En una autobiografía reciente habla sobre una carrera iniciada hace más de siete décadas; en diciembre alcanzó su récord de 8 millones de dólares en subastas y la Tate extendió su muestra ante la “abrumadora demanda del público”
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“Yayoi, ¿estás bien? ¿Por qué pintás lo mismo todos los días?”, le preguntaban sus amigos, preocupados. El comportamiento de la artista japonesa, recién llegada a Nueva York a fines de la década de 1950, les parecía extraño: comenzaba pintando redes sobre una tela y continuaba sobre la mesa, el suelo y su propio cuerpo.
“Lo cierto es que sufría frecuentes episodios de una severa neurosis”, reconoce ella misma en Yayoi Kusama: La red infinita, autobiografía que acaba de publicar Ediciones B. Relata allí una carrera iniciada hace más de siete décadas, que la llevó a alcanzar su récord de 8 millones de dólares por una obra vendida en Christie’s en diciembre. Meses después, la Tate Gallery de Londres anunciaba que extendería por un año la muestra Yayoi Kusama: Infinity Mirror Rooms, debido a la “abrumadora demanda del público”.
Tras dieciséis años en Nueva York, durante los cuales se hizo famosa por sus cuadros, esculturas, instalaciones y happenings de alto contenido erótico, a mediados de la década de 1970 la “sacerdotisa de los lunares” se internó por voluntad propia en un psiquiátrico de Tokio. Desde ese encierro siguió produciendo para alimentar las muestras internacionales que comenzaron a multiplicarse desde fines del milenio pasado –entre ellas Obsesión infinita (2013), donde llegó a ser la más visitada en la historia del Malba, antes de ser superada por la de Leandro Erlich-, luego de que representara a su país en la Bienal de Venecia.
“Esta vez había recibido una invitación con todas las de la ley”, recuerda Kusama en el libro, al comparar esa participación con la performance realizada en la misma ciudad en 1966. Entonces, con ayuda económica de su amigo ítalo-argentino Lucio Fontana, encargó en una fábrica de Florencia las 1500 esferas de plástico espejado que necesitaba para crear el Jardín de Narcisos.
Aunque según ella había recibido el permiso de las autoridades, la obligaron a parar cuando descubrieron que las estaba vendiendo por dos dólares cada una. “Me dijeron que no era apropiado que vendiese mis obras de arte como si fueran ‘perritos calientes o cucuruchos de helado’, pero la instalación se mantuvo allí”, aclara la artista.
Con ese mismo espíritu desafiante, que le costó incluso ser detenida por la policía neoyorquina, Kusama enfrentó prejuicios y abrió nuevos caminos. Aquellos que la llevaron a encontrar algo de paz en medio del tormento mental. “Combato el dolor, la ansiedad y el temor a diario –confiesa-, y el único método que he descubierto y que me alivia la enfermedad es continuar creando”.