Leonard Cohen. El músico que no se sentía amado, “murió muchas veces” y se convirtió en cómic
Una biografía ilustrada le rinde tributo al artista sin escaparle a sus lados oscuros, como la obsesión por la muerte y su eterna sensación de soledad
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“Tenés modales del mundo antiguo”, le dijo Marianne Ihlen, la musa noruega que inspiró “So long, Marianne”, una de sus canciones más famosas, y quizá su gran amor. Era como si Leonard Cohen hubiera nacido viejo. Así se sentía él. Y hasta en la carátula de su primer disco, de 1967, debutó con traje y gesto serio, en una época en que sacarse la ropa o drogarse con extraños era de lo más normal. Él tenía 33 años y llegaba un poco rezagado a la música, sin creérselo del todo y precedido de un alentador camino literario, bajo la influencia de la poesía de Federico García Lorca.
El dibujante y escritor canadiense Philippe Girard (51) –autor de más de una veintena de libros– vuelve sobre los pasos de Cohen para homenajearlo con Leonard Cohen: On a Wire (Leonard Cohen sobre el tendido eléctrico), un cómic que Norma Editorial acaba de lanzar en español. Su obra parte por el final: cuando el autor de “Hallelujah” está tumbado en el piso –falleció tras sufrir una caída, a los 82 años, en 2016–, y lo asaltan diferentes escenas de su vida en que transitan personajes como Janis Joplin, Joni Mitchell, Lou Reed, Phil Spector o Jeff Buckley. “Él siempre estaba hablando de la muerte, incluso, bromeaba sobre ella. Entonces, me parecía un poco mágico recorrer su vida desde ese ángulo. Era algo que a él le preocupaba y que, para mí, también definía su resiliencia”, le dice Girard a LA NACION revista vía Zoom, desde su casa, en Quebec (Canadá). “Si uno mira su carrera, se da cuenta de que él murió muchas veces, como poeta, como escritor, como compositor. Cuando su estilo cambió, se le consideró como de la vieja escuela. Él fue capaz de reinventarse muchas veces, a lo largo de décadas. Esa habilidad es digna de respeto, porque para un artista ya es difícil inventarse una vez”, agrega.
El propio Cohen –nacido en 1934, en Montreal, en el seno una familia judía ortodoxa– decía que había vivido cientos de vidas. “Pero no podés contar todo en un solo libro de cómic, sin una línea definida... Como él era judío, dibujé la estrella de David y en el medio puse su muerte y, en cada punta, me focalicé en una década. Y por cada década me centré en una mujer, un objeto y una canción. Así se construyó fácilmente el libro. Haber puesto su muerte en el centro creó una especie de engranaje”, explica Philippe, que es asiduo a la música de Cohen desde que era un veinteañero.
A los 18 años, el ilustrador vivía a unos kilómetros de Montreal y pasaba los veranos en casa de unos primos, en esa ciudad, que Cohen nunca abandonó, aunque, como es sabido, también residió en la isla de Hidra (Grecia) y en la Gran Manzana. “Entonces, yo estaba convencido de que los famosos usaban disfraces para andar por la calle y siempre andaba mirando a la gente, para ver más allá del disfraz. Un día, tiempo después, caminaba con un primo y me dijo: ‘Ey, acaba de pasar Leonard Cohen’. Le pregunté si hablaba en serio y también cómo iba vestido. Me contesto: ‘No llevaba nada especial, iba disfrazado de Leonard Cohen’. Así se rompió el hechizo. Entramos en una tienda de discos y compré el álbum The Future (1992). De ahí en adelante, cada vez que Cohen lanzaba un disco, yo lo compraba”.
Recién en 2012, cuando Cohen regresó a los escenarios luego de que su agente Kelley Lynch, que también fue su amante, lo dejara en la ruina, Girard lo vio por primera y única vez en vivo. “Cohen vino a Quebec, donde todo el mundo habla francés [a diferencia de Montreal, donde se habla francés e inglés]. Después de tres canciones se interrumpió para decir: ‘Si hubiera sabido que les gustaba tanto lo que hago, habría venido antes’. Así noté que él había sentido cierta falta de afecto. Y luego repitió lo mismo en otra ciudad cercana. Por lo visto, había sido un gran embajador de los canadienses en el mundo, pero no lo suficiente en su propio país. Tras su muerte, pensé que alguien iba a publicar un libro sobre él, para hacer dinero instantáneo, pero no pasó nada. Pensé: quizá sea mi trabajo hacerlo de forma correcta”, comenta.
Con un estilo sencillo, colores terrosos, la actitud socarrona propia del músico canadiense y ciertas libertades literarias, Girard muestra a un Cohen en búsqueda de su destino, que pierde a su padre tempranamente, experimenta los altibajos de la juventud y se asoma a las cosas como un pájaro sobre un cable –al que alude el título de su libro, que a su vez remite a una canción homónima–. Asimismo, aborda al hombre que anda medio accidentado en el amor, desde sus romances de una noche, pasando por su matrimonio con Suzanne Eltrod –no la platónica Suzanne (Verdal) de su famoso tema, sino aquella con la que tuvo a sus hijos Adam y Lorca–, hasta el compromiso fallido con la actriz Rebecca De Mornay (La mano que mece la cuna, 1992), y una búsqueda espiritual que incluyó su estadía en un monasterio budista, en los años 90. Por último, al artista que vivió timos –como la cesión de derechos de “Suzanne”– y experiencias locas, como la grabación de Death of a Ladies’ Man (1977) con Spector, quien le apuntó con su pistola en la cabeza y no le dejó participar de la mezcla final del álbum.
Girard dice que hay muchas cosas que hacen de Cohen un personaje fascinante, más allá de su voz grave, sus letras poderosas y su aura misteriosa. “Él era la superestrella atípica, porque mucha gente de Montreal lo veía por ahí, caminando o comprando cigarrillos. Alguna vez yo lo vi en el metro. Y no vivía en una mansión con rejas, vigilada por perros guardianes, sino que en una casa normal, que todo el mundo sabía dónde estaba. Incluso, hubo un tiempo en que él compartía su lavarropas con los vecinos, porque fue el primero de su barrio en tener uno”.
Cohen caía, se levantaba y continuaba su camino. “Le respeto mucho por eso. Hay artistas que mantienen la misma receta a lo largo de su carrera, no toman nigún riesgo y funciona para ellos. Obviamente esa no era su manera de hacer las cosas –analiza Philippe–. Desde muy temprano descubrió su habilidad para escribir poemas. Él era un poeta, y eso nunca es fácil. En Canadá, por cierto que no. No somos un país lector y hay dos comunidades lingüísticas. Tener 16, 20 o veintitantos y dedicarte con todo el corazón a algo es increíble. Tenés que abrirte camino con herramientas muy frágiles, y creo que eso lo hace muy especial”.
La intimidad con Janis Joplin
En su volumen, Girard –que es admirador de la literatura hispanoamericana y de autores como Eduardo Mendoza, Leonardo Padura, Gabriel García Márquez y Horacio Quiroga– se detiene en el encuentro de Cohen con Janis Joplin, en un elevador del Hotel Chelsea de Nueva York, por el que entonces pululaban, entre otros, Bob Dylan, Allen Ginsberg y Jim Morrison. Una madrugada de 1968 Cohen le preguntó a Janis si ella buscaba a alguien y ella respondió que a Kris Kristtoferson, mientras que Cohen fantaseaba con Brigitte Bardot, pero ambos terminaron en brazos del otro “mediante algún proceso de eliminación”. Según contó el canadiense, la última vez que la vio, en la Calle 23, ella le dijo: “¿Ey, estás en la ciudad para leerles poesías a las señoras mayores?”. “Esa era la visión que tenía de mi carrera”. Él, en cambio, la consideraba una especie de Arthur Rimbaud o Mary Shelley de la música.
Cohen narró su supuesto romance furtivo con Janis en el tema “Chelsea Hotel No.2″, que estrenó en 1972, en Londres. ¿Pudiste chequear esa aventura con otra fuente? Como ella murió tan pronto, solo está la versión de él. “Creo que, definitvamente, tuvieron algo. Mis fuentes son todas las veces que Leonard Cohen se disculpó en su vida por los detalles íntimos que revelaba en esa canción”, responde Girard. De hecho, en una entrevista radial que dio a la BBC en 1994, Cohen se mostró arrepentido por haber asociado el nombre de una mujer a una canción de forma tan explícita, ya que, como bien señala el dibujante, en la letra hay referencias a una felación. “Creo que, a medida que se hacía mayor, se sintió muy avergonzado al respecto”, recalca.
Algo que igualmente reconoció en público fue su depresión. Y no sorprende que sus temas, en que hablaba de amor, pérdidas, política, religión y sexo, pudieran sonar grises incluso para sus fans. En 1998, una encuesta británica determinó que Greatest Hits (1988), de Leonard Cohen, era el disco “más deprimente” de todos los tiempos. “Él era muy depresivo. De hecho, habló muchas veces sobre el tema en entrevistas e incluso en canciones. El haber tomado todas esas pastillas, drogas y alcohol no tiene que haber ayudado. Casi al final de su vida, cuando estuvo en ese monasterio, en California, alguien le comentó que parecía más sereno y le preguntó si ya no luchaba contra la depresión. Él dijo: ‘Sabés que cuando uno envejece pierde células del cerebro, y creo que mis células depresivas han comenzado a desaparecer’. Pasó casi toda su vida con depresión”, sostiene Girard, si bien subraya que podía ser divertido y se reía de sí mismo. Eso se palpa también en el libro, por ejemplo, cuando Cohen recibió la noticia de su leucemia (“Siempre he dicho que estaba preparado para morir, pero a lo mejor exageraba”) que finalmente no acabaría con él; fue un desplome, a mitad de la noche.
Con Leonard Cohen: On a Wire, Girard dice que mostró el costado oscuro de Cohen. ¿Espera mostrar su lado claro? “Me gustaría, porque aún hay mucho que decir sobre él, pero no creo que lo haga. Hice mi parte, hablé de mi Leonard Cohen, el que conozco de leer sus libros y escuchar su música, y el que yo creé a mi manera también. Aunque traté de ser imparcial, todo esto está motivado por el cariño, quise darle lo que quizá no recibió. No puedo ir más allá con esta perspectiva, si no, sería periodismo, y no me interesa”.
Fueron dos años de trabajo. Para Philippe, “era como estar con un amigo, en el sentido de que ahora sé muchas cosas más sobre él y, si bien en mi libro hablo de cosas relevantes, según mi criterio, otras me las guardo para mí, que es algo que hacen los amigos, protegerse”. Por ejemplo, asegura que no quiso concentrarse en “sus amoríos, que fueron muchos, no es un secreto”, porque le parecía “indecente”.
Pero ¿qué concluís de su relación con las mujeres? “Le gustaban las mujeres fuertes. Creo que cuando estás rodeado de ellas probablemente las amás un montón y las ves como iguales. Hablé con la fotógrafa francesa Dominique Issermann, a quien incluyo en el libro. De inmediato me di cuenta de que ella tuvo que abrirse camino. Es una mujer fuerte. Él necesitaba mujeres así. Y necesitaba dar y recibir amor, como una forma de equilibrio en su vida. El amor estaba al centro de su creación”.