“Pienso en cada paso que da una mujer y así hago zapatos poderosos”, es la nueva visión de Gherardo Felloni, director creativo de Roger Vivier, la maison que nació en París en los 30
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Roger Vivier es la marca de zapatos más emblemática del mundo. La maison nace en París en los años 30, cuando el señor Vivier, un artista dedicado a crear zapatos como quien hace realidad sueños, conoce en el famoso cabaret Folies Bergère a la actriz Joséphine Baker y empieza a hacerlos a medida para ella. A partir de entonces, muchas serán las estrellas internacionales cuyos pies vestirá el señor Vivier. Para Marlene Dietrich, crea el famoso “talon Boule”, un taco con forma redonda cubierto en strass. Para la coronación de la reina Isabel II, diseña tacos dorados con joyas incrustadas. En los 50, inventa el exitoso stiletto y, en los 60, el taco “Virgule”, que significa coma, e imita la forma del signo de puntuación, acuñando un estilo inédito en el universo del calzado.
En 1998, a los 91 años, Roger Vivier muere. Veinte años después, su legado caerá de manos del visionario Gherardo Felloni, un diseñador italiano que es hoy el director creativo de la maison. Desde que llegó, Felloni ha sabido llevar a la tradición de la marca hacia un horizonte joven, innovador, excéntrico y divertido.
La entrevista es en su oficina de la calle Faubourg Saint-Honoré, Gherardo Felloni, frente a escritorio moderno, espacioso y ordenado, con una biblioteca entre un rosa chicle y un rosa Dior. Así se dispone a hablar de cómo revoluciona los diseños de Roger Vivier sin que la marca deje de comunicar la historia que hay detrás de cada colección y cada zapato.
-¿Qué es para vos un zapato perfecto?
-Para mí, un zapato perfecto es, primero, un zapato que las mujeres deseen, que lo quieran tener. Eso es muy importante. Porque cuando hago un zapato que, por ejemplo, a mí me gusta, pero que a las mujeres no, hay algo que está mal. Pierde el sentido. Pero pasa. A veces, hacés algo y pensás que es lindo, y no lo es. El trabajo más importante que hago es pensar en cada paso que da una mujer en el mundo –diferentes tipos de mujer, porque me gusta vestir a mujeres distintas, e incluso una misma mujer puede ponerse cosas distintas a lo largo del día–, pero pienso realmente en cómo estas mujeres van a usar estos zapatos, y así hago zapatos más poderosos.
-¿Cómo es trabajar con Inès De La Fressange como embajadora de la marca.
-Lo maravilloso de Inès es que ella conoce a las mujeres mejor que yo, y conoce a las francesas, porque vivió acá toda su vida. Si yo necesito un consejo o lo que sea, siempre puedo contar con ella, tomar un café con ella, ir a su oficina y conversar. Es así como trabajamos. En general, el embajador es alguien que conoce el mundo que nos rodea desde un punto de vista distinto, lo que ayuda muchísimo. Y, por supuesto, ella nos apoya. Cuando llegué acá, ella fue la que me abrió la puerta, porque conoce a todo el mundo, conoce las dinámicas. Y sabés cómo es: un director creativo puede cambiar –yo no quiero que cambie, pero puede cambiar– pero ella se queda, es el corazón de la casa.
-¿Qué te inspira? El arte, el diseño de interiores, los sueños y las fantasías, eso lo leí, ¿pero hay algo más?
-La música. Soy realmente muy peculiar, porque encuentro inspiración básicamente en todas partes. Tengo una visión fuerte de las cosas, y no tengo miedo de todo aquello que está por afuera o más lejos. Lo puedo incluir en mi visión; sé cómo hacerlo y cómo hacer para que funcione. Entonces, me pueden inspirar cosas súper chic y también cosas súper trash. Todo. Si tuviera que decir algo, diría ¡los gatos! (se ríe). Los gatos me inspiran por cómo se ven –yo creo que se ven muy lindos–, pero también por cómo viven y se acercan a vos. Un gato es como un cliente. Al gato no lo podés forzar a hacer lo que vos quieras: estás obligado a hacer cosas que le gusten. Y lo mismo cuando tengo que encarar una colección. No soy un diseñador que imponga cosas. Yo hago cosas. Trato de acercarme a las exigencias y a las necesidades de las mujeres. Es una relación gatuna (se ríe).
-¿Cómo combinás tu ADN italiano con el francés de la maison?
-Primero, pienso que Italia y Francia se parecen bastante. Y tienen puntos de vista y enfoques totalmente distintos en muchas cosas, pero el punto de vista italiano en la moda francesa no es una novedad. En zapatos, por ejemplo. Desde los años 50, cuando Roger Vivier sacó su colección, la hizo en Italia.
-Y todas las grandes marcas hoy también hacen sus zapatos en Italia...
-Exacto. Hay una relación histórica entre Francia e Italia, y yo me siento muy cómodo. Creo que la actitud francesa está más ligada a la promoción. Los franceses siempre promocionan lo que hacen, incluso cuando no les gusta. Los italianos no; si no les gusta algo, no lo promocionan. Si hago unos zapatos que no me gustan, no los puedo promocionar. Un diseñador francés sí puede. Es una diferencia importante. Sobre todo porque ellos son muy buenos haciéndolo, entonces trato de tomar esto de la cultura francesa: ponerle a lo que hacés tu mejor esfuerzo para poder después promocionarlo.
-En términos de estilo, ¿tratás de traer algo del estilo italiano?
-Los franceses en general (porque es una generalización) son más conservadores. No son osados. No se animan a mucho. Son más minimalistas. Los italianos son más lúdicos, más alegres y más eclécticos. Acá es más burgués.
-¿Con qué frecuencia visitás los archivos de Roger Vivier y cuál fue tu primera experiencia?
-Mi manera de abordar los archivos es muy peculiar. Lo mío nunca fue agarrar una pieza vintage usada para copiarla. Jamás. Ni siquiera en mis experiencias laborales anteriores con Helmut Lang, en Miu Miu, en Dior. Odio eso por dos razones: primero, porque es muy fácil hacer algo viejo, porque ya está hecho, y también porque la anatomía del pie de las mujeres está siempre cambiando, y no podés hacer hoy la misma forma de antes. Es imposible, por más linda que sea la forma que tenían los zapatos en los años 50, por ejemplo, no las podés copiar hoy. Entonces, mi relación con los archivos cuando llegué acá –porque ése era uno de mis sueños, cuando firmé el contrato, una de las grandes razones que tenía era tener acceso a los archivos– fue tomarme quince días para abrir y mirar todo.
-¿Dónde están los archivos?
-Eso que ves ahí (señala unas cajas numeradas y prolijamente ordenadas en los estantes de un mueble color rosa Dior en un rincón de la oficina), por ejemplo, es una parte del archivo. También está en algunos museos, en las fábricas… Es un archivo demasiado grande como para guardarlo en un solo lugar. Y lo que hice fue tomarme tiempo para revisarlo entero. Puse los zapatos que más me gustaban sobre la mesa y dije: “¿Qué tengo que sacar de acá? El sentimiento, nada más”. Miré uno por uno –porque cada zapato era diferente– pensando en lo que tenía de especial: el color, la forma. Sentía cómo la silueta de cada zapato era diferente de los demás, y me quedé con eso.
-¿Y mientras dibujabas?
-No. Después guardé todo el archivo, y no lo volví a ver nunca más.
-¿Y esto fue todo? ¿Solo lo viste una vez?
-Sí. Porque tenés que trabajar en tu mente. Tenés que poder recordar cosas, no copiarlas.
-Contame de tu infancia en la fábrica de zapatos.
-Toda mi familia está en Arezzo, nunca se mudaron. Yo me crié ahí. Mi padre trabajaba todo el día, mi madre trabajaba también, y a veces no tenían con quién dejarme, entonces mi padre me llevaba con él a la fábrica. Y me dejaba ahí. Porque yo era un niño muy independiente, estaba siempre escapándome, no me importaba nada...
-¿Dónde estaba la fábrica?
-Cerca de Arezzo. Mi tío, el hermano mayor de mi papá, inauguró la fábrica en 1958. Son seis hermanos, así que hay una diferencia de edad importante entre los dos. Y después la fábrica empezó a ser parte del Prada Group en los 2000. Cerraron la fábrica, y construyeron en su lugar una más grande: la vieja ya no existe más. Estaban acostumbrados a hacer Hermès y Gucci en los años 70.
-¿Y tu papá y tu tío siguen trabajando?
-No, mi tío es muy viejo ahora, vive aún, gracias a Dios, y mi padre dejó de trabajar hace dos años, porque tiene 78 años, pero siempre está ahí para aconsejarme.
-¿De chico visitabas la fábrica?
-Sí, iba a la fábrica, veía un pedazo de cuero, un pedazo de papel, y dibujaba. Era un juego. Captaba cosas. Tenía la oportunidad de mirar. Esto fue en los 80, y hasta los 90 tuve la oportunidad de ver desde el principio las colecciones de Hermès, de Gucci y después las de Prada, porque las primeras muestras las hacían allá. Conocía todos los tacos, todo, y eso me dio mucha confianza cuando empecé.
-Pero estudiaste biología, ¿por qué?
-En esa época no me importaban los zapatos. Mi padre es un buen hombre, y no nos forzó ni a mí ni a mi hermano a hacer lo mismo que él. En ese momento, me gustaban los animales, la naturaleza, entonces estudié biología en Arezzo. Era un secundario con orientación en biología. Cuando terminé, dije “quiero ser arquitecto”. Y mi padre me dijo “no sos muy buen estudiante, ¿estás seguro?”. Creo que es el primer padre en no alentar a sus hijos a estudiar (risas). Pero de manera muy dulce, no de mala manera. Y entonces me dijo “están buscando a alguien para hacer una pasantía en Prada, porque necesitan alguien que sepa dibujar”. Y yo era muy bueno, porque pintaba en casa. “Si necesitás un poco de plata...”, me dijo. Pensé: “Ah, y te dan plata, bueno, dale, lo hago”. No me importaba nada el trabajo, cero, pero cuando hice la primera pasantía me encantó, y la renové, y después me dieron el primer contrato y me quedé diez años.
-¿Y luego de esos diez años en Prada?
-Me fui a Dior por cinco años y medio, digamos, después [Patrizio] Bertelli me llamó de nuevo, pero le dije “me quiero quedar en París, no quiero volver a Milán porque me mudé acá”. Pero cuando estaba en Prada, empecé con Helmut Lang. Fendi por dos años, y después Miu Miu.
-¿Cómo es tu proceso creativo cuando diseñás?
-En general, dibujo. Soy muy rápido dibujando, porque para mí es muy complicado explicarle a alguien lo que quiero, entonces lo dibujo.
-¿Y tenés un tema? Cuando llega el lanzamiento de prensa, ¿tu diseño cuenta una historia?
-Sí, básicamente cuando empiezo a hacer la colección ya tengo en mi cabeza una historia, porque pienso que hoy todo el mundo hace lindos zapatos y lindas carteras, entonces necesitás tener una historia atrás. Pero generalmente, hago un diseño, y una vez que está terminado empiezo a construir la historia. Para mí, no es algo que pensás antes, sino después.
-¿Cuál es la enseñanza más importante que aprendiste de tu padre y de tu tío del negocio de los zapatos en los años 50?
-Hay muchas enseñanzas técnicas, pero lo más importante que aprendí de mi padre es que hay que saber trabajar con la gente que tenés, y esto significa también entender qué es lo que mejor hacen. Porque en general la gente no sabe cuál es el mejor talento que tiene. Y a trabajar sabiendo a quién tenés enfrente, no solamente exigiéndoles cosas, sino sabiendo qué tienen para dar. Eso aprendí de mi padre, que la gente no siempre sabe lo que puede dar. Me pasa incluso con los artistas, que a veces tienen managers que hacen eso por ellos.
-¿Pasás mucho tiempo con la gente en la fábrica?
-Sí, la fábrica está en Marche. La campiña es muy linda y no tan conocida.
-¿Y qué aprendiste de tu tío?
Mi tío.. (se ríe)
-¿No tenías una buena relación?
-Sí, sí, muy buena. Pero era particular, porque él era el jefe en serio, el fundador de la fábrica. Mi tío era el verdadero zapatero. Esto quiere decir que si venía un diseñador y le decía quiero esto así, pero acá un poco más así, él le decía “perfecto”, y una semana después le entregaba lo que a él le parecía mejor. Es muy difícil ganar dinero haciendo zapatos, porque son muy caros, hay mucha tecnología, hacer un taco es muy caro, es por eso que los zapateros son siempre pobres (se ríe).
-¿Y alguna enseñanza que te haya quedado de él?
-Esto es una enseñanza. Ser inteligente a la hora de cambiar los diseños y pensar en lo que necesitás de verdad. Porque hay un enorme trabajo detrás, y cada vez que cambiás algo, hay que estar muy enfocado en que la gente entienda.
-¿La moda y los zapatos es de lo que hablás mucho los domingos en la mesa?
-Depende. Trato de no ver gente de la moda o amigos que trabajen en la moda porque si no solo hablamos de moda (dice con tono bromista).
-¿Entonces la mayoría de tus amigos no son del mundo de la moda?
-No, tengo muchos amigos del mundo de la moda, pero trato de no verlos (risas). Pero mi novio es el director que escribió y dirigió las películas que hice para Roger Vivier, y es una pesadilla porque solo hablamos de esto (se ríe). Él es es italiano, de Nápoles. Andrea Danese. Es más joven que yo y tiene una mente brillante. Es director, y ahora está haciendo su primera película, que va a estrenarse en la próxima primavera. Nos conocimos en Nápoles y se mudó a París. Después con la pandemia nos fuimos a una casa que tengo en una isla, en Giglio, entonces ahora él sigue todavía ahí porque está escribiendo su película.
-¿Qué consejo te darías a un vos más joven?
-No empieces a trabajar en la industria de la moda. Estudiá ópera y sé tenor. (risas)
-¿Cuál fue el desafío más grande cuando empezaste en Roger Vivier?
-No arruinar esta marca. Me dije: quiero que mi paso por esta marca sea bueno, puedo lograrlo o no. Porque al principio no sabés cómo te va a ir. Ahora sé que hago un buen trabajo, que tenemos buenas ventas, que a todo el mundo le gusta, pero al principio no sabés. Y era mi primera vez como director creativo. Yo era solo un diseñador de zapatos, y eso fue lo que me dije: dejá de pensar demasiado y tratá de no arruinar la marca.
-De proteger la herencia…
-Sí, proteger la herencia, pero también vivir acá (se toca el corazón) algo bello, coherente, y no destruir la marca. Porque ahora –y no es la voluntad del diseñador– pero muchas marcas están, para mí, perdiendo algo. Esto de “vender, vender, vender” va a terminar. Va a ser un problema. Entonces no arruinar la marca, no olvidarse de la herencia, y no olvidar el savoir-faire de este negocio, porque me doy cuenta de que todo está de verdad muy bien hecho. Vivier es como el Hermès de los zapatos, entonces no cambiar eso.
-¿Cómo surgió el Hôtel Vivier? La idea de un Hôtel particulier que en cada habitación ofrece una performance de artistas presentando tu colección.
-Cuando llegué acá, tenía en mis manos una marca de zapatos que hacía carteras y accesorios, y hoy tenemos que ser consistentes en la comunicación, porque si no desaparecés. Y pensé: “¿Qué puedo hacer con Vivier?” Porque no tenemos desfiles… algo tenía que encontrar.
-Para que la gente quisiera venir
-Exacto. Entonces pensé: ¿qué es lo peor de Fashion Week para los periodistas, para la gente que viene? Ir a un desfile cinco minutos, mirar no sé qué, escribir un artículo, ir a otro desfile y así. Tenía que hacer algo que la gente disfrutara, que les diera ganas de venir. Pensé: tengo zapatos, pero no tengo un cuerpo, y así no puedo. Yo he trabajado en Prada, Gucci, con Helmut Lang, con Galliano, y mi escuela es que un zapato puede ser un objeto, claro, pero necesita una silueta y no quería modelos. Entonces me dije: me gusta la música, el cine, la ópera, el teatro, ¡hagamos un casting de performances!, y que cada habitación imagine a una mujer diferente que pueda ponerse este zapato. Y funcionó. Lo que tiene el Hôtel Vivier es que no hace falta obligar a la gente a hacer publicaciones en sus redes, porque es orgánico…
-¿Cómo fueron las primeras experiencias?
-Al principio, acá en Vivier, todos me miraban como si estuviera loco. Eso que querés hacer es una locura, hagámoslo esta primera temporada y después vemos… Pero yo estaba seguro de que a la gente le iba a encantar. Porque cuando hacés algo siguiendo tu pasión, la gente entiende. Y al final del primer Hôtel Vivier, a las siete, teníamos que cerrar y nadie se quería ir. Al principio, como se pensaba que nadie iba a venir, la mañana era bastante calma, pero después la gente empezó a publicarlo en sus redes y de golpe había cola afuera. Y así fue cada Hôtel Vivier; en el último había casi mil personas. Me hicieron tantos elogios, yo estaba muy feliz.
-Este año, para presentar la colección, te pusiste una máscara de monstruo subacuático, ¿por qué?
-Dos razones. La primera, porque cada vez que aparezco en el video lo tienen que hacer de nuevo. Que la luz no es buena, que se me ve muy cansado (risas)... Trato de estar en estos vídeos que hacemos en Roger Vivier, pero trabajo los dos días anteriores para preparar todo. Y cada vez que aparezco en cámara, ¡estoy horrible! Entonces esta vez dije “usemos una máscara, perfecto”. La segunda razón es porque compuse una canción. Como la canto, no quiero que la gente piense que soy pretencioso. Entonces pensé: no quiero estar en el video como que estoy yo cantando, ahí en escena. Cuando Andrea [Danese] lo escribió, había tantos animales que pensé, ¿y si yo también fuera un animal?
-¿Cómo te afectó la pandemia?
-Realmente creo que de la pandemia hay que aprender algo. No hay que olvidar. Porque veo que en este Fashion Week muchos están tratando de olvidar. Y eso está mal porque tenemos que recordar todas las cosas malas que la humanidad ha tenido en su historia, y hacer algo mejor después. Ahora entiendo que podemos trabajar desde donde sea que estemos. Lo sabíamos, pero ahora es un hecho. Creo que no tenemos que olvidarnos de lo digital, porque esta pandemia ha sido la prueba de que lo digital importa, porque la gente no puede tomarse un avión a cualquier lado cada cinco minutos. Me di cuenta de que no quiero vivir tan estresado como antes, aunque el Hôtel Vivier para mí ya había sido para mí una epifanía del tipo, porque vi a mucha gente demasiado estresada y dije no. Esto así no va. Para mí, la moda es algo orgánico.