Macaya Márquez. El periodista que más Copas del Mundo cubrió cumplirá 88 años en Qatar: historias del hombre que vio jugar a todos
Vio a Pelé en su debut mundialista, a Cruyff, a Maradona, a Messi. No tiene amigos futbolistas, porque impuso distancia. ¿Una cuenta pendiente? “Me hubiera gustado dirigir”
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En junio de 2002, un mes antes del inicio del Mundial de Corea-Japón, me encontré con Enrique Macaya Márquez en la confitería Tabac para hablar de aquel equipo de Marcelo Bielsa que llegaba como candidato. Semanas más tarde, el destino solo trajo dolor: nos volvimos en primera rueda. Por entonces, Macaya ya era un veterano erudito del periodismo audiovisual que había cubierto 11 Mundiales.
Volvimos a encontrarnos ocho años después en el mismo lugar y con el mismo plan: hablar de aquello que absorbe y detona nuestros deseos: Argentina y el sueño de la Copa. Llegó el Mundial de Sudáfrica 2010 y no nos fue mucho mejor. Dirigida por Maradona, la Selección fue eliminada en cuartos de final tras una caída bochornosa ante Alemania.
Es un lunes de primavera de 2022 y otra vez estamos sentados en esta legendaria esquina de Coronel Díaz y Del Libertador. Las mesas son distintas, los mozos también. Macaya no, Macaya charla con el cálido tono de voz de siempre. Pasó todo lo que va de este siglo desde aquel primer encuentro, y pasó mucho más desde su primer Mundial como periodista, en Suecia 58. Sin embargo, y a pesar de sus 87 años, el tiempo para él y para lo que hace no parece pasar. Su timbre al hablar, ese sonido entrañable que durante años llenó el aire nocturno de domingo de tantos livings argentinos, está igual; su mirada, incluso, luce más luminosa. El cuerpo menudo dentro del traje negro le aporta un soplo de sabio y atildado profesor que cree que todavía no todo está dicho, que la aventura no terminó.
En unos días volará a Qatar: será su 17° torneo. Un hito –otro hito– de quien ha visto pasar el mundo frente a sus ojos. Que viajó a ese primer Mundial de Suecia en avión a hélice. Que estaba cubriendo el Mundial de Alemania cuando murió Perón, o que estaba de gira por Rusia cuando ocurrió el Golpe de marzo del 76 o en Italia, durante la hiperinflación del 90. Que vio crecer y brillar a Maradona: vio su crepúsculo, su caída y su muerte. Que atravesó una inusual, simpática masividad junto a Marcelo Araujo en los 90, cuando era el componente serio de un binomio que hizo historia. Que ganó 20 premios Martín Fierro y que ha sido distinguido por los gobiernos y por sus pares. Que vio a Cruyff, a Pelé, que ahora se asombra con Messi. Antes de comenzar la tercera charla premundialista, y mientras toma café, me pregunto: ¿será que esta vez se cumplirán nuestros anhelos? ¿Será este el último Mundial de Macaya?
-¿Cuántos años tenía cuando fue al primer Mundial? ¿Fueron muchos argentinos?
-Tenía 23 años y no, no viajaba nadie. Seríamos seis los periodistas argentinos. La TV todavía no transmitía. Yo comentaba con Eugenio Ortega Moreno para Radio Belgrano. En ese Mundial aparece Pelé, pero lo más importante fue que los brasileños introdujeron una variante táctica, que fue meter un cuarto zaguero en la defensa.
-Es interesante eso, porque hay como una mirada romántica sobre el fútbol brasileño, como si su fútbol le debiera mucho más a la inspiración que al método, y no, han sido siempre muy estudiosos.
-A eso me refería. No es verdad eso, han sido siempre innovadores, claro. De todas maneras, ya tenían una ventaja, y era que eran requeridos de Europa, no solo los jugadores, sino los equipos. Ahí adquirían conocimiento competitivo de cómo se jugaba en Europa, que tampoco era nada del otro mundo. En Europa hoy se juega mucho mejor que entonces.
-Y mientras Brasil llegaba a la cima, en Argentina ocurría una debacle (1-6 contra Checoslovaquia). Lo curioso es que un año antes, nuestra selección había ganado lo que hoy sería la Copa América.
-Sí, pero esos jugadores no fueron convocados al Mundial. Por entonces no daba prestigio jugar en la Selección. Nos les interesaba. Lo más importante fue que todos aprendimos, en ese Mundial, que eso de “piolas” y de la “viveza criolla” no era así…
-El Mundial siguiente, en Chile, pareciera haber sido un torneo mediocre.
-Sí, pero en Argentina el técnico era [Juan Carlos Toto] Lorenzo y ya empezábamos con ciertas disposiciones tácticas. Una anécdota lo refleja: cuando Argentina jugó contra Inglaterra (1-3), Lorenzo les había hecho un pedido sencillo: no vuelquen el juego sobre la derecha, porque sobre la izquierda del ataque de Inglaterra jugaba Bobby Charlton, que manejaba todo el equipo. Los jugadores no le entendían. Al punto que Lorenzo tuvo que enviar al utilero con un papelito para recordarle a Roma, el arquero, que dejase de sacar hacia ese lado.
-Otro mundo.
-Sí. Al Mundial de Inglaterra, cuatro años más tarde, fui como comentarista de José María Muñoz. No fue un torneo sencillo.
-¿Había hostilidad?
-Sí. Nosotros vivíamos en Birmingham, a una hora de tren. El día del sorteo de los árbitros de los partidos de cuartos de final, cuando llegamos con el representante argentino, ya se había hecho. Oh casualidad, habían designado un árbitro alemán para Inglaterra-Argentina y un inglés para Alemania-Uruguay. Después pasa lo de [Antonio Ubaldo] Rattín, que es expulsado por insultar. El árbitro alemán dijo que entendía las malas palabras en español…
-Cuatro años después es la coronación total de Pelé y la fiesta del fútbol: México 70.
-Ahí hay una gran influencia de João Saldanha, que era un columnista deportivo brasileño que se hace DT. Su idea fue involucrar más mediocampistas con buen manejo. Sus punteros, además, se tiraban atrás. Metieron un 5 como los que hay hoy en el fútbol argentino. Lo ganaron fácil. Tenían a Pelé y un equipo muy sólido.
Cae la lluvia en Gelsenkirchen, oeste de Alemania Occidental, sede del Mundial. Es el atardecer del miércoles 26 de junio de 1974 y Enrique Macaya Márquez baja las escaleras del viejo estadio del Schalke 04. Como todos allí, todavía no sale de su estupor. Holanda no solo acaba de golear a la Argentina (4-0), sino que parece haber inaugurado, o consagrado, una nueva categoría en el fútbol. A falta de mejores definiciones, le dicen “la naranja mecánica” y “el fútbol total”, pero como ocurre con cualquier hito de nuestra raza, la apelación queda corta. Eso que acaba de suceder allí fue más que una actuación majestuosa, fue una experiencia sensible tan imborrable como la que provocaría estar en el Mayo Francés o durante la caída del Muro de Berlín. Algo más grande que el hombre, algo que se incrusta en la piel. Vistas in situ, esa constelación de camisetas naranjas –un color sensual, un color imbatible– girando en armónico caos bajo la tenue llovizna provoca una especie de fascinación hipnótica. Lo que hacen esos hombres rubios es poético y eléctrico a la vez. La derrota es dura, claro, pero la certeza de ser testigo de un instante único tiene la misma solidez.
Todavía aturdido, y cuando ya está en la calle a punto de subirse al ómnibus de prensa que lo llevará al hotel, Macaya escucha que le gritan desde atrás.
– ¡Enrique! ¡Enrique!
Cuando se da vuelta distingue la silueta legendaria de Osvaldo Ardizzone, prócer del periodismo de entonces, que le pide que lo espere.
– ¿Qué pasa Osvaldo?
– Que estamos fritos: vamos a tener que inventar palabras.
– ¿Cómo, qué decís?
– Sí, tenemos que inventar palabras, porque todo las que usamos hasta ahora para explicar el fútbol quedan cortas, no van más. Estos tipos juegan a otra cosa.
Unos años antes, otro Márquez, no Macaya sino García, había escrito en el comienzo de su novela más célebre: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. (Cien años de soledad)
“Yo nunca vi una cosa igual. Era una cosa súper moderna. Relevos, alta técnica con la pelota, resistencia física, concentración. Era el equipo ideal. Cruyff era como Alfredo Di Stéfano. Sabía hacer jugar a todos. Nunca más vi algo así”.
-Pero perdieron la final contra Alemania.
-Sí, pero era una selección, la alemana, que, contra lo que se cree, era una mezcla entre el fútbol europeo y el sudamericano. Así son siempre sus equipos.
-Y saben jugar finales, además.
-Hay una preparación, pero no te ganan porque son soldados. Te ganan porque juegan bien. Tienen una buena organización que los respalda.
-Usted alguna vez dijo algo interesante: que es que hay pocas selecciones que juegan como se juega en sus países. En ese sentido, Alemania es un ejemplo e Italia puede ser otro. Pero no nos ocurre a nosotros.
-Bueno, es que ahí está el factor de la venta de jugadores. El jugador argentino se acostumbra a distintos tipos de forma de jugar. Y después también depende del técnico, de la personalidad que tenga, de si se deja llevar por sus convicciones o por la presión. La presión externa te obliga a jugar con un estilo indefinido, que es el mejor de todos, pero que nadie lo conoce.
-Claro, porque al final, cuando se habla de estilos, cuando se invoca a “la nuestra”, nunca está claro cuál es.
-Yo me lo pregunto en un libro: ¿cuál es la nuestra, Gardel peinado a la gomina o Maradona con rulitos? Ahora, entiendo qué se quiere decir con eso, entiendo al futbolero que reconoce determinada forma de jugar. Acá se cree que el argentino inventó la gambeta. Y no, no fue así. Ahora, sí inventó la creatividad, la sorpresa. Amagar para un lado e ir para otro. El fútbol es un juego de engaño, como el truco. Pero es lo de siempre: eso hay que apoyarlo con conocimiento y convencimiento de los jugadores, y las actitudes físicas y técnicas. Y lo del convencimiento no es tan sencillo.
-¿Por qué?
-Porque al jugador argentino, para que se convenza de que tiene que jugar de determinada manera táctica, se lo tiene que convencer con el rigor del triunfo, si no, no te da bola. Si te fijás, no hay tantos muy buenos jugadores que sean buenos técnicos. Es curioso, pero es así.
-En cuanto al convencimiento, si hablamos de los máximos referentes, o de los técnicos ineludibles, tanto Menotti como Bilardo fueron dos grandes “convencedores”…
-Por caminos diferentes, pero sí. Menotti sale campeón del mundo y luego fracasa, no gana más nada. Entonces, ante ese fracaso aparece Bilardo. Bilardo viene con ideas totalmente nuevas. Al principio casi lo echan. Los protagonistas ahora cuentan que estaban convencidos y demás, pero yo iba muchísimo a la concentración en México. Trabajaba mucho, a toda hora. Cuando digo a toda hora, es a toda hora. Menotti era en algunos aspectos más normal en cuanto a sacrificios. Lo curioso es que en el 78 lo deja a Maradona afuera, para tenerlo al año siguiente en Japón, en el Juvenil.
-Ese debe ser el equipo argentino que mejor jugó en un Mundial. Digo, volviendo al concepto impreciso de la nuestra, esa fue una posible versión, lo mismo que el gol de Maradona contra Grecia en Estados Unidos 94, o el de Cambiasso contra Serbia, en Alemania 06. Jugadas que bien pueden sintetizar una historia, o la mejor versión de una historia…
-Sí, lo son. Ahora, tampoco la nuestra es el gol con la mano, eh. Es un invento tramposo que hace daño. Pero bueno, uno se mira al espejo y mira la mano de Dios… Yo también la empujé.
-Todos lo gritamos.
-En algún lado fallamos.
-¿Usted fue amigo de algún futbolista?
-Excepcionalmente tal vez. Pero no, la verdad que no.
-Nunca lo buscó…
-No, no, al contrario. Cacho Fontana solía decirme: “Enrique, vos inventaste el usted, pusiste de moda tratar de usted”. “Sabés lo que pasa Cacho, lo hago para mantener la distancia”. Vos para hablar de la tarea profesional que desarrolla alguien, tenés que tener conocimiento, saber contarlo, y un gran respeto. Y para generar ese gran respeto, y que no se sientan defraudados por la amistad del periodista, tenía que tratarlos con distancia, tratarlos de usted. El jugador, si no, puede sentirse traicionado. Yo no le doy esa oportunidad.
¿Nunca tuvo amistad con nadie en 60 años de carrera?
-Tal vez con Rafael Albretch [N. de la R.: zaguero central de San Lorenzo y la Selección de los años 60 y 70], en algún momento, pero ni siquiera de forma muy cercana.
-¿Con Maradona cómo era la relación?
-Hemos tenidos discusiones. No era fácil ser él, claro. En una escena ficticia que incluí en un libro escribí esto: Diego va al psicólogo y este le pregunta, “¿A qué viene?”. “Vengo para que me diga cuándo juego bien y cuándo juego mal”. “Pero cómo, ¿usted no sabe?”. “Sí, pero déjeme que le cuente”. “Hable”. “Yo juego bien, ¿no? Yo me doy cuenta de que jugué bien, y al otro día todo el mundo me dice que jugué bien. Juego a la semana siguiente, juego mal, yo me doy cuenta de que jugué mal, pero todos dicen que jugué bien. Entonces me confundo. No sé cuándo realmente jugué bien o mal”. Eso le pasaba a Diego.
-Hay una cosa curiosa y es que, aun cuando fue un genio y es nuestro máximo ídolo, también idealizamos su reinado. Yo recuerdo que cuando jugaba acá con 20 años, si bien había muchos partidos que, por supuesto, la rompía, también había otros, o varios, en donde jugaba seis puntos. O sea, no era Maradona siempre, lo cual, paradójicamente, nos sirve para dimensionar lo que haría luego Messi…
-Sí, claro, es que le dijimos siempre el 10, como si esa fuese ya su condición. Tenía partidos regulares. Él, por ejemplo, no pudo superar la marca de Luis Reyna [N. de la R.: defensor que anuló a Maradona en un partido Argentina-Perú por las eliminatorias hacia México 86]. Y había formas de hacerlo o de intentar hacerlo. Si te hacen marca personal, llevate al tipo que te la hace con el líbero rival. Vas a juntar dos tipos rivales. Eso sí, no vas a tocar la pelota por un buen rato.
-Pero vas a liberar a un compañero.
-Claro. Y en un momento de libertad, que lo vas a tener, vas a escribir una buena novela. Y Diego era capaz de hacerlo, de escribir esa buena novela. El fútbol es un mecanismo colectivo. Recién vengo de la tele. Todavía hoy no pueden entender que un hombre de más en la cancha no te asegura ganar un partido. Los 10 que quedan corren un 10 por ciento más y ese déficit ya está equilibrado. Es un ejemplo, pero puede suceder.
Macaya lo menciona al pasar, pero aun cuando lleva medio siglo en el medio, su presencia en la televisión constituye una rara avis. En un ambiente sobresaturado de una narrativa pueril e histérica, la cadencia de su voz y, sobre todo, sus sosegadas formas contrastan notablemente con el crispado cruce de imprecaciones que, como en un mercado medieval, llena las tardes televisivas. Ni que hablar de sus reflexiones cartesianas o el mencionado trato de usted, modales que están en las antípodas de ese modelo de periodista televisivo, tan en boga, que tiene un trato entre ingenuote y promiscuo con el jugador, y lo luce con incomprensible orgullo. O aquel otro capaz de convertir la crítica despiadada en elogio repentino sin que se le mueva un solo músculo facial y con la misma rapidez con la que Messi encara en el área.
-Enrique, el tema inevitable. Viene Qatar. El último Mundial fue accidentado, tanto la clasificación como la performance. En éste, casi impensadamente, ocurre todo lo contrario.
-Sí. Este es un equipo que no tiene el tiempo necesario y al que le puede faltar madurez. Soy respetuoso en cuanto a dónde puede estar la debilidad. En broma, yo decía: “Si el entrenador argentino fuese cirujano, yo no me hago operar por él”. No tiene antecedentes. Pero sin antecedentes, formó un buen equipo, con gente que lo asesora. Consigue muy buena respuesta de sus dirigidos. Y se dio una circunstancia especial, que es que Messi se ha ganado el liderazgo que mereció durante toda su carrera, pero que nunca supo o intentó manejar. Ahora, es posible que Messi haya perdido algo de consistencia, por una cuestión natural, pero por otro lado, tiene el reconocimiento de todo un equipo. Ese liderazgo tiene un valor. Hay cosas que hay que trabajar, que es no ser “Messidependiente”. O sea, si la línea de pase está tapada, no dársela. Hay algunos caraduras que se animan a ir por las suyas, como De Paul. Ahora, ¿están en condiciones de dar un examen? Bueno, en la Copa América lo hicieron. Se han ganado la confianza. Son muy frescos. El arquero, por ejemplo. Técnicamente, el equipo está bien, pero le falta trabajo. Le faltan horas de laburo. ¿Para qué? Para saber marcar en ataque, por ejemplo. Vamos a jugar con equipos mejor preparados y más rápidos.
-El mediocampo fue el gran karma de los últimos años, pero pareciera que ese problema está resuelto.
-Si uno observa y analiza qué hizo esta Selección, incluso cuando comenzó la Copa América, y fue lo siguiente: se ponía a ganar 1 a 0 y se tiraba atrás. Ahora no. Ahora sigue. Se atreve a atacar, suelta a los laterales, maneja los relevos, ha progresado. Antes conocía una sola fórmula. Ahora no, cosa que a mí me gusta.
-Hablemos un poco de Messi. En su caso, vuelvo a mencionarle un aspecto sorprendente que es, no solo su increíble nivel, sino la capacidad de mantenerlo alto durante tanto tiempo.
-Yo lo espío a Messi cuando juega. Y advierto que él, cada tanto, se va al balcón a fumar un pucho. Eso le da imaginación y fortaleza para la jugada que sigue. Porque Messi no te persigue a un tipo, sino que lo sigue un poquito, y después se pone a caminar. Y va como si estuviera paseando, mirando cosas, vidrieras, como en la calle. Es un recurso. ¿Por qué a Messi no le hacen marca personal? Es increíble, porque parece dócil como para que se la hagan. Sin embargo, no sucede. Porque llega antes a las jugadas. Es un tipo que no cabecea mucho y que no tiene tanta fuerza –o sea en el cuerpo a cuerpo parece que va en desventaja–, sin embargo consigue lo que consigue. Es un fenómeno.
-Usted dice que convivió con delegaciones, y dijo que hasta puede darse cuenta de lo que sentían los jugadores. La historia de los momentos decisivos del fútbol está plagada de detalles que hacen diferencias, y esos detalles pueden derivar del carácter o del temple de los jugadores, ¿lo comparte?
-Seguro. Me acuerdo de una anécdota con Valdano. Estábamos jugando un partido amistoso contra los periodistas brasileños y Valdano, que se había retirado hacía muy poco, jugaba para nosotros. De pronto llegó la delegación argentina, y empezaron a silbarlo y abuchearlo como locos. Le pregunté a Valdano por qué y me dijo: “Es que vieron que me puse las manos en la cintura”. Estaba prohibido por completo. Le pregunté de dónde surgía eso. Ahí Valdano me contó que en la final de México había tenido que marcar a Briegel, el lateral volante que era figura en Alemania, y estaba exhausto. No sabía qué hacer, hasta que vio que Briegel se ponía las manos en la cintura. “Ya está, ganamos”, se dijo para sí mismo. Y fue tal cual.
-¿Alguna vez le dieron ganas de dirigir un equipo?
-Sí, pero nunca sucedió. Ni me ofrecí ni nada. Me hubiera gustado dirigir y creo que hubiera hecho algún aporte.
-¿Y alguna vez se enojó un jugador con usted?
-Con Diego discutimos algunas veces. Hubo un episodio muy especial. Trabajábamos en el mismo programa, Orsai a medianoche. Diego estaba en la Selección que dirigía Basile, antes del Mundial de Estados Unidos. Salía al aire desde la concentración. Una noche me entero de que el equipo tenía que ir a jugar a Japón y a China, de gira. Y él no quería. Entonces empezaron a decir que era muy lejos. Yo salí al aire diciendo: “La selección argentina tiene que viajar, porque es un compromiso contraído. Eso es serio. Hay que cumplir”. Diego sale de la concentración atrás de mí y dice: “Estoy en contra de lo que dice Macaya. Macaya no sabe que yo llego a mi casa y no puedo levantar a mis hijas. Macaya no entiende esto”. Entonces yo pido cámara, me paro en el estudio y digo: “Mire Diego, le voy a decir una cosa: primero, los compromisos que se toman, se cumplen. Segundo, le voy a dar un consejo: si quiere levantar a sus hijas cuando va a su casa, entrene mejor. Si entrena mejor, va a responder mejor a las dos cosas”. Al otro día viajábamos a China. Nos subimos al avión y pasa al lado mío y me dice: “Quiero hablar con usted”. “Yo voy a estar acá, de este asiento no me muevo”, le respondo. Entonces viene Paenza y me dice: “Le hice una nota a Diego. ¿Sabés lo que dice? Que vos vas a ser su asesor cuando él sea técnico”. “Mirá, Adrián, no te metas”, le dije. Llegamos al hotel. Diego da una conferencia de prensa. Voy a escuchar. Cuando llego, pasa y me dice de nuevo: “Quiero tomar un café con usted. Estoy en tal habitación”. “Yo estoy en tal otra”, le digo. Termina la conferencia, se acerca y señala: “Mire, ahí hay un bar”. “Bueno, vamos”. Viene la cámara del programa. Le digo: “No, dejanos solos, esto es privado”. Vamos y Diego me mira: “Bueno, mire, le voy a decir una cosa: usted tenía razón”. ¿Sabés lo que hace? Llama a la cámara. Cuando la prende, dice: “Macaya tenía razón”.
-Un gran gesto.
-Uf, la pucha… ¿Quién hace eso? Nadie.
-Y menos siendo el N°1, como era él.
-Era el súper N°1. Y no tenía ninguna necesidad.