Leo Ponzio, el capitán eterno de River que decidió invertir en campos, pero quiere seguir ligado al fútbol
Reflexiona sobre la formación de jóvenes, las posibilidades y de la vida después del retiro: “A nosotros se nos genera un ego importante”, afirma sobre tantos años de exposición
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Además del cese de una inolvidable aventura futbolística (20 títulos, más de dos décadas en el máximo nivel), lo que se extingue con el retiro de Leonardo Ponzio es el despliegue de una ética profesional, una forma de entender la alta competencia deportiva. “Mi ejemplo era mi viejo trabajando, no esperándome en la tribuna para ver si llegaba a Primera”, manifestó alguna vez el volante surgido en Newell’s y convertido en bandera de River. En un ambiente que suele someter a sus jóvenes a tensiones descabelladas, la frase suena como un aguijón de verdad, un soplo de sensatez dentro de un medio proclive a naturalizar las distorsiones y los excesos. Hubo, evidentemente, una comprensión temprana de que el mundo no suele refugiar su suerte en las quimeras ajenas, y menos en las de un niño, sino, en el mejor de los casos, en la imprecisa combinación de sacrificio propio, talento y, naturalmente, fortuna. Ponzio vuelve sobre esa frase en su charla con la nacion revista. “Mi viejo jugaba en el equipo del pueblo (Las Rosas, Santa Fe), pero no era fanático del fútbol. Le gustaba, sí, pero nunca me preguntó qué iba a hacer, dónde iba a jugar, nunca se metió en nada, siempre fueron decisiones mías”, explica con esa dosis de seriedad zen a la que nos tiene acostumbrados.
Aquel ejemplo de su padre refleja una filosofía vital que acompañó a Ponzio a lo largo de una carrera. La manifestación de un espíritu y una conciencia atravesados por los hilos de la humildad, la abnegación y una notable ausencia de ansiedad, atributo, este último, que no abunda en el siempre crispado deporte profesional. Al igual que otros próceres terrenales como, por poner dos casos entre muchos, el basquetbolista Juan Ignacio Pepe Sánchez o José Pico Mónaco en tenis, el exjugador de Zaragoza y de la Selección nacional pareció enarbolar siempre las banderas de la convicción personal, el coraje sin aspavientos –como lo opuesto a la demagogia– y la lógica cartesiana, virtudes que bien podrían servir para definir su estilo de juego. Capitán de River, además de sus dones persecutorios y de raspaje, Ponzio fue un caso paradigmático de jugador minimalista, alguien que con poco supo construir mucho. Esa capacidad para simplificar el juego, para leer y manejar, en medio de la tempestad, los ritmos del partido y la respiración del equipo, explica, en parte, su larga trayectoria, la certeza de que todavía, con casi 40 años, su fútbol podía seguir llamando la atención aun cuando estuviera compitiendo con colegas a quienes doblaba en edad.
Porque durante su ciclo inolvidable –la década ganada que va desde su regreso a River en 2012 hasta su retiro en 2021–, Ponzio no solo fue capitán de un doble campeón de América y triple campeón de la Recopa Sudamericana, no solo le marcó goles a Boca e incluso alcanzó el cenit de su rendimiento contra el eterno rival –semifinal de la Copa Sudamericana, 2014–, sino que fue el gran lubricador del mediocampo, el afilado hombre con visión 360° que basculaba en el Ecuador de la cancha, el álter ego de Marcelo Gallardo, el duque en los dominios de un conjunto que alcanzó altísimas cotas de calidad, un nivel comparable con cualquiera de los grandes equipos de la historia nativa. El partido que el club de Núñez le ofreció como despedida fue a su carrera modélica, esa larga peripecia coloreada por el bronce de los trofeos, pero resonó por la gracia del afecto popular y, mucho más, por la satisfacción del respeto unánime de sus colegas.
Hablemos de lo prolongada que fue tu carrera, aspecto, el de la extensión, que cambió en los últimos tiempos. Ahora es posible encontrarse con jugadores no solo a un gran nivel después de los 30 años, sino que incluso alcanzan el máximo de su rendimiento después de esa edad. ¿Qué cambió?
Sí, el profesionalismo se extendió. Hoy en día el cuidado, los lugares de entrenamiento, la ambientación, el contexto de todo club es diferente de otros años. La realidad es que hoy sos un Fórmula 1, y eso te permite alargar y a la vez entender por qué vas alargando tu carrera. Antes, las lesiones te venían todas seguidas, y a lo mejor las infiltraciones te cortaban la carrera a los 33 años.
-Antes, por caso, no había tanta especificidad en la alimentación, ¿no?
-Siempre digo que tanto el estilo de vida como “la cabeza” es de uno, o sea, que lo maneja uno, y que eso influye mucho. Yo no hice un estudio para mi alimentación, pero sí aprendí qué tipo de comida necesitaba, con qué me sentía bien.
-Prácticamente no tuviste lesiones.
-Tuve dos o tres lesiones puntuales, que fueron específicas por el esfuerzo y la exigencia. Después tuve la última, en la rodilla, el año pasado jugando en mi pueblo. Te diría que hasta entiendo por qué fue: tenía la cabeza acá y el cuerpo allá, no iba todo alineado, no asimilé el lugar en el que estaba. Las lesiones son siempre el acarreo de algo.
-Fuiste la bandera de uno de los períodos más gloriosos de la vida del club. Ahora que ya empezás a ver todo con cierta distancia, ¿qué crees que sucedió para que se diera un ciclo tan destacado?
-Haber tocado fondo a nivel institución; ahí se hizo cargo todo el mundo de River del momento que se estaba viviendo. No fue un tema solo de los jugadores que estuvieron en ese momento. Lo que se dijo fue: “acá salimos todos y desde acá vamos para arriba”. Hubo una bajada de línea institucional, dirigencial, con entrenadores como Ramón [Díaz] primero, luego [Matías] Almeyda, que es parte del club, después Marcelo. Mientras, el hincha ya empezaba a sentir esa cercanía de vuelta, porque o te acercabas o te alejabas, no había otra puerta ahí. Y después, el hecho de jugar bien te va dando un ímpetu, hace que te sientas ganador, que entres en una dinámica positiva, y el viento de cola te va llevando. Así se arman los grupos, y entonces el nuevo que viene sabe que llega a un grupo ganador y le resulta más fácil acoplarse. La verdad es que se puso cada uno en su lugar, lo que se hizo fue un trabajo profesional.
-El fútbol es tan pasional que muchas veces se confunden los roles.
-Una vez Rodolfo [D’Onofrio] dijo: “Yo estoy a cargo de gestionar emociones, de gobernar pasiones”. El hecho de ganar, además, genera todavía más pasiones. Pero [en River] cada uno entiende su propósito. Ganar es parte del ADN del club, y una vez que se lo tiene ya no se lo suelta. No es algo esporádico. Y además los rivales lo saben también, eso también influye cuando se está en ganador.
-Y yendo al juego en sí, River tuvo secuencias de alto vuelo. ¿Hubo momentos que te sentías orgulloso dentro de la cancha?
-Sí, lo que pasa es que cada uno cumple su tarea. Yo sabía que lo mío era estratégico, posicional, el control de la zona. Así es cómo se empiezan a armar los equipos que tienen su dinámica, porque cada uno cumple su función. El buen desempeño se logra cuando los equipos se conocen, los goleadores aparecen porque se generan situaciones, etcétera. Es una mezcla de todo. Lo que notás adentro es que, cuando no funcionan las cosas, a veces es porque en el inconsciente querés hacer más de lo que realmente sabés. Y cuando empezás a hacer de más, todo se complica. Eso pasa también cuando uno está falto de confianza.
-Vos, además, te jugaste una patriada en 2012, cuando volviste. River estaba en la B. En ese momento, imagino que lo que más te impulsó fueron las ganas de volver al país, que te sedujera la propuesta y que te sedujera también el desafío.
-Yo había estado en el 2007-2008, y había pasado medio desapercibido. Sí, salimos campeones, pero después terminamos últimos. Yo jugaba y no jugaba. Estaba ahí. Después volví a Europa, al mismo club [Zaragoza] donde había ido la primera vez, donde me quedaban seis meses de contrato. Ya teníamos a mi nena de 3 años y medio. Cuando apareció River era en un momento en el que teníamos mucho por ganar, y mucho por perder, aunque es cierto que se tenía que dar un contexto muy desfavorable para no ascender. Fue una “patriada pensada”, porque a mí me daban ganas de volver al país y tratar de ser alguien en el mundo River. Y es como todo, en la vida hay que tener un poco de suerte, pero después hay que acompañarla. Y asimilar a dónde uno llega. Yo ya conocía los pasillos, siempre digo que en el Monumental hay un pueblo adentro.
-En cuanto a Gallardo en sí, alguna vez dijiste que lo importante fue que, desde un principio, estableció pautas firmes: había que entrenar duro, respetar las reglas, etcétera. Vos, que eras casi generacional con él, ¿cómo manejaste esa situación?
-Es un lema o una línea que hay que seguir en la vida, si tenés a una persona arriba que es entrenador o es un director de algo, si le faltás el respeto se desvirtúa todo. El respeto va desde cómo te lo dan hasta cómo llega de uno a otro. Y si nos ponemos a trabajar, lo hacemos, y si tomamos mate, el respeto está, pero más suelto, de la mirada, de preguntar, del ida y vuelta, de familias, amigos. Y está bueno que en River haya gente que sea de ahí, porque eso influye mucho en todo, en cómo te miran.
-¿Quiénes fueron referentes en tu vida?
-Mi viejo, por supuesto, que es un hombre tranquilo. Si bien no era fanático del fútbol, lo jugó, le gustaba y también me lo mostraba. A veces le preguntaba algo, para que me diera una devolución, y a lo mejor no me la daba, porque él es así, por eso fue un ejemplo en muchas cosas. Después, referentes en el mundo del fútbol fueron Almeyda, por su posición, por juego y manera de ser. Como entrenador, en la época de juveniles, [José] Pekerman nos marcó mucho, porque nosotros de Rosario veníamos el lunes y volvíamos el jueves, estábamos toda la semana acá. Entrenábamos acá y podíamos jugar en nuestra categoría. Y la Selección era disciplina, era escuela. De todo eso algo te queda, y sino te queda es porque no seguiste las reglas, y durás poco. Almeyda era muy parecido a mí en la vida, en la manera de ser, en la personalidad, muy humano. Después, en España tuve a Javier Aguirre, el mexicano que se acercó mucho a mí, eso me llamó la atención; tuve a Marcelino Toral, un entrenador español que estaba ahí cuando ascendimos con Zaragoza, y después me tocó, en la época justa, Marcelo [Gallardo], pero por todo lo que se dio: justo a esa edad, el hecho de que yo quería estar en River, y eso hizo que yo estuviese continuamente tratando de escuchar, como para sostenerme. Por suerte se fue dando así.
-¿Y en Zaragoza cuánto tiempo estuviste?
-Seis años. Los tres primeros años fueron buenísimos, un club para quedarse a vivir. Después, volví a la Argentina, y me volví a ir. Fue cuando ascendimos, pero el club ya estaba medio complicado. El jugador argentino está bien visto ahí, fuimos con los Milito [Gabriel y Diego], con [Andrés] D’Alessandro, [Pablo] Aimar, éramos muchos. No es la misma cultura, pero hay cosas que el argentino llevó para allá y que se incorporaron. Les ganamos la Copa del Rey al Real Madrid y la Súper Copa española, al Valencia.
-¿Pensás que volviste mejor jugador?
-España me incorporó un poco de orden futbolístico. Ahí, la estadística es algo frecuente y muy usado. Y la verdad es que me ayudó muchísimo, porque me hizo corregir algunos aspectos. Cuando volví de España, la segunda vez, volví con una pretemporada hecha. Y acá jugué 19 partidos y no salí nunca, y eso me hizo muy bien.
-¿Por qué creés, como escuché que dijiste, que el jugador de 20 años de hoy es mejor que el jugador de la época en la que vos tenías 20?
-Hoy los jugadores de 20 años se plantan en una cancha de fútbol mejor que nosotros, con más herramientas, mejores controles, mejores pases, pensando un poco más en equipo. Antes hacías partidos individuales dentro de la cancha. Ya no. Lo de ahora tiene de bueno que de entrada empezás a tener más conocimiento sobre todo el juego en sí.
-Y en cuanto a producción de talentos, ¿creés que van a seguir apareciendo nuevos valores en el país?
-Sí, va a haber siempre jugadores, eso es indudable. Pero hago una diferencia. El otro día, Aimar hizo una reflexión muy buena. Dijo que al pibe de 4 a 14 años hay que dejarlo que juegue, que se divierta, porque dice que si vamos a jugar a la escondida y les decís a los chicos “solo vale esconderse allá atrás”, pierde la esencia, la naturalidad. Entonces, en el fútbol tenés que dejar que sean naturales. Yo pienso que hay que enseñar, porque todo lo que adquirís de chico no te lo saca nadie, pero también hay que dar un poco de libertad. Ahí depende mucho de quién lo transmite, del que te lo enseña. Van a salir miles de jugadores, pero después depende del contexto. Todo es de a poco. La ansiedad quema etapas. Y depende mucho de la gente que está adentro de los clubes.
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Miércoles 21 de septiembre. Es el Día de la Primavera y Núñez desborda de calor humano. Aquí la fiesta no es por lo que llega, sino por lo que pasó y queda para siempre. La despedida del capitán eterno es, también, una especie de panzada de historia viva millonaria, una de esas reuniones en las que el club y su gente –tal vez cuatro generaciones de hinchas– se celebran a sí mismos, y en la que desfilan jugadores legendarios. Emergen, uno tras otro, integrantes del Olimpo riverplatense como Norberto Beto Alonso, Ariel Ortega, Fernando Cavenaghi, por supuesto Gallardo y, cómo no, ese aristócrata de la elegancia llamado Enzo Francescoli, quien, con 60 años, cuando arranca el amistoso apila a tres jugadores, mete un caño, ingresa en el aérea como si todavía flotara y define a un palo. Como la buena poesía, su arte no conoce el deterioro. No solo eso: tras el gol, de vuelta hacia su campo, exhibe ese aire desentendido tan propio (y tan uruguayo), mezcla de ligera timidez y cortesía. Con ese gesto, Enzo parece indicar, a la vez, que sabe que construyó una inesperada obra maestra, pero que también sabe que esta es la noche de otro, la noche de Leo Ponzio. “Me dejaron pasar”, dirá después, restándole importancia. Perplejo, Ponzio levanta sus brazos y los cruza en el aire, como indicando que eso es demasiado, que eso que pasó no solo engalana su despedida, sino que es inmortal, se hará viral en unos minutos. Pero es a los 23 minutos cuando se detiene. En buena parte de su carrera, Leo Ponzio usó en su camiseta el número 23. Es entonces cuando todo el estadio le rinde una ovación aplastante, de esas que calan los huesos, de esas que se clavan, como una bandera, en la tierra blanda de la memoria. Conmovido, Ponzio saluda, levanta los brazos, se lleva su mano al corazón. Luego se agacha, se acomoda las medias, disimula un poco, quiere que ese momento pase, pero que también sea infinito: es esa vergüenza dulce de sentirse abrazado, y arrasado, por la ternura masiva. El juego sigue. Los hinchas celebran, están en Disney, viendo a sus referentes mezclarse, hacerse bromas, tirar lujos con desenfado, perder la pelota absurdamente. “Por otra noche como esta doy mi vida. Porque los días se nos van, quiero jugar hasta el final”, entona la Sole, también santafesina. Una ola de cálida melancolía recorre las butacas del estadio, viborea por el aire y se cuela por los históricos pasillos del club. Ponzio da una vuelta olímpica saludando a la gente. Hablan algunos de sus compañeros. Todos subrayan la calidad de su persona, su generosidad y temperamento, la enorme sensibilidad que tuvo como líder. Las 70 mil personas que atiborran el Monumental hacen bajar el calor de su cariño al jugador más ganador de todas las épocas del club. La cumbre, entonces, llega a su clímax y cumple con sus dos cometidos. El primero, lo sabemos, es homenajear al jugador que se retira, retribuir su pasión y su entrega, provocar en él una huella inolvidable. El segundo es revivir la rica historia contemporánea del club toda junta, como si fuera un compilado de greatest hits, una polaroid de grandeza extraordinaria.
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La noche de la despedida, cerca de 500 personas de Las Rosas, entre familiares, conocidos y vecinos viajaron más de 400 kilómetros hasta Nuñez para acompañar a su ciudadano ilustre. “Es mi lugar en el mundo”, repite Ponzio cuando se refiere a su rincón nativo de tan solo 14 mil habitantes, donde además de sus amigos de siempre, viven sus padres, hermana, cuñado, abuela y sobrinos. Allí, el volante suele llevar adelante iniciativas benéficas. Hace un tiempo convocó al neurocientífico Facundo Manes, futbolero e hincha de River, para brindar una charla motivacional para los más jóvenes. Manes es un hombre escuchado por Ponzio, quien gracias a su cercanía con el médico radical profundizó su vena de líder. Conceptos como inteligencia emocional, liderazgos positivos, Motivación e inspiración por el ejemplo”, frecuentes en la liturgia narrativa de Manes, han sido tomados por el santafesino para potenciar su condición de referente. A su vez, Manes ha detectado en él condiciones únicas: “Leo es un líder que predica con el ejemplo: su conducta, su tenacidad, su compromiso, su ética. Es un líder ideal. Ojalá que se quede en el club. No importa si es técnico o es dirigente, nosotros como hinchas no podemos perder una figura como Ponzio”, comentó.
Cuando visita Las Rosas, además de las rondas de mate y los infaltables costillares saboreados con amigos, Ponzio recorre sus campos sembrados de maíz, soja, sorgo y girasol. Desde 2006, cuando comenzó a capitalizarse gracias al fútbol, el volante invierte, guiado por su padre, en ese vasto territorio enclavado en el corazón de esa generosa pampa agrícola argentina. “Cuando voy, son dos o tres días en lo que soy yo. Y tengo mi emprendimiento, claro. Pero la verdad es que el fútbol es lo mío”, advierte, a modo de síntesis.
-¿Qué viene ahora?
-Me gustaría seguir en el mundo River, y si no es así, porque hoy en día River tiene todo cuajado, buscar el camino por otro lado.
-Vos tenés campo. ¿Te ves involucrado ahí?
-El campo es algo donde uno invirtió, y hay que cuidarlo, claro. Es un campo agrícola. Pero entendí con mi cuñado, que es ingeniero, que se puede hacer a distancia y no me necesita en el día a día. Yo voy, me subo a un tractor para boludear, no para ponerme a sembrar. Tengo los empleados.
-Sos una persona a la que le gusta comunicar y transmitir, alguien interesado en el costado humano de las relaciones de grupo, ¿ves que puede abrirse una puerta por ese lado? Hiciste recientemente una función en el teatro Ópera...
-Tendría que decirle que no al mundo del fútbol y encaminarme en eso, hacer un buen proyecto y prepararme para eso. Posiblemente se van a dar este tipo de presentaciones, como para contar experiencias que uno ha vivido en el mundo del fútbol hasta esta edad, pero después, considerarlo como una herramienta para vivir de eso, no sé, todavía no me veo por ese lado.
-Ahora bien, se viene un vacío con el retiro, y lo que desaparece es algo grande, una actividad que genera una efervescencia como tal vez ninguna otra. En este sentido, ¿te fuiste preparando?
-Tuve la posibilidad de que, en los últimos cuatro años en River, me ofrecieran firmar un contrato de forma anual, y eso, para mí, fue prepararme para el después. Porque cuando tomé la decisión de retirarme, la había determinado yo. Pero sí, hay un vacío, hay un después que uno tiene que encajar en lo familiar y en lo social, sobre todo desde el lugar de cómo te ven. No nos olvidemos que a nosotros se nos genera un ego importante. Y si uno no asimila ese cambio, ahí vienen los errores en los negocios, de meterse en un lado o en otro. La realidad es que tengo 40 años y me queda una vida por delante en la que lo económico lo tengo acomodado; voy sobre otros propósitos.
-Se puede pensar entonces que es un gran momento para vos, un nuevo comienzo con más herramientas y sin urgencias.
-Uno está acostumbrado a que lo reconozcan en la calle, y eso va a cambiar, pero sí, este puede ser un gran momento en lo personal. Para hacer algo que me guste, para que de ahora en más pueda estar rodeados de amigos, de familia, y no mucho más.