Más que mediciones: ¿vidas más largas o más anchas?
En tabla internacional de esperanza de vida, la Argentina figura en el puesto 68: un argentino que nace hoy podría vivir, en condiciones normales, 75,4 años.
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Esperanza de vida es la cantidad de años que se estima que vivirá una persona a partir del día de su nacimiento y dada una serie de factores que confluyen en la época, el lugar y el contexto del evento.
De acuerdo con datos de Naciones Unidas y otras fuentes el sitio Our World in Data, que recoge informes de especialistas de todo el mundo acerca de los principales temas vinculados a la vida en el planeta, establece una tabla internacional de esperanza de vida, en la que la Argentina figura en el puesto 68. Eso la coloca, junto a Uruguay, en el segundo lugar de América Latina.
Según el promedio, un argentino que nace hoy podría vivir, en condiciones normales, 75,4 años. Chile encabeza la tabla regional con 78,9 años. Los países con sistemas de salud, educación y alimentación desarrollados y eficientes y con tasas de mortalidad infantil e índices de pobreza bajos alcanzan hasta 85 años y los más retrasados en esos aspectos, como en África Central, apenas sobrepasan los 50.
Esto es lo que dicen las estadísticas demográficas. Luego están los individuos y sus circunstancias específicas. Cada persona es una vida, cada vida es una historia y cada historia es única intransferible. Todos aspiramos a vivir mucho, pero nadie sabe cuánto vivirá.
Por razones aleatorias y misteriosas hay quienes no alcanzan el promedio y hay quienes lo sobrepasan largamente. Por sobre todo hay una pregunta a la cual los datos, por muy precisos que sean, no pueden responder: ¿para qué y cómo vivir la vida que miden las estadísticas?
En un trabajo en el que se proponen precisar los alcances del concepto calidad de vida, los psicólogos chilenos Alfonso Urzúa, de la Universidad Católica del Norte, y Alejandra Caqueo-Urízar, de la Universidad de Tarapacá, recuerdan que fue hacia los años 50 y 60 del siglo pasado cuando sociólogos estadounidenses comenzaron a hablar de calidad de vida y a medirla en función de indicadores económicos, educacionales y habitacionales.
Y advierten que esos indicadores apenas dan cuenta de un 15% de la satisfacción de las personas con sus vidas, ya que no incluyen factores psicológicos, como la felicidad, el bienestar emocional y la realización existencial.
Por una lado están la esperanza y la calidad de vida y, por otro, la vida de calidad, que tiene que ver con cómo se vive, qué vínculos se cultivan, qué valores se profesan
En otras palabras, se puede vivir mucho en términos cronológicos, se puede tener un muy buen pasar económico, se puede gozar de excelente salud, se puede haber tenido una sólida y amplia educación y, aun así, es posible padecer la profunda angustia provocada por el vacío existencial.
Porque, al final de la jornada, una cosa son la esperanza y la calidad de vida (ambas mensurables y traducibles en tasas y estadísticas) y otra es la vida de calidad, que tiene que ver con cómo se vive, qué vínculos se cultivan, qué valores se profesan y cómo se expresan estos en acciones y actitudes.
Tiene que ver con el propósito que ilumina y guía nuestra existencia. No refiere al bienestar que gozamos sino a la huella que dejará nuestro paso por el tiempo. No es necesario que esa huella sea pública ni que se nos erija una estatua por ella, sino que algo de nuestra vida haya mejorado otra vida. Una de esas acciones, esas presencias, tantas veces inconscientes e involuntarias, sin la cual una historia entera hubiera sido diferente.
El poeta, pastor y filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882) lo sintetizó con belleza: “Dejar este mundo un poquito mejor de cómo lo encontraste, ya sea a través de un hijo que goza de buena salud, de un jardín o de la redención de una condición social; saber que por lo menos una vida respiró mejor porque tú viviste”.
La vida que vivas, pensaba Emerson, será la que elijas. No habrá otro responsable de ella. En cada minuto de tu tránsito estás haciendo esa elección y llevándola a los hechos. Estás respondiendo a las preguntas de la existencia. En definitiva, quizás la cuestión no pase por alargar la vida, sino por ensancharla.