Liniers, como nunca. Por qué admite que fue antiestablishment, su vida en EE.UU. y la decepción con los gobiernos argentinos
A 20 años de la creación de Macanudo, el historietista argentino vive en un bosque encantado en Vermont y dice “La distancia me deja ver un poquito más el cuadro entero”
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Blanco. Todo blanco y ahí Liniers, con una mesita hundida en la nieve, de perfil, con lápiz en mano y en compañía de Elliott. El momento de creación es detenido en el tiempo por Matilda, su hija mayor, la que heredó el nombre del inolvidable personaje imaginado por Roald Dahl. Es esta foto con la que Ricardo Liniers Siri cierra la colección Macanudo 15 (Penguin Random House), donde los paisajes de Vermont se colaron en las páginas, en las vidas de Enriqueta, Fellini, Olga, Madariaga, de los pingüinos, de los duendes y las brujas. “Cada vez que vienen a visitarme me dicen: ‘te fuiste a la mierda’”, confiesa entre risas. Es que, para llegar a la casa, en Norwich, esa que parece salida de un típico relato de su admirado Stephen King, pero sin una amenaza latente, rodeada por montañas y bosques, hay que recorrer un largo trecho. “Ezeiza –explica a modo de guía–, avión a Nueva York, de ahí en auto o en micro unos 400 kilómetros hacia el norte, el pueblo… y mi casa. Es una aventura”.
De paso por Buenos Aires, disfruta, solo por unos días, del caos de la ciudad, de los bocinazos, de los cambios de temperatura de un otoño atípico, de los reencuentros, de los asados pendientes, de los shows con amigos. El encuentro es unos minutos antes de lo previsto, en la puerta del edificio donde, en el décimo piso, se encuentran las oficinas de La editorial común. Los anteojos, el gorrito y el cierto parecido al conejo que eligió para narrar en papel sus verdaderas aventuras hacen fácil la tarea de identificarlo. Saluda con entusiasmo y comenta algo de la charla que compartió con su buen amigo Tute, en la Feria del Libro de Buenos Aires. Entretanto, toca el portero eléctrico. Una voz pregunta quién es.
– Ricardo.
–¿Quién? –insiste la voz desorientada.
– Ricardo... Liniers
El sonido no se hace esperar, el pase al otro lado está asegurado. “Soy Liniers. Ya no me reconocen como Ricardo”, comenta como si el personaje le hubiera ganado la pulseada al original. Se ríe. Su segundo nombre, el que lleva por ser el primer hijo varón de Ricardo Siri y de María Marta, bautizado así en honor a su abuelo, pariente del prócer, ganó popularidad, la misma popularidad que hizo que quiera irse bien lejos. “Un ratito que te reconozcan está bien. Gracias, pero te das cuenta rápido de que no lo necesitas –asegura–. Con Angie [Erhardt del Campo, su pareja] habíamos vivido en Canadá un tiempito, antes de tener hijos. Ya con las tres nenas en la edad justa para movernos, la más grande no muy grande y la chiquita no tan chiquita, era el momento. ‘Si no aprovechamos ahora no lo vamos a hacer nunca’, dijimos. Empezamos a buscar. La idea era que fuera un lugar en el que se hablara inglés, porque es el idioma que manejo bien. Angie habla otros idiomas. Pensamos en Irlanda, buscamos colegios, tienen buena música, cerveza y a Joyce… Después, Canadá, porque ya habíamos vivido ahí y yo quería un lugar con nieve, y apareció la propuesta de The Center for Cartoon Studies (institución enfocada en el estudio de la historieta y la novela gráfica), que me invitó a ser fellow un año, acompañar a los alumnos, guiarlos, darles consejos sobre cómo moverse en el mundo editorial. Era el lugar perfecto. Conseguimos una casa cerca, a unos ocho kilómetros, y nos mudamos. Era todo lo que quería, nieve, montañas, en el medio de la nada, pero a dos horas de Boston, a cuatro de Nueva York. Nueva York siempre estuvo cerca”.
Armó las valijas y partió hacia Vermont con Angie, Matilda, Clementina y Emma, a las tierras que tiene como senador a Bernie Sanders, el señor de los guantes. Bosques, montañas, jarabe de arce, pistas de esquí y más de 100 puentes cubiertos de madera del siglo XIX, figuran en los folletos de turismo del estado, que es parte de la región de Nueva Inglaterra. “Después de lo del Center for Cartoon Studies me propusieron dar un curso sobre cómics en América Latina en la Universidad de Dartmouth. Sí, vivo en un lugar muy fotogénico, pero en Instagram todos viven en lugares lindos. Todo parece ser un mundo ideal porque ponemos la mejor versión de nosotros mismos, es como la historia de los álbumes de fotos, nunca está la imagen de cuando se están pegando, alguien le está gritando al otro. Sí, es un lugar muy fotogénico, como si fuera la versión del mundo ideal, muy natural, pero la vida, mi rutina, es como la de todos. Uno intenta que las chicas se despierten para llegar a horario al colegio y los días de 20 grados bajo cero, tenés que estar atento a todo, porque no te podés olvidar los guantes, el gorro, las botas, la campera que va arriba de la campera, porque si salen mal abrigadas se convierten en un témpano de hielo –bromea–; y en verano, más de 30. Vivimos con una amplitud térmica de 50 grados. Los cambios son extremos, en verano todo es explosivo, verdes y más verdes, lagos; está la primavera, que es medio un opio, porque toda la nieve se derrite, se mete en la tierra, la llamamos temporada de barro, un bajón; no es el mejor momento para que nos visiten –aclara–. En invierno todo es blanco y el otoño, colores, tonos… Toda esta etapa, de hecho, es el período verde de Macanudo, los árboles pasaron a ser más reales, aparecen arroyos, ríos, lagunas, animales, dibujo todo aquello con lo que me cruzo al caminar, al pasear, al sentarme a mirar. No lo duden, vengan, llegar tiene su encanto, es una aventura”.
Entre los que se animaron está Fito Páez, quien, tras tocar en el Carnegie Hall de Nueva York, en octubre de 2018, se internó en el “bosque encantado”, tal como escribió desde su cuenta de Instagram. Esta Vermont mágica es la que aparece también en Buenas noches Planeta, libro con el que consiguió el premio Eisner, el Óscar de los dibujantes. ¡Ah! Eres tú, Elliot. ¿Quieres que busquemos una galletita? ¿O dos? ¿Y si salimos al bosque?, le dice Planeta, el peluche de la pequeña Emma, al perro de la familia. Una ficción que se asemeja a la realidad; allí están Emma, Elliot y hasta la galleta, esa con chispas de chocolate que aparece en la primera página, que es parte de la rutina del creador. Todas las mañanas, sentado frente a su mesa de dibujo, come un par de galletas, dibuja el rectángulo sobre el papel, lo mira y espera, a ver qué surge.
“Buenos Aires me recibió con música, no podía ser de otra manera –dice feliz–. No sabía que estaba Jorge [Drexler] acá, salí a caminar y vi los afiches, le escribí y me dijo: venite. Después me crucé con Fito”. Lo que narra aparece en su cuenta de Instagram: allí se lo ve en una imagen en blanco y negro abrazado a Drexler y a su viejo compañero de andadas, Kevin Johansen. Al deslizar, aparece otra foto, esta vez con Fito entre sonrisas y un Van Gogh estampado en la remera.
-Dicen que la distancia permite mirar todo con otra perspectiva.
.-Eso dicen. Estoy al tanto de todo lo que pasa… A los diez minutos de llegar, todos tienen algo que decir, de un lado y del otro. Muchas veces escuché que la Argentina es un país generoso, no suscribo a esa idea. Es generoso con algunas personas, pero muy cruel con otras. Es como si estuvieras haciendo tu casita de cartas y te mueven la mesa todo el tiempo. Te las tiran y tenés que volver a levantarlas. Eso no es generosidad. Sea el gobierno que sea, todos me decepcionaron, los felicito. Todos fueron muy prolijos en decepcionarme. De vez en cuando viene algún político desprevenido a pedirme que lo apoye con alguna campaña. Pero veo una vaca y lloro. La distancia me deja ver un poquito más el cuadro entero. Desde que tengo uso razón, salimos más enfermos que cuando entramos al doctor.
-Ahora vivís en un país que también tiene lo suyo.
-Es otro quilombo. Son muchos países en uno. Estados Unidos es un país muy psicópata. Tiene esos intentos de evolucionar socialmente y al mismo tiempo tiene esos arrebatos de racismo que lo llevan a elegir a Donald Trump como presidente, un tipo abiertamente racista, para nada sutil en sus comentarios, un tipo que dice que los mexicanos llegan al país a violar a la gente. Eso dijo antes de las elecciones y lo votaron. Por un lado, admiramos muchas cosas de ese país, su cultura, sus películas, pero tenés ese otro lado tan oscuro. Nosotros llegamos al país con Obama como presidente y les dije a mis hijas: “chicas, este país está resolviendo sus problemas sociales”. A los dos meses cambió y todo se volvió sórdido. Donald empujó al barro, su hiel habilitó el racismo, las banderas confederadas, nazis. Pero no deja de sorprenderme acá las cataratas de insultos, de violencia sin intercambios de ideas que uno ve cuando enciende la televisión, [Alfredo] Casero golpea una mesa, Baby Etchecopar hace un stand up de insultos… A todos se les pone una etiqueta, no están permitidas las contradicciones, hay una búsqueda de enardecer, de poner el fósforo. Todo el mundo está muy raro y hay una necesidad de que cualquiera opine de cualquier tema… Hay que bajar las revoluciones, escuchar, hablar con el otro; por suerte, yo hago dibujitos.
El 16 de junio de 2002, LA NACION publicó la primera tira de una historieta que marcaría un antes y un después en su vida. “Queda inaugurada por este solemne acto la tira cómica Macanudo”, dice un típico presentador antes de tocar la trompeta, frente a la mirada de un pingüino. “Y, ahora, una coreografía como la de la inauguración del Mundial”, anuncia. El pingüino le advierte: “Eh, no nos alcanzó el presupuesto. Pero si quiere yo bailo tap dance”.
Fue de la mano de Maitena, que por aquel entonces publicaba Superadas, que Ricardo Liniers Siri llevó su carpeta de trabajo. “Cuando mostré mis dibujos me dijeron que no se entendían. Deben de haber pensado ‘es raro, pero lo trae Maitena’, y entonces entré”, recuerda con cierta picardía aquel día. Antes de su llegada a LA NACION, Liniers había publicado entre septiembre de 1999 y junio de 2002, Bonjour, una tira semanal en el suplemento No, de Página/12. Esos primeros trabajos dan muestra de sus búsquedas, las que luego trasladaría a Macanudo. “¡Veinte años no es nada!”, bromea.
-A diferencia de tus héroes, el camino de Macanudo no quedó en el número diez.
-Estaba convencido de que iba a continuar la tradición, porque siempre tuve el 10 en la cabeza: Mafalda duró 10 años, Calvin and Hobbes también, hasta los Beatles. En realidad, pensé que no iba a poder continuar, que se iba a acabar… Y seguí. Aparecieron nuevos personajes, como las dos brujas, de las que confieso estoy enamorado, me encantan. Disfruto hacer Macanudo, el día que se vuelva aburrido va a ser el momento que diga hasta acá. Tuve la suerte de concretar mi deseo de hacer una tira en un diario, es lo que más me gustaba. De chico siempre leía a Caloi, Quino, Fontanarrosa. Poder dibujar una idea por día siempre atrajo, me dio esa libertad de hacer todo lo que se me ocurría, por eso me propuse no tener un solo personaje, porque eso te limita y las ideas se agotan rápido. La tira me da absoluta libertad.
-Una libertad que te permitió transformarte en conejo.
-Pude romper la cuarta pared y contar cosas que me pasan de verdad, por eso esas historias aparecen como Las verdaderas aventuras de Liniers. Necesitaba del conejo para contarlas, porque es la manera de que Macanudo tiene de portarse mal.
“En términos gráficos, el estilo de sus historietas tiene la influencia de Maus, de Art Spiegelman y Life in Hell, de Matt Groening –describió The New York Times el trabajo del historietista argentino–. El mismo Liniers aparece en Macanudo como un conejo blanco que se apropia del arte de Spiegelman y Groening”,
Desde aquella aparición en LA NACION en un país estallado, en el contexto de la caída de las Torres Gemelas y las invasiones de Bush, Ricardo pensó que había un lugar, un espacio para intentar un optimismo que iba a contrapelo de todo lo que estábamos viviendo. “Mi manera de ser antiestablishment o punk era ir en contra del pesimismo general y tratar de ser optimista, por eso la palabra, la más positiva que se me ocurrió y que, además sonaba a otra época, era macanudo. Una palabra que se la escuché decir muchas veces a mi padre. Cuando recorrés la historia de Macanudo, yo estoy ahí, intentando ser optimista, y aparece la ironía, lo sarcástico. Macanudo es un concepto, sin chiste, ni remate. Me moví siempre abierto al espacio, sin encerrarme en un estilo. Busco sorprender, me gusta que no sepan qué esperar”.
El 9 de septiembre de 2018, Macanudo se lanzó en más de 150 periódicos de Estados Unidos a través de Comics Kingdom, plataforma de distribución de contenidos que pertenece a la histórica agencia King Features, que distribuye Mutts, de Patrick McDonnell’s, y Krazy Kat, de George Herriman. “Es como estar en compañía de John, Paul, George, Ringo… y yo ser Justin Bieber”, dijo en una entrevista con The Washington Post. Así fue como Enriqueta, conocida también como Henrietta, según traducción en inglés, fue al encuentro del lector junto esos “personajes extraños y maravillosos”, tal como los presentaron.
La globalización de Macanudo, que ya había vendido miles de copias en Brasil, España, Italia, Francia y Canadá, le dio a Liniers la posibilidad de ampliar la mirada, y abrirse camino en el mercado editorial estadounidense con la publicación de The Big Wet Balloon (Los sábados son como un gran globo rojo), publicado por Toon Books, la editorial de Françoise Mouly, directora artística del New Yorker y pareja del ganador del premio Pulitzer Art Spiegelman, el autor de Maus, la novela gráfica autobiográfica sobre el nazismo.
Fue Mouly quien lo convocó para que envíe ilustraciones para su revista. Y el 17 de marzo de 2014, apareció su primera tapa: Straphangers (persona que viaja de pie) en The New Yorker. En la entrevista que le hicieron en aquella oportunidad en la revista, Ricardo comentó: “Nueva York es para mí la versión americana de la gran ciudad: mucho cemento y poca naturaleza. Crecí en la Ciudad de Buenos Aires y aún vivo allí, por lo que soy tan metropolitano como se pueda imaginar. En Nueva York me siento realmente en casa. La primera vez que fui a esa ciudad fue a los 20 años. Viví tres meses allí, luego fui tres meses a Barcelona y regresé a Nueva York por un tema de visado, y estuve, literalmente, en todos los barrios, porque me quedé en casa de diferentes amigos. Cuando uno de ellos se cansaba de mí, trataba de hacerme un nuevo amigo para poder quedarme en su casa. Estuve en Columbus Circle, después en el Village y luego en Upper East Side, realmente en todos los barrios”.
También un 17, pero de noviembre de ese mismo año, publicó su segunda tapa. Tras la derrota de los demócratas en las elecciones legislativas en Estados Unidos, hizo un dibujo de Barack Obama en su escritorio del Salón Oval frente a un enorme elefante. Con el título Hipster Stole, en marzo de 2015, proyectó a una pareja caminando por las calles de Brooklyn. “¿Cómo se muestra a un hipster? Bueno, tenía que tener un libro bajo el brazo, así que casualmente lleva ‘La broma infinita’, de David Foster Wallace –comentó–. Le dibujé un sombrero, por supuesto. Y tiene tatuajes irónicos, incluso aunque no se los pueda ver están debajo de su saco irónico. Ella está interesada en la cultura y los libros y cree en hacer algo sobre el cambio climático. Ella es muy dulce, se puede ver todo eso a partir de su sombrero colorido. Además, por el hecho de que ella está usando un Montgomery, un incómodo saco que mis abuelos me obligaban a usar de chico. Y luego, por supuesto, está la barba (en veinte años, las barbas parecerán tan extrañas como los calentadores de la pierna de los años ochenta)”.
En 2016, tuvo a su cargo dos portadas, la del 91° aniversario de la publicación, donde imaginó a Eustace Tilley, personaje que apareció en la primera portada del semanario –ilustrada por Rea Irvin y que fue llamado de esta manera por Corey Ford– y que pasó a convertirse en el símbolo de la revista, sentado con las piernas abiertas como un pasajero más en el metro de Nueva York y, la dedicada a la selección de dibujantes. A la hora de elegir, Liniers no duda en decir que la tapa que se publicó en octubre de 2019 “va a ser siempre mi preferida. Me gusta sentir que metí a mi hija ahí en la tapa de The New Yorker, y escondí entre los árboles a Olga. Así que también me parece absurdo que Olga esté en semejante revista”, se ríe, develando la travesura. El 22 de marzo de 2021, con el título Springing back, un juego de palabras para ese volver a una nueva normalidad y la llegada de la primavera, publicó su séptima portada. Las flores saliendo de la boca del subte de Nueva York, fueron heredadas de Wildflowers (Flores salvajes), el tercer libro editado por Toon Books luego de Written and Drawn by Henrietta (Escrito y dibujado por Enriqueta). Como dato, justo debajo de la firma se puede ver en la tapa una especie de afiche en el que se lee Kevin Johansen live.
La buena relación que mantiene con Françoise Mouly se extendió a Art Spiegelman, uno de sus máximos héroes, “uno del panteón”, aclara. Después de leer Maus, quiso que todos los libros fueran como ese. “Me lo trajeron mis padres de viaje, no había leído nunca algo así”. En una nota publicada, en 2021, en la revista Lengua, del grupo Penguin Random House, contó la primera vez que se cruzó con su “héroe”, fue durante una cena que compartió con el matrimonio: “Yo miraba de reojo a Spiegelman, con su chaleco icónico, disparando teorías, observaciones y chistes como una ametralladora. Con el tiempo nos fuimos encontrando más seguido”. En mayo de 2015, posteó en Instagram una foto y escribió: “La vitrina en lo de Art Spiegelman donde Olga es vecina de una estatuita de Chris Ware”. Meses después, en septiembre, presentó en Buenos Aires a Art, en el marco de Comicópolis, el hombre cuyo trabajo fue en su vida “una bisagra y marcó la adultez de la historieta. Después de Maus se puede contar lo que quieras”.
-A comienzos de este año, Maus fue prohibido por una junta escolar del estado de Tennessee, en el sur de Estados Unidos, y con ironía ante la creciente tendencia de cancelación dijo: “Veo un futuro donde diga: ‘Publicado el 3 de abril, prohibido el 12 de mayo’”.
-Habla del Holocausto y se ofenden porque hay malas palabras, desnudos… Es muy difícil. El Holocausto, hermano. Pienso en el humor, desde la cachetada de Will Smith a Chris Rock no paran de hablar de límites. Somos, ¿cuántos? Siete mil millones de personas... Alguien siempre se va a ofender, es así, nadie tiene derecho a prohibir ofenderse. El humor, el arte, se mueve en los límites. También depende de lo que vos querés ver. Si querés ver satanismo, lo vas a ver en cualquier cosa. Una vez me escribió un reverendo, no sé de dónde, para decirme que Macanudo era satánica y que todo era negativo. Estamos en un momento en donde la ofensa tiene que ver con algo más performático, la gente quiere que su moral sea vista. Cuando nosotros crecimos, el radio de influencia era el de nuestros amigos, familia, no tenías la necesidad de hacer una performance para que supieran quién eras. Ahora, en cambio, todos estamos en las redes sociales, no sabemos quién nos sigue, por lo que todo el tiempo salimos aclarar “yo no soy racista”. Entonces, como no soy racista, atacó al que dijeron que era racista, para demostrar lo buen tipo que soy, sin analizar nada previamente. La cancelación es como las hadas de Peter Pan, si creés en las hadas están y si no creés no pasa nada. Depende lo que quieras encontrar. Es enfermante.
-Volviendo a Macanudo y a sus 20 años… ¿habrá festejos en el Centro Cultural Kirchner?
-Me gustaría hacer una muestra, centrarnos en todos estos dibujos que no sé cuántos son. Poner las tapas del New Yorker, los discos [las ilustraciones que hizo para Kevin Johansen y Andrés Calamaro, entre otros]. Si se da, maravilloso, pienso que lo armaríamos para cerca de fin de año, noviembre.
Dice que fue por timidez, la misma que con el tiempo fue perdiendo arriba del escenario, primero con Kevin Johansen, luego con Alberto Montt. Pero en junio de 2000, la única manera de hacer frente al rechazo era a través del lápiz. En Bonjour se dibujó a sí mismo, en esa etapa no había orejas de conejo. Era un tipo barbudo, con anteojos, que preguntó: “Angie, ¿qué tal si nos casamos?”. Así fue la propuesta de matrimonio a su novia, a la mujer que conocía desde los 19 años. Angie Erhard del Campo dijo que sí. Se casaron, tuvieron tres hijas, en 2011 fundaron La editorial común con la intención de darle un lugar de importancia a la novela gráfica y este año presentaron El fantasma del faro, una historia con misterios y fantasmas que firmaron juntos. “La hicimos en pandemia, no solo sobrevivimos como pareja, como familia, sino que apareció un libro. Es una de esas historias que recupera la tradición de la literatura que leíamos de chicos. Angie es una lectora voraz, gran conocedora de la literatura infantil y juvenil. Como vivimos en una zona con muchos faros, viste que en Macanudo aparecen –hace una pausa–, así que ya teníamos el lugar que despierta misterio, nos basamos en un personaje real y, como a mí me gustan los fantasmas, pusimos fantasmas”.
La novela fue muy bien recibida en la Feria del Libro, lo que lo alentó a seguir trabajando a cuatro manos en un segundo libro. “Será una historia de brujas –adelanta–, también habrá un tercero. A diferencia de mis otras novelas, El fantasma del faro salió primero acá en castellano y en agosto se publicará en inglés, por Amazon. La última parte de la trilogía transcurrirá en una Buenos Aires de otra época –anticipa y se divierte delatando detalles sutiles que aparecen en el libro–. Está Olga, Mafalda… Veremos qué pasa con las brujas. ¿Ya te dije que estoy fascinado con las brujas, no?
La vuelta a los escenarios lo hace sentir un rockstar. La gira con el chileno Alberto Montt con Stand Up Ilustrado arrancó ahora su temporada en Guadalajara y Ciudad de México. “Es un espacio que tengo para divertirme y portarme mal. Somos dos amigos que nos vamos por las ramas, y puedo mostrar mi lado más incorrecto, ácido, con papel y lápiz”. Con Montt tiene también un podcast que se llama La vida es increíble. “Estamos en plena reorganización”.
-¿Tu relación con la tecnología cambió?
-No mucho, siempre digo que soy como mi viejo con el control remoto. No la sé usar. Así que prefiero el papel y el lápiz. Escuchar música o a Borges.
-¿Escuchar a Jorge Luis Borges?
-Sí, llega un momento en tu vida que decís: tengo que leer a Borges. Es increíble. En un momento lo había leído medio obligado, ahora lo disfruto. Me gusta poner de fondo las entrevistas de él con [Antonio] Carrizo. La cadencia de su hablar, donde dice cosas maravillosas, hermosas y de repente, se manda un chiste tonto. Las veo, las escucho una y otra vez, con lápiz en mano.