Niños superdotados. El desafío educativo y familiar de acompañar y potenciar una mente brillante
En la Argentina, según las estadísticas oficiales, uno de cada 50 chicos es superdotado, aunque serían muchos más. Cómo educar a niños con alto potencial intelectual
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Raymond Babbitt, el personaje de Dustin Hoffman en Rain Man, está inspirado en Laurence Kim Peek, considerado por expertos como el más prodigioso de todos los savant, aquellos que poseen el síndrome del sabio: una afección rara en la que una persona con discapacidades mentales significativas demuestra determinadas habilidades en un grado muy por encima del promedio.
Peek podía recordar a la perfección los casi 10.000 libros que había leído y apenas tardaba una hora en memorizar uno. El escritor Daniel Tammet habla 11 idiomas, aprendió islandés en una semana. El artista Stephen Wiltshire puede pintar cualquier paisaje con solo haberlo visto una vez. Comenzó a dibujar para expresarse, porque a los 3 años aún no hablaba. El músico Tony DeBlois nació ciego, pero es un savant musical: es capaz de tocar más de 8000 melodías de memoria.
¿Por qué empezar con estos ejemplos una crónica sobre superdotados? Aunque tal vez son casos extremos, es habitual que el alto desarrollo en un área refleje carencias en otro. Como dice Maritchu Seitún, psicóloga especializada en crianza y acompañamiento a padres, “cuando un chico es considerado superdotado es fundamental que no perdamos la perspectiva y nos dediquemos solo a sus altas capacidades, sino que miremos toda su persona y lo ayudemos a desarrollar otras áreas que, quizás, quedaron relegadas por ese hiperdesarrollo intelectual: lo social, la actividad física, la empatía, la creatividad, la tolerancia a la frustración, la fortaleza interna, la riqueza de recursos… Sin darnos cuenta podemos estimular de más el área de brillo y olvidarnos que el niño necesita tener un desarrollo armonioso en todos los aspectos de su vida”.
Con ojos candorosos, muchos papás miran las monerías de su bebe, mientras con una mezcla de ego y deseo oculto imaginan con una lupa exagerada el siguiente Mozart, el incipiente Messi, o la réplica de Picasso. Otros niños, en cambio, transitan su escolarización sin que medie detección alguna de su potencial diferencial real.
Los más chiquitos, cuenta Seitún, “hacen lo que les sale bien y cada vez les sale mejor porque practican mucho. Al mismo tiempo, no hacen lo que no les sale tan bien, entonces no mejoran y tienen menos ganas de intentarlo. Y los chicos no dicen tengo miedo de que no me salga, simplemente dicen no me interesa, no me gusta o no tengo ganas. Su enorme (y humana) capacidad de negación les permite verlo así, ¡y es menos doloroso! Tampoco tienen suficiente fortaleza interna ni claridad en sus objetivos como para, sin ayuda adulta, esforzarse, tolerar la frustración o seguir intentando a pesar de los fracasos”.
Para la psicóloga, si los padres colaboramos con el pleno desarrollo de todas las capacidades de nuestros hijos, “acompañando las zonas flojas, sin incentivar en exceso las fuertes, probablemente logremos que ellos sean relativamente hábiles para todo. Tal vez no se destaquen demasiado en ningún aspecto o, por lo menos, lograremos que haya menos diferencia entre las áreas más desarrolladas por su capacidad combinada con la estimulación personal o del entorno y las que no lo están tanto”.
Daniel Ricart es, tal vez, la figura más relevante en la Argentina en “mentes infantiles brillantes”. El lo ha sido. Egresó de la Universidad de Buenos Aires con un título de contador logrado en un año y diez meses de cursada, marcando un hito histórico. Es director del Centro Nacional de Alto Rendimiento Escolar, presidente del Colegio Norbridge y se ha dedicado a formar docentes y profesionales para que aprendan a acompañar a niños con talentos fuera de lo común, especialmente concentrado en espacios de bajos recursos.
Una de las variables por las que los especialistas comienzan el análisis es por quitar del discurso el término “superdotado” como definición de quien tiene, y no de quien promete. Se prefiere hablar de “alto potencial intelectual”, es decir que hay una predisposición genética para alcanzar altos niveles de desempeño, lo que no significa un determinismo. “Puede cambiar, evolucionar, modificarse”, indica Ricart.
Como ha dicho Barbara Clark, profesora emérita de la Universidad Estatal de California en Los Ángeles y autora del libro precursor de la temática Growing up Gifted (Creciendo superdotado), “la inteligencia es el resultado de las características heredadas y las oportunidades ofrecidas por el ambiente en el que se vive”.
Los chicos de alto potencial intelectual no son necesariamente precoces. Tienen alto rendimiento académico en un área específica de las 8 de la inteligencia definidas por Howard Garner, el psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard reconocido por haber formulado la teoría de las inteligencias múltiples. Puede ser en el área lingüística, lógico-matemática, visual-espacial, corporal-cinestésica, musical, intra o interpersonales y naturalista.
“Pero, además –explica Ricart– tienen un muy fuerte concepto motivacional sobre ese aspecto en el que se destacan, y también un fuerte componente creativo, es decir que su alta motivación y su alto conocimiento facilitan que puedan realizar trabajos concretos, por ejemplo en el área de lengua, escribir un libro o escribir poemas o que tengan un output creativo, un output concreto”.
Sin embargo, hay otras campanas, como mencionaba Seitún. Los niños superdotados a menudo se sienten solos en su mundo. “A veces se encuentran en grupos con otros niños pensando que hay algo mal con ellos, porque todos los demás se están conectando de una manera que no se ajusta a lo que ellos son –relata Sophie Schauermann, terapauta especializada en trabajar con padres y niños en el Centro de Terapia de Juego de Denver– . Muchos niños superdotados se destacan objetivamente en muchas de las áreas de su vida, sin embargo, a menudo son increíblemente duros consigo mismos y luchan contra la baja autoestima”.
Algo particular que destaca Schauermann, pero con la que, además, concuerdan otros expertos, es que es común que los padres se preocupen por actitudes autodescalificadoras, señalándose como que no encajan, no hacen bien las cosas, o destacando el detalle que no se vio perfecto.
De hecho, el Instituto Davidson especializado en el seguimiento de niños, cuyo desenvolvimiento cae fuera del promedio, ha lanzado el pasado año una advertencia que comprende el síndrome de burnout de niños con capacidades destacadas. Según la entidad, “la definición de agotamiento de los niños superdotados es el agotamiento crónico que se deriva de un desajuste entre el individuo y su entorno educativo actual”.
Esto significa que cuando un niño se cansa de lidiar con las presiones del perfeccionismo impuestas a una edad muy temprana, y con las que puede lidiar, es posible que terminen perjudicando su salud mental, o la calidad de vida cuando crecen. En estos casos, tanta brillantez opaca los potenciales de los niños.
“No percibidos no cuentan con la posibilidad de desarrollar sus posibilidades, pero excesivamente destacados podrían terminar dañando su autoestima tanto como aquellos pequeños que reciben descalificaciones de sus adultos referentes”, indica Schauermann.
“Ser etiquetado a una edad tan temprana como un estudiante dotado prepara el escenario para el resto de la carrera de la escuela intermedia y secundaria de un alumno –dice Hailey Peck, niña detectada como superdotada a los 9 años, que sufrió una especie de discriminación positiva y que hoy se dedica a acompañar a pequeños en su misma condición y a sus padres–. Saber que se puede con una tarea más compleja que el resto también puede ser la punta del iceberg para que el entorno eleve la vara siempre un poco más allá. Los niños necesitan desafíos, aun sin tener condiciones potencialmente más elevadas que el resto, pero no presiones para alcanzar esas metas”.
Según un informe realizado por la Fundación Robert Wood Johnson, la más grande entidad filantrópica norteamericana dedicada a investigaciones sobre la salud, ha indicado: “Las principales condiciones ambientales que perjudicaron el bienestar de los adolescentes fueron la pobreza, el trauma, la discriminación y una presión excesiva para sobresalir sobre sus compañeros”. Un estudio reciente llevado adelante por el Journal for the Education of the Gifted indicó que “los adolescentes muy inteligentes tienden a ser perfeccionistas en comparación con sus compañeros”. “Cuando los estudiantes son etiquetados como superdotados a una edad temprana, se les inculcan estos ideales perfeccionistas –afirma Peck–. Si no cumplen con estas expectativas, son vistos como un fracaso”.
La aguja en el pajar
La Asociación Española de Pediatría (AEP), en un informe presentado en año último, alertó sobre el bajo índice de detección temprana entre los menores. En la Argentina, la cifra que se maneja en los diferentes distritos escolares arroja una incidencia del 2% sobre el total. Para Ricart “en una escuela normal la cantidad es de aproximadamente 40 chicos cada 1000. Mientras que los que tienen problemas de aprendizaje son 30 de cada 1000. Es común que los primeros también tengan problemas de aprendizajes en otras áreas. Por ejemplo, puede ser un genio en matemática pero tener dislexia. El 16% de los chicos de alto potencial intelectual tiene problemas de aprendizaje”.
La AEP, en particular, expuso como un equívoco común el de asociar el alto rendimiento escolar con la inteligencia potencialmente elevada. Los padres de los niños que experimentan esta última condición suelen recibir la convocatoria escolar a una evaluación, porque el pequeño no asemeja su comportamiento al resto de los compañeros de su edad.
Para la barcelonesa Yolanda López, especialista en sociedad del conocimiento y acción en los ámbitos de la educación, la comunicación y las nuevas tecnologías, “no es posible circunscribir la alta capacidad solo a una alta puntuación del coeficiente intelectual, sino a unconjunto de aspectos que engloban la creatividad, el rendimiento, la emotividad, la personalidad y la motivación”
La National Association-Gifted Children de los Estados Unidos (la Asociación Nacional de Niños Superdotados, NAGC por sus siglas en inglés) define a los niños con alto potencial a aquellos que muestran algún tipo de capacidad significativamente por encima de la norma para su edad.
La entidad realizó una enumeración de aquellos indicios que resultan determinantes y los signos de superdotación en los niños incluyen: necesidad extrema de estimulación mental constante, capacidad para aprender y procesar información compleja rápidamente, necesidad de explorar temas con una profundidad sorprendente, curiosidad insaciable demostrada a través de preguntas e indagaciones, capacidad de comprender material de varios niveles de grado por encima de sus compañeros de edad, sorprendente profundidad emocional y sensibilidad a una edad temprana, entusiasmo sobre intereses y temas únicos, sentido del humor peculiar o maduro, resolución creativa de problemas y expresión imaginativa, absorción de la información rápidamente con pocas repeticiones necesarias, consciencia de sí mismo, socialmente consciente y consciente de los problemas globales. “En un nivel educativo bajo, el primer síntoma que aparece es el aburrimiento”, sentencia Ricart.
Bob Davidson hizo su fortuna gracias a emprendimientos tecnológicos vinculados con los niños. Desde 1989 se asoció con marcas como Fisher-Price y Simon & Schuster. Casi una década después decidió abandonar todos sus negocios para abocarse a la filantropía. “Los más brillantes son posiblemente los más desatendidos y descuidados en el sistema educativo”, asegura.
“Cada familia recibe el diagnóstico de alta capacidad de forma diferente –afirma López–. Algunos se sienten aliviados porque por fin encuentran respuesta al cuadro. Cuando un niño se separa del resto en algún aspecto, a los papás los atemoriza. Otros no tienen claro si deben o no contarle a su hijo del resultado de la evaluación. Algunos padres temen que pueda ser marginado, mal juzgado o rechazado por su entorno, incluso por docentes que no cuentan con capacidad para atender sus particularidades”. “El potencial de talento, a menudo, se percibía como un problema sin importancia para los maestros –concuerda Ricart–, porque se sentían abrumados”.
Todos los expertos en estos niños potencialmente inteligentes en exceso coinciden en que necesitan tener atención especial. “Esto no se puede solucionar haciéndolos saltar de grados porque lo emplazaríamos en un grupo acorde a ciertas inquietudes académicas, pero no en su desarrollo madurativo, sexual y emocional”, sigue Ricart.
Del mismo modo en el que un niño puede necesitar la asistencia de un gabinete psicopedagógico ante una dificultad de aprendizaje, un chico de alto potencial intelectual precisa de un espacio de las mismas características, pero al revés. “Es como tener dentro de la escuela un Cenard. En nuestro caso se llama Cenare, es el centro de alto rendimiento escolar, con una asistencia diferente”.
Benjamín Equiza cumplió 8 años y es responsable de sentar un precedente nacional. Producto de su diagnóstico de altas capacidades, pasó de sala de cuatro a primer grado, rindió segundo grado libre hace dos años, pero cuando era momento de que empezara tercer grado, la Dirección General de Educación Privada (DIEGEP) lo instó a repetir.
Se suscitaron una serie de debates legales entre su familia y el Ministerio de Educación bonaerense, responsable de su caso. Virginia Pérez Mogni, presidenta de la Asociación Abrazo Arcoíris, una comunidad local formada por familias y profesionales en pos de las necesidades educativas y emocionales de los niños con altas capacidades, afirma que “como no hay normativas sobre el tratamiento que se debe seguir, las escuelas dan por sobreentendido que no pueden ser adelantados de grado, o aseguran que no pueden ejecutar las adecuaciones curriculares”. De acuerdo con sus registros, en la entidad que preside hay unas 200 familias solo en la provincia de Buenos Aires en conflicto con las instituciones a las que asisten sus hijos.
Como respuesta a esta situación, se presentó en la legislatura bonaerense la ley Benjamín, que busca establecer un marco regulatorio para la detección y abordaje integral de los chicos con altas capacidades intelectuales (ACI) desde el jardín hasta la secundaria.
“Es importante que los chicos se sientan bien, cómodos y respetados, que puedan interactuar con sus pares, que comprendan que tienen lados fuertes y débiles, que son capaces de ayudar a otros y, a su vez, enriquecerse de chicos con talentos en las áreas donde ellos muestran mayor debilidad. Este concepto del pensamiento emocional visible es trascendente porque, si no está dado, es muy difícil avanzar con técnicas pedagógicas específicas”, sostiene Ricart.
La escuela del futuro se pronostica como capaz de albergar simultáneamente a chicos con capacidades de las promedio esperadas, a aquellos de alto potencial intelectual con un centro de alto rendimiento escolar y a los que atraviesan dificultades severas, bajo el prisma de Ricart: “Cuando me encuentro con un niño de este último tipo me pregunto en qué área tiene el talento que no hemos visto”.