Entre los grandes. Leo Sujatovich: “El rock es mi hábitat”
Pianista y compositor, autor de célebres bandas sonoras de cine, TV y publicidad, habla de sus renacimientos y de Luna y Mateo, sus herederos
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Como si se tratara de un psicoanálisis sonoro, Leo Sujatovich escucha historias y las transforma en música. ¿Qué es la improvisación sino una misteriosa forma de devolución y asociación libre? Él señala que, al fin, se trata de jugar. Conexión Sujatovich. Entre tu vida y mi piano pasó de ser un espectáculo pospandemia a convertirse en un formato. Esa dinámica –a cada relato, una improvisación– abrió una ventana en la rutina profesional de este pianista y compositor de 62 años que entiende la música como un espacio lúdico y un oficio. Así se comprende una amplitud extrema, que va desde haber compuesto junto con Luis Alberto Spinetta para Jade temas bellísimos como “Mapa de tu amor” y “Vida siempre” hasta haber escrito el jingle de la oblea bañada en chocolate Tubby, de haber transitado como tecladista bandas de paladar negro como Tantor y Raíces a la escritura de cumbias que sonorizaron películas como Pizza, birra, faso o, más acá, de la banda de sonido de Carmel. ¿Quién mató a María Marta?
Está contando una historia marcada por el arte y la tragedia. El ADN que circula por las venas hoy se proyecta en sus hijos Mateo –la máquina pop & rock de Conociendo Rusia–, y la cantante y pianista Luna. Una información genética que es trasmisión familiar. La madre de Leo fue la mítica Pichona: alumna de Vicente Scaramuzza, amiga de Martha Argerich, profesora y pedagoga de Charly García, entre tantos otros. En su casa, de adolescente, Sujatovich fue testigo del choque y posterior abrazo entre Spinetta y García: uno ingresaba en la vivienda para ultimar detalles del disco Bajo Belgrano y el otro salía del baño luego de una de las esporádicas clases que reforzaban ideas, en los frenéticos e inspiradísimos principios de los 80. Charly ya era Charly, ya había encabezado el tremendo suceso con Serú Girán, pero sentía la necesidad de no perder su eje pianístico (eje que se puede advertir en la banda de sonido de Pubis angelical). Pichona era un personaje insondable. “Charly adoraba a mi mamá. Venía a casa cada tanto, pero venía. Y mirá qué curioso: mi vieja no quería darme a clases a mí. Ahora lo puedo ver: ¡lo bien que hizo! No le iba a dar ni cinco de pelota. Me mandó a estudiar con Victoria De Gainza. Mateo y Luna sí estudiaron con ella. Cuando regresaban de la escuela, se mezclaba la Play, el café con leche y el solfeo. Tengo que decir que mi abuela, la mamá de Pichona, también era pianista. Lo que se hereda…”.
Conexión Sujatovich reveló, o subrayó, una inclinación que estaba en estado de latencia: la pasión por la palabra. El sistema es sencillo: la gente envía vivencias, Leo las musicaliza en vivo. Ese ida y vuelta reavivó una brasa narrativa. Con rigor y sin pausa, está escribiendo su autobiografía. Una mezcla de memorias y reflexiones que parten desde su infancia en un barrio de casas bajas, en Villa Pueyrredón, y se proyecta en múltiples direcciones. A los 5 años vio una escena que le cambió la vida, drásticamente. Volvía de la escuela y encontró a su padre muerto, en el baño. “Es una imagen que tengo clavada. Fue el 25 de mayo de 1965, yo fui al acto patrio a la escuela, que quedaba enfrente de casa. En aquella época era normal que los chicos anduvieran solos en los barrios. Cuando terminó el acto crucé la calle, entré en casa, empecé a buscar a mi viejo. Lo encontré en el baño, en un charco de sangre. Se había suicidado. De más está decirte que fue un hecho traumático. El duelo es eterno. Mi hermana y yo tuvimos una buena contención familiar. Creo que dentro de todo no nos fue mal en la vida. Con los años mi mamá rehizo su vida y se volvió a casar, pero yo no tuve buen vínculo con el que debería llamar ‘mi nuevo padre’. Ni con él ni con su familia. Ni a palos calificaba como nuevo padre. Le hizo bien a mi mamá, perfecto. Pero a mí no me interesaba convivir con esa gente. ¿Por qué te cuento esto? Porque de adolescente sentí la necesidad de ser independiente. Y de irme de casa. Salí desesperadamente a buscar mi vocación de músico.
¿Y cómo se busca esa vocación?
Yo estaba en llamas. Quería tocar, estar con pares, ganar plata tocando el piano. Usaba la imaginación, me lanzaba… Mirá, cuando yo tenía 15 años recién se había separado Sui Generis… ¿Cuál fue mi razonamiento?: “Sin Charly García, Nito Mestre debe estar necesitando un tecladista”. Conseguí el teléfono y lo llamé. ¡Y empecé a tocar con Nito!
Hay un capítulo del libro que está a punto de terminar que exhibe no solo una buena pluma, sino también la obstinación por perseguir un deseo. El capítulo –que adelanta gentilmente a LA NACION Revista– se titula “Las seis esposas de Enrique VIII”.
Mi amigo Alan Colbert apareció con un nuevo disco traído de USA por su padre. Éramos muy fanáticos de Yes, la banda inglesa que nos rompía la cabeza con sus imágenes. Se trataba de “Las seis esposas de Enrique VIII”, el primer disco solista de Rick Wakeman, el mítico tecladista de la banda y definitivamente uno de mis preferidos de aquel entonces. (…) Después de oír esa música, fui al piano y comencé a tocarla de a poco, a aprenderla escuchando una y otra vez de la resonancia magnética que se había imantado en mi cabeza. En pocos días los temas de Rick ya estaban perfectamente en mis dedos, con suma confianza y con soltura. Yo era leal lector de la revista Pelo. Era mi medio de comunicación fiable para todo lo relacionado a la música, sobre todo la Argentina. Conocía a todas las bandas, los músicos, los teatros de la ciudad y del conurbano, los conciertos que venían y los que habían pasado, los reportajes a los músicos de nuestra escena, figuras que rápidamente cobraban un sentido parecido al de un héroe, un genio, gracias a Pelo. (…) La revista tenía al final un espacio que me llamaba la atención; la sección de Avisos Clasificados.
–Banda en formación busca cantante con experiencia en zona Sur.
–Banda de Hurlingham busca tecladista.
–Trío de rock pesado busca segundo guitarrista equipado.
Y así los más curiosos clasificados. Pero jamás se ofrecía nadie y menos un tecladista. Eso me dejó pensando. Un día, me animé. Busqué la dirección de la redacción de la revista y fui. Pregunté por los avisos y me dijeron: “Sí, pasa por acá”, mientras me mostraban un cuaderno. Se veía claramente una sección de Búsquedas, con varios renglones escritos. Pero la sección Ofrecimientos estaba en blanco. Tomé aire, agarré bien la lapicera y escribí con letra clara: “Se ofrece tecladista tipo Rick Wakeman. Leo 85-9331″.
¿Cómo pasás de ser un “tecladista tipo Rick Wakeman” a hacer jingles?
Yo quería ser independiente, vivir solo. Para mí la música ocupa todo, pero básicamente es aprender. Si hacés la música de una obra de teatro, aprendés… Siempre se aprende, hasta escribiendo una música para vender un desodorante. En esa época yo salí a tocar con Palito Ortega, que para el rock argentino era el demonio. Bueno, ahí también aprendí: lo importante que es ensayar, cumplir los horarios, leer bien una partitura. Además, interactuaba con otros músicos, algunos de ellos musicazos de jazz. Coincidió con los años en que estaba en Tantor: me acuerdo que Rodolfo García, Machi y Starc no veían con buenos ojos que yo tocara con Palito. En cambio, Luis (Spinetta), más adelante, en la época en que yo estaba con él en Jade, siempre se manifestó abierto a mis trabajos, me preguntaba cosas del mundo de los jingles, le daba curiosidad. Yo igual diferenciaba: mi trabajo profesional trataba de hacerlo a la mañana; a la tarde ensayaba con Luis. Fue glorioso compartir ese tiempo con Luis, y muchos años después ser parte de Las bandas eternas.
¿Cómo se te ocurrió ponerte a escribir prosa?
Le agarré el gusto a la palabra. Lo siento algo genuino. Y me conecta con la música: tocar, chapotear en las teclas hasta que encontrás un pasadizo para mandarte. Esos vivos de Conexión… son como semillas. Algunas germinan y surgen nuevas canciones; otras no. Yo grabo todo. Con sus historias, el público me enciende. Me obliga saltar a un abismo. Es un pulso motivador.
¿Cómo son los relatos que te mandan?
Variados. Algunos son tremendos. La consigna es que se puedan contar en público. Algunos me envían pesadillas. Yo trato de no ser obvio.
¿Cómo sería ser obvio?
Bueno, si me cuentan una historia que provoca miedo, me corro del sonido que se supone que debe tener una situación de miedo, un sonido materializado precisamente con las músicas de las películas. Tal vez esa historia de miedo incluye, no sé, una lluvia. Tal vez me interesa justamente la lluvia y elijo hacer la música que me provoca esa lluvia.
En Conexión…, tuvo invitadas como Julieta Pink, Lidia Borda, Katy Viqueira, la actriz Paula Fernández Mbarak, que emocionó a todos cuando contó cómo se animó a tirar las cenizas de su padre. “Pasan cosas fuertes, mágicas. Es arte efímero: alguien abre su corazón y ocurre la música”.
Durante muchos años, Leo tuvo un estudio en Villa Crespo, una usina creativa que compartió con Mateo Sujatovich. Allí pergeñaban bandas de sonidos, temas para publicidades, espectáculos de danza. El impresionante crecimiento de Conociendo Rusia y la pandemia modificaron los planes. Le alquiló el estudio a una radio, empacó las cosas y se mandó a mudar a una quinta en Moreno. Pero en rigor tiene alma de nómade. Vivió un tiempo en España. Ahí, mientras Mateo se probaba en las inferiores del Real Madrid, terminó de definir su amor por el tango. En el Festival de Tango de Granada hizo amistad con Enrique Morente, uno de los más grandes cantantes de la historia del flamenco. “Un artista increíble. Un genio, verdaderamente. Él me dijo una frase que guía mis convicciones artísticas: ‘Las aguas de las fuentes están para beberlas’. Le hago caso”.
¿Cuál es tu fuente?
El rock es mi hábitat. Pero soy ecléctico. No me considero un pianista de jazz ni clásico ni nada. En mi playlist están Los Beatles y la quinta sinfonía de Shostakovich.
Cuando dice que su morada es, al fin, el rock, vuelve a la infancia. Compinche de Ariel Rot, con él compuso la música de una ópera que había escrito la hermana de su amigo, una adolescente bellísima llamada Cecilia (Roth). “Con Ariel a los 10 años vimos a Almendra, a Manal… ¡10 años! Éramos precoces, estábamos ávidos. A los 12, 13 fuimos a ver a Pescado Rabioso. Nos partía la cabeza. Vimos aquel concierto que está filmado, en que Luis Alberto se desplazaba en escena con una sirena en la espalda, como si fuera una ambulancia. Éramos fanáticos del rock, mal. Él era más de los Rolling Stones; yo de los grupos sinfónicos ingleses: Génesis, Yes. Con Alejandro Lerner también, andábamos de aquí para allá: nos sentábamos juntos a ver los libros de la Berklee para aprender escalas de jazz”.
Excepto lo que escribiste con Spinetta, casi no se te ha dado por el lado de la canción.
No. No soy un songwriter. No soy como Mateo, que es una bestia, un songwriter del carajo. No sé, no me sale, no me interesa. Lo que sí, ahora habilité el instrumento de la voz. Empecé a cantar. Canté en una música que hice para la película La novia del desierto, en Conexión Sujatovich me estoy mandando con temas como “Vida siempre”. También hago “Porque hoy nací”, de Manal, y “Preludio para el año 3001″, de Piazzolla y Ferrer. Qué loco, ahora que te lo cuento, me avivo que son todos temas que hablan de vivir, de nacer, de renacer….
¿Y qué pensás?
Leo Sujatovich piensa un instante. Primero da rodeos. “Después de tantos años, con los chicos ya grandes y haciendo cada uno sus cosas, lindísimas tanto Luna como Mateo…” Va al hueso, y pregunta: “Tengo 62 años. Estoy empezando a cantar, a escribir, a escuchar las historias de la gente. Renacer. ¿Será por ahí la cosa?”.