Luis Felipe “Yuyo” Noé: “La palabra consagrado me parece espantosa”
El artista habla de su obra y de su participación en el film póstumo de Pino Solanas sobre el acto creativo
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Recorrer la casa-taller de Luis Felipe Yuyo Noé en San Telmo es como adentrarse en una de sus obras. Esas que, como dijo alguna vez el curador Fabián Lebenglik, quien lo eligió para representar a la Argentina en la Bienal de Venecia en 2009, contienen diálogos, superposiciones y contradicciones: albergan mundos. De las paredes cuelgan dibujos y pinturas de artistas argentinos como Jorge de la Vega y Ernesto Deira, con quienes Noé conformó junto con Rómulo Macció el grupo de la Nueva Figuración en la década del 60. Pero también hay cuadros de Eduardo Stupía, Ricardo Carpani, Pablo Siquier y Mónica Millán, quien fuera su alumna.
Las fotos familiares comparten espacio con instantáneas junto a grandes amigos, como el ya fallecido artista plástico León Ferrari, y dibujos de otros como Rep. Y también están las pinturas de Yuyo, claro. El primer salón al que se llega tras subir una escalera de mármol está coronado por un imponente lienzo de unos dos por casi cuatro metros, el acrílico sobre tela La naturaleza de la naturaleza, de 1985, en el que un pequeño jinete montado en un caballo blanco se lanza hacia una selva que es un puro estallido de colores. Al pie del cuadro hay una mesa con enormes hojas blancas, marcadores y acrílicos. “Nunca entendí cuando dicen ‘ah, la angustia del blanco’. Nunca tuve la angustia del blanco. Porque hago cualquier cosa y a partir de cualquier cosa empieza la lógica. No es que después hago cualquier cosa. Pero una vez que uno hizo una línea, hace otra, que es una consecuencia deductiva de la anterior. La cuestión es hacer la primera, ir convocando cosas”, explica Noé, cuyas obras pueblan museos como el Museo Nacional de Bellas Artes y el Malba o el Metropolitan Museum of Art y el Solomon R. Guggenheim Museum en Nueva York.
Los tres amigos
Es en esta misma casa en la que el artista, cuya obra se articula en torno al concepto de caos, se reunió hace unos años a tomar unos vinos y conversar sobre el proceso creativo con dos de sus amigos, el cineasta y político Fernando Pino Solanas y el dramaturgo, actor y psicoanalista Eduardo Tato Pavlovsky, por iniciativa del director de Sur. Esas deliciosas conversaciones, en gran medida entrañables gracias al sentido del humor de Yuyo, forman parte de Tres en la deriva del acto creativo, película póstuma de Solanas que abrió el reciente Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y se estrenó en diciembre en el Cine Gaumont y en el Malba.
¿Cómo conoció a Pino Solanas?
En el 76, cuando vino el golpe de Estado, no quise quedarme y me fui a Europa. Poco después, en el 78, apareció Pino por París y me conectó. Además, teníamos hijos de edades relativamente parejas que se hicieron muy amigos entre ellos. Gaspar se hizo íntimo de Juan (en referencia a su hijo, Gaspar Noé, y Juan Solanas, los dos directores de cine). Desde esa época pasaron más de 40 años en los que mantuvimos la amistad muy intensamente. Después Gaspar decidió dedicarse al cine y Pino fue su maestro y su punto de referencia.
¿Qué recuerdos tiene de esa época?
Hay gente que debía exiliarse para salvar su pellejo. Yo me fui más bien preventivamente, sobre todo porque le tengo alergia a los gobiernos militares, una alergia que me viene de siempre. Los gobiernos militares son una catástrofe, siempre. Ya durante el gobierno de Isabelita cayó una vez la policía vestida de civil, me tocó el timbre, abrí la puerta y me encontré con cuatro tipos que me apuntaron a la panza. Menos mal que era el único día en que no tenía alumnos. Yo era profesor en la facultad y me habían vinculado con algunos chicos [N. de la R.: en 1973, durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón, Noé fue designado interventor de la carrera de Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras]. Había uno de mis secretarios que después desapareció. Había desaparecido Haroldo Conti. La hija era alumna mía. Entonces Nora, mi mujer, me dijo: “Estaría más tranquila si te vas”. Y me fui, yo que sé. No sé si realmente me estaban buscando o no. Lo cierto es que no me detuvieron aquella vez ni me buscaron después.
¿Y a Pavlovsky cómo lo conoció?
Tato fue compañero mío en el Colegio Nacional en primer año. Después se fue a otro colegio. Pero yo me acuerdo bien de él, porque de niño Tato era campeón latinoamericano de natación mariposa y pecho, creo. Salía en la revista El Gráfico. Lo veía todo pintón y musculoso y le tenía envidia, porque yo era un perro, además muy tímido [risas]. Digamos que nos conocíamos, pero fue la amistad que él tenía con Pino la que nos fue acercando cada vez más.
En el nombre del padre
En 1987, Noé volvió definitivamente a la Argentina. Sus dos hijos, Gaspar y Paula, quien también es artista plástica, se quedaron en Francia. Fue por esa época cuando, con la sucesión de su padre, Julio Noé, Yuyo compró la casa de San Telmo. “Mi padre gravitó mucho en mí”, explica. Fue él quien en 1960, le ofreció como taller un sector de lo que había sido la fábrica de sombreros fundada por su abuelo, sobre la avenida Independencia. Apenas un año después, Noé presentaba su Serie Federal sobre la historia argentina del siglo XIX, que tuvo gran éxito. “Mi padre era abogado, pero esa no era su ocupación central. Por razones de familia, y no por un interés suyo particular, tuvo que ocuparse de negocios como la fábrica de sombreros de mi abuelo y la empresa de aguas gaseosas por parte de mi madre que fabricaba productos como Cunnington, Soda Belgrano, Naranja Neuss… Su interés era literario, como crítico”, apunta el pintor. Entre otras cosas, Julio Noé fue secretario de redacción de Nosotros, una de las revistas culturales más importantes de la Argentina durante las primeras décadas del siglo XX hasta el surgimiento de Sur. Publicó una antología titulada Nuestra literatura que el artista plástico guarda celosamente en un mueble con vitrina de vidrio junto a otros libros de su padre, como algunas primeras ediciones de Jorge Luis Borges. Podría decirse que los libros, al igual que los cuadros, constituyen actualmente una parte de la familia con la que convive Yuyo tras la muerte de su esposa, Nora Murphy, en 2012.
“Ya a partir de los 10, 11 años, yo estaba siempre en exposiciones. Él me zambullió en el mundo de la cultura”, recuerda de las tardes en las que asistía con su padre a las veladas de la Asociación Amigos del Arte, creada por mujeres de la alta sociedad como Elena Sansinena de Elizalde y Victoria Ocampo y para la que éste trabajaba como secretario organizativo. “En Amigos del Arte hacían exposiciones de artistas como (Fernando) Fader y (Cesáreo Bernaldo de) Quirós, pero también de las primeras vanguardias, como Emilio Pettoruti y Xul Solar. Y así como algunos chicos tienen la costumbre de reconocer las marcas de los autos, yo iba con mi padre y le iba diciendo ‘este cuadro es Fulano, este es Mengano”, cuenta entre risas.
El pintor que escribe
Además de grandes pinturas e instalaciones, Noé produjo una obra teórica. Algunos de sus libros son Antiestética (1965) y Noescritos: sobre eso que se llama arte (1966-2006), publicado por Adriana Hidalgo en 2007. Actualmente trabaja en lo que espera que sea su “legado”, un libro que escribe en birome azul y lleva el título de Asunción del caos. “No me he acostumbrado a la computadora. Extraño la máquina de escribir. Entonces escribo y después me lo pasan”, dice mientras muestra el índice con capítulos como “El caos y el tiempo” o “El yo en crisis”.
¿Qué lo impulsó a escribir libros?
Ante todo tiene que ver con mi origen. Mamé la literatura y la pintura juntas. Pero la imagen siempre me fascinó. Y no me refiero solo a la pintura. Me interesa la publicidad, me interesa todo. Siempre me fascinó la concreción de la imagen y de la imagen pictórica en particular, porque es una manera de sintetizar un todo. Mi padre teorizaba mucho y me enseñó a pensar.
Cuando usted ya era un artista consagrado...
[Interrumpe]. La palabra consagrado me parece espantosa.
¿Cuál prefiere?
Es que no soy consagrado. Algunos te aplauden, otros te discuten y otros directamente te hablan mal. ¿Entonces qué es consagrado? Simplemente conocido en este suburbio del mundo cultural que es la Argentina. Porque todo lo que sucede culturalmente en Argentina en el campo del arte es realmente un suburbio en el sentido de que voy a Francia y ¿quién me conoce? No, qué consagrado. No soy consagrado. Apenas un poco conocido en mi país.
Pero si expuso en todo el mundo, Yuyo...
He expuesto, sí, pero la verdad que no soy consagrado. Simplemente soy.
¿Qué artistas considera consagrados?
Hay algunos que se transforman en mitos. Pero para ser mito hay que tener gran poder atrás, es decir, ser ante todo miembro del primer mundo, o estar muerto. Eso es ser consagrado. Yo estoy contento de no estar muerto [risas]. Varios autores admiten que en el caso de la pintura se da algo particular y es que ciertos pintores hacen sus mejores obras cuando viejos. Tiziano, Monet, Matisse, el propio Goya, a veces dicen lo mismo de Picasso, pero no en la pintura, sino en el dibujo. Aspiro a eso.
Arte y política
Noé también está escribiendo un libro de frases y definiciones “más bien en chiste”, cuenta. Y, por supuesto, sigue pintando. Como cada vez que encara un nuevo proyecto, se deja llevar por lo que sucede en el proceso. “El pintor propone y el cuadro dispone –reflexiona–. No creo en que lo que uno hace es proyección de lo que uno quiere, sino que uno va decidiendo lo que quiere en la medida de lo que uno hace, que es distinto. Es así siempre. La vida es así”.
Tengo entendido que le molesta que le pregunten por los artistas que lo influyeron.
Eso es porque a mí me gusta eso que los franceses llaman boutade ante preguntas que considero totalmente estúpidas [risas]. “¿Cuál es el artista que más lo influyó?”. Ya es una ofensa eso. Porque quiere decir: “Vos que no pudiste elaborar nada propio, ¿de dónde te agarraste para poder hacer las cosas?”. Entonces, ante una ofensa, yo contesto cualquier cosa. Nunca he sido peronista. Más aún: mi padre era furiosamente antiperonista. Pero sí creo que el peronismo ha gravitado, como ha gravitado sobre el país, en mi visión de todo lo que ha sucedido. Si creo tanto en la problemática de la ruptura es porque la viví de chico.
¿Cómo fueron esas vivencias?
Vi el 17 de octubre desde de mi casa. Y sentí que ahí había una ruptura, que algo nuevo se estaba produciendo. He visto con mis ojos el incendio del Jockey Club, cómo tiraban los cuadros, entre los que reconocí un Goya. Vi el incendio de las iglesias. Me acuerdo de una manifestación en el Congreso con unos muñecos de curas ahorcados... ¿cómo no me iba a impresionar eso? Cuando digo que el pintor que más me influyó es Perón no quiero decir que era peronista ni que Perón era pintor, sino que el mundo que desató Perón gravitó en mí. Después viene la gente estúpida, como algunos críticos… Cuando hice el cuadro Introducción a la esperanza, por ejemplo, que está en el Museo de Bellas Artes, y en el que hay manifestaciones, decían: “Ah, se nota la influencia de (James) Ensor por La entrada de Cristo a Bruselas”. Las únicas manifestaciones que debe haber visto Ensor fueron religiosas. Pero tenían que asociarme a Ensor y no a Perón. Yo estaba en este país, ¿cómo me pueden decir eso? Es esa idea que el artista siempre tiene que ser dependiente de otro. Y no, en ese caso mi influencia no era de Ensor, era de Perón. Algunos lo toman mal. Pero para mí es muy claro y muy verdadero, además.