Maitena: “Ojalá nunca vuelva a enamorarme, las seis veces que lo hice me convertí en otra persona”
La historietista, que se propuso retratar el universo femenino, dice que las chicas de hoy no son sus lectoras, porque el mundo cambió: “Yo también me deconstruí”
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La conversación arranca por el lado de los chistes, sus chistes, los más icónicos, esos que las chicas recortábamos para pegar en nuestras adoradas agendas, o los que empujaron a señoras bien a reírse un poco de ellas mismas, o los que amagaban con hacer saltar por el aire algunos de los sacrosantos tópicos de la maternidad. Podríamos hacer el esfuerzo de contarlos, pero igual poco se entendería sin el trazo tan característico y tan expresivo de Maitena Burundarena, la humorista gráfica argentina, que acaba de cumplir 60 años, que no dibuja chistes desde hace más de 15 y que, con las toneladas de viñetas que publicó durante casi 30, inauguró una monumental retrospectiva, que ocupa un piso entero del Centro Cultural Kirchner.
“Cuando un chiste significó algo porque decía algo sobre vos, o porque te reíste con tu amiga, te gusta volver a verlo –reflexiona–. A la etapa de Mujeres alteradas la dejé atrás, pero me parece hermoso cerrarla con una muestra en la que las lectoras puedan encontrarse con esos chistes que tuvieron que ver con su vida”. En las diferentes salas divididas por tema se pueden ver originales en papel, tinta china y acuarela, así como también los trabajos coloreados en digital, unas cuantas gigantografías y alguna que otra instalación, todo hilado por los textos de la curadora Liliana Viola. “No sé si alguien va a poder leer tanto en una sola pasada. Por eso mi consejo es: vayan varias veces. La muestra es gratis y está en el centro cultural más lindo que tiene esta ciudad”.
“Hay algo que pasa con mi trabajo alrededor de las madres y las hijas: viñetas que la madre le daba a la hija, o viceversa, pero que de cualquier manera compartían, y gracias a eso podían tener conversaciones sobre temas filosos”, marca. Pero también a los hombres les picaba el bicho: cierta vez, cuando Maitena empezó a publicar en El País de Madrid, un español le dijo algo así como: “Pero tú vives en mi casa, y yo no me he dado cuenta”. “Jamás había valorado mi trabajo desde ese lugar. Resulta muy importante para mí. Y a la vez, es mucho”.
- ¿Y las pibas?
- Las pibas no son mis lectoras. Y no son mis lectoras porque el mundo cambió. Pero yo también me deconstruí. Sé que tuve un discurso bastante jodido con el tema del cuerpo. En algún punto era una crítica, pero ahí estaba: a la dieta había que hacerla. Hoy, las pibas agarran ese mandato y lo tiran por la ventana. “Soy gorda, me como tres chocotortas, problema mío”. Como hija de gordofóbicos, yo estaba un escalón más atrás. Por eso creo que algunas páginas de Mujeres alteradas resultan anticuadas: tienen un discurso que atrasa. Y hay otras más atemporales, y hasta visionarias, que son divinas”.
Los años más exitosos de Maitena se enciman casi a la perfección con esa bomba de relojería que supo ser Sex and the City, la serie en la que mucho más allá de los tipos, la ropa y Nueva York, la amistad entre mujeres aparecía por encima de todo. Mujeres alteradas primero, Superadas después y Curvas peligrosas más tarde consiguieron también dar un valor precioso a ese vínculo cuando a la palabra sororidad no la usaba nadie. Algo parecido se observa con la hoy problematizada división entre hombres y mujeres de las tareas de cuidado. “Buena parte de mis chistes tiene que ver con el conflicto de la mujer frente al deseo de realización personal y la sobrecarga que implica tener tantos frentes abiertos con ella misma, con sus hijos, con la madre, con el trabajo, con la casa, con la familia del marido. El universo de las mujeres es algo infinitamente más complejo que ese pequeño mundo en el que aparentamos estar bien”.
- Y en ese momento, ¿te pensabas feminista?
- Lo era, pero no lo decía, porque siempre me calificaban de feminista de una manera peyorativa. Me decían: “Tu humor es bueno… pero un poco feminista”. No es como ahora, que las mujeres llevamos el feminismo con orgullo.
No estudió nada Maitena, se define como autodidacta y hasta “medio analfabeta”. Pero de chica dibujaba, y sus dibujos empezaron a lucir desde temprano cierta gracia natural. Soñaba con ser escenógrafa, pero quedó embarazada a los 17 y ese sueño se truncó. Dejó el colegio y el papá de su novio le consiguió un trabajo en una oficina en la que editaban un suplemento de arquitectura para un diario. A ella le tocaba componer los avisos. Hasta que cierta vez se cayeron dos de esos avisos a último momento y a ella se le ocurrió: “Pongamos un dibujito”. “¿Y quién lo va a hacer?”. “Yo”. “¿Te animás?”. “Obvio”. El dibujito debía acompañar una nota sobre consorcios, Maitena delineó al encargado, el palier, el ascensor. A los jefes les encantó y a la semana le pidieron que dibujara más, aunque no se hubiera caído ningún aviso. “Me di cuenta de que dibujar podía ser un oficio, armé una carpeta y me fui a recorrer publicaciones de ese tipo: llegué a ilustrar la revista de la cámara argentina del fideo. Pero también dibujaba otras cosas, como libros de cocina y manuales escolares. Claro que a nada de eso lo firmaba”.
Usaba plumín, pluma, Rotring. Y copiaba a Quino y a Fontanarrosa. Pero, sobre todo, buscaba. Ganaba dos mangos y buscaba. Empezó a dibujar historietas, las mostró en una revista de rock, no tuvo suerte, y terminó llevándolas a Sex Humor. Ahí sí se las aceptaron. Así se lanzó su carrera como humorista gráfica. “Sex Humor fue para mí como la universidad. Años de dibujar muchísimo, pero más que nada de conectarme con el placer: me moría por trabajar ahí, en una revista donde podía hacer lo que quisiera. Fue un tiempo de probar y de robarles a los que me gustaban: Claire Bretécher, José Muñoz, Milo Manara, Moebius. Les copiaba resoluciones técnicas y trataba de descubrirlas en mi estilo”.
Trabajaba de noche, era el único momento en el que podía pasar a tinta. “De día iba dibujando en lápiz, pero la tinta requiere de una continuidad que no podés decir: ‘Corto, les hago la merienda a los chicos y después sigo’. Hay una cosa del trazo, del ritmo, que tenés que mantener. Así que me quedaba despierta, fumando y dibujando hasta cualquier hora”.
Maitena tenía 21 y dos hijos cuando en Tiempo Argentino empezó a aparecer Flo, su primera tira cómica. “Era refeminista Flo. A veces me preguntaban de dónde abrevaba todo eso siendo yo tan chica, una pregunta que me he hecho muchas veces. Y creo que la respuesta es: de mi madre. De mi madre, que no era feminista pero quedó sometida a siete hijos, un marido y una vida que pensó que iba a ser diferente. Polaca, pobre, del Docke, linda, inteligentísima. Se cruzaba el Riachuelo todos los días en botecito para ir a la universidad a estudiar Arquitectura. Así conoció a mi padre, de otra clase social. Se casaron y ella pensó que iba a tener una carrera como arquitecta, pero terminó criando siete hijos. Tuvo en total 14 embarazos. Creo que fue su vida lo que tan pronto me puso enfrente de los ojos la desigualdad brutal que puede haber entre hombres y mujeres. Ahora me duele pensar cómo una mujer tan brillante pudo tener una vida tan opaca”.
- ¿Y a vos cuándo te llegó la fama?
- Con Mujeres alteradas, en Para Ti. Daniel Pliner era un periodista argentino que lamentablemente se fue hace dos años. Él conocía mi trabajo en Sex Humor. Estaba al frente de Para Ti cuando me dijo: ‘Quiero que hagas una página sobre mujeres’”.
Le pareció raro, pero igual dijo que sí. Y la mejor decisión que tomó –analiza ahora– fue no encasillarse en un único personaje, porque lo que quería era hablar de mujeres y que entraran todas, o por lo menos, muchas: la casada, la soltera, la que tiene hijos, la que no, la multiorgásmica, la frígida, la gorda, la flaca, la operada. El personaje no iba a ser una sola mujer: el personaje iba a ser el tema. Cada viernes, cuatro o seis visiones sobre un mismo tema. Eso fue Mujeres alteradas. Y enseguida se volvió un boom, se fue a la última página de la revista, y las lectoras empezaron a leer la revista desde atrás, y se sumaron las adolescentes y las niñas. Años después, Maitena empezó a publicar en La Nacion, lo que para ella fue tocar el cielo con las manos: “Cuando sos dibujante, la tira diaria es lo que más deseás. No sé qué palabras podría usar para explicarle a alguien joven lo que entonces significaba el diario. Todo. El mundo, la política, los espectáculos, el deporte. Querías saber la temperatura y te fijabas en el diario”.
La viñeta en La Nacion se llamó Superadas, y al principio fue algo resistida. Todavía recuerda Maitena una Carta de Lectores de alguien que se quejaba porque “donde todas las mañanas se encontraba un humor que la hacía sonreír, ahora había unas mujeres horribles con problemas de ortodoncia”. “Con el tiempo me gané también a esos lectores, demostrándoles que no era una idiota. Y cuando te habla alguien que respetás, aunque al principio no estés de acuerdo, le das un espacio”. Más tarde, el escenario para sus chistes fue esta revista dominical, donde su página llevo el nombre de Curvas peligrosas. Y en paralelo la publicación en España, en casi toda Latinoamérica, y el fenómeno editorial de ventas que le demandaba viajar, dar charlas y entrevistas, firmar ejemplares, estar. Hasta que un buen día, allá por 2006, Maitena decidió sin más dejar de dibujar.
- ¿Cómo fue eso de decir: “Ya está, no dibujo más”?
- Estaba allá arriba. Pero a eso hay que sostenerlo. Y yo tenía una hija de 5 años, me había ido a vivir al Uruguay, y desde que tenía 18 estaba día y noche laburando. Me daba cuenta de que había muchas cosas que me gustaban, pero no hacía. Tenía problemas con el alcohol, tenía problemas con mis hijos. Dije: ‘Me voy a tomar un año sabático’. Nunca volví”.
Después de eso se puso a escribir una novela autobiográfica muy curiosa y muy visual que se titula Rumble, y en 2011 le publicó Lumen. Al principio del parate se encontraba con un montón de situaciones de las que decía: “Esto es un chiste”. Pero no tenía ganas de trabajar. Y el cambio de vida terminó encantándole.
“Dibujar tal vez dibujo, pero en este momento no tengo ningún proyecto comercial. De hecho hace dos años dejé de hacer la agenda que hacía: considero que en el mundo hay ya demasiados productos de consumo. Y que no hacen falta más agendas, y que a mí no me hace falta hacerlas. Además, siempre dije que al humor está bueno hacerlo de joven. Es algo que hablábamos con Quino, porque a él le pasó lo mismo: de grande te volvés menos gracioso y más reflexivo”.
- Además estamos en un momento complicado para hacer humor.
- Ni hablar. Estamos en un nivel de corrección política tan riguroso que todo el tiempo estás a punto de pisar una cáscara de banana. Por un lado está bien eso, porque burlarse de los demás no es correcto. Yo misma he hecho cosas que ahora irían a la hoguera. Pero tampoco me dan ganas de hacer humor sin libertad de pensamiento. Ahora está de moda no hacer chistes. Los chistes son los memes, que son geniales. Es imposible desde el humor gráfico lograr la contundencia del meme. Me siento un poco lejos del mundo de hoy, debe ser la edad. Pero entonces, sinceramente, me pregunto: ¿chistes sobre qué? Con lo que hoy más conecto es con la naturaleza. Y la lucha que más me importa es la lucha ambiental, porque en cuanto a la brecha de género podrá faltar un montón, pero al menos vamos encaminadas. La crisis ambiental no está nada encaminada.
El grabador marca ya dos horas de charla que empieza a discurrir para el lado de los vínculos y las separaciones, el amor y el dolor. “No sabés la cantidad de historietas que tengo con amantes, cuernos, culpas, mentiras, peleas. Cuando las sacaba de cajas seleccionándolas para la muestra, Lili Viola me decía: ‘Se llama monogamia, Maitena. Todos esos son los problemas que trae la monogamia’. Hoy creo que la monogamia no funciona. Y que ojalá nunca vuelva a enamorarme, porque seis veces me enamoré en mi vida y en todas me convertí en otra persona. Miro atrás y no puedo dejar de reflexionar sobre eso. Y si encontrara a alguien para amar, desearía que no fuera con ninguna exigencia, porque la demanda me agobia. Extraño a veces los volcanes de la pareja, pero jamás las implicancias de esa intensidad. Yo puedo comer sola, no tengo ningún problema con comer sola, ¡de hecho me encanta comer sola! Resulta extraño que nadie nos enseñe a estar solos, cuando es algo tan importante. Por eso es que en tantos casos la pareja termina siendo un salvavidas, como un seguro para no quedarse solo. Y me parece muy triste que el amor se haya convertido en eso”. No es nada chistoso, es cierto. Seguro tiene razón Maitena cuando dice que atrás quedó el humor y todos esos chistes que aparte de hacernos reír encendían una chispa en la que mirarnos y pensarnos y que ahora –qué gusto– podemos volver a ver en el cuarto piso del CCK.