¡Loulou! Fantasías sin vencimiento
Un estilo personal de vestir no se adquiere haciendo shopping ni mirando, por enésima vez, los videos de las colecciones. Se lo siente, se lo piensa, se lo pule, se lo calibra, pero todo ello de lado, mientras se vive. Conviene poseer dos dotes: imaginación, que suple todo, y sentido del humor, que relativiza todo. También es importante no tener miedo ni de probar ni de equivocarse. Y más esencial aún es tener siempre a mano un trench coat, para aquellos días en que no se puede o no se quiere ni siquiera pensar en vestirse.
A lo largo de su ejemplar itinerario estético, Loulou de la Falaise, que de su estilo propio fue autora y único ejemplar, cumplió con cada uno y todos esos requisitos, como saben quienes han consultado los archivos existentes a alcance de clic, o las notas en múltiples idiomas que flotan por las redes, o el libro que lleva su nombre, imaginado por su amiga Ariel de Ravenel y publicado por Rizzoli, en inglés, en 2014.
Desde la melena prerrafaelita de finales de su adolescencia y sus atuendos hippie deluxe, Loulou no cesó de emitir señales de estilo auténtico: vestirse era su modo más directo de ser ella, sin berretines de ser moda.
Y así, en los primeros años 70, fue referente de la burbuja de la moda, junto con otras jóvenes que se anticipaban a la época: Marisa Berenson, Bianca Jagger o Paloma Picasso. De Londres y Nueva York, donde había modelado, diseñado y protagonizado la nueva escena mundana, había pasado a París, donde posó para las revistas, fue llamada por Yves Saint Laurent para crear accesorios y moods y se convirtió en una suerte de lideresa extraoficial de una nueva movida nocturna.
Ya en su larguísima etapa a la vera de Yves Saint Laurent, sus looks no dependían estrictamente de las propuestas del calendario de la maison; los armaba según pautas propias, con desenlaces visuales siempre originales. Su rol oficial en la casa era el diseño de accesorios; la prensa insistía en consagrarla musa en résidence del maestro.
Cuando pienso en Loulou veo (y oigo) acumulaciones extremas de collares, brazaletes, broches, piedras de todas las familias sobre sweaters texturados o camisas aventureras ceñidas por cinturones extra anchos de hebillas espectaculares, tules, bordados, estampados, spencers y chaquetas concisas de sastrería filosa, piernas largas enfatizadas por pantalones de cintura alta, una visión romántica y algo pop de vestuarios orientales, un modo decididamente de jugar a parecer un dandy andrógino, todo redefinido, resignificado, llevado a la mayor potencia gráfica por el uso categórico del color, de un catálogo de colores plenos, vehementes.
A casi 10 años de su muerte, libros, notas y tributos confirman que las fantasías de Loulou no tienen vencimiento. Nacidas de la necesidad de diferenciarse, su singularidad las ha inscripto fuera del catálogo general de las modas, cuyo destino común es anticuarse.
Loulou vive en el legado de su estilo. Y en los recuerdos: además de un placer que aún llevo en el cuerpo, bailar con ella, grácil, flexible, leve, de chispas en los ojos y gran sonrisa a menudo extendida a carcajada, fue para mí el modo más pleno de celebrar, a lo largo de innumerables noches, el privilegio de estar viviendo, el suyo, el mío, y, en la efusión del champagne, el de toda la gente que bailaba en torno.