Moda. ¿Desaparece la corbata? Todo sobre el lazo más famoso
Desde hace décadas se vaticina el adiós a la corbata, que resiste ante la pandemia; un recorrido por la historia de este accesorio y pistas matemáticas del arte de anudarla
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No es necesario desempolvar un viejo compás para trazar un círculo: muchos son los varones que, acaso sin advertirlo, lo dibujan cada mañana, frente al espejo, al tratar de enlazar un nudo de corbata. Que esta operación tiene su ciencia lo confirman los millones de views que acumulan tutoriales en línea, recurso que achicaría el margen de error de cálculo. El asunto tiene su intríngulis a pesar de que el hombre anuda casi desde los albores del mundo: para sujetar pieles a su cuerpo, fabricar trampas, tejer, colgar puentes, escalar montañas; y más cerca en el tiempo, atarse los cordones, cerrar la bolsa de residuos… Aun el nudo más simple, aplicado al susodicho accesorio, requiere de cierta pericia en pos de fijar anchos y longitudes que no atenten contra los cánones de la estética. No es cuestión de andar desairando a la madre de todas las proporciones, la moda.
En el ornamento del vestuario masculino por excelencia, las alternativas de nudo con más prensa suelen ir del versátil Four-in-Hand al elegante Windsor, sin olvidar al Pratt. Pero existen variantes que hacen palidecer al más intrincado de los origamis, como el Trinity, el Eldredge, el Nudo de pescado o –uno digno de hondos suspiros– el Amor verdadero. Apenas la punta de un iceberg de diversos géneros (lana, seda, lino, algodón, poliéster) y estampados, según los resultados del trabajo de un grupo de científicos del Real Instituto de Tecnología de Estocolmo que, años atrás, estimó cuántas formas hay de anudar una corbata. Liderado por el matemático sueco Mikael Vejdemo-Johansson, el equipo calculó 266.682 posibilidades presuntamente practicables. En verdad, lo que hicieron estos escandinavos fue revisar y ampliar un estudio similar, de 1999, publicado en revista Nature por Yong Mao y Thomas Fink, científicos de la Universidad de Cambridge, que más tarde se editaría como encantador librito y sería traducido a varios idiomas. Las 85 maneras de anudarse la corbata: Ciencia y estética del nudo entregaba precisamente lo que prometía: la dupla exponía el lenguaje matemático que había inventado para describir estas operaciones espaciales y, en el ínterin, proponía nuevos nudos para tipos audaces. O, por qué no, para chicuelas y chicuelos de colegios privados donde la prenda sigue instalada.
A fines de desentrañar cómo el Four-In-Hand de pronto se leía “Li Ro Li Co T”, LA NACION revista conversó con la doctora en matemática Moira Chas, argentina que enseña en la Universidad de Stony Brook, Estados Unidos, y que investiga en topología, curvas en superficies y variedades de dimensión tres: “En el trabajo citado, Mao y Fink describen matemáticamente distintos pasos a seguir para anudar una corbata. Se comienza por pasar la banda ancha de izquierda a derecha, por debajo o por encima de la banda finita. El espacio queda divido entonces en tres sectores: centro (C), izquierda (L), derecha (R). El nudo continúa moviendo la banda ancha de un sector a otro, de manera tal que la dirección alterna entre ir hacia afuera (o) y hacia adentro (i). Para terminar, la banda ancha debe ‘envolver’ (o ir alrededor) de la derecha (o izquierda) a la izquierda (o derecha) pasando por encima del centro, después por abajo del centro y finalmente a través del lazo que se acaba de hacer”.
“Para describir un nudo estos científicos crean un lenguaje a partir símbolos que –al igual que sucede con las letras del alfabeto– forman palabras: Li, Lo, Ri, Ro, Ci, Co. Estos símbolos representan seis operaciones que se pueden realizar, siguiendo ciertas reglas. Por ejemplo, una tira no puede ir dos veces seguidas a la izquierda; para anudar, necesariamente tiene que alternar. No cualquier secuencia es válida”, despeja Moira Chas. Y prosigue: “Ellos después cuentan cuántos nudos se pueden hacer con nueve movimientos. El ‘nueve’ es un número arbitrario porque –en algún momento– hay que poner punto final para contar. Mao y Fink estudian, además, cuando dos palabras dan el mismo nudo, lo que reduce aún más la cantidad de resultados. Y consideran aspectos estéticos, extramatemáticos”.
“El nudo, en sí mismo, es un problema fascinante para las personas que estudiamos matemática pura. La realidad, a veces, nos la deja picando: nos muestra un problema intrigante, y sugiere patrones y modelos para investigarlo. En esos casos, nos resulta casi imposible no hacerlo”, señala con palpable entusiasmo Chas, quien además está escribiendo un libro sobre Alicia Boole Stott, extraordinaria matemática victoriana que, sin educación formal, se las arregló para visualizar objetos geométricos en cuatro dimensiones, haciendo aportaciones fundamentales en el área. La entrevistada explica que, de hecho, existe una zona específica en matemática llamada Teoría de los nudos, “vasta y muy profunda, con numerosas aplicaciones.” Se usa, entre otras cosas, en el estudio de ADN, en criptología, en planificación de movimiento en robótica… “Básicamente lo que se intenta responder es: si tengo dos nudos cualesquiera, ¿puedo transformar el uno en el otro, acomodarlo para que sea idéntico, teniendo los extremos agarrados? Es un interrogante muy difícil, que no tiene una respuesta directa”.
“Que un nudo tenga muchos cruces no significa forzosamente que sea complejo, porque hay ciertos cruces que se pueden eliminar sin cambiar el nudo desde el punto de vista matemático”, discurre la científica, destacando que el nudo matemático se estudia en tres dimensiones y que no presenta determinadas limitaciones que sí tiene el de la corbata. “Para atar la prenda, sí o sí tenés que seguir pautas. No podés, por ejemplo, enrollar la tira larga tres veces antes de deslizarla en la unión”. Respecto a las dificultades que históricamente ha traído el accesorio para manitos torpes que debían pedir asistencia a madres, hermanas, esposas, amantes, concluye que “son errores que involucran la mecánica, no vienen de las matemáticas. En todo caso… es por la escasa habilidad de los dedos”.
En 85 maneras…, Mao y Fink advertían que “en los últimos 100 años se ha profetizado repetidamente la muerte de la corbata”. Aun cuando el look decontracté está haciendo estragos actualmente en el consumo del distinguido retazo, tampoco es el primer embrollo que sortea: en su momento supo sobrevivir al auge de la polera o el cuello Mao. Más aún, aunque hoy le endilguen un aura de excesiva formalidad, vale romper una lanza por el complemento que, en un pasado no tan distante, era una prenda con la que los varones podían expresar su individualidad a través de colores, diseños, texturas.
“Hace un siglo, en los años 20, mientras los Estados Unidos se recuperaban de la pandemia de la gripe española, con una economía destrozada y niveles récord de desempleo, también se anunciaba que las corbatas estaban condenadas a desaparecer”, recuerda la historiadora de la moda Kimberly Chrisman-Campbell en un reciente artículo para The Atlantic, donde se hace eco de la nueva ola de oscuros vaticinios. “El accesorio ya estaba en retirada mucho antes de que la Covid-19 convirtiera los atuendos casuales de oficina en pijamas por Zoom”, escribe la especialista, explicando que “el arco de la moda siempre se ha inclinado hacia la informalidad, pero un evento tan dramático como una pandemia global acelera ese cambio”. Según Chrisman-Campbell, el golpe que ha recibido es demasiado contundente para que siga usando a diario y probablemente nunca se recupere del todo: “Su función como sutil marca de estatus, riqueza, afiliación política y cultural probablemente sea absorbida por otras prendas. Pero seguirán apareciendo corbatas en bodas, graduaciones, funerales, juicios, eventos ceremoniales, sitios que demandan estrictos códigos de vestimenta. Y serán, para otras personas, una elección extravagante y caprichosa. En otras palabras, la corbata se ha convertido en el nuevo moño o pajarita”.
Lo que en buena parte de ellos suele ser tenido por pieza conservadora, en ellas sigue siendo signo de vanguardia. Para la mujer poderosa, maisons de altísimo copete –Prada, Dolce & Gabbana, Dior– presagian frenesí por el accesorio estrella, y obviamente han incorporado corbatas en sus últimas colecciones femeninas. Tampoco es para que se manden la parte, habiendo existido pioneras que pusieron el cuello tempranamente. Acaso la más notoria sea Aurora Dupin, novelista francesa que pasó a la historia por su nom de plume: George Sand. Colette, escritora impar, también fue posteriormente de la partida, al igual que muchas sufragistas, renuentes a ser encorsetadas. Las voluntarias de la Cruz Roja en la Primera Guerra Mundial usaban corbatas con sus uniformes, y la aviadora Amelia Earhart redondeaba su traje de vuelo con el mentado complemento. Pocas más arrebatadoras y jugadas que la díscola Marlene Dietrich animándose al look andrógino en los años 30. Inevitable la mención de Diane Keaton, cuyo estilo masculino/femenino en Annie Hall inspiró –siguiendo el ejemplo de Coco Chanel– a muchas mujeres a adueñarse del guardarropas varonil.
A modo de sucinta bío, según ciertos historiadores la corbata tiene antecedentes en la Antigua Roma, con legionarios cubriendo sus cuellos con pañuelos como abrigo, sin intención ornamental. Otros citan como antecesora a la tela que llevaban los guerreros chinos de Xi’an, al servicio del emperador Qin Shi Huang hacia el siglo III a.C., que también respondía a una necesidad de protección: cuidar la fuente de su fortaleza, es decir, la nuez de Adán. En general, hay consenso sobre cuál fue el gran precursor: las pañoletas que vestían los mercenarios croatas contratados por Luis XIV, que encandilaron a la corte y al propio rey, prosperando pronto entre franceses bajo el nombre cravate. Los balcánicos prefieren enfocar en el aspecto romántico de la historia, no así el bélico: en el Día Internacional de la Corbata, 18 de octubre, recuerdan que las mujeres solían despedir a sus enamorados, que iban a la guerra, atándoles un lazo rojo, en señal de amor y fidelidad.
Volviendo a Francia, hay que decir que persistió esta moda con el correr de las décadas y las revoluciones. A fines del XVIII, los exuberantes incroyables, por ejemplo, gustaban de pavonearse con cravates de tan ridículas dimensiones que, en ocasiones, les tapaban parte de la boca. Una figura importante para que el accesorio se multiplicara entre aristócratas ingleses fue el dandy de la primera hora George Brummell, apodado Le Beau, que además de lustrar sus botas con champán, innovó al almidonar la prenda en pos de darle rigidez. Se dice que este gurú del vestuario de inicios del siglo XIX podía invertir mañanas enteras en la frivolité de probar enroscadísimos nudos.
Por ser sinónimo de distinción y estatus, inspiró varios tratados sobre cravatologie, siendo uno de los más famosos L’art de mettre sa cravate, de 1827, guía práctica escrita por un presunto barón, Émile Marco de Saint-Hilaire, en colaboración con Honoré de Balzac, de sabido gusto por lo refinado. El novelista sostenía que el accesorio protegía “contra resfriados, contracturas de cuello, inflamaciones, dolor de muelas”, además de dar pistas sobre el carácter de la persona que lo vestía. Entre las 32 formas de anudar descriptas en el librito (“Siendo infinita la variedad de espíritus, los nudos también han de ser muy variados”), está la “Cravate a l’Americaine” (con hueso de ballena para dar rigidez), “à la Gastronome” (fácil de aflojar en caso de indigestión, apoplejía, desmayo), “la Mathématique” (lazo “simétrico, de un orden serio y severo”, que bebía de la exactitud geométrica).
Pasan los años, se achican los lazos y, en la década del 20 del siglo XX, en Estados Unidos, aparece el patrón que se asienta hasta nuestros días. Actualmente, la versión estándar es la más recurrida con sus 6, 7 cm de ancho, pero las corbatas se han ido contraído o agrandado. La skinny, de pala estrecha, fue norma en los 60, con algunos revivals posteriores; mientras que en los 70 se impuso la variante ancha, un tanto payasesca con sus 9, 10 centímetros, en consonancia con las generosas solapas de los trajes en boga. Entre las reglas indiscutibles para evitar estropicios que atenten contra la elegancia que conlleva el uso apropiado de la corbata, figuran: que tape perfectamente los botones de la camisa; que su largo no sobrepase el límite de la cintura (norma que incumplió con toda desfachatez el expresidente norteamericano Donald Trump); que, de utilizarse alfiler o pisacorbata, se ubique invariablemente entre el tercer y cuarto botón.