Malena Alterio: “Mi padre es un hombre sabio”
Creció en Madrid por el exilio de sus padres y, durante años, le costó volver al país. Hija del actor Héctor Alterio y la psicoanalista Ángela Bacaicoa, es una celebridad en España desde que tuvo un papel icónico en TV y ha hecho una gran carrera, al igual que su hermano Ernesto. “Nunca sentí rencor con la Argentina por lo que pasó”, asegura
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El personaje con el que Malena Alterio se hizo famosa en España vivía entre el drama y la comedia. En la década del 2000, en todo el país se hablaba mucho de Aquí no hay quien viva, una serie de Antena 3 que se mantuvo en el horario central de esa emisora durante cinco temporadas, con un éxito rotundo. Los 90 capítulos de esta ficción humorística llegaron a capturar al 40% de la audiencia televisiva española y con el paso del tiempo generaron un culto: la ficción creada por los hermanos Alberto y Laura Caballero –sobrinos del conocido productor madrileño José Luis Moreno– fue luego recuperada por distintas plataformas de streaming (Netflix, Amazon Prime Video, HBO Max), y volvió a funcionar muy bien. El rol de la hija del legendario actor argentino Héctor Alterio y la psicoanalista Ángela Bacaicoa era en la serie el de Belén López Vázquez, también conocida como “la golfa” (una persona algo sinvergüenza, inmoral o falta de escrúpulos), una joven muy graciosa, pero también amargada por sus constantes fracasos amorosos y su apremiante vida laboral. Recepcionista en una funeraria, controladora de parquímetros o camarera en una hamburguesería, Belén siempre tuvo trabajos precarios y un temperamento volcánico. Una de sus reacciones habituales cuando estaba contrariada quedó en la jerga popular: “¡Vete un poquito a la mierda!”, decía. Era un personaje pensado para generar la carcajada, pero resultaba evidente al verlo en acción que detrás de esa fachada divertida había un denso mar de fondo. Y resulta que esa dualidad está en sintonía con las convicciones de esta muy buena actriz que enero cumplió 49 años y es una de las protagonistas de Bajo terapia, la adaptación cinematográfica de la exitosa obra de Matías Del Federico dirigida por Daniel Veronese, que se mantuvo dos años en el Metropolitan Sura de la avenida Corrientes. Recién estrenada en España, luego de pasar por el Festival de Málaga, donde ganó dos premios, la película del prolífico director Gerardo Herrero también juega con ese esquema de luces y sombras en el que en definitiva nos movemos todos. “No entiendo una cosa sin la otra –dice Malena–. La vida es comedia y es drama. En los momentos más dramáticos suele aparecer la comedia, y en los momentos más cómicos puede haber una pátina dramática”.
Este mes, luego de seis años sin visitar Buenos Aires, Malena volvió para acompañar el estreno porteño del emotivo espectáculo que protagoniza su padre. Con 93 años, Héctor Alterio, un actor legendario que se lució en muchas de las películas argentinas que estuvieron nominadas al Oscar –La historia oficial, que lo ganó, La tregua, Camila, El hijo de la novia– vuelve a subirse a un escenario, el del teatro Astros, para protagonizar A Buenos Aires, presentado como una lógica despedida después de tantísimo tiempo forjando una carrera impecable. “Lo vi hace unos meses en una función de otro espectáculo, Como hace 3000 años, un recital de poemas de León Felipe, y fue realmente conmovedor porque sus palabras estuvieron llenas de vida y de humanidad. Obviamente, mi mirada no es muy objetiva, es un juicio hecho desde el amor que tengo por él, pero también es verdad que pude sentir la energía que hubo esa vez en la sala, la admiración y el cariño que siente la gente por él. Y eso me emociona. Su palabra y su historia están muy vivas”.
Hace poco tu padre dijo que lo fundamental para actuar es divertirse. ¿Compartís esa idea?
Por supuesto, eso es absolutamente indispensable. Mi padre es un hombre sabio.
¿Qué otras cosas son importantes para la profesión?
Un deseo poderoso, sostenido. Luego hay un componente de suerte y también es importante el tiempo de trabajo invertido, claro. Si tienes el deseo, trabajas y tienes algo de suerte, entonces, puedes actuar.
¿Cuándo empezaste a pensar seriamente en dedicarte a la actuación?
Cuando era más joven no lo tenía tan claro. Siempre fui muy pudorosa. Y nunca dije “quiero ser actriz” y me puse a trabajar obsesivamente en eso. Se fue dando. Creo que encontré un espacio en la actuación porque no lo ubicaba en ningún otro lado. Me costaba con el estudio, repetí dos años, fue todo un poco complicado en esos años, la verdad. De repente mi hermano se anotó en las clases de interpretación de Cristina Rota (una profesora de arte dramático nacida en La Plata, madre del actor Juan Diego Botto y esposa de Diego Fernando Botto, desaparecido durante la última dictadura militar en la Argentina) como un juego, como algo lúdico, no con la ambición concreta de ser actor, sino de probar y divertirse, y yo me sumé. Y encontré un espacio donde me sentía bien, me sentía entendida. Estuve 4 años formándome y ni siquiera después de esa experiencia la tenía del todo clara. Por eso digo que se me fue dando lo de ser actriz.
Nacida en Buenos Aires en 1974, Malena Alterio fue otra de las muchísimas víctimas de la tumultuosa vida política argentina de aquella época. Su familia fue amenazada, igual que la de varios artistas que tuvieron que partir al exilio en los años previos a la oscura noche iniciada con el golpe de Estado de marzo de 1976. Creció en Madrid y, durante años, le costó volver a su país de origen. Ya dedicada de lleno a la actuación, fue nominada para un Goya en la categoría destinada a Revelación Femenina por su trabajo en el film El palo (2000). En teatro participó de versiones de clásicos como Tío Vania, de Antón Chéjov, y Madre coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht, y trabajó a las órdenes de dos directores argentinos muy prestigiosos, Daniel Veronese y Claudio Tolcachir. En Madrid, volverá a presentar en el Teatro del Barrio, un espacio alternativo que funciona en la pintoresca zona de Lavapiés, la obra del catalán Pablo Rosal Los que hablan, que protagoniza con Luis Bermejo, un actor de gran trayectoria que estuvo casado con ella entre 2003 y 2016. Entre sus planes inmediatos aparecen también el estreno de la película Que nadie duerma y otra obra de la dupla Del Federico/Veronese, Los amigos de ellos dos. Un horizonte atractivo, muy diferente de aquel pasado marcado por el escape extemporáneo que tuvo que experimentar su familia, papá Héctor, mamá Ángela y su hermano Ernesto, hoy también un actor muy reconocido, que por entonces tenía apenas 4 años.
“Nunca sentí rencor con la Argentina por lo que pasó –asegura ella–. Mi familia no lo vivió así, aunque naturalmente el exilio obligado siempre es algo frustrante. Y también me pasó algo curioso: hace seis años, luego de un movimiento importante en mi vida personal, decidí irme a la Argentina un tiempo para olvidarme de todo lo que me rodeaba habitualmente y, aunque hacía mucho que no iba, de golpe me reencontré con mis raíces, con mi historia, con mis olores, con mis sabores, con la empanada, la chacarera y la milonga. Estuve en Salta y en Jujuy, y sentí que a pesar de haber estado lejos tantos años, había algo en esos lugares que sentía como propio. Irnos fue una imposición, pero mis padres siempre nos transmitieron la importancia de sus raíces, de sus afectos, algo relacionado con el amor, no con el rencor. Todo lo que tiene que ver con la Argentina nos llegó a mi hermano y a mí de una forma muy amorosa. Fue doloroso cómo se dio todo, pero ellos lo elaboraron bien. Y hoy me siento muy cerca de la Argentina”.
Malena explica todo esto en la terraza de un bar de Las Vistillas, un barrio de Madrid beneficiado por un hermoso parque urbano donde vive actualmente. Y si bien se nota que cultiva un perfil bajo, su popularidad es notoria. El relato del amor por la Argentina queda interrumpido inesperadamente por la aparición de un grupo de adolescentes que acaban de salir del colegio, la reconocen muy pronto y le piden hacerse una foto con ella. Accede con amabilidad y luego no evita la referencia al tema de la fama: “En algún momento me apabulló bastante. Evitaba salir en horas pico, no quería ir a discotecas ni salir de noche. Me agobié porque caminaba por la calle y mucha gente me gritaba “¡Belén, Belén!” (su personaje en Aquí no hay quien viva), pero luego me acostumbré. Ya no percibo tanto esas miradas, es como que me abstraigo. Mis anhelos y mis deseos siempre están en relación con que me guste el trabajo, no con la fama. Si lo que hago trasciende, es una maravilla, pero no es el primer objetivo. Nadie esperaba un éxito tan brutal de aquella serie. Pasaron 20 años y sigue funcionando, es increíble”, señala.
Eso implica siempre un crecimiento del ego, ¿o no?
En mi caso, creo que lo tengo bien controlado.
¿Hay celos entre las personas que se dedican a la actuación?
Como en cualquier profesión. Puede pasar que le ofrezcan a otra persona lo que que quisieras hacer tú, que tengas el deseo de estar en ese lugar y no puedas, pero tener celos es feo, yo trato de no entrar en esa lógica. Pero hablo desde un sitio de privilegio porque trabajo no me falta. Entiendo que la gente que la viene peleando hace mucho y no ve resultados pueda sentir algo de envidia. Somos seres humanos… Personalmente, estoy contenta con lo que tengo y también me produce alegría que los amigos tengan trabajo o ganen premios.
¿Cómo influye tu estado de ánimo a la hora de actuar?
Muchas veces, los actores y las actrices utilizamos nuestro oficio para abstraernos de nuestras vidas personales. Actuar es una especie de terapia también, un sitio donde sentís cierta seguridad. Pero en el caso del teatro, cada cada función es un mundo, un desafío que se renueva. Conviene estar siempre alerta porque puede pasar cualquier cosa, es parte de nuestro trabajo.
¿Qué rol cumple la observación en tu oficio?
Un rol importante. De la observación nos nutrimos. Los que actuamos somos muchas veces ladrones de comportamientos ajenos. Siempre estoy atenta a lo que hacen y dicen otras personas. Cómo actúan, cómo piensan, cómo construyen su propio personaje. Estoy bastante pendiente de eso, con la antena en funcionamiento constante. Es una herramienta clave.
Sos hija de una psicoanalista y se acaba de estrenar Bajo terapia, en el que tenés un papel protagónico. ¿Sentís un vínculo fluido con el psicoanálisis?
Lo siento como algo natural por mi madre, pero además a mí me ayudó mucho, yo puedo hablar desde esa experiencia. El instrumento de trabajo de los que actuamos tiene todo que ver con los comportamientos de las personas: entender cómo funcionamos, investigar, hacernos preguntas y entender. Lo mismo que las terapias.
¿Qué cambió en tu día a día con las conquistas del feminismo en los últimos años?
Afortunadamente, el mundo está cambiando. Hay una manera de estar que es distinta de la del pasado. Y no sólo en relación con los demás, sino también conmigo misma, con mi propia mirada de las cosas. Hay ciertas cosas que casi todos teníamos incorporadas como normales y que ahora mismo chirrían por todos lados.
¿Podés mencionar actores y actrices que te gusten mucho?
Mi padre, mi hermano, Luis Bermejo… Son modelos que tengo muy cerca. Y luego, hay muchos: Carmen Machi, Nathalie Poza, Ricardo Darín… A propósito: me sacudió Argentina, 1985, me pareció una película estupenda.
¿Qué otra película o serie recomendarías ahora?
División Palermo, la serie argentina de Netflix, me hizo morir de risa.
Al margen de tu padre y tu hermano, ¿qué otra persona fue fundamental en tu formación como actriz?
Otra de la familia, mi tía, Norma Bacaicoa, hermana de mi madre. Murió en 2010 y la extraño mucho. Me ayudó un montón cuando decidí dedicarme a la actuación, y fue determinante porque soy una persona bastante insegura. Ella me dio un sostén y herramientas para avanzar. Tenía un entusiasmo, una pasión por el teatro que me estimuló, me llevó a investigar y a avanzar en esta profesión.