Mega festival: era un rockstar autodestructivo y quiso cambiar el mundo, entonces inventó el Lollapalooza
Perry Farrel, líder de Jane’s Addiction, es padre del encuentro que comienza hoy en San Isidro. “Mi carrera pudo haber sido mejor si no hubiese estado tan hecho pelota”, asegura
- 13 minutos de lectura'
“Con Kind Heaven Orchestra, quiero ayudar a traer el cielo a la Tierra: que el mundo se vuelva más amable al punto de que en ella los ángeles, Dios, nosotros y la naturaleza podamos convivir armoniosamente. Y pretendo hacerlo a través de una celebración musical colaborativa, con grandes intelectuales, artistas, escritores. ¿No sería genial lograrlo? Si fallo, al menos voy a ser feliz por haberlo intentado”. Sacada de contexto, esta declaración de Perry Farrell podría llevarnos a pensar que nada cambió para el neoyorkino que fundó la mítica banda Jane’s Addiction a fines de los 80 y se dedicó a dinamitar su prolífica carrera durante buena parte de los 90 con un combo explosivo de crack y heroína −al punto de que por entonces la revista Rolling Stone lo eligió como “el rockstar que seguramente morirá el próximo año”.
Pero acá está Farrell, tres décadas después, a punto de cumplir 63 e igual de hiperactivo que a los 20, aparentemente alejado de las drogas y los excesos. Lo que se dice vivito y coleando. O, mejor, creando: abocado de lleno a su proyecto Kind Heaven Orchestra, que significó su regreso solista después de 18 años y por el cual recibió muy buenas críticas. Y, por supuesto, de nuevo a las pistas con el Lollapalooza, el festival que creó en 1991 y que este fin de semana vuelve a Buenos Aires después de la suspensión de 2019, cuando el Covid estalló días antes de su realización.
“Mi carrera pudo haber sido mejor si no hubiese estado tan hecho pelota. ¡Estuve tan jodido por tantos días, por tantos años, en lugar de hacer música! Después, pasé mucho tiempo recriminándome y lamentando las oportunidades perdidas”, admite, y sigue: “Pero creo que mi corazón siempre estuvo en el lugar correcto. Hiciera lo que hiciera, siempre vi a todas las personas como iguales. Mi único problema es con la gente que odia, que es egoísta. Si sos un hater, no tengo mucho tiempo para vos, porque vos no tenés tiempo para los demás”.
Como todo miembro del panteón de la mitología rockera, un breve resumen de la vida de Farrell ya alcanza y sobra para un largometraje made in Hollywood. Nació el 29 de marzo de 1959 en Queens, Nueva York, el seno de una familia judía, como Peretz Bernstein; más tarde, usó su apodo y se cambió el apellido para que su nombre sonara a “periférico” (peripheral en inglés). Su mamá se suicidó cuando tenía tres años. Pasó su infancia escuchando a The Beatles, The Rolling Stones y Led Zeppelin; ya de adolescente, descubrió a sus otras grandes influencias: Lou Reed, David Bowie e Iggy Pop.
Ni bien terminó la secundaria, se mudó a California con veinte dólares en el bolsillo y un único plan: pasar la mayor parte del tiempo posible surfeando. Llegó a tener que vivir en su auto, haciendo joyas artesanales y contratado por temporadas como obrero de construcción, hasta que le ofrecieron trabajar en un club imitando a famosos como su adorado Bowie, Mick Jagger o Frank Sinatra. De ahí a pensar que podía componer y cantar con su propia voz hubo un solo paso. En 1981, cofundó la agrupación post punk Psi Com y, en 1985, a través de una amiga en común, conoció a Eric Avery, Stephen Perkins y Dave Navarro, con quienes formó la legendaria Jane’s Addiction. Fue otra chica, su compañera de departamento Jane Bainter, adicta a la heroína, quien lo inspiró para bautizar su nueva banda. En apenas cinco años y tres discos de estudio (el grupo se separó en 1991), Jane’s Addiction se transformó en un ícono del rock alternativo antes de que el género existiera y abrió camino a Nirvana y otros.
Más allá de las clásicas escenas de descontrol psicodélico (imagínense a Farrell vistiendo solo un corset y sacudiendo su miembro desnudo al público, cosa que pasaba bastante a menudo), la película, de filmarse alguna vez, debería incluir también una hazaña más increíble que la ficción: en 2001, después de un nuevo álbum y un tour que reunió por segunda vez a los integrantes de Jane’s Addiction (el primer reencuentro fue en 1997), el cantante se subió a un avión clandestino rumbo a Sudán con una bolsa con US$ 100.000 y liberó a 2300 esclavos capturados por una guerrilla en el norte del país africano. Cuando volvió a Estados Unidos, lo esperaba la mujer que, en sus propias palabras, le salvó la vida: Etty Lau, bailarina de Jane’s Addiction a quien (también en sus palabras) le costó mucho meter en sus pantalones. “Antes de irme a Sudán, me dijo que estaba embarazada. Yo estaba locamente enamorado y no daba pedirle que se haga un aborto justo cuando me iba a liberar esclavos. Así que le propuse matrimonio”, contó Farrell en 2003 a The Guardian.
Etty es, desde entonces, su musa creativa pero, sobre todo, su cable a tierra: fue ella quien lo ayudó a superar su drogadicción. Llevan juntos 18 años y tienen dos hijos adolescentes, Hezron Wolfgang e Izzadore Bravo. (Aparentemente, los chicos le piden a su papá que no esté con ellos cuando van al Lollapalooza porque no lo consideran muy cool. Una señal inequívoca de que, al menos como padre, algo está haciendo bien)
Redescubrir su religión, el judaísmo, fue otro punto clave para su rehabilitación y ahora, también, su marcada espiritualidad impacta en su carrera artística. Fervoroso seguidor del fallecido rabino Menachem Mendel Schneerson, Farrell explica que el nombre y el concepto de Kind Heaven se le ocurrieron imaginando qué pasaría si la profecía se cumpliera y el Mesías bajara a la Tierra. “Fue sumamente inspirador. Si leyeras sobre el tema, a vos también te pasaría”, invita.
-¿Recordás qué sentiste cuando el Lollapalooza fue cancelado al inicio de la pandemia?
-Simplemente, no sabías qué iba a ser el mañana. Si ibas a tener salud, si iba a ser posible educar a tus hijos, mucho menos si iba a haber una vida, al menos una vida que pudiera considerarse bonita. Todo lo que había soñado y por lo que había trabajado durante 40 años se volvió algo sin certezas. No puedo recordar puntualmente qué pasó por mi cabeza respecto del Lollapalooza, porque lo que sentí fue un terrible miedo por el mundo.
Farrell pudo, al menos, aprovechar la pandemia para crear canciones. Pasó la mayor parte del tiempo en su estudio de grabación y se juntó con figuras como Eddie Vedder, Chad Smith y Robert Trujillo, entre otras. “Estuve trabajando con algunas leyendas y luego con algunos artistas emergentes; me gusta trabajar con ambos. Hemos estado escribiendo y grabando con muchos productores emergentes, es como un lienzo nuevo. Y pudimos hacer un espectáculo en el centro de Los Ángeles para una nueva serie de conciertos Heaven After Dark con la Kind Heaven Orchestra. Este año saldrá mucha música”.
-Habías esperado casi dos décadas para volver a sacar un disco solista. ¿Qué te motivó a volver al ruedo?
-Kind Heaven Orchestra es la combinación del trabajo de toda mi carrera. Lo considero el tercer acto de mi vida. El primero fue Jane’s Addiction. El segundo, Lollapalooza. Para este proyecto, me junté con los mejores artistas contemporáneos, pensadores, idealistas y fashionistas a pensar cómo debería ser el mundo, cómo debería verse y olerse, a qué debería sonar. El resultado es cómo yo elijo hacer música hoy. Hay rock, electrónica, cuerdas, una sinfónica, coros… Estoy juntando todo lo que amo de la música para que el público disfrute de un show pero que también lleve a reflexionar e imaginar un mundo diferente. Este es el highlight de mi vida, mi ambición máxima.
-¿Qué podés decir de tu proceso creativo ahora, comparado con el Perry Farrell de antes?
-Amé Jane’s Addiction y ellos son mis hermanos de la vida [su llegada al Lollapalooza es parte de su gira de regreso], pero ahora me encanta trabajar de manera colaborativa con muchos artistas diferentes y lo vengo haciendo hace varios años, con orquestas, con artistas digitales. Para Kind Heaven, convoqué a Tony Visconti, el productor de David Bowie, que tiene un talento increíble para la instrumentación y para traer distintos sonidos. Estoy feliz, aunque, por supuesto, a veces se me hace un poco aterrador. Cuando siento que no está funcionando, me deprime un poco. Pero respiro profundo y me recuerdo que los momentos difíciles, esos en los que uno siente que falla, son los que te dan fuerza para seguir adelante. Honestamente, pensé: ¿cuál es el proyecto más complejo que podría encarar? Y la respuesta fue: “Traer el cielo a la Tierra”. Así que, si fracaso con esto, de todas maneras me voy a sentir bien.
-¿En qué te sentís igual que a los 20, y en qué te sentís completamente diferente?
-Sigo buscando cambiar el mundo. Y creo que estamos en ese camino, pero necesitamos recordarnos constantemente que somos todos hermanos y que estamos acá con tiempo prestado. Que la Tierra es un lugar increíble que tenemos que cuidar. Para los jóvenes, me parece que este es un mensaje importante. Después, cuando sos más grande, te transformás en padre y ahí tenés naturalmente un cambio de mentalidad. Entendés un poco más que estamos acá para poner un granito de arena para conformar una sociedad mejor.
-Hoy, mucha juventud alza la voz en temas fundamentales como el medio ambiente, la igualdad de género o la guerra. ¿Te da esperanza?
-Hay una transformación en marcha, pero el mundo está en un estado bastante triste. Tenemos que llegar a la gente con influencia, con dinero y en cargos políticos que, en definitiva, son los que tienen el poder para generar leyes y políticas públicas que cambien las cosas. Pero, sobre todo, tenemos que sacar a los viejos podridos que solo piensan en sí mismos y a los que habría que meter en un geriátrico y dejarlos que se preocupen ellos solos por su bienestar o, no sé, ¡armarles un show de títeres para entretenerlos y ya! Tenemos que correrlos porque ya no es su tiempo. Y, en diez años, querría que alguien viniera a decirme: “Chau Perry, te tenés que ir, es mi mundo ahora, ¡andate vos a ver a los títeres!”. Cada generación tiene su momento, hasta que le toca a la siguiente tomar el mando. Así es como tiene que ser.
Si alguien sabe que todo final no es más que el origen de algo nuevo, ese es Perry Farrell. Es que la separación de Jane’s Addiction marcó el inicio de otro gran proyecto para él: Lollapalooza, un festival que concibió como un tour de bandas y que, en su primera edición de 1991, sirvió como despedida de la suya. Su idea era una “gran celebración” centrada en agrupaciones jóvenes, no mainstream, fundamentalmente alternativas pero también de otros géneros, para que el público accediera a distintos estilos y propuestas. Pero buscaba ofrecer algo más que música, así que desde su primera edición el evento incluyó otras expresiones artísticas, desde juegos de realidad virtual y lecturas de poesía hasta un show de freaks de circo, sumando áreas de información política y conciencia ambiental.
El nombre se le ocurrió mientras miraba un capítulo de Los tres chiflados en el que se usaba la palabra como sinónimo de “algo extraordinario e inusual”. Y sí que le hizo honor, porque no es exagerado afirmar que el encuentro redefinió lo que se entiende por “recital”, fundamentalmente porque fue el primero en poner en un mismo escenario tanto a artistas consagrados como a otros mucho menos conocidos (aunque a punto de “pegarla”, como fue el caso de Green Day en 1994).
El festival continuó de manera exitosa hasta 1998, año en que se canceló por la falta de un grupo fuerte para liderar el line-up y las pocas entradas vendidas. No fue hasta el 2003 que Farrell decidió revivirlo, aunque recién en 2005 tomó su formato actual, ya no girando por distintas ciudades de los Estados Unidos y Canadá sino con una sede fija en el Grant Park de Chicago. A partir de 2011, se extendió a otros rincones del mundo, empezando por Sudamérica, en Santiago de Chile, San Pablo y Buenos Aires, y llegando más tarde a Europa, en Berlín, Estocolmo y París.
-El Lollapalooza no pudo celebrar sus 30 años, pero está de vuelta. ¿Cuáles son tus expectativas para esta edición?
-Este mundo tiene sus desafíos, es un lugar muy extraño en el que vivimos. ¿Cuáles son mis expectativas? Siento que estamos haciendo pruebas piloto nuevamente como lo hicimos en los viejos tiempos. Este Lollapalooza es diferente a los anteriores porque el mundo de hoy es diferente. Al mismo tiempo, creo que necesitamos al Lollapalooza más que nunca. La industria musical no está bien, de hecho, está igual de mal que la política. Cuando era joven, los músicos tenían pasión sincera por el arte, no estaban en esto para hacer “dinero ya”, sino que tenían pasión y propósito, y eran fieles a eso. Ahora, a nadie le importa tener una misión en la música y tampoco hay una estructura para ayudar a los jóvenes talentos. Por eso, otro de mis proyectos actuales es crear un programa de mecenazgo en el que pueda convocar a las nuevas generaciones de artistas. Quizás incluso voy a transmitirlo por televisión, pero no como un reality, sino que debería ser un programa en donde el público pueda realmente conocer el pensamiento y la visión de los artistas. ¿Viste los late night shows en Estados Unidos? Siempre dejan la banda para el final, tocan una canción y chau, ¡pero en realidad los músicos son los invitados más interesantes que tienen y deberían dejarlos hablar! Los actores leen un guion, son súper falsos. En cambio, los músicos pensamos y vivimos libremente.
-Pero ahora sentís que ya no es así.
-Quiero ayudar a criar a los jóvenes músicos, darles seguridad para crecer y desarrollarse. No se trata de pegarla con un hit y listo. Hacer música en serio es un arte que se está muriendo. Con Jane’s Addiction, nos llevó cinco años tener éxito. Los artistas de hoy no están acostumbrados a esperar tanto tiempo. Entonces, quiero reinstalar ese proceso gradual en el que no hay tanta presión y además pueden hacer las cosas mejor, aprendiendo a fondo cada parte del oficio: componer, grabar, tocar en vivo.
-A fines de los 90, cuando ya había una productora a cargo del Lollapalooza, te quejabas de la selección de artistas. Poco después, el festival se canceló hasta que lo reviviste en 2003. Hoy, ¿qué es un buen line-up?
-El mundo es tan grande y diverso, ¡y eso es genial! Si Dios hubiese hecho todo igual y del mismo color, no tendríamos motivo de alegría, porque nuestra alegría proviene de la diversidad. Si me permitís, voy a ir un nivel más profundo de análisis y te voy a contar un poco del judaísmo. Los judíos dicen que la razón por la cual Israel cayó fue la falta de hermandad, de amor entre los miembros de la comunidad. Había envidia y celos y, por generaciones, los viejos no quisieron darles crédito ni espacio a los jóvenes. Lo mismo que ves ahora en la política global. Así que yo estoy muy feliz de decir que creé algo para los jóvenes, para darles su momento, para que puedan brillar y cambiar el mundo.