Camilo Lara, referente de la producción musical latinoamericana, expone los colores, olores y ruidos de México y sigue las huellas de Roberto Bolaño
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Ha andado muchos caminos, todos más o menos sonoros. Camilo Lara (44), músico y productor mexicano, y una de “las 50 personas más influyentes de América Latina”, según el diario El País, ha colaborado con Lila Downs, Norah Jones, Beck y los Beastie Boys. Asimismo, ha compuesto música para Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, 2001) y para la series Narcos y Rompan todo. Temas de su autoría se incluyeron en producciones como Breaking Bad y Californication. Y el propio Lara inspiró el personaje de una calavera-DJ de Coco (2017), película animada de la que fue asesor musical por seis años.
A la cabeza del Instituto Mexicano del Sonido (conocido como MIS, por sus siglas en inglés), en que despliega pop electrónico, música tradicional mexicana, hip-hop y otros tañidos callejeros, así como letras sociales, ha compuesto canciones para videojuegos como FIFA y Grand Theft Auto V, este último, el más vendido de todos los tiempos. Fue director de EMI en su país (donde fichó a Plastilina Mosh y Titán), antes de lanzarse con sus propios proyectos. Ahora acaba de publicar su sexto álbum, Distrito Federal, un tributo a los colores, olores y ruidos del D.F. en que creció (que hoy se llama Ciudad de México) y por cuyas calles pululaba Roberto Bolaño, una de sus grandes influencias, junto con el disco Sandinista! de The Clash, que le enseñó que se pueden “mezclar géneros del mundo y ser atrevido sin perder una esencia”.
Distrito Federal (D.F.) contiene temas como “My America is not your America”, en que participa Graham Coxon, de Blur; y “Vamos”, con la colaboración de Dan The Automator, de Gorillaz. ¿Qué tan lejos está el México actual de la ciudad en que te criaste? “Yo tengo la teoría de que la ciudad de México siempre se ha reinventado. Ha tenido cuatro nombres: Tenochtitlán, la Gran Ciudad de México, el Distrito Federal y la Ciudad de México (CDMX). Es una ciudad que, por geografía, se destruye y se construye todo el tiempo, desde que era un lago y los aztecas decidieron idiotamente poner sus pirámides encima, y luego los españoles, también bastante idiotas, construir sobre las pirámides y el lago. Y luego los mexicanos, destruir todo y construir edificios encima”, le dice Camilo a LA NACION revista por Zoom. “Es una urbe que siempre ha estado buscando una identidad a través de la construcción y la destrucción de los monumentos y las cosas. Todos los terremotos han contribuido a ello. Entonces, la ciudad en que yo crecí, en la que Bolaño vivió y en la que ahora viven otros, son muy diferentes”, agrega. “Ahora si sales en búsqueda de Bolaño en las calles, ya queda muy poco de él, aunque barrios como La Condesa o La Colonia del Valle, que están en sus libros, aún existan”.
A Bolaño, en quien se inspiró para un disco anterior (Piñata, 2007), Lara lo siente muy cerca, porque sus historias se parecen a las vivencias de juventud que contaban sus padres. “De hecho, muchos de los personajes de Los detectives salvajes o de 2666 son personajes que existieron y eran parte del mundo de poetas e investigadores de la UNAM al que mis papás pertenecían. Para mí, leer a Bolaño es recorrer sitios que ellos habitaron de una ciudad que a mí no me tocó, pero que trato de reconstruir a través de la lectura. Los libros, además, me dan referencias para generar música, son como postales de una visión”.
Su disco habla de “cómo las cosas cambian y uno cambia, y cómo tal o cual calle va cambiando contigo. Es una historia de gentrificación”, dice Lara. El término hace referencia a cuando un barrio deteriorado se reforma y pasa a ser poblado por gente de un estrato socioeconómico más alto que el de los moradores originales. “Para mí, la Ciudad de México siempre va a ser el Distrito Federal, porque esa es la polaroid que me gusta. Siento que las grandes ciudades se han ido estandarizando y son un poco como el duty-free de los aeropuertos. Tienen las mismas tiendas, las mismas cosas. Aquí pasó: los negocios de barrio, las cantinas, que eran muchísimas, están en extinción. Con la pandemia, van a terminar de morir y esta será una ciudad sin cantinas, que eran el orgullo nacional, el pop mexicano”. No lo afirma con nostalgia, aunque uno de sus temas, “Se compran”, tenga un dejo de añoranza u olvido: Se compran colchones/ tambores, refrigeradores/ estufas, lavadoras, microondas/ o algo de fierro viejo que vendan. Para Lara, todo cambia. “Creo que el D.F. ahora es una ciudad más estable y segura”. Por ejemplo, en Colonia Roma, el barrio donde vive con Valerie Miranda, su mujer, y dos perros, “antes era peligroso salir, ahora no, es muy hipster y hay lugares increíbles”.
Camilo es aficionado a las gorras, lleva una negra, a juego con sus ojos, durante esta entrevista. Por su apellido, uno podría pensar que ¿quizá es pariente de Agustín Lara? “No. tristemente... Me habría encantado. Compositores como él y Guty Cárdenas son increíbles, un poco la fundación de lo que ahora es la música mexicana moderna”, dice quien creció en Coayacán, cerca de la UNAM y la casa de Diego Rivera, en un hogar donde se oía “mucho rock; canción latinoamericana, desde Violeta Parra hasta Oscar Chávez, música clásica y los Beatles”. Su infancia estuvo marcada por la literatura y los debates. “Mis padres son investigadores universitarios, enfocados en los derechos: de la mujer, mi mamá; de los trabajadores, mi papá. Como soy diez años más chico que mi hermano mayor, entré muy tarde a la mesa de discusión. Con mis padres leí mucho. Luego, mi hermano mayor era una estrella de rock de los 80, con su grupo Bon y los Enemigos del Silencio, y muchos de los que tocaban en esa época, como Caifanes, pues ensayaban en mi casa”.
Camilo fue un “niño fan de la música de fines de los 80”. Pero cuando jugaba con sus amigos en la calle, oía cumbia, que era lo que sonaba, y danzón, mambo y chachachá. Hoy cree que, en el mundo, pronto acabará la hegemonía anglosajona. “La cultura va a cambiar de epicentro. Lo estamos viendo en el cine con directores coreanos, mexicanos. En la música pop ya lo es: los grandes artistas no son de los Estados Unidos ni de Inglaterra. Creo que vienen cosas aterradoras y geniales de consumo de la cultura china. Siento que la horizontalidad que ofrece el streaming es interesantísima: hay focos de cultura en muchos lados, por ejemplo, Seúl o Cali, y aquellos artistas que están en una capa media, que no son anglosajones, van a tener acceso a un público global. Me emociona pensar que ciudades pequeñas van a tener a grandes artistas. Ya está pasando: en Nueva York y Londres se está consumiendo fuertemente la música de Nigeria, así como se está consumiendo K-Pop”.
Al mismo tiempo, destaca la música argentina actual. “Creo que lo más emocionante que está pasando ahora viene de allí: la Cumbia 420, todos los chicos muy jóvenes que están haciendo trap, rap, hip-hop y cumbia, o inventando, son los más punks. Son más punks que en cualquier otro lado, gente como L-Gante o Dillom, que retomó la cumbia villera, fragmentada y hecha con modernidad y con swag (estilo). Oigo como la misma rabia que tenía Virus en su época en L-Gante. Creo que son manifestaciones de juventud, y eso es increíble, cuando lo ves puro: un reducto de rabia, de hambre”.
Colaboraciones y Morrissey
Le gusta decir que su instrumento es el sampler. “Yo estudié letras hispánicas y no estudié ni sé leer música. Traté, pero no podía tocar la guitarra: como zurdo, nadie me quería enseñar. En el sampler empecé a hacer cosas que no consideraba música, sino samplear (cortar y pegar). Y con los años fui encontrando los instrumentos como parte del collage que estaba haciendo. Terminé tocando un poco todos, pero mal, pero los toco para lo que me sirven”.
En realidad es, sobre todo, un generador de ideas, remixes y colaboraciones. Por ejemplo, en 2015, fundó Mexrrissey, un grupo que versionaba a Morrissey y The Smiths y que, al año siguiente, editó el álbum No Manchester, con sonidos mexicanos y letras traducidas como “Cada día es domingo” (“Everyday Is Like Sunday”), “Estuvo bien” (“Suedehead”) y “El primero del gang” (“First of the Gang to Die”). La banda tuvo tanta aceptación, que hasta se presentó en el Barbican Centre de Londres y el Albert Hall de Manchester. Los británicos estallaron. “Sí. Era divertida la idea de ‘La Reconquista’: de ir y venderles lo mismo, pero desde otro lado... Había mucho en común, entre Morrissey y México, como el dramatismo, y era muy divertido reimaginarlo así. Hicimos como cien shows y la mitad de esos, en Inglaterra”, comenta Lara. “Es loco que tú estés haciendo tu música por años y luego aparezca un proyecto así y ese sea el que pegue (se ríe). Pues sí, pegó. Debutó en el número 1 del chart independiente inglés. Es el disco mexicano que mejor ha debutado allí”.
Ahora dice que es solo un recuerdo bonito, que le permitió armar un “grupazo con cracks” de la escena mexicana. “Y además, para mí, que no tengo grupo, porque, en realidad, mi grupo soy yo, pues me encantó ser parte de un equipo. La verdad, dejé de hacerlo, porque odié a Morrissey, me pareció un racista horrible y un ultraderechista... Sus canciones me salvaron mi juventud y me hicieron entender el mundo, ser un raro y conocer a otros raros, a través de su música, pero apoyar su postura no iba para nada conmigo. Se acabó”. Morrissey, que es un fan vegano y animalista, se ha mostrado cada vez más en contra de la inmigración y más a favor de For Britain, un partido de extrema derecha.
Hay tres aspectos que llevan a Camilo a colaborar con otra gente: admiración, curiosidad y que el otro le complemente. “Parte de mi motor de vida es salir y tocar con otros, o producirles música. Es mi manera de socializar, porque trabajo mucho solo”. Todas sus producciones han contado con invitados, entre otros, de habla hispana, Julieta Venegas, Andrés Calamaro, Adrián Dárgelos, Beto Cuevas y Jarabe de Palo. En 2016, grabó Compass, en conjunto con el productor mexicano Toy Selectah y con la participación de 80 artistas de ocho países. Hace poco, produjo a Band of Horses, banda estadounidense de indie rock. En Sudamérica, dice que está muy activo. “Estoy produciendo a Demian Rodríguez, un chileno que canta boleros. También está por salir una colaboración con mi superamigo Fidel Nadal, a quien conozco desde Mano Negra. Y con Gepe tenemos que terminar un tema”.
Con Cuarón, ¿hay planes? “Tengo muy buena relación con todos los Cuarón. Él (Alfonso) es mucho más grande que yo. Nos conocimos cuando estaba haciendo Y tu mamá también, nos hicimos muy buenos amigos y decidimos hacer una compañía de música y cine juntos, Suave. De ahí salió esa peli, la distribución mexicana de El Espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro, y muchos discos. Fue uno de los primeros sellos independientes locales y un fracaso absoluto. Puedo decir, con mucho orgullo, que he sido de las pocas personas que ha fracasado con Cuarón (se ríe). Hemos trabajado mucho juntos”.
En momentos de bloqueo, Lara consulta a Braian Eno: tiene a mano sus Estrategias oblicuas, un juego de cartas que diseñaron el compositor británico y el pintor berlinés Peter Schmidt, en 1975. “Lo bonito es sacar una de repente”, indica Camilo, mientras toma una carta que dice “Usa una idea vieja”. Según él, “es como una ouija. Es divertido que alguien te ayude a pensar una salida, aunque no sepa el problema”.
No es lo único que destraba a este productor (puede ser cualquier cosa, como los ladridos de sus perros) que se siente un inadaptado, porque quienes hacen cumbia no lo ven como cumbiero y los del rock no lo miran como rockero. “Siempre me debatí entre Morrissey y Pérez Prado. Ponía mambo y la gente andaba en el tecno. Siempre he estado en discordia con el resto. Lo que sí sé es que toda la música que he hecho gira en torno a mi comunidad, donde vivo, México. Creo 100% en la denominación de origen, en que las cosas que tienen un pie en el lugar de donde son, resultan más interesantes, porque tienen identidad”.