar responder a una incógnita que duró casi 20 años, obsesionando a sus seguidores y atormentando a sus detractores: ¿qué pasó con el cuerpo embalsamado de Evita y cómo fue posible que, una vez muerta, pareciera más viva que nunca?
Para cuando Eloy Martínez publicó su libro, Eva llevaba ya otros 20 años descansando, por fin, en su morada final: bajo dos planchas de acero, en la bóveda de la familia Duarte, en el cementerio de Recoleta. Sin embargo, desde que falleció víctima de un cáncer fulminante en 1952 hasta la restitución del cadáver a Juan Domingo Perón en Madrid en 1971, sus restos –prácticamente intactos gracias al trabajo del médico español Pedro Ara, especialista en la ciencia y el arte de conservar cadáveres– fueron escondidos en distintos puntos secretos de Buenos Aires y Europa.
El periplo errante y delirante de un cuerpo que no pudo descansar en paz –base también del cuento “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh– fue magistralmente narrado por Eloy Martínez, al punto que Mario Vargas Llosa describió Santa Evita como una novela que es también “una biografía, un mural sociopolítico, un reportaje, un documento histórico, una fantasía histérica, una carcajada surrealista y un radioteatro tierno y conmovedor”. Por su parte, en la portada de la primera edición, Gabriel García Márquez proclamó con contundente sencillez: “Aquí está, por fin, el libro que yo quería leer”.
En una de esas vueltas simbólicas que tanto le gustan a la producción cinematográfica, ahora es el hijo del Nobel colombiano, el realizador Rodrigo García, quien dirige la serie junto al argentino Alejandro Maci. Además, la actriz mexicana Salma Hayek se suma a la producción ejecutiva. Del otro lado de la cámara, están Darío Grandinetti como Juan Domingo Perón, Ernesto Alterio como el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig y Francesc Orella –a quien el público argentino conoció, hace varios años, como el profesor de Filosofía Merlí– como el doctor Pedro Ara. Y, por supuesto, Natalia Oreiro, quien fue elegida después de una ardua búsqueda por parte del equipo de producción y dirección. No se equivocaron: si bien se trata de un desafío totalmente diferente del de Gilda: No me arrepiento de este amor, se nota que a la actriz uruguaya se la da muy bien eso de ponerse en la piel de mujeres verídicas, fuertes y decididas, que se abrieron paso con carisma y tenacidad en un mundo de hombres. Un mundo del que tanto Gilda como Evita se fueron demasiado pronto, en el punto máximo de su popularidad, y no exentas de tragedia. El mismo mundo que, luego de su muerte, las transformó en mitos.
-¿Cómo te llegó el proyecto de Santa Evita?
-Hace tiempo que venía resonando que se iba a hacer y sabía que Rodrigo García había tomado la producción. Un día, María Laura Berch, directora de actores y mi coach personal en muchos de mis papeles (Gilda, entre otros), me comentó: “Están buscando a Eva y no la están encontrando. ¿Te interesa hacer el casting?”. En dos oportunidades, hace muchos años, me habían llegado otros proyectos para interpretarla y yo no me había animado. No me había sentido capacitada actoralmente, no tenía las herramientas suficientes para abordar ese personaje. Esta vez, me dije: “Ok, el tren sí pasa dos veces y por algo vuelve a suceder”. Por supuesto, me asusté. En realidad, me asusté cuando quedé [risas].
-A esta altura de tu carrera, no debe ser común que tengas que pasar por este tipo de pruebas para conseguir un papel.
-A mí me gusta hacer casting, pero es verdad, no es algo que me suela suceder. En este caso, me preparé mucho y me tocó hacerlo en una fecha bastante particular: el 17 de octubre. Cuando me dijeron que quedé, tuve una mezcla muy fuerte de agradecimiento, emoción, compromiso y una responsabilidad enorme. Todas las personas son inseguras y los actores no somos ajenos a eso. Yo lo soy, y siempre siento que no voy a estar a la altura de lo que ese proyecto necesita. Interpretar a Evita es un desafío enorme. Y sí, tuve miedo, pero ser elegida a través de un proceso de casting me dio tranquilidad. Los directores vieron en mí algo que ellos estaban buscando, más allá de mi trayectoria, porque no necesitaban a alguien con un nombre para interpretarla, sino encontrar una esencia particular.
-¿Cuál creés que era esa esencia que buscaban?
-Interpretar a una mujer con una historia tan trágica, tan apasionante y tan corta, que caló tan hondo en la historia… es como si hubiese muchas mujeres dentro de una misma. ¿Cuál es Eva? Eva es muchas. Y al mismo tiempo, sigue siendo siempre ella, inalcanzable, inabarcable. Fue y sigue siendo la mujer más importante de la Argentina y, te diría, la figura femenina más relevante del ámbito político mundial; ella trasciende la ideología, las fronteras, todo. Es transgeneracional y es algo que está vivo. Por eso digo que Eva es el desafío más difícil y más grande de mi carrera: no hay ningún otro personaje que tenga la misma envergadura. Además, tenía algo que era malo y bueno al mismo tiempo: ya la interpretaron muy bien, y de manera muy diferente, actrices como Esther Goris, Eleonora Wexler, Juli Cardinali, Juli Díaz, Laura Novoa… Yo me tomé el tiempo y el trabajo de ver el trabajo de todas, y lo disfruté mucho. Cada una encontró su versión y, en todas, vi a Eva. Entonces, sentí que yo también iba a poder encontrar a mi Eva, y en ese viaje me embarqué.
-¿Qué te aportó la novela de Eloy Martínez y cómo convivió con otros recursos de archivo (grabaciones, cartas, etcétera) en ese proceso de encontrarla?
-La novela está basada en cosas que efectivamente pasaron, pero es una ficción. Eloy Martínez decía que, donde él había escrito hechos reales, la gente pensaba que habían sido inventados por él, y que muchas cosas que él había inventado, la gente creía que eran ciertas. Mi trabajo empezó, por supuesto, con los directores, entendiendo cómo querían contar la historia, qué era lo que necesitaban, y después arranqué la investigación de todo el material de archivo en fílmico y audio. Sentí que tenía que ser muy rigurosa, pero yo no soy imitadora, no podría hacerlo ni me sale. Hice una interpretación de Eva, tratando de acercarme lo más posible a la energía que ella tenía. En ese sentido, lo que me encontré es que tuvo un cambio físico y vocal muy fuerte en escasos seis años, debido a su corta, pero intensa y apasionada, vida política y a su enfermedad. Cuando escuchás sus grabaciones como actriz de radioteatro y las comparás con sus últimos discursos, su voz baja cinco tonos. También tuvo, al final de su vida, un gran descenso de peso. Todas estas cosas fueron herramientas con las que tuve que trabajar.
-¿Cómo fue ponerle el cuerpo a todo ese desgaste extremo que sufrió Eva Perón?
-Agotador, pero apasionante. Bajé mucho de peso, más de lo que el director quería. Me entregué físicamente al personaje, no concebía hacerlo de otra forma. Estamos hablando de una mujer absolutamente poderosa, pasional, energética, comprometida, pero que tuvo que vivir en un mundo de hombres. Y la atracción que ella generaba era tal que, aun muerta, los siguió fascinando. Ellos sentían un miedo y un amor tan grandes que necesitaron destruirla. En la serie, eso se ve de una manera fortísima. Además, ponerme en el cuerpo muerto de Evita, siendo vejado por un mundo de hombres a la deriva, durante dos décadas, en dos continentes… Fue muy difícil, muy perturbador. Hay momentos que los borré porque lo necesitaba así.
-Después de hacer Santa Evita, ¿te quedan dudas acerca de quién era ella realmente?
-No. Tengo muchas certezas respecto a ella y a lo que quiso hacer e hizo. Pero sí tengo muchas incógnitas en relación con todo el entorno que la rodeaba.
-Hoy, ¿podría existir alguien como Evita o creés que, por ser una mujer poderosa, todavía intentarían destruirla?
-Creo que podría existir y también podrían querer destruirla. Confío en que puedan existir hombres y mujeres apasionados, y en que la humanidad vaya en pos de luchar por el prójimo y los derechos de los más necesitados. Pero, al mismo tiempo, los intereses políticos se meten en el medio. Esto es cierto no solo en la Argentina, sino en el mundo entero, y más en estos momentos.
-Ahora mismo, Rusia y Ucrania están en guerra. Tenés una relación muy especial con tus fans de toda esa zona de Europa. ¿Qué te pasa cuando ves las noticias?
-Para mí es difícil contestarte. El tema es muy complejo de abordar livianamente, y yo no soy política… Todo lo que diga será poco, y cualquier cosa es mucho.
-En tu Instagram, cuando arrancó el conflicto, posteaste dos mensajes muy breves: Paz y No a la guerra.
Creo que, si tengo que decir cuál es mi sentimiento, como bien indicás, ya lo hice público. Pero, más allá de esos mensajes, cualquier opinión mía puede ser interpretada de muchas formas diferentes y no creo que contribuya. Si yo pudiera hacer algo para que esto que sucede no suceda, obviamente, lo haría. Pero todo lo que puedo hacer es poner eso que postee, que creo que es un deseo que compartimos todas las personas.
A corazón abierto
Pareciera que la carrera de Natalia Oreiro no ha atravesado una pandemia. En agosto de 2020, Netflix estrenó el documental Nasha Natasha (“Nuestra Natalia”), filmado en 2014, que muestra la relación de la actriz con el público ruso, y al poco tiempo se volvió uno de los contenidos más vistos de la plataforma de streaming. En 2021, además de recibir el Premio Konex a Mejor actriz de la década, estrenó dos películas que habían quedado en cola (entre ellas, Las rojas, un drama con aires de western, la única de su carrera que, al menos por ahora, quiso ver en el cine junto a su hijo “Ata”) y reversionó su hit de 1998 Me muero de amor junto al cantautor cordobés Juan Ingaramo.
Este año, arrancó con el lanzamiento de Iosi, el espía arrepentido (disponible en Amazon Prime Video; ya tiene asegurada una segunda temporada) y la conducción de la versión uruguaya del reality La Voz. También filmó una comedia romántica con Fernán Mirás (que llegará a los cines en 2023) y, después del estreno de Santa Evita, volverá a la pantalla chica al frente de La máscara, un nuevo reality show musical de Telefe.
Pero más allá de su carrera, tal vez lo más singular de este tiempo sea el hecho de que, en julio de 2020, Oreiro se creó una cuenta en Instagram. No es una noticia, pero sí una curiosidad. Durante años, ella juró que no le interesaban para nada las redes sociales. Hoy, su feed es una mezcla de fotos de sus looks para la TV, el cine y las producciones de moda, y otros posteos mucho más personales y cotidianos, como los que la muestran viajando al Cerro de los Siete Colores con su hijo y su marido desde hace 20 años, el músico Ricardo Mollo.
-Tu primera publicación en redes fue un video pasando la aspiradora. ¿Cómo tomaste la decisión de, finalmente, entrar en el mundo virtual que no parecía interesarte para nada?
-Ese momento fue real. Empecé a grabar un video para mandarle a una amiga, simplemente porque estaba aburrida. Tengo tres perros y acababan de entrar en casa con las patas mojadas, entonces, me puse a limpiar. Y estaba re podrida de la cuarentena. Me dije: “Ya comí, ya ordené, ya leí, bueno, ¡me voy a abrir un Instagram!”. Cuando lo terminé de grabar, pensé: “¿Por qué me salió tan espontáneo?”. Y me hice la cuenta.
-¿Qué balance hacés después de dos años lidiando con tu presencia en redes sociales?
-Siempre sentí que mi trabajo hablaba por mí y quise que mi vínculo con la gente fuese humano, no virtual. Pero cuando, en 2020, todo lo que tenía por hacer y estrenar quedó en un limbo y la posibilidad del cara a cara dejó de existir, necesité la virtualidad para seguir comunicada y vi que había mucho más que la exaltación del ego que suelen generar. Debo reconocer que había sido muy prejuiciosa. Claro que el abuso de ese poder o el endiosamiento de una situación que no es real pueden lastimar, y mucho. Pero creo que, como todo, depende de la energía que uno le pone a las cosas. Las redes sociales, bien aspectadas, tienen algo muy bueno. En la pandemia, fueron un medio de conexión importantísimo entre las personas. Pero también para la comunicación en general, y en todo lo que tiene que ver con la ayuda social en particular, hay un montón de cosas que te permiten hacer. Son una herramienta muy poderosa.
-Siempre fuiste una persona influyente comprometida con causas que te resonaban como, por ejemplo, el derecho a la lactancia materna prolongada y el cuidado del medio ambiente. ¿Tus banderas siguen siendo las mismas?
-Si te contesto desde las ganas, te respondería que, obviamente, quiero un mundo mejor para mi hijo. Lo que me sucede es que, a veces, me agarra como una nube de tristeza. Hace unos 10 años, empecé a perder algo que era mío, y sé que tengo que trabajarlo, porque no me gusta y me apena un montón. Pero hay momentos en que estoy tan desencantada de la sociedad que construimos los adultos y de lo que les estamos dejando a las próximas generaciones... A los 45, me doy cuenta de que, como humanidad, estamos cada vez peor, y no solo no aprendimos nada, sino que somos la única especie dentro del planeta que destruye al planeta. Cuando se les habla a los jóvenes de esperanza, ¿de qué esperanza me hablás si no estás tomando una decisión hoy? Cuando, a mis 15 años, empecé a tener conciencia ecológica y me uní a un montón de entidades y trabajaba por esas cosas, yo tenía esa esperanza. No quiero tener un mensaje apocalíptico ni pesimista, porque no tiene que ver con mi personalidad, pero lo tengo. Igual, quiero creer, estoy convencida de que los jóvenes van a ser el cambio, pero yo también fui joven y me doy cuenta ahora de que, por más que haga, casi todo depende de unos pocos que tienen que tomar ciertas decisiones, y no lo hacen. Es muy difícil, pero tampoco podés ser un necio y evadir la realidad.
-Hablando de no evadir la realidad, el año pasado, te convertiste en madrina de una casa de mujeres en el Barrio Mugica (Villa 31). En el video del anuncio, confesabas que sentías bronca por las diferencias sociales y la invisibilidad que sufrían estas mujeres.
-Sí, soy madrina de la Casa de las Mujeres y Disidencias “Ramona Medina”. Ahí, ellas pasan hasta ocho horas diarias haciendo las ollas populares que le dan de comer a todo el barrio; una tarea no remunerada, por supuesto, y después, además, tienen que salir a trabajar para poder bancar su casa y sus familias. Para la mujer especialmente, sigue siendo muy difícil y, en definitiva, eso implica que también es muy compleja la situación para sus hijos e hijas. La Argentina es un país muy dispar y la brecha social se ensancha cada vez más. Cuando vos venís de tu burbuja y te chocás contra la otra realidad, decís: “Ok, qué lejos estoy de saber lo que pasa de verdad”. Mujeres que, por ejemplo, no tienen resuelto algo tan básico como su menstruación; que, entre comprarse una toallita o una copita o darle de comer a sus hijos, eligen esto último y entonces se ponen diarios. Me imagino esta nota, yo vestida divina, diciendo estas cosas… Pero bueno, convivo con eso. Estoy acá, desde este lugar de privilegio, a 200 metros del lugar donde soy madrina. Es fortísimo, pero es parte de la realidad. No lo tengo resuelto, sigo siendo la misma persona, pero elijo tomar consciencia y hacer algo para contribuir.
-Y si de elecciones se trata, ¿cómo elegís seguir construyendo tu carrera?
-Creo que tiene que ver con intentar no traicionarte. ¿Por qué elegís algo? Cuando apareció Santa Evita, había quedado en otro proyecto muy grande, internacional, y fue todo un tema. El otro proyecto, inmenso para mí por su exposición, no tenía tanto riesgo en cuanto al compromiso, a la composición actoral. En cambio, Santa Evita era un riesgo mucho mayor en ese sentido. Eran dos cosas distintas. Hubo que tomar una decisión y yo la tomé. Elegir en la vida es lo mejor que te puede pasar. Pero a veces no es fácil. Esto aplica a lo profesional, pero también a lo personal. Cuando era chica, hablaba sin parar y me arrepentía todo el tiempo de lo que decía, porque no pensaba antes de abrir la boca. Yo creía que todos eran mis amigos y que toda la gente era buena. Con los años, después de varios tropezones, empecé a cerrarme. Hasta que aprendí a abrir el corazón, pero, al mismo tiempo, cuidándome, dejando algo para mí. Es un equilibrio: hay que endurecerse sin perder la dulzura. Es difícil porque uno, a veces, es puro corazón, pero ese también es el riesgo.
- Estilismo: Lucía Uriburu
- Asistente de fotografía: Lucas Pérez Alonso
- Asistentes de producción: Malena Gandolfi y Camila Albiaque.
- Pelo: Sergio Lamensa
- Make-up: Karina Camporino.
- Agradecimientos: Ménage à trois, Evangelina Bomparola, Gabriela Capucci y La Mansión, Four Seasons Hotel.