Locos por Gardel. Los fans del Zorzal que visitan su mausoleo y sus curiosos rituales
Una tarde en el epicentro del ritual gardeliano, en el cementerio de Chacarita, donde el cantor se convierte en un santo que protege y cumple milagros. “Dios es el supremo, pero Carlitos puede interceder”, sostienen
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Un desfile de extrañas figuras quiebra la paz de cementerio de Chacarita. La caravana incluye señoras, familias, algunos jóvenes, amigos. La vestimenta de los visitantes es de lo más diversa. Abarca desde el anacrónico sombrero funyi y los zapatos de charol hasta una casaca del Barcelona, pero con un elemento en común: la estampa invencible de Carlos Gardel. La imagen con su rostro se multiplica en remeras, pañuelos, corbatas, barbijos. Nada más alejado del marketing vintage: aquí todo es espontaneidad. Como una cita impostergable, el séquito de fans se reúne sin mediar redes sociales, promoción o prensa en un ritual que desafía estoico el calor agobiante de verano, las modas, el paso de las décadas.
El momento justo, el lugar indicado: cada 11 de diciembre, día del nacimiento de Gardel, las huestes gardelianas marchan a Chacarita para dejar una colilla encendida de cigarrillo entre los dedos de la escultura de Carlitos, llevar flores, visitar la bóveda o simplemente tributar con su presencia al máximo héroe del tango.
El fenómeno, que se repite como un mantra el 24 de junio –aniversario del trágico accidente en Medellín–, orilla el misticismo, en el que Gardel se convierte en un santo que protege y realiza milagros. Dice la leyenda que sólo se cumplen los pedidos al cantor si se consume toda la colilla del cigarrillo. Ubicado cerca de la entrada principal, en la intersección de las calles 33 y 6 del cementerio, el mausoleo es uno de los más visitados todo el año, fue declarado sepulcro nacional en 2006 y se restauró en los últimos meses. La puesta en valor, realizada por la Fundación Internacional Carlos Gardel, incluyó arreglos de humedad, ampliación del sistema de ventilación, trabajo de pintura, limpieza de placas, incorporación de cámara motorizada y de código QR.
Entre la pasión y la devoción, Edith Beraldi es una acérrima gardeliana. Ella lleva al cantor literalmente en la piel: se tatuó su firma en el brazo. Heredó el fanatismo de su padre, visita el mausoleo desde muy chica, se ocupa motu proprio de la limpieza del lugar y su cuenta en Instagram es @la más gardeliana. Desde 2018 es oficialmente la cuidadora del espacio sagrado. Cada dos semanas viene en auto a cumplir con su misión: dejar impecable el monumento. Explica que la tarea tiene un efecto terapéutico en ella, porque constituye su cable a tierra, aunque confiesa que la limpieza tiene sus bemoles: entre las labores, debe recoger las cenizas mortales que dejan los deudos de los gardelianos, cumpliendo con el último deseo de ellos. “Yo me encuentro con las urnas que dejan en frascos, pero a veces esparcen las cenizas en la puerta, se vuelan con el viento y la gente las pisa. Por eso, me persigno y digo: ‘Perdón gardeliano o gardeliana, pero esto lo tengo que hacer’, y barro los restos”.
El bronce que sonríe
En el mausoleo del cantor –donde se encuentra su ataúd y el de su madre, Berta Gardés–, se erige la célebre escultura de bronce en tamaño natural con la estampa de Gardel sonriendo y de esmoquin. Parado a su derecha, sus feligreses se ocupan de que en este día tan especial no falte un cigarrillo entre sus dedos.
¿Hay quienes creen que Gardel cumple los deseos? “Si te tengo que confesar, le he pedido cosas y se han realizado”, reconoce Edith, “Dios es el supremo, pero Carlitos puede interceder. Es un ser de luz, un santo, por algo hay tantas placas de agradecimiento”. La imagen potencia sus palabras. Las paredes del mausoleo están cubiertas con viejas placas que portan dedicatorias de diferentes partes del mundo: Japón, Turquía, México, Puerto Rico, Finlandia. El arco va de la Paramount Pictures a Sadaic, de “El alma que canta” a “La revista iberoamericana”, y recorre asociaciones, bares, clubes, empresas. Entre todas ellas, asoman muchas placas de personas anónimas –firmadas por Liliana, Zulema, Silvia o por Angélica y Alicia– con un mensaje similar: “Gracias Carlitos por el favor recibido”.
Los gardelianos hacen fila para ingresar al recinto de la bóveda. A nadie le preocupa la falta de sombra para protegerse de los rayos impiadosos de sol de las tres de la tarde. La clave es portar viseras, gorros, sombreros, boinas. Como si fuera una improvisada payada, dos hombres se trenzan en una discusión sobre si Gardel tuvo continuadores. Uno elige a Jorge Vidal, el otro a Jorge Casal, aunque las partes llegan a un acuerdo: nadie se acerca ni a los talones del creador del tango-canción. En el mejor de los casos, son émulos de Gardel. En estos debates de iniciados, se habla de Carlitos en tiempo presente como si fuese un familiar, sus proezas e invenciones se celebran como si hubieran ocurrido ayer y en el contrapunto se premia la mención del tango más desconocido grabado por el Zorzal.
Juan Vergés, 89 años, histórico de esta conmemoración, trae a colación “Largue a esa Mujica”, un tango en el que el cantor juega sustituyendo palabras por apellidos de futbolistas, en una letra dificilísima de interpretar que se parece a un trabalenguas. Recita los primeros versos: “Largue Chiesa a esa Mujica / por Souza y por Roncoroni / y Pratto Coty Spiantoni/ porque Passini calor”. La memoria formidable de Juan es festejada por sus pares, pero eso no disimula su disgusto por la “avivada” de los floristas de las inmediaciones de Chacarita. “Siempre le traigo flores a Gardel, pero hoy sentí tanta bronca que no lo hice. Me querían cobrar quinientos pesos por un ramo con tres rosas. ¿A vos te parece? Se aprovechan de nosotros”.
Mujeres que lo veneran
¿Que impulsa a la cofradía gardeliana a repetir el ritual cada año como si fuera la primera vez? ¿Qué los conduce al epicentro en el día más gardeliano? Si, como coinciden los biógrafos, su muerte abrió otra historia notable, el mausoleo sigue siendo el punto de ebullición del fanatismo casi religioso. A Ángela Visciani la trajo su sobrino Sergio en su taxi. Tiene 83 años, se ayuda con un bastón y es otra de las infaltables. Se proclama como la primera gardeliana. Rememora que a los 12 años se escapó de su casa para venir por primera vez a la Chacarita a visitarlo. “Lo amo desde los 8 años y hasta que nos encontremos”. Parafraseando el cada día canta mejor, Angela sostiene que cada vez está más lindo. Sentada en una sillita de plástico, se emociona al poder destinarle un rato a su amado cantor. Solo lamenta que se siga repitiendo que la tragedia de Medellín fue un accidente aeronáutico. Para ella fue mucho más: se trató de una conspiración.
Como todos los 11 de diciembre, Amelia Zubillaga, de 68 años, dice presente junto con su hija Jenifer, de 39. Continúan la tradición familiar: son segunda y tercera generación de mujeres que asiste al cementerio para venerar a Carlitos. La rutina de Amelia es visitar la bóveda, dejar flores al pie de la escultura y un cigarrillo encendido para que cumpla sus pedidos, aunque esta vez la venda en su brazo izquierdo le impide completar el cronograma de actividades. Charla animadamente con María Hilda Lucero de Ortiz, viuda del bailarín y actor Pedro Ortiz. “Preguntale a ella, su marido trabajó con Gardel en una escena de la película Cuesta abajo”, susurra Zubillaga, como quien ventila un secreto de Estado. A su lado, su hija Jenifer, estudiante de canto en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, subraya que viene únicamente en esta fecha “porque es mejor celebrar los cumpleaños que recordar la muerte” y marca su propio contrapunto con la madre: ella adora su obra consagrada al tango, su mamá prefiere el repertorio criollo de raíz folclórica.
El comienzo del ritual
La historia sobre el traslado del cuerpo de Gardel a la Chacarita se remonta a un periplo hamacado en 1936. El 5 de febrero de ese año –otra fecha sensible para el almanaque gardeliano–, el féretro llegó al puerto de Buenos Aires después de un viaje interminable en barco, ferrocarril y hasta a pulso humano en caminos de montaña. Un itinerario que abarcó Colombia, Nueva York, Río de Janeiro, Montevideo y finalmente, suelo porteño. Desde Dársena Norte, el carruaje fúnebre tirado por ocho caballos se abrió paso hasta el Luna Park, donde se montó una capilla ardiente y se veló al cantor bajo un incesante desfile de público. El cortejo continuó al día siguiente cuesta arriba por la calle Corrientes, en una procesión multitudinaria que alcanzó la friolera de cuarenta mil personas. La Policía debió intervenir ante la congoja popular para que la carroza fúnebre pudiera llegar al Panteón de los Artistas del cementerio. El 7 de noviembre de 1937, en un acto más discreto, se inauguró en Chacarita el mausoleo, lo que dio inicio al culto de la peregrinación gardeliana.
Durante los últimos años, se vivieron una serie de controversias sobre el descuido en el altar del tango. Muchos fanáticos protestaban porque, además, no podían ingresar en el recinto de la bóveda en las fechas sagradas del calendario.
Coleccionista de objetos y pertenencias de Gardel y de su madre, Walter Santoro creó en 2019 la Fundación Internacional Carlos Gardel con una tarea quijotesca: acordar con las herederas del Zorzal, luchar contra viento y marea con las trabas burocráticas y ponerse a trabajar al frente de un equipo de quince restauradores para que el sitio recupere su esplendor. Hoy, el estado impecable del monumento contrasta con los nichos vecinos de la gran necrópolis, donde el vandalismo, el robo de placas de bronce y la falta de mantenimiento están a la orden del día, con puertas forcejeadas y ventanas rotas. “Este es el comienzo de un gran proyecto que mira a futuro”, se entusiasma Santoro, cuyo anhelo se debate todavía entre la realidad y la ilusión. Planea un cinerario donde se puedan depositar las cenizas; la creación de la página de fanáticos “Gardelianizate” con la rúbrica certificada de gardeliano, y una bóveda virtual en internet donde se puedan publicar placas desde diferentes partes del mundo, como formas de autofinanciar la siguiente etapa de restauración. También proyecta una película sobre la devoción inquebrantable de la grey gardeliana desde la llegada del cuerpo del cantor a la Argentina en 1936.
Falta poco para las cinco, horario de cierre del cementerio. Todavía llegan rezagados: una pareja de baile improvisa unos pasos sobre el incómodo cemento en honor a Gardel. Edith Beraldi, la custodia, cierra el portón del recinto gardeliano, ajusta el pesado candado y se prepara para partir a Avellaneda, donde siguen los actos de conmemoración con la inauguración de una muestra dedicada al cantor. Como si el tiempo se midiera de un modo diferente, la despedida entre los fieles también está llena de guiños. “Nos vemos el 24 de junio” es lo que más se escucha como saludo, la hora cero de la nueva procesión.