Los excéntricos García-Pelayo. Referentes de la contracultura española, se hicieron famosos por derrotar a casinos en Europa, pero es su obra es la que trasciende
Aunque el apellido García-Pelayo no transmita mucha información al público local, su peso específico sobre el arte vernáculo se hará notar cada vez más. Los puentes que unen a Gonzalo (Madrid, 1947) y Javier (Madrid, 1951) –o Batman y Batman, protagonistas de esta nota– con la Argentina son muchos. El primer lazo fue la proyección de Nueve Sevillas, en el Bafici 2020. Gonzalo codirigió con Pedro G. Romero este cismático paseo por el nuevo flamenco en Sevilla a través de nueve retratos de personajes del baile; continuó con la exhibición de Alma quebrada y Así se rodó Carne quebrada, ambas de 2022, en la edición de este año y la producción de la trilogía de la directora Lucía Seles titulada Odio desencadenado, constituida por los films Weak Rangers, Saturdays Disorders y Smog en tu corazón, también ofrecidas en la muestra cinematográfica anual porteña en abril último. Gonzalo, haciendo gala de su voracidad creativa, le pidió al crítico español Álvaro Arroba, programador del Bafici, que le recomendara a directores osados y de ahí surgió el nombre de Seles, de un desborde creativo pocas veces visto en el cine argentino.
La reciprocidad de los Pelayo con la Argentina continuó con la participación de Javier en el elenco de las obras que Seles presentó durante agosto y septiembre en el Teatro Sarmiento (todo tiene que ver con todo) y tendrá su cierre –por ahora– con la premiere mundial de Arde, una ficción sobre Isabel Sarli que tendrá su estreno en el próximo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que se llevará a cabo del 3 al 13 de noviembre. “Vi 19 películas de Armando Bó con Isabel Sarli. Quise hacer una película sobre sus películas, pero la acabó rodando Paco Campano, montajista con el que trabajo, porque no pude hacerlo por la Covid. El elenco es argentino. Él terminó dándole un giro fantástico que la ha llevado al prestigioso Festival de Sitges”, destaca Gonzalo.
Además, este martes 25 comienza una retrospectiva de su obra en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, que evoca distintas etapas de su basta carrera como realizador, un cine emblemático de la contracultura española marcado por marginados sociales como antihéroes lúcidos y honestos, el sexo como territorio libre y la convivencia entre lo elevado y lo popular. Y claro: la música, sea flamenco, psicodelia o sevillanas, como un asalto de lo real. La retrospectiva se articulará en tres etapas de su obra: cuatro películas corresponden a la primera época; dos a la intermedia, y las otras cuatro, de los últimos años, en las que Javier siempre tuvo alguna participación: como actor, productor o simplemente como chofer del elenco, excepto en Rocío y José, de 1982, la única en la que no hizo nada. Por su trabajo en las obras de teatro de Seles, Javier se instaló un mes en Buenos Aires; sus expresiones sobre la ciudad explican algo del vínculo con la Argentina: “He quedado asombrado por la actividad cultural y lo culto que son los porteños –dice–. Puedes dialogar con cualquiera sobre cualquier tema. No lo he visto en ninguna parte del mundo y eso que Madrid es una ciudad con una gran oferta cultural. Solo en esta ciudad puedo aceptar que digan, como escuché en una comida, que Madrid es una ciudad chica. Pues claro: ¡al lado de este monstruo que es Buenos Aires no se puede comparar, hombre!”.
Ambos se definen madrileños de escuela sevillana, lo que permite trazar una hiperactividad rabiosa sin que esa celeridad desdibuje el grosor y el impacto de sus hechos. Gonzalo produjo un total de 150 discos desde que, en 1975, fundara el sello Gong, con el que también metió la pata en la música. Entre los artistas destacados con los que trabajó se alinean Quilapayún, Víctor Jara, Silvio Fernández Melgarejo y Pablo Milanés, entre muchísimos. Por su trayectoria, es conocido como uno de los padres del rock andaluz, además de la fusión entre el flamenco y músicas folclóricas con el rock, el pop y el rhythm & blues, con el rock progresivo de Triana como máximo exponente.
El reloj de Javier se movió a la par: el menor de 16 hermanos, un ejército creativo que participó de distintas formas en el armado artístico familiar, se convirtió en road manager de bandas encumbradas del rock progresivo. Llevó a España a Chuck Berry, con el que vivió un episodio singular. “Su show hizo flipar al público –abre sus brazos como si la multitud estuviera ahí mismo–, pero el maldito se ciñó al contrato y no tocó ni un bis. Fui al camerino para convencerlo de que volviera, pero me sugirió que lo haría con unas pelas más en el bolsillo. Creo que le ofrecí 130 mil pesetas y subió de nuevo a cantar tres bises. Con el tiempo me enteré de que era una estrategia que repetía en todos sus shows, para llevarse dinero fresco de sus giras”.
Los Pelayo fundaron su editorial, también llamada Gong, con la que desembarcaron en Buenos Aires. Javier presentó Sobre la marcha (Vol. 1), en el que narra sus desventuras como una novela de iniciación en la España de los 50. A diferencia de la picaresca tradicional, marcada por un momento de declive de la historia española, ésta concibe su periplo como un camino de comedia en ascenso del pasaje del franquismo a la transición de la democracia. “Es la mitad de mi vida, llega hasta 1988. Ese muchacho que se va de la oscuridad de las escuelas jesuitas para saltar de un colegio a otro, pronto se convierte en un beatnik”.
Las coincidencias y diferencias entre las últimas dictaduras de España (1939-1975) y la Argentina (1976-1983) pueden ser descubiertas en muchos pasajes. Indica Javier: “Ir a un recital o a las plazas de toros estaba lleno de dificultades burocráticas, pero se podían sortear. La gente politizada hacía manifestaciones en la universidad, pero según tengo entendido, a diferencia de la Argentina, no nos consideraban peligrosos. Lo hippies íbamos por las calles diciendo cosas con el pelo largo y tampoco pasaba mucho. Pero a partir de la década de los años 70, que empezó la guerra de las drogas, ahí sí fue una masacre absoluta. Nelson Rockefeller, que luego fue vicepresidente de los Estados Unidos, junto a Nixon armaron algo que llamaron La democracia en peligro, ni más ni menos que la declaración de guerra a las drogas y al rock. Fue la respuesta más dura a toda una juventud contestataria que quería la paz. Creíamos que estábamos cambiando al mundo, pero no, ellos nos cambiaron a nosotros”.
El tiempo es dinero
Cada anécdota agigante la leyenda de los Pelayo, tal como se los conoce en España. Gonzalo se hizo popularísimo por ser el hombre que en la década de los 90 arrasó en los casinos de España mediante un sistema legal para ganar en la ruleta, que aplicó junto a sus familiares y los convirtió en millonarios. Ninguno de los oficios que tuvo (además de director de cine y productor musical es matemático y fue representante de toreros y locutor radial) le reportó tanto dinero. Filósofo por vocación, su cabeza gestó guiones, música, cine, y concluyó con un sistema de juego que lo convirtió en un héroe marginal. “Inventé un sistema de probabilidades titulado Nada es perfecto. Anotando números durante meses descubrí que las ruletas del Casino Gran Madrid no eran planas del todo, sino que estaban inclinadas ligeramente, lo suficiente para que la bola cayera más en un determinado sector que en otro. Íbamos integrantes de la familia Pelayo y apostábamos a esos números. Fueron jornadas de 12 horas con tres equipos de cinco personas”. Ganaron más de 200 millones de pesetas (hoy un millón de euros), con una inversión inicial de 300.000, más otra cantidad igual de remanente que Gonzalo ganó en una venta de leones que había adquirido en Kenia para una película. A partir de entonces, varios casinos comenzaron a construir mesas planas, “anti-Pelayo”, aseguran. “Un día salimos con mucho dinero y volví al casino a comprar cigarrillos y no me dejaron entrar. Nos prohibieron la entrada por ocho años, pero Gonzalo apeló el fallo y ganó el recurso en el Tribunal Supremo. Nos privamos de hacerles juicio por lucro cesante”, se divierte con el recuerdo Javier. Esa historia quedó registrada en la película Los Pelayos, de Eduard Cortés (España, 2012).
El cine, siempre el cine
Oficialmente retirado del juego presencial (Iván, hijo de Gonzalo, mantiene el legado con una agencia de viajes para jugativos), Gonzalo se entretiene con sistemas técnicos para jugar póquer en Texas Hold’em, pero el foco este año estuvo puesto en otro reto máximo: estrenar 11 películas. “Ha sido el año de las 10+1: diez fueron dirigidas por mí y una, la rodada en la Argentina que no pude rodar yo, pero estaba todo preparado. Como señalé antes, la rodó Paco Campano, montajista de películas mías como Ainur. En rigor de verdad, dirigí nueve y codirigí la décima con Pedro G. Romero. Siete Jereles es una especie de continuación de Nueve Sevillas (jereles se refiere a Jerez de la Frontera que forma con Sevilla la pareja de ciudades fundamentales del flamenco).
¿Cómo se llega a hacer tantas películas en un año?
El proyecto de las 10+1 empezó en abril de 2021 para rodar siete películas en un año. Eran películas que tenía en la cabeza después de hacer viajes por muchos sitios y pensar en las siete desdoblamos dos que se convirtieron en cuatro films, hermanados de dos en dos. Por ejemplo: las dos películas hechas en la India que están en el programa de la sala Lugones. Al principio pensamos en una película rodada en los dos estados del sur, Kerala y Tamil Nadu, y luego vimos que teníamos localizaciones suficientes para rodar una enteramente en cada estado, así rodamos Chicas en Kerala y Diario tamil con actores, historias y sentidos diferentes. Al final de los rodajes añadimos dos películas como resúmenes de las hechas hasta entonces.
El ciclo Gonzalo García-Pelayo. Cine Insurrecto ofrecerá películas que dan cuenta de su producción inicial (en los 70 y 80), pero también de su presente, como algunas de las diez que dirigió en el último año y que acaban de estrenarse también en la Cineteca de Madrid, con apoyo de la Filmoteca Española.