Medianera de la discordia. El pasaje gemelo de Rue des Artisans que fue caballeriza, conventillo y hoy recupera su esplendor
El pasaje Libertad, que nació a la par, es un arcón de historias secretas a cielo abierto y con aires toscanos
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Sobre la medianera de la discordia trepan algunas plantas tímidas detrás de una palmera, el único testigo con vistas a los pasajes que por una disputa entre dos hermanos quedaron separados por una pared. Así, cada uno creció por su cuenta y hoy asumen identidades parecidas pero diferentes. El pasaje Rue des Artisans tiene su entrada por la calle Arenales 1229, fue cambiando de piel a lo largo del tiempo y hoy es una pieza clave del distrito de diseño. Pero del otro lado de la pared, bien al fondo, late con su propio ritmo una joyita casi oculta que conserva la impronta italiana de La Toscana. Se trata del Pasaje Libertad, el hermano semi olvidado de Rue des Artisans que, sin embargo, atesora personajes, piezas únicas, pastelería monacal e historias singulares.
El acceso peatonal por la calle Libertad 1240 anticipa una postal con los colores anaranjados típicos de los pueblitos de la región central de Italia, con jarrones de época repletos de plantas y un cantero verde que marca el pulso del trazado donde vale la pena conocer la historia de artesanos, diseñadores, arquitectos y anticuarios.
Desde objetos de vidrio de colección, papelería artística y galería de arte, hasta indumentaria usada de primeras marcas, objetos de mimbre y uno de los secretos mejor guardados: al fondo, la repostería de las monjas benedictinas de la Abadía de Santa Escolástica. Con el pan dulce y la rosca de Pascua a la cabeza de los encargos (lo producen todo el año), las vitrinas también ofrecen alfajores, tortas galesas, trufas, mermeladas y bombones de chocolate belga. En un anaquel de madera con forma de cruz se disponen las tradicionales medallitas, pulseras y colgantes con imágenes religiosas. “Es el Apple Store del Pasaje”. Así lo definen Ani Hairabedian y Claudio Lucio, arquitecta y joyero al frente de Vintage Girair. “En época de fiestas la fila llega hasta la entrada del pasaje”, comentan sobre el fenómeno.
Anni y Claudio transformaron uno de los ateliers en un auténtico museo del vidrio antiguo donde se pueden encontrar perlitas y objetos deco de los 60 y 70, con sello de autor. De la época de gloria de la producción nacional se exhiben jarrones, luminarias, copones y bowls firmados por Alberto Churba y Pablo Wolff, entre otros destacados artistas. Y cristalería de Planas Viau, la ex fábrica Querandí, una de las pioneras, cuyas piezas realizadas con la técnica ancestral del soplado convocan a coleccionistas de todo el país.
Entre las más llamativas, las arañas con cristales checoslovacos y un decantador de jugo de 1957 del diseñador finés Kaj Franck. De corte escandinavo, ganó premios internacionales y es la más costosa del local: US$ 3500, aunque en Europa no se consigue por menos del doble. “Estaba en mi casa familiar, como muchísimos de estos objetos por los que viene gente de todas partes”, comenta Ani, que recuperó cientos de piezas únicas del antiguo local de su papá Vahram, único representante de la firma Swaroski en Argentina durante un largo período. Al rescate de sistemas productivos que quedaron en el recuerdo, Ani y Claudio ponen en valor objetos que pertenecieron a una época de gloria.
El pasaje, su historia y acertijos
Construido en 1887 por el arquitecto Giuseppe Bernasconi, el Pasaje Libertad aloja 22 locales comerciales y un puñado de viviendas particulares, una condición singular que lo diferencia de su hermano de Arenales, donde solo hay comercios ligados al diseño y la decoración. Basta traspasar el portón antiguo, una obra de herrería original que el portero cierra puntualmente a las 20 horas, para descubrir uno de sus enigmas: las chapitas con letras que identifican la puerta de cada local. Desde adelante y hasta el fondo se distinguen L, I, B, E, R… hasta conformar la palabra Libertad, a un lado y al otro de esta calle interna, un paseo a cielo abierto con reglas propias.
Protagonista de una ciudad en constante transformación, este pasaje fue diseñado en forma de T, un esquema que facilitó la dinámica de circulación de la época. Con baldosas pequeñas y persianas que cierran las vidrieras (Artisans tiene baldosones y toldos blancos y negros), en Libertad se respira un aire a vintage, suspendido en el tiempo.
Hace más de 25 años que la librería El faro del fin del mundo es un refugio para exploradores de volúmenes raros en páginas sepia, cartografías de época, cuadros y postales únicas. Sus anaqueles abarrotados de historias de viajeros del 1900 o flora y fauna de la Patagonia también contienen grabados, pequeñas esculturas y piezas de colección en papel antiguo. Pero desde que empezó la pandemia Roberto Di Giorgio no volvió a abrir las puertas.
Roberto lleva más de 20 años en el pasaje y es uno de los pioneros. Ahora vende sus tesoros por internet, pero todos lo extrañan. “Es el único que tiene los planos originales”, apunta Pablo Rottondi, al frente de Compañía Creativa, una papelera artística que hace 10 años sostiene la tradición familiar con encuadernaciones artesanales, objetos de cartapesta y figuras de origami. Entre libretas y tarjetas llama la atención una máquina Minerva tipográfica a pedal, en perfectas condiciones. Esta impresora que se implementó en el siglo XIX fue la antecesora de las prensas cilíndricas. Rottondi también atesora un balancín para timbrados, que suele usar para tarjetas de comunión, invitaciones y participaciones, donde las terminaciones con relieve marcan la diferencia.
“Debajo de esta máquina estaba el aljibe del pasaje, que alimentaba a todas las unidades”, muestra el imprentero levantando la alfombra que cubre el piso de madera del local donde se respira aroma a papel. A Pablo le hace gracia que su negocio corresponda con la letra T de la saga Libertad, “T de Tano”, indica.
Otra máquina, esta vez de coser, se divisa tras la vidriera de Julieta Carri, diseñadora de indumentaria para nenas y nenes, que acaba de desembarcar en el pasaje, en el local donde por 30 años se realizaban pantallas lumínicas a medida. “Me mudé este año, estaba a la vuelta y después de la pandemia no quería estar tan expuesta”, dice Julieta entre muñecos de tela, vestidos floreados, toallas para bebés, saquitos y bodies. Junto a una hamaca prevista para que sus pequeños clientes pasen un lindo momento, la máquina eléctrica domina la escena del local.
“Siempre hay algo para zurcir o arreglar”, explica la flamante locataria. Completa la oferta comercial la Tienda de Carmen, especializada en objetos de mimbre, iluminación y antigüedades. Un universo de velas, libros de aves o insectos, cuadros con motivos florales, jarrones, vajilla y cristalería dispuestos como en un mercado de otro tiempo. Arañas, apliques y candelabros se suman a la pasión por restaurar, una tradición que Carmen –al frente del local– heredó de sus tías. “Este es un sitio histórico, antiguamente en el pasaje había caballerizas, luego fue un conventillo, hoy forma parte del patrimonio de la ciudad. Siento que somos una gran familia, cada uno en su rubro se destaca y contribuye a que este espacio sea muy pintoresco”, dice la restauradora.
En una de las esquinas se ubica L’ Academie, un local cuyos percheros solo tienen etiquetas de marca. Prendas y accesorios de firmas como Gucci, Prada o Louis Vuitton conviven con zapatos Burberry o carteras Chanel. En tanto, en el multiespacio Arte en el Pasaje se aprecian obras de artistas argentinos, curados por Estela Pesenti, Juan Tomei y Fernando Calió, responsables de esta galería emplazada en un espacio amplio y cálido.
Los arreglos florales de la emblemática tienda La Orquídea, de Cecilia Camuyrabi, inundan de aromas los pisos superiores. Subiendo por la escalera también se encuentran Little Abby (ropa para bebés), Viveca (objetos de decoración), y Lala & Nini (indumentaria). Con las celosías abiertas estos espacios se llenan de luz natural y comparten vistas al interior del pasaje, donde un jardinero meticuloso cuida los helechos, las monsteras y las palmeras que trepan por los canteros.
¿Qué es un pasaje?
En el libro Pasajes, del arquitecto Rolando Schere (Ediciones Colihue) se define a esta tipología urbana que forma parte de la identidad porteña como “una atipicidad de la trama en damero, una ruptura a dicho orden, que surge de la esencia misma de la manzana, pero sin destruirla ni ser un elemento exótico”. Así interpreta el autor el espíritu individual y a la vez colectivo, de unidad y diversidad, que encierra las metáforas de la calle y la plaza. En un tejido urbano que no para de cambiar, este pasaje conserva la memoria emotiva de lo que alguna vez fue Buenos Aires. Con los dueños de locales que a la vez son artesanos y vendedores que explican el alma de cada objeto -- una modalidad que se fue perdiendo entre cadenas de negocios y franquicias--, el Pasaje Libertad participa del espacio público y se hace su propio lugar.
“No se ponen de acuerdo si abrir o no el acceso con Rue des Artisans. Sería una buena idea para sumar movimiento”, dice Carri sobre la posibilidad de volver a articular el pasaje Libertad con su familar que quedó del otro lado de la pared. Para eso, todavía, falta resolver acuerdos y limar antiguas asperezas. En uno viven familias y hay personal de seguridad. El otro, encabeza los eventos del Distrito Arenales y delineó un perfil más comercial. Ambos, rincones europeos con encanto porteño.
“Hay cosas que por solo implicar destinos ya son poéticas, por ejemplo, el plano de una ciudad”, escribió Jorge Luis Borges en 1926, en su segundo libro de ensayos, El tamaño de mi esperanza. La ciudad de Buenos Aires en plena transformación fue el eje de esta obra a la que el Pasaje Libertad le rinde su propio homenaje desde un callejón naranja, una porción de La Toscana en el corazón de la manzana.