Cómplice de Sinatra. Admirado como ícono de lo “cool”, quedó para siempre asociado con la mafia, el juego ilegal y el alcohol
Un documental echa luz sobre Dean Martin, el misterioso músico y actor, reconocido en la pantalla y cuestionado fuera de ella. Hasta Jon Hamm (Don Draper) opina al respecto
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Para muchos de quienes crecieron viendo las películas de Jerry Lewis con Dean Martin, estas quedaron en la memoria como la obra del primero de ellos, el comediante al cual el crooner y playboy de Hollywood y Las Vegas servía de contrapunto, el tipo serio y seguro de sí mismo, la estampa firme que se complementa con el muchacho más joven y su energía anárquica, salvaje, maniática y un poco, deliberadamente, idiota. Lo que uno tendía a hacer era celebrar a Lewis, porque su fuerza desquiciada era libérrima, mientras que el otro, en comparación, representaba lo tradicional, acaso lo aburrido.
Para muchos de quienes asistieron a la relación de Dean Martin con Frank Sinatra y su clan, el Rat Pack, quizás a través del clásico Once a la medianoche (que tres décadas después rehízo Soderbergh con George Clooney) este quedó asociado a ese cruce entre un mundo rutilante de entretenimiento adulto y un submundo más sórdido (el juego, la bebida, ¿la mafia?), aunque más no sea por malayunta. Cálido, deslumbrante o entrañable no son las palabras que parecen definirlo inmediatamente a Dean Martin hoy, a más de 25 años de su muerte, en el imaginario popular.
Pero esa imagen queda, sino dada vuelta, al menos considerablemente transformada después de los 100 minutos de Dean Martin: King of Cool, el documental dirigido por Tom Donahue y con producción de, entre otros, Leo Di Caprio, que pudo verse en cines durante la reciente edición del Bafici. El octogenario director Henry Jaglom, uno de los múltiples entrevistados del film, recuerda que Orson Welles le dijo alguna vez que “[lo de] Jerry Lewis no tiene que ver con Jerry Lewis”, sino con Dean Martin. “El éxito de Jerry Lewis, lo que lo hace tan especial es el increíble timing y la comedia directa de Dean, que se mantenía en un nivel que le permitía a Jerry jugar, entrando y saliendo y dando vueltas en torno a él. Dean es el genio detrás de ese espectáculo”. No es la única certeza que la película busca poner en perspectiva.
El de Jaglom es solo uno de los numerosos testimonios que buscan dar forma a la figura de Martin en King of Cool, que también está coproducido y en buena medida guiado por (la voz de) Deana Martin, una de las hijas del primer matrimonio del cantante y actor. Hablan también el hijo de Jerry, Gary Lewis (que tiene un recuerdo muy afectuoso de ese tipo que fue tan cercano en su infancia); el recientemente fallecido Peter Bogdanovich (extraordinario cineasta, un estudioso del cine hollywoodense de todas las épocas, y devoto del dúo Martin-Lewis, al que intentó reunir en un frustrado proyecto de principios de los 80), actrices que trabajaron largamente con él, como Angie Dickinson y Florence Henderson, y también Norman Lear, Carol Burnett, el cantante Frankie Avalon, el rapero RZA (del grupo Wu-Tang Clan) y Alec Baldwin. Llama la atención Jon Hamm, cuya presencia se debe a una razón muy evidente: Hamm interpretó a Don Draper en las siete temporadas de Mad Men, es decir, encarnó el epítome del tipo cool modelado por el cine y la publicidad de los 50 y 60, de algún modo una proyección de personajes como Dean Martin y sus compañeros del Rat Pack.
¿Qué era ser cool? La película (que toma su título un poco del disco esencial de Miles Davis The Birth of Cool, y que ya se había usado para un film sobre Steve McQueen) arranca diciendo que ser cool era, básicamente, ser Dean Martin. Que dos de los tipos más cool del mundo, Frank Sinatra y Elvis, querían ser como Dean. “Cuando conocí a Elvis”, asegura Deana, “me dijo: me llaman el Rey del Rock and Roll, pero tu papá es el Rey de lo Cool”.
Para el documental, Hamm fue invitado a leer parte del largo ensayo poético “The Secretary of Liquor” (algo así como El secretario del alcohol), compuesto por Mark Rudman en 2002, que alude en verso a diversos episodios de la vida de Martin, pero que fundamentalmente conceptualiza el misterio que rodeó a su figura, una condición distante, inasible, siempre en fuga: “Cuanto más inescrutable el sujeto, / más relieve cobra este espectro. / Parte del atractivo de Martin fue que nadie lo conoció. No era una máscara; / su desapego era su verdadero ser/ Aparecía, su espíritu permanecía en otro lugar”. (El poema completo está disponible, en idioma original, en internet).
Jeanne Biegger, segunda esposa de Martin, con quien tuvo tres hijos y estuvo casada por casi 30 años, dijo: “Lo más importante que se puede decir acerca de mi esposo es que no lo entiendo. Es uno de los raros seres humanos que no se siente cómodo comunicándose. Simplemente, no le interesa”.
En su biografía de 2008 Dino: Living High in the Dirty Business of Dreams [Vivir alto en el negocio sucio de los sueños], el extraordinario escritor y cronista Nick Tosches escribe: “Aquellos que estuvieron más cerca de él lo sintieron: Dean estaba allí, pero no estaba realmente allí. (…) El secreto de su profundidad parecía ser el más horrible: que no había secreto, no había un enigma a resolver o una revelación a descubrir, (…), sino el vacío mismo”.
Eso es un poco lo que intenta dilucidar King of Cool: ¿Quién fue en realidad Dean Martin?
El menefreguista
La película arranca con una cronología tradicional. “Protagonista romántico, cantante, bailarín, era gracioso, hizo de todo. 750 grabaciones, 60 películas y dos décadas en televisión. (…) No hay nadie que capture todas las cualidades de lo cool americano como Dean Martin”. Ser cool, se dice citando a Hemingway, “era tener una cierta especie de gracia bajo presión. No dejaba que las cosas lo estremecieran”. También hay una suerte de factor X, un sentido de misterio. Una carta guardada. Dice el académico y estudioso cultural Gerald Early: “Era un menefreguista, la expresión italiana que significa: alguien a quien todo le importa un carajo”.
Dino Paul Crocetti nació en 1917 en una familia italiana de clase obrera en Steubenville, una localidad de Ohio. Su infancia fue buena, pero la única escapatoria a los duros trabajos en la fábrica de acero y la mina de carbón parecía ser la vía que tomó en su adolescencia, traficando whisky para banditas durante la Prohibición o manejando apuestas en garitos clandestinos. También se dedicó un tiempo al boxeo amateur, que era, explica Early, “una manera de hacer dinero para los chicos pobres: irlandeses, italianos, judíos, negros y latinos; todos los descastados de América”. El gángster Mickey Cohen dijo alguna vez que “si no hubiera tenido esa voz tan bella, Dean probablemente habría terminado siendo un jefe de apuestas; tenía el tipo perfecto para andar metido en esos asuntos”.
No había hablado una palabra de inglés hasta los seis años, lo que probablemente condicionó sus primeros intentos de aislarse, pero también fue lo que, a través de los discos de Enrico Caruso y Carlo Bruti que se escuchaban en su casa, lo llevó a expresarse a través de la canción italiana (y a hacer delirar a millones con “That’s Amore” o su versión de “Volare”). De los Mills Brothers aprendió “cierto modo de presentar una canción que exhibía a la vez cierto desapego y un control de la situación”. Su primera esposa, Betty McDonald, no solo lo acompañó en esos inicios artísticos, sino que lo ayudó a pulir un poco sus rústicos modales y su oratoria.
El playboy, el idiota y los otros
Fue a mediados de los 40 que irrumpió en escena una figura que él mismo admitió que cambiaría su vida, la de Jerry Lewis. Formaron un dúo en el que de pronto apareció algo nuevo, una fuerza inusitada que al principio dejó perplejos a todos. “Estos dos tarados salidos de la nada hacen cosas que no hacía nadie (…) Eran como una suerte de proto-punk rock”, se define en un montaje de testimonios que intenta capturar el torbellino que representaron estos dos cuando empezaron a romper todo en los clubes nocturnos en los que se presentaban y luego en sus películas: 16 éxitos masivos en los cines al hilo, estrenados entre 1949 y 1956. Eran, se dice en el film, el playboy y el idiota, “el chico que le permitía a Dean salirse un poco de sí mismo, mostrarse un poco más vulnerable”. Y todos coinciden: Jerry, el hijo único, el chico solitario, había encontrado en Dean al hermano mayor que no tuvo, a un padre, pero fue un amor mutuo desde el principio. Su éxito, escribe Tosches, tuvo que ver con el momento de la cultura y la política estadounidense en el que entraron rompiendo todo con fuerza: la posguerra. “Norteamérica quería ser engañada y Martin y Lewis le dieron eso: no una risa en la oscuridad, sino una negación de la oscuridad misma, una regresión a la dicha sobrenatural de la insensatez infantil. Fue una catarsis, una celebración de la ignorancia, el absurdo y la estupidez”.
El documental (que, no hay dudas, no alcanza a contar todos los lados de la historia) carga la responsabilidad por el amargo final del dúo sobre un Jerry que dejó de complementarse a la perfección con su partenaire para empezar a competir salvajemente y controlarlo todo. En un momento, la rutina en la que Lewis interrumpía las canciones de Martin con sus arrebatos maniáticos pasó de graciosa a ser una verdadera molestia para el cantante, que no podía completar un solo tema para conseguir “sus propios aplausos”. Cuando la separación ya era irreversible, cuenta el periodista James Kaplan, Dean le preguntó a Jerry si quedaba algo entre ellos, a lo que Lewis dijo: “Es amor entre dos hombres. Creo que eso es lo que aún sentimos el uno por el otro”. Pero la brutal respuesta de Martin habría sido: “Podés hablar de amor todo lo que quieras. Para mí no sos más que un maldito signo de dólares”.
Tras la separación, lo que la prensa se preguntaba en grandes titulares era qué sería del cantante, siguiendo la percepción general de que el talento para la comedia era todo de Jerry Lewis. La rehabilitación cinematográfica de Martin llegaría con su papel en la película bélica The Young Lions (1958, Los dioses vencidos), de Edward Dmytryk, con un Brando rubio y de acento alemán y un Monty Clift raquítico después de su conocido accidente. Esto iniciaría una serie de exitosos papeles dramáticos, incluyendo uno que haría historia en el western Rio Bravo (1959), de Howard Hawks con John Wayne. En él, Martin interpreta al ayudante del sheriff, un perfecto borracho perdido (que acaso ayudó a cimentar su fama de bebedor, al parecer, otro mito), y tiene un número musical completo junto al cantante juvenil Ricky Nelson; la canción “Mi rifle, mi poni y yo”. Una especie de injerto en medio de la película que, para asombro de todos, funciona muy bien y justo antes de comenzar los 60 da pie a la nueva etapa de la fama de Dean Martin.
El resto del relato es más conocido: cómo Frank Sinatra lo cooptó para los shows en Las Vegas y junto con él y Sammy Davis Jr. (y algunos otros) conformaron el Rat Pack, la quintaesencia “de la masculinidad cool”, la “fraternidad alcohólica” de los más “sofisticados, apuestos, bien vestidos” de su época, los dueños de la escena principal del night club. Acá, el documental ilumina zonas no tan conocidas de Martin, en especial en alusión a su autonomía e independencia respecto del Clan Sinatra. “Dean no salía mucho de juerga con Frank. Frank quería ir a cenar con todo el mundo, y todos iban, pero Dean se retiraba a su habitación”, se cuenta en la película. “Sinatra era un dictador y podía dictar los términos de cualquier interacción social, excepto con una persona. Si Sinatra te decía que le hicieras compañía hasta las 6 y media de la mañana, lo hacías. Si Sinatra se lo decía a Dean, éste le contestaba: ándate al carajo, Frank’, daba media vuelta y se iba a la cama”. La película también cuenta cómo se fugaba de las legendarias fiestas que él y su esposa dieron en su propia casa, repletas de estrellas hollywoodenses, para esconderse a ver televisión o dormirse temprano para al otro día dedicarse a uno de sus genuinos intereses de su etapa veterana: el golf.
Otra anécdota quizá no tan conocida se convierte en una nota de lo más significativa: cuando John F. Kennedy asumió la presidencia, con el apoyo expreso y total del Rat Pack (que lo consideraba el presidente más hípster al que podía apostar Estados Unidos, así como el más progre en materia de derechos civiles), éste decidió no invitar a su ceremonia de asunción, saturada de estrellas del espectáculo, a Sammy Davis Jr. porque estaba casado con una mujer blanca y el asunto de los matrimonios integrados, políticamente no rendía muy bien en ese momento. Davis Jr, que había creído en él, se sintió traicionado, pero todo el Rat Pack asistió, excepto él y Dean Martin, en solidaridad con su amigo, dueño de un código de honor y, en el fondo, siempre algo descreído de la política.
King of Cool atraviesa otros episodios biográficos (su largo éxito televisivo, su refugio en la familia tras tres matrimonios, la trágica muerte de un hijo, y su enfermedad, que lo llevó a la muerte en la Navidad de 1995) pero lo que permanece al final es la imagen del tipo que no se dejó conocer. “Hay mucha gente que busca la fama para combatir sus inseguridades –dice Donahue, el director del documental–. Ese no fue el caso de Dean Martin. Creo que ya se sentía seguro de sí mismo, y que podría haber estado satisfecho con ser un crooner más, con lo suficiente para ganarse la vida y criar una familia”. No solo no lo definió la fama, sino que, en ocasiones, su estampa de playboy impidió que se le diera crédito como artista. Todos creyeron que era así, que nació cool y todo le salía naturalmente. Pero nadie llegó de verdad a conocerlo.