Miguel Silva: “El periodismo mejora en tiempos difíciles”, dice el fundador de la revista Gatopardo
El alma y catalizador de esta revista acaba de publicar una nueva crónica donde despliega su voz como testigo y narrador privilegiado: Los últimos días de Gatopardo
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Había una vez una revista exquisita y salvaje. Hablaba desde y de América Latina sin caricaturas ni máscaras. Su nombre era Gatopardo. Tuvo una breve e intensa vida, desde abril de 2000 hasta mayo de 2006. Cronistas de todo el continente contaron historias de gente común, épicas de la subsistencia, lo insólito del poder y de la fama. En esta publicación con epicentro en Bogotá fueron entrevistadas personalidades rutilantes, extravagantes y controvertidas, y se tejieron perfiles que buscaban los distintos reflejos de cada persona y no solo brindar su mejor ángulo social. Tomás Eloy Martínez, Alma Guillermoprieto, Ernesto Sabato, Leila Guerriero, Mario Vargas Llosa, Juan Villoro, Antonio Tabucchi, Juan Gabriel Vásquez, Martín Caparrós, Carlos Fuentes, Jon Lee Anderson y otras firmas dejaron sus rayas sobre el lomo de este ornitorrinco –tal como Villoro define a la crónica, por su naturaleza híbrida– que exploró territorios peligrosos y que despejó la maleza para quienes vinieron detrás. Miguel Silva, fundador, alma y catalizador de esta revista acaba de publicar una nueva crónica donde despliega su voz como testigo y narrador privilegiado: Los últimos días de Gatopardo (Amazon).
“Durante mucho tiempo me pasaban cosas exóticas: llegar a un sitio y que alguien dijera: «¿Tú fundaste Gatopardo?». Me mostraban una biblioteca con los números ordenados en una colección. Era muy emocionante, pero también un poco frustrante que no existiera la historia de la revista. Nosotros, los latinoamericanos, somos muy malos para contar la historia actual. Ves a los anglosajones y si sale alguien de un gobierno enseguida tienes a cuatro ministros que escriben la historia de lo que acaba de ocurrir. Hay seis libros de The New York Times, no sé cuántos del Washington Post, treinta y pico de The New Yorker. Había que escribir esta historia de algo que logramos entre muchos cronistas latinoamericanos: hacer una revista del tamaño y del alcance de las grandes revistas ingeniosas como Vanity Fair, The New Yorker, Esquire o Atlantic”, dice Silva desde Madrid a pocas horas de subirse a un avión que lo llevará de regreso a Colombia, donde vive y donde reparte su tiempo como consultor político y como escritor.
-¿Por qué elegiste llamar Gatopardo a la revista? ¿Por la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa?
-Nos gustó la sonoridad del nombre. Una revista necesita un nombre que tenga personalidad y veíamos la connotación negativa del gatopardismo: “Cambiar todo para que nada cambie”. Nosotros, en cambio, sí queríamos cambiar todo para que nada vuelva a ser igual. Pero no nos interesaba mucho ese concepto porque no conocíamos a mucha gente que hubiera leído la novela de Lampedusa o hubiera visto la película de Luchino Visconti [la adaptación de la novela]. Hicimos unos grupos focales para preguntarles por el nombre de la revista y salieron pésimo, porque en la Argentina gato tiene una mala connotación y pardo, en otros sitios, tampoco tiene una buena fama. Pero la palabra gatopardo no existe en castellano; sí, en italiano y significa leopardo. Creíamos que se iba a llenar de contenido cuando saliera la revista y además no es un nombre que se te olvida.
-¿Sería posible hoy tener una revista de esta calidad en el escenario editorial actual y en este mercado? ¿Es más difícil que a principios del siglo XXI, por ejemplo, cuando las noticias no estaban en los teléfonos?
-La respuesta obvia sería que es mucho más difícil, escuchas: “Los medios se están muriendo, el papel se está muriendo…”. Pero yo sí creo que hoy puedes jugar entre papel y digital de manera inteligente para llegar a audiencias más grandes. Creo que hay lectores a los que les gusta tener en papel este objeto de arte.
-¿Cómo era el mundo anterior? Contás en el libro cuán difícil fue sostener una revista de estas dimensiones y de esta calidad, lo difícil que fue buscar socios y alianzas, y también presentás las cifras de lo recaudado.
-Antes tenías dos modelos. El primero era tener una revista con un ingreso del 80% en publicidad y el 20% en circulación, entre suscripciones y puntos de ventas. El otro era el de la circulación controlada: regalas la revista a un grupo del segmento de la población y le dices al de BMW que llegas a todos los yuppies del pueblo. Estos dos modelos están muy golpeados.
-Vivías en Washington cuando comenzaste a gestar Gatopardo. ¿Qué te inspiró a crear la revista?
-Estudié Literatura en España, con una beca, en 1986. Había una revista de una gran belleza estética que se llamaba El Paseante y que había hecho el conde de Siruela. Para mí fue una de las inspiraciones de Gatopardo. Además, ahí hay un tercer modelo que es el del mecenas, tan antiguo como la humanidad. Alguien pone el dinero y hace un proyecto bello y ambicioso. Los empresarios no siempre le ven valor a una cosa así, lo ven como un divertimento menor.
-Hay medios de comunicación que cuentan con dinero del Estado. ¿Es posible hacer periodismo independiente si se cuenta con la pauta oficial?
Creo que no. En América Latina, no. Los gringos han hecho The National Endowment for the Arts: vas con un proyecto, te lo financian y tienes independencia. Pero en América Latina no creo que funciona la independencia cuando los medios reciben dinero de los gobiernos.
-Hay, además del económico, otro problema a la hora de hacer periodismo en América Latina: la violencia. Escribir sobre narcotráfico, sobre las guerrillas, sobre corrupción. ¿Cuán real era ese peligro para Gatopardo? ¿Qué recaudos se tomaban?
-En la mezcla que tratamos de construir en cada número, teníamos dos artículos duros de investigación sobre el poder, sobre la corrupción o sobre esos autócratas que están tratando de quedarse siempre en el poder. Teníamos varias ventajas, una patente de corso que no tenían los medios locales. Por ejemplo, como no éramos un medio mexicano había cosas que podíamos escribir sobre México que no podían escribir los mexicanos. Tuvimos una suerte que no fue diseñada. Nos empezaron a buscar muchos corresponsales de medios extranjeros en México que querían escribir sobre temas por los cuales sus medios no se interesaban mucho. También llevábamos a alguien a cubrir un tema peligroso, por ejemplo, a Caparrós en Colombia, pero este cronista entraba y se iba luego del país. Cuando Alberto Fujimori estaba en el poder, Gustavo Gorriti escribió el perfil Montesinos, la sombra del régimen. Si bien estaba exiliado en Panamá implicaba un gran riesgo. Éramos una especie de paracaidistas. Hacer periodismo de investigación en América Latina es terriblemente peligroso.
-El narcotráfico en la Argentina es un problema que crece. ¿Cómo cubrirlo? ¿Cómo, desde el periodismo, colaborar no solo para contar la violencia e informar a la población, sino como actor civil?
-Es indispensable cubrir esta información. En Colombia, la revistas Semana (durante mucho tiempo) y también Cambio, y los periódicos cumplieron una función de fiscalización que ni siquiera los organismos de fiscalización cumplían, o que la cumplían con menos capacidad, en parte porque la institucionalidad del Estado tiene que seguir unas reglas. Estas organizaciones criminales son capaces de coptar o de jugar con la cosa legal de la institucionalidad. Los medios publican información que genera y que fortalece la capacidad del Estado de perseguir al narcotráfico. Por si solos, los medios no condenan a nadie, no meten a nadie en la cárcel, pero en su capacidad de denuncia sí obtienen información que obliga al Estado a actuar. El narcotráfico copta la política, primero, y a la policía, después. En Colombia nos ha ayudado mucho el coraje del poder judicial.
“Gatopardo quiere ser ingeniosa, pero sobre todo quiere ser la revista de la gente ingeniosa” y “En América Latina nos separan muchas cosas. Afortunadamente nosotros nos encargamos de unirlas”, fueron los leitmotiv de una revista cuyo número cero, de 210 páginas, tuvo una tirada de 75 mil ejemplares.
La fórmula que ideó Silva tenía algunas variables, que luchó por mantener constates: tiempo para editar los textos y una remuneración generosa a los cronistas. “Pensé que solo cuando una revista dedicara dinero para compensar en serio a los periodistas y escritores por un trabajo largo y dedicado, seríamos capaces de construir un verdadero periodismo narrativo en América Latina”, escribe Silva en esta memoria sobre su rol en Gatopardo, donde asumió como presidente de la revista y Rafael Molano, como director.
Silva, abogado, con Gatopardo emprendió una expedición memorable. Antes de fundar la revista había sido editor político del diario La Prensa. En 1990, tras el asesinato del líder y candidato presidencial Luis Carlos Galán, fue convocado para manejar las comunicaciones de su sucesor, César Gaviria. Meses después, tras la victoria del Partido Liberal, Silva comenzó a dirigir los temas de estrategia y comunicaciones y se convirtió en la mano derecha del mandatario. Tras la finalización de aquel gobierno, se mudó a Washington y tras un breve paso por la Organización de los Estados Americanos (OEA), comenzó un exitoso camino por la consultoría política mezclada con el trabajo como columnista en El Tiempo, El Espectador y The Huffington Post.
-¿Cómo era editar un texto de grandes autores, algunos de pluma maravillosa?
-Estamos hablando del año 2000, 2001. No eran tan grandes ni eran tan conocidos, para empezar. Nadie tocaba un texto de Tomás Eloy, de Sabato, de Vargas Llosa, de Fuentes. Pero no era tanto el trabajo de edición, sino con lo que tiene que ver con la estructura del texto, con lo que quieres contar o no. Y ahí, en esa etapa, trabajábamos más con los autores y ese es en parte del secreto del texto y del buen resultado: poder hacer cosas con tiempo. En América Latina nunca tuvimos dinero para hacer cosas con tiempo.
-¿Cómo fuiste llegando a estas plumas?
-No te puedo decir cómo llegamos a Leila, a Caparrós o Alma Guillermoprieto. Ellos llegaron a nosotros. Con Gatopardo, salieron estas trufas de la tierra. Con Sabato fue diferente. Rafa Molano lo llamaba por teléfono y conversaban y así él le contaba cómo era Santos Lugares: “Maestro, ¿por qué no me escribe de aquel lugar?”. Y así iban surgiendo sus textos.
-Están quienes piensan que a mayor nivel de conflictividad social y político, el periodismo que se hace es mejor.
-Sí creo que el periodismo mejora en tiempos difíciles. Fíjate cómo mejoró el periodismo gringo, la venta y las suscripciones, con Trump. Porque la gente, en momentos de locura, necesita mejores guías. También con la pandemia los medios grandes se potenciaron. Yo sí creo que la dificultad genera esa necesidad. Creo que en América Latina el periodismo tiene un cierto sentido de cruzada que tiene que ver con la debilidad de nuestros estados insuficientes, incapaces, incompetentes. Esto hace que el periodismo sea más necesario.
-Siempre ha existido la cultura de la cancelación, pero hoy su alcance y sus estragos son profundos e inmediatos. ¿Cómo imaginás hoy Gatopardo en la era de las redes sociales? En el libro contás la gran controversia que tuvo, por ejemplo, Manuel Vicent con su texto sobre la Virgen de Fátima.
-Hoy es un mundo totalmente distinto de aquel de Gatopardo. La primera pregunta es cuánto se censuraría uno por el riesgo que corre de ser acusado. Mencionas el de Vicent y también pienso en Jorge Lesmes, gran periodista investigativo, malhablado, cafre, un tipo sensacional, que escribió La virgen de los sicarios, de esos artículos que hoy por lo menos recibirían un ataque muy fuerte en redes. La primera pregunta que te haces es si los publicarías. La respuesta es sí. La segunda pregunta es cuánto aguanta una revista que hace este tipo de publicaciones. No lo sé. Hoy nos pasamos un tercio del tiempo defendiéndonos de fantasmas.
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