Memorias. Los malos recuerdos de la hija de Steve Jobs y el último perdón
“Soy una mancha en la reputación de mi padre”, dice Lisa Brennan-Jobs, su hija mayor; sus memorias, Mínimos peces, acaban de ser editadas en español
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Lisa Brennan-Jobs habla rápido. Muy rápido. Los únicos momentos en que las palabras demoran en llegar son cuando habla de su padre. Pausa, medita y luego responde. Como en sus memorias, Mínimos peces, las revelaciones tardan en llegar. Pero, cuando finalmente lo hacen, conmueven. Ella es la hija del ícono de la vida moderna que inventó la tecnología que hoy llevamos pegada a las manos o zumbando en los bolsillos. Creció a la sombra de un gigante: Steve Jobs. Ella, sentada en su inmaculado escritorio en Brooklyn, Nueva York, dice: “La única forma de hacer feliz a mi padre hubiera sido no escribir este libro”.
A través de la editorial Edhasa llega la voz de Lisa, que se adueña de la historia ambientada en Palo Alto, California, con detalles que reconstruyen lo doloroso y mágico que fue crecer como la hija de una leyenda. Quizá la distancia en aquellos primeros años de infancia, cuando Jobs no la reconocía, la endureció; la hizo más fuerte ¿Cómo era posible que la hija de un multimillonario, el genio carismático de Apple que salía en las tapas de todas las revistas, durmiera en un sillón bordeando la línea de pobreza? De todo esto y más, Lisa escribe un relato come of age donde abundan las imágenes frescas con árboles de laurel y eucalipto, balanceándose sobre la tierra húmeda templada por el sol de la Silicon Valley de los años 80 y 90.
¿Cómo surgió la idea de escribir tus memorias?
No estaba muy confiada. Me torturaba la idea de escribir como la hija de una persona famosa. Quería escribir otro libro. Convertirme, por ejemplo, en escritora experta en criaderos de peces (risas). Pero nada funcionaba en la página. Esta era la historia más potente que podía escribir. Mi mamá seguía diciéndome: tenés que entender tu propia historia para no repetirla. A mí me parecía una idea muy cursi que podía aplicarse a sucesos históricos, pero no a personas. Después, resultó ser verdad. Si examinás algunas de las suposiciones que tenés sobre tu vida, ya no son más suposiciones. Y podés tomar tus propias decisiones.
¿Escribiste para entenderte a vos misma?
Para descifrar qué era la verdad para mí. Esperaba tener una vida más desapegada de las cosas que me obsesionaban. Habían cosas irresueltas y misteriosas en mí. Suena un poco a charla de diván, pero la idea era poder ser libre y la única forma era sumergirme de lleno en mi historia.
En la primavera de 1978, cuando sus padres tenían 24 años, Lisa nació en la granja de un amigo de su madre en Oregon. Jobs llegó unos días más tarde, vio sus mechones de pelo negro y nariz grande y aún así dijo que no era su hija. En 1980, cuando Lisa tenía dos años, Jobs fue demandado para que cumpliera con los gastos de manutención. Él negó la paternidad, pero la prueba de ADN fue contundente: 94,4% de probabilidad de estar emparentados. El porcentaje más alto. Cuando Lisa tenía cuatro años, Jobs dijo a la revista Time que el 28% de la población podría ser su padre.
¿La escritura fue catártica, terapéutica?
Sí, fue muy catártica y terapéutica. En terapia estás hablando sobre vos misma durante una, dos o tres horas por semana, si de verdad necesitás terapia (risas). El problema es que cuando escribís nadie te está controlando. Por eso, cuando escribía sobre ser adolescente y me sentía tan miserable, quería manipular al lector y hacerme pasar por víctima. Mi novio de entonces me dijo: no compro esta historia, vos no eras así, vos lograbas lo que querías. Cuando la historia se volvía aburrida y no funcionaba en la página, era una pista de que no era verdad. En ese sentido la escritura es clarificadora: no podés mentir en la hoja.
En la escena que abre el libro vos robás pequeñas cosas de la casa de tu padre: pasta de dientes, un brillo de labios, un esmalte de uñas.
“¡Ohh por Dios! “, dijo mi mamá. La gente va a pensar que sos una ladrona. Mis amigos hacían chistes y guardaban la platería cuando llegaba (risas). Creo que escribir memorias también es robar. Si querés escribir tu historia, tenés que involucrar a otros ¿Hasta qué punto nuestras vidas están solapadas? Creo que está permitido ser los protagonistas de nuestras vidas, pero así podemos hacer enojar a otros. Hay algo sobre robar en esto.
Cuando tenía siete años, Lisa y su madre –que trabajaba limpiando casas y de mesera– ya se habían mudado más de 13 veces. Mientras, su padre se convertía en una leyenda de la informática y paseaba en un Porsche negro. “Fue peor de lo que escribí; fue peor”, dice Lisa por Zoom, recién llegada de la Toscana al caluroso julio neoyorquino.
Joan Didion dijo que escribir es un acto hostil, en el sentido que una intenta que otros vean algo del modo en que una lo ve y de imponer una idea. ¿Estás de acuerdo?
Sí, ella escribe para descubrir la verdad en ella. Es cierto que intentás hacer que el otro vea lo mismo que vos, pero no es fácil.
¿El director de la película Jobs, Danny Boyle, habló con vos antes de realizarla?
No la vi para evitar esa pregunta (risas). Soy una chica mala. No la vi justamente porque me tocaba hacer el tour de presentación del libro [N. de la R: se publicó en inglés en 2018] y no quería que todos me preguntaran por la película. Ahora es como que tengo ganas de verla. La voy a anotar en mi lista. Danny Boyle vino a casa con su hija. Me pareció adorable. Y tuve que decirle que no la había visto.
¿Cómo fue reconstruir tu infancia con tanto detalle?
Si trabajás tu memoria, empezás a recordar. Cada hecho hospeda un recuerdo. Podés desenterrar muchos si lo trabajás. Los hechos y las emociones están relacionados. Algunas emociones quedan encerradas. Una vez que llegás a los hechos llegás a los sentimientos, a más sentimientos y a más hechos. La memoria es traicionera. Si lo hubiera escrito cinco años antes, hubiera sido un libro de autocompasión. Tuve que esperar cinco años más para madurarlo.
Mientras leía tu libro pensé en esta cita de Anne Carson: “Recordás demasiado, dijo mi madre. ¿Por qué te aferrás a todo eso? Y yo le dije: ¿dónde puedo dejarlo?”
Si hubiera encontrado esa cita, la hubiese puesto en la primera página del libro. Se sintió así. Si no lo hubiese hecho, me hubiera envenenado. Lo que no aparece en el libro es que yo era alguien complaciente. La idea de decepcionar a todos o de hacer algo vulgar como escribir mis memorias era muy desagradable. A veces te das cuenta de que para complacerte a vos misma tenés que incomodarte. Te parás frente a una contradicción. Tenés que elegir.
Y vos elegiste.
¿No dicen algo así como que al escribir tus memorias matás a tu familia, matás a tus padres? No sé si es algo freudiano o qué. Después de cierto punto, tenía que armar mi perspectiva para no ser la derrotada de la historia. Y ahora puedo dejarla. Por eso, la cita de Anne Carson es tan poderosa para mí. Hasta que puedas descargarlo, te consume.
Mientras escribías, ¿pensabas en las reacciones de tu familia?
Traté de no hacerlo. Mi exnovio me dijo que escribiera sobre mi madre y que después podía cortarlo. Se siente muy peligroso escribir honestamente, de manera poco halagadora, sobre tu familia. Sentís que estás matándolos en la página. No es que sepa qué se siente matar a alguien. Se siente violento, como dijo Joan Didion.
Hay algo sobre la vergüenza y los secretos. Son poderosos en la página.
Sí, pero después que los solté podía girar, saltar y bailar. Me sentía liviana porque había estado sosteniendo algo muy pesado y lo pude apoyar. Y alguien me dijo que era hermoso. Los transformás en arte y de alguna manera no los estás sosteniendo más. Pensaste que iba a ser terrible y no lo fue para nada.
¿El proceso de escritura fue doloroso o placentero?
Tuve que cortar con todo lo demás. Iba a una heladería en mi barrio y les pedía que me guardaran el teléfono. Y me entendían perfectamente. Las interacciones con el mundo se volvieron dolorosas. Hasta leer críticas de libros. Todas aquellas cosas encendían las comparaciones en mi mente. Era insoportable intentar estar en la burbuja del libro y en el mundo al mismo tiempo. Deseaba no perder a mis amigos, pero tampoco tenía tiempo para todos. Era caminar sobre una cuerda floja. Pero si no coqueteás con el fracaso, no estás arriesgando lo suficiente. Sentía que si fallaba realmente iba a ser a lo grande. Hay una gran vulnerabilidad en esto.
¿Cuál fue la reacción de tu madre?
Estaba muy contenta por la forma en que terminaba su personaje. Creo que es un ejemplo de lo que uno debería hacer si su hijo escribe sus memorias: no esconderse. Realmente me apoyó. Pero desde la primera página fue muy difícil de leer para ella. Es muy sensible. Desde mi propia experiencia, leyendo el libro de mi tía sobre mi padre [N. de la R: A Regular Guy, de la hermana biológica de Jobs, Mona Simpson] me di cuenta de que no es algo divertido. Mi madre me dio el coraje de escribir el libro. No quería que yo tuviera el mismo futuro. Y sabía que tenía las cosas muy confundidas en la cabeza. Cuando me tuvo se encontraba sola, pobre, deprimida y con una hija.
Contás que tu padre te preguntó si ibas a escribir sobre él. ¿Pensás que de alguna manera lo sospechaba?
Escribí un ensayo sobre un viaje que hicimos juntos a Italia para la revista Vogue y se lo mandé. Nunca me contestó. Es como hablábamos al principio: ¿no se me permite hablar de mí por tener un padre famoso? Igual creo que en el fondo de su corazón no hubiera querido que yo sacrificara mi vida por él. En cuanto a su biografía, él eligió a Walter Isaacson porque, como le dijo a mi tía Mona, tenía demasiados esqueletos en su armario. Había una jerarquía de biógrafos. El peor sería un biógrafo excelente que lo retratara mal y el mejor sería un biógrafo no tan bueno, pero que lo retratara bien. A mí nunca se me hubiera ocurrido escribir su biografía, pero creo que no tenía otra posibilidad que escribir sobre mí misma ¿De qué podía escribir? Y creo que lo hice quedar bastante bien. Era humano. La gente me decía: ¿cómo podés amar a alguien con tantas fallas? Yo respondía: ¿no les gustan las fallas en las personas?
Después de todo era tu padre.
Claro. Sentía simpatía por él. Fue padre muy joven. Tenía 24 años y mi madre no era la criatura más estable. Nada lo había preparado para esta experiencia. Era brillante, bello y exitoso. Realmente lo intentó después. De alguna manera tuve lo mejor de lo que él tenía para ofrecer en cuanto a interacción humana. Él podría haber compensado su falta de afecto con dinero, pero no lo hizo. Aunque no digo que no hubiese estado bien (risas), eso hubiera sido peor. Su mejor logro conmigo fue esa especie de avaricia horrible que tenía hacia mí, ya que nunca me arrojó plata para olvidarme. Aún no sé cómo ponerlo en palabras. Lo mejor hubiera sido trabajar con él. A su vez, hay una especie de parcialidad negativa cuando leés; como en la vida misma. Puedo escribir veinte escenas de nosotros dos patinando, pero los lectores seguirán quedándose con la mala. Tiene mayor peso dramático. La gente tenía una imagen de él en sus mentes y yo la alteré. Soy una mancha en su reputación y en la percepción que tienen sobre él. Y ellos estaban aferrados a ella.
En Mínimos peces, Lisa describe a Jobs en sus últimos meses antes de morir de cáncer. Sus piernas delgadas como brazos y extendidas como las de un saltamontes. Su cuerpo frágil y la sonda que desaparecía debajo de las sábanas. Y pidiéndole perdón. Cuando ya no quedaba casi nada de él, le dijo: “Quiero que sepas que no tenés la culpa. Lo siento, Lis. Quisiera volver atrás y cambiar todo. Pero ya es demasiado tarde. Te debo una”.
Y tuviste un final de película.
Era lo que necesitaba y quería: que me dijera que mi verdad era la verdad. Era un verdadero romántico sobre cómo las cosas tenían que ser. Fue increíble cómo lo hizo. Creo que mi vida habría sido distinta si él no hubiera hecho eso.
Esperó hasta último momento.
Creo que esperó a estar muy débil para que yo no pudiera pelear con él. Si esperás hasta el final, el otro ya no puede pelearse con vos. Sus piernas eran del tamaño de sus muñecas. Y creo que se sintió terrible. Tanta energía gastada en guardar las apariencias. Esperó hasta el final, me pidió perdón y pienso: ¡gracias a Dios que lo hizo!