Ludmila Brzozowski. La mujer que bate récords bajo el agua sin más ayuda para respirar que la de sus pulmones
Apnea deportiva se llama esta práctica que ella convirtió en su modo de vida y que explica en esta charla: “Es una experiencia sensorial muy fuerte”
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A pesar de haber conseguido cuatro récords panamericanos, dos sudamericanos, más de quince argentinos en apnea de piscina y dos recientes en apnea en profundidad, en el mar patagónico, a pura brazada y patada, a Ludmila Brzozowski le cuesta definirse como deportista.
Para ella, la apnea trasciende lo deportivo. “Nunca pienso en metros ni en minutos, sino en la experiencia, en el camino para llegar a esos metros”, aclara en una videollamada desde su departamento en Bahía Blanca, donde reside.
La apnea deportiva es una disciplina extrema que contradice todo el tiempo una acción innata del ser humano como es el respirar. Y a diferencia del buceo, es sumergirse y respirar sin asistencia mecánica ni de oxígeno: tan solo con los pulmones. En Ludmila, despierta ese ser salvaje que se animó a salir casi a los 40 años, que aún sigue en reconstrucción y que elige todos los días el agua como refugio y libertad, lugar que adoptó cuando era muy pequeña en su Río Colorado natal, en Río Negro.
Así, logró nadar subacuático 142 metros en una piscina y estar cinco minutos y medio bajo el agua sin respirar, lo que se conoce como apnea estática. Y en febrero de este año, nadó 40 metros de profundidad, sin aletas ni antiparras, con un traje de neopreno –más tarde confesará que quizás debería haber sido más grueso, por el frío patagónico–, para marcar otro logro argentino en apnea en profundidad.
En esa toma de decisiones que fue haciendo año tras año, hoy, a los 44 años, Ludmila prefiere definirse como una “exploradora de aguas” y dejar atrás los posibles obstáculos que debió -y debe- superar para seguir “volando bajo el agua”.
-¿Cuál fue el clic que te hizo pasar del trabajo de oficina a ser apneísta?
-En realidad, no fue un clic en particular. En ese momento no fue una elección, sino que no había otra alternativa. Coincidió con que estaba por ir a mi primera competencia, en 2013, y el cierre de la agencia de diseño y comunicación donde trabajaba. Después, cuando volví de la competencia, fueron elecciones que fui haciendo año a año. Yo siempre digo que mis mayores logros no han sido los tiempos, los récords, sino la permanencia, el seguir eligiéndolo, el buscar las maneras de seguir entrenándome, de poder ir a una competencia, de buscar los medios, sortear toda la burocracia prácticamente sola. En lo laboral, se me complicó mucho todos estos años, porque a veces tenía trabajos que no eran compatibles con lo que hacía. Hasta que en su momento me hice instructora de apnea y empecé a tratar de congeniar lo deportivo con lo formativo.
-¿Hoy vivís del apneísmo?
-No de hacer apnea, porque con eso no vivo. Son más las pérdidas que tengo que las ganancias [se ríe], pero sí a través de los cursos de apnea [creó Apnear, una escuela junto a su hermana y entrenadora Eloísa]. A partir de la pandemia, no solamente yo, sino también colegas, empezamos a bancar todo esto y dio muy buenos resultados. En general, son cosas que no hablo mucho, esto de los obstáculos. Igual, yo estoy muy feliz y orgullosa, justamente por haberlo hecho así todo.
-Venís de una familia de nadadores. ¿Hubo un legado implícito en lo que hoy es tu profesión?
-No en la apnea en sí, pero sí en el vínculo con el agua. Primero, mi hermana mayor con el caminito de la natación se volcó a las aguas abiertas. Es mi inspiración, mi referente. Yo fui a natación, todos mis hermanos hemos ido. También competí, era buena a nivel provincial. Me gustaba mucho nadar, amaba el agua. Siempre digo que el agua fue mi lugar de refugio y libertad, yo era una nena muy tímida, robusta, que a veces tenía mucha vergüenza del cuerpo. Pero para mí, es el medio más democrático que hay, nos va igualando a todos. Y ahí me liberaba, me sentía muy feliz. En los recreos, jugando debajo del agua, y sin querer, practicaba esto de hacer apnea, muy natural. No usaba reloj [ahora tampoco, aclara], pero sí a los 10 años tenía la obsesión –porque era una obsesión– de nadar por debajo del agua, de hacer los 25 metros de la pileta sin respirar. No lo había visto en ningún lado, no había internet, ni nada. Empecé a probar, exploraba mucho con mi cuerpo, y en algún momento llegué. Me acuerdo patente de todas las sensaciones que tenía, que hoy sé conceptualizar. Lo que aún me asombra es, primero, esa pulsión tan grande por hacer eso, sin haberlo visto y después el asombro de que nunca tuve miedo. Y en 2012, cuando me enteré de que era un deporte, dije: “Por dios quiero hacer eso”.
Ludmila está sentada y mira constantemente a la cámara de la computadora, en el departamento al que se mudó antes de la pandemia para estar cerca de su pileta, la del club Olimpo de Bahía Blanca. Exhibe una sonrisa al decir “su pileta”, porque finalmente logró una de sus mayores conquistas: tener un andarivel sólo para ella.
Lleva el pelo suelto, la cadencia de su voz es suave, tranquila. Dice que la apnea la hizo así, “vivir la vida de otro modo”. En los portarretratos que descansan sobre una mesita, cuenta que hay fotos de su familia: “Los necesito tener cerca. No tengo medallas, ni trofeos colgados. Sí la foto del abrazo con Eloísa, que mi papá nos regaló, eso para mí dice todo”. Ese abrazo que se dio con su hermana más chica y actual entrenadora, tras alcanzar otro sueño: batir su primer récord panamericano.
“Mi papá es mi primer fan. Siempre le gustó nadar, el deporte. Ese vínculo tan fuerte que tiene con el agua lo heredé de él. El vínculo y el amor, esa cosa de tirarse al agua, natural y hasta salvaje. Antes de irme al primer mundial, veía que todos tenían equipazos de neopreno, y yo tenía la malla común, barata. Entonces me quejaba un poco y mi papá me dijo: ‘A veces hay que ser un poco salvaje’. Ser auténtico, confiar en uno, que por más que tengas todo eso alrededor, sino tenés adentro esa voluntad, esa garra, lo demás es un agregado simplemente”, reflexiona Ludmila, y agrega: “Mi mamá, en cambio, no quiere saber nada con el agua, pero es la que sostiene todo afuera para poder tener esa tranquilidad cuando estoy abajo”.
-Lo que te dijo tu papá, ¿es el mejor consejo que te dieron hasta ahora?
-Sí, ese es el mayor legado que puedo tener, el mejor consejo [se le corta la voz].
-¿Cuándo y cómo descubriste el mar?
-Me acuerdo patente del momento, porque entré a caballito de mi papá en Mar del Plata, en un viaje que hicimos. Creo que tenía cinco años, y había un lobo marino en las rocas, real. Me acuerdo de la adrenalina que tenía por las olas, y la emoción, cero miedo, siempre muy segura, muy pero muy segura. Como mi ingreso por primera vez a la pileta, también fue una atracción muy especial. Siento que es mi medio, que hay algo que me conecta de otra vida, quizás, si nos ponemos a filosofar.
-¿Cómo es un día tuyo de entrenamiento?
-Siempre tengo un espacio al mediodía, voy dos a tres veces por semana este año, porque tenemos poquito tiempo (por la pandemia). En general hago una rutina de estiramiento antes en mi casa, del cuerpo, y una particular que hacemos los apneístas, que estiramos todos los músculos involucrados en la respiración. Después de la pile, lo que toque ese día, y a partir del año pasado empezamos a usar el gimnasio. Estoy tratando de hacer algo más completo como para sentirme más fuerte. Cuando comencé, el cuerpo fue prácticamente un laboratorio, porque no teníamos mucha idea de cómo entrenar la apnea, así que he cometido muchos errores, pero también muchos aciertos, hasta que armé mis propios métodos.
-¿La alimentación es importante?
-Sí, pero sin obsesionarme, sin seguir una dieta estricta con una nutricionista. Lógicamente, cuando vas a hacer apnea hay muchas cosas que te caen mal, porque la sangre se acidifica por la acumulación de dióxido de carbono. Trato de comer lo más balanceado posible. En un momento de mi vida, tenía como 20 años, pesé 110 kilos, después de dejar la carrera de Arquitectura. Si bien siempre fui robusta, no me reconocía en ese cuerpo. Sabía que era producto de algo desacomodado de mi vida que me estaba haciendo mal. Cuando me pesé y vi que la aguja de la balanza se empezó a acercar a los 110, me bajé y fue como que hice un clic: al otro día empecé un cambio de vida progresivo. Jamás había tenido tanta fuerza de voluntad.
-¿Te asustaste?
-Sí, porque había aumentado como 40 kilos. Mi mamá me ayudó mucho. Mis hermanas me grababan música movida de la radio, entonces yo bailaba –algo que me encanta– y así, en un metro y medio cuadrado, fui adelgazando.
-Nombrás muchas veces a tu familia, ¿es un gran sostén en tu vida?
-Sí, siempre lo ha sido. Somos un gran equipo. Podemos pelearnos como cualquier familia, pero cuando nos necesitamos es uno para todos, y todos para uno. En el hacer apnea, también es un sostén muy fuerte. A pesar de los tiempos que hago, soy bastante conservadora, porque siempre pienso en ellos. Ellos son mi límite, me gusta que se sientan tranquilos. Más allá de que me apoyan, que se ponen felices viéndome feliz, no dejan de asustarse cuando me ven en una competencia.
-En tus escritos hacés referencia a que sos una mujer que “se reconstruyó a la vez que se convertía en deportista”. ¿Costó hacer esa reconstrucción?
-Sí, creo que es un proceso permanente, ¿no? No sé, es tan difícil explicarlo. Tiene que ver con la seguridad lograda, con el mirarme con otros ojos, el entenderme desde otro lugar, también el hecho de ver otras mujeres en la apnea, con su mochila atrás, sorteando muchos obstáculos. Las mujeres, especialmente en la apnea, tenemos una comunión muy fuerte. No es un proceso solamente individual, sino que yo lo sentí colectivo, el poder apoyarme en otras, conocer otras historias en el agua.
Para Ludmila, al principio fue difícil aquietar la mente bajo el agua. En 2013, decidió probar hacer apnea estática y fue sola a la pileta, de noche, “cosa que nunca hay que hacer”, explica. “Estaba desmoronada en todas las facetas de la vida y yo creía que estaba bien”, cuenta sobre ese año bisagra de su vida.
Recuerda que fue poner la cara en el agua para que empezaran a brotar todos esos pensamientos que había creído superar. “Estuve 30 segundos y salí, no podía estar con mi cabeza a solas”, dice. “Era huir y darme por vencida o insistir para poder dominarlo. Era tan fuerte lo que me pasaba que lloraba en el agua, y en un momento lo que hice fue gritar, con todo, hasta que salieran las burbujas, no sé cuánto tiempo estuve, pero canalicé todo así”, cuenta. Empezó a crear sus propias estrategias “medio intuitivamente”, que luego supo que son técnicas en realidad de psicología. Así fue eligiendo qué poner en la mente. “Sabía que todo lo otro iba a estar porque es parte de mi historia. Me sirvió para estar cinco minutos y 30 segundos sin respirar, pero mucho más para el día a día, para afrontar otras situaciones”, confiesa.
-¿Es más que una disciplina el apneísmo?
-Completamente. De hecho, a veces me presentan como deportista de alto rendimiento o deportista, y a mí me cuesta definirme así por más que entreno. Trasciende mucho lo deportivo y, más allá de que a veces le encuentro la veta artística [hizo un corto], el hacer apnea, lo hagas como deporte o no, exponerte a esto de forma más o menos rutinaria una y otra vez, te va potenciando ese autoconocimiento de tu propio cuerpo, de hasta lo que ocurre fisiológicamente. Cuando vos te metés en esto de la apnea empezás a conectarte de otra manera con tu propia respiración. Es una experiencia sensorial muy fuerte.
-Por otro lado lo califican como deporte extremo.
-Es un deporte extremo, porque te estás privando de lo esencial que tenemos, que es la respiración, y además uno desde afuera, cuando ve a los apneístas, en general ve algo tranquilo, ¿no? Pero fisiológicamente te están pasando un montón de cosas. Hay una primera etapa, cuando permanecés en apnea, que es calma, y otra que decimos que es de lucha, porque los músculos respiratorios quieren reanudarse, quieren respirar y vos tenés que pelear contra muchas de estas cuestiones. El cerebro no entiende nada de estas cosas, lo único que interpreta es que es una situación de supervivencia y actúa en consecuencia. Desde ese momento sos un animal, porque despierta los mecanismos biológicos más primitivos que tenemos, que tienen que ver con los reflejos mamíferos de inmersión: toda tu fisiología y tu mente va a estar a la orden de esa situación, lo apliques a lo que sea. Eso es también lo que me atrae, esta cosa tan animal que tiene.
-¿Hay cierto coqueteo con la muerte?
-Para el que lo ve desde afuera, sí. Y el que no tiene tanta información de cómo es ser apneísta, sí, lógicamente lo asocia a eso. Pero para mí es todo lo contrario, te conecta mucho más con la vida, porque empezás a tener una conciencia mucho más grande de todo esto, de lo lindo que es salir y respirar. Le das otra valoración a la vida. Creo que a veces es más inseguro estar caminando por la calle, que estar bajo el agua.
-¿Nunca tuviste miedo?
-No, de hecho, tengo más miedo al buceo, al andar debajo del agua con un tanque, a que si me tirás en el medio del mar con mis propios pulmones. Me da miedo toda la cosa artificial, mecánica, que llevás encima, y además te restringe la libertad de movimiento. Y no es el miedo a la muerte en sí, porque además cuando lo hacés como deporte, cuando vas a una competencia, tenés reglas que cumplir. Si vos tenés un blackout, un desmayo, estás descalificado y nadie quiere llegar a ese punto, querés emerger antes, así que eso también es una forma de cuidarse. Soy bastante conservadora dentro de todo, muy respetuosa no solamente de mí sino de mi hermana, que es la que me entrena y me lleva a las competencias, y de mi familia. Trato también de dar un mensaje responsable, de que no es aguantar la respiración y ya. Hay un trabajo detrás. El hacer apnea es adaptación pura, vos entrenás a tu cuerpo para que vaya corriendo los umbrales de tolerancia, ni siquiera me gusta hablar de límites.
-De todos tus récords, ¿cuál fue el que más te costó y el que más te gustó?
-Los más especiales fueron los récords de los panamericanos de apnea dinámica sin aletas. Para llegar a eso tuve que, además de entrenarme, vencer muchos pasos burocráticos, salir a buscar los fondos, entender todos los trámites que había que hacer. Pero esa medalla me empezó a abrir puertas. Después fue muy especial e importante lo que hice este año en el sur, por más que pueda hacer muchos más metros: fue la primera competencia que nadé en el mar profundo. Solo estaba acostumbrada a las competencias en piscina, horizontal. Fue muy especial, porque necesitaba esa sensación de volar abajo del agua. Y el mar en sí es especial, por el frío, lo oscuro.
-¿Cuál es el próximo objetivo?
-Este año quería ir al campeonato mundial de apnea en profundidad por primera vez, que se hace en Turquía en octubre, pero se demoraron un mes en darme una respuesta y la pandemia complica las cosas. Ahora estoy aprovechando para hacer otras cosas, más producciones desde lo artístico, dar cursos. Estoy tratando de salirme de lo deportista, no pensar tanto en las competencias. Si hay algo que me dio la apnea, es la paciencia y la perseverancia, así que priorizo otras cuestiones.
-Como instructora de apnea, viste a gente vencer miedos en el agua, superarse y descubrir fortalezas en su interior. ¿Qué miedo venciste vos?
-De grande, la apnea me conecta con esa nena que fui cuando era muy chiquita que era muy aguerrida, de dar para adelante, de no tener miedos, de atreverme, como que encontré el balance entre el ser analítico, metódico que es necesario para la vida por supuesto, pero también me encontré fuerte en cuanto a la voluntad, si algo me frustra sigo adelante. Antes no era así, era muy abandónica a veces. Y nunca tuve una pasión tan grande como esta. Creo que hace crecer la seguridad que tengo en mí, por eso digo que es un proceso de reconstrucción, no sé cómo llamarlo, pero que me va fortaleciendo.
Agradecimientos: La Casa del Buceador, Aquatours, Celina Kriedel y VL de Natalia Antolín.