Mundo interno. Es hora de hablar con uno mismo
Quizás, contra lo que normalmente se cree, las personas que hablan solas no están mal de la cabeza. Por supuesto, depende de lo que digan. Hay soliloquios (monólogos destinados a uno mismo) y hay diálogos internos (conversaciones con o entre aspectos que nos habitan y conforman nuestro mundo psíquico). Cabe preguntarse quién habla cuando decimos “yo”. Porque puede y suele ocurrir que esa voz se haya apoderado de nuestra personalidad en detrimento de otras partes que nos constituyen, que están silenciadas y que piden la palabra, pero no la obtienen.
Somos universos ambulantes, constituidos por múltiples aspectos que orbitan en torno de lo que presentamos como nuestra identidad, ese ropaje psíquico con que nos presentamos y deseamos ser vistos por los otros. Adentro de cada persona hay un valiente y un cobarde, un generoso y un mezquino, un sincero y un mentiroso, un honesto y un tramposo. Por cada aspecto existe su opuesto complementario. Adoptamos uno de ellos, el más favorable, como carta de presentación, y ocultamos, negamos o rechazamos el opuesto. Lejos de desaparecer, éste permanece en lo que el médico y psiquiatra suizo Carl Jung (1875-1961), padre de la psicología arquetípica, llamó la Sombra. Desde allí lo proyectamos hacia otros, son ellos y no nosotros los que tienen esa característica indeseada. Este proceso no es consciente ni voluntario, pero es real y nadie está exento de él.
De manera que hablar a solas puede ser un modo de hacer que nuestros aspectos emerjan y dialoguen. Y que se abran puertas necesarias en nuestro mundo interno, porque el acallamiento de las subpersonalidades que nos habitan, no solo nos empobrece, sino que genera malestares y presiones silenciosos en los que fermentan neurosis variopintas. Algo de esto había sospechado hace veinte siglos el emperador romano Marco Aurelio y lo dejó asentado en sus Meditaciones (una lectura muy recomendable), en las que hacía un balance de su vida y de lo que había aprendido a lo largo de ella.
Como advierte la psicóloga social Ariana Orvell, catedrática en el Bryn Mawr College, de Pensilvania, en muchas de sus reflexiones Aurelio evita el pronombre yo. Usa, en cambio, el plural nosotros o prefiere la segunda persona (tú) para referirse a sí mismo. “El uso de pronombres en segunda persona por parte de Aurelio refleja su tendencia a considerar su vida como si estuviera en un diálogo consigo mismo, es decir, dirigiéndose a sí mismo directamente”, escribe Orvell en un ensayo publicado en la revista digital Psyche. En efecto, al abordar una cuestión que lo afecta, el emperador no se pregunta “¿Por qué me molesta esto?”, sino “¿Qué le molesta de esto?”, y habilita así a esa parte de sí mismo que está fastidiosa a que se exprese. Abre espacio al diálogo interno, al sonido de las voces que están silenciadas en nuestro interior, mucho más en tiempos, como los actuales, en los que, secuestrados por el bullicio externo, hipnotizados e imantados por el afuera, visitamos poco a nuestros paisajes internos y sus necesidades, y escuchamos aún menos las voces que desde allí claman. Acaso sea el momento de hablar más solos y a solas como signo de salud, sin temer lo que vamos a escuchar, ya que por doloroso que pudiera ser, resultará en nuestro beneficio.
Orvell llama a esto Diálogo Interno Distanciado y, a la luz de su investigación, sostiene que “cuando usamos el pronombre de segunda persona ‘tú’ para reflexionar sobre nosotros mismos, podemos ir más allá de nuestra perspectiva egocéntrica predeterminada y considerar nuestros pensamientos y sentimientos desde la postura de un observador más objetivo. Esta perspectiva distanciada de uno mismo abre nuevas formas de pensar, que pueden marcar la diferencia en nuestros sentimientos y comportamiento en una variedad de situaciones emocionales”. Menos chateo externo, pues, y más diálogo interno.