Las audacias de Thierry Mugler, el maestro de la moda espectáculo
El talento, la afabilidad, la sonrisa de Thierry Mugler, devenido Manfred T. Mugler, ya no nos acompañan desde enero último. Pero la audacia, la fantasía, la irreverencia ante las jerarquías establecidas del gusto distinguirán por siempre las prendas, verdaderas piezas únicas, que Thierry Mugler contribuyó a la cultura del vestir de nuestro tiempo. Su inclinación temprana hacia el mundo del espectáculo –en su adolescencia fue miembro de la compañía de ballet de la Ópera del Rin– fue el signo inicial y permanente de sus colecciones, hechas de prendas invariablemente vistosas presentadas en un formato de gran teatro de revistas, con una carga erótica intensa pero a la vez sublimada por la potencia refinada de los trajes y la exagerada sofisticación de las modelos. No puede ser casual, le dije un día. que Mugler sea casi el anagrama de glamour. Sabía reír.
Tal desborde de teatralidad, sumado a las declaraciones del propio Mugler, quien se sentía creador de fantasías escénicas más que diseñador, hizo que para la prensa y la mirada pública el brillo del showman y sus creaciones más extremas prevalecieran sobre el couturier original, atrevido y riguroso.
La silueta de torso triangular –espaldas anchas, cintura ceñida– y faldas o bodies ahusando la figura, se impuso en las pasarelas de los años setenta y ochenta como señal inconfundible del estilo Mugler. Ofrecía a las mujeres un modo tajante y sensorial de llevar el cuerpo.
Producto de una búsqueda y una elaboración permanentes en el arte de la sastrería, sus chaquetas y tailleurs –de su cuantioso repertorio mis prendas favoritas– poseían esa cualidad que en los años treinta Bettina Ballard, periodista de Vogue, definió como hard chic refiriéndose a los tailleurs de Elsa Schiaparelli. Los tailleurs negros de Mugler, de perfiles agudos contrastados con formas curvas y contornos insólitos, prolongan y acercan a nuestro tiempo, según veo, aquel chic recio de la gran artífice italiana, a la que lo asociaban la imaginación y el atrevimiento.
Pero las referencias más evidentes y fértiles en la estética de Mugler provenían de la cultura popular: en un batido burbujeante, stars y vestuaristas de cine, dibujantes y heroínas de historietas y de ciencia ficción, el music hall y sus creadores y artistas, el rock y la pop y sus divos y divas, los films noir, las cascadas de perlas, strass y cristales y el exceso de plumas de los trajes de Erté o de las Ziegfeld Follies, transformados por su visión particular, que expresaba la intensidad contemporánea con los materiales que la tecnología ponía a su alcance.
Aunque Mugler se había retirado de su marca en 2002, su estética no dejó de fascinar a los nuevos públicos de la moda, ávidos de recibir el choque de imágenes originales y potentes en sus pantallas de mano. Las deidades de la edad digital, Beyonce, Lady Gaga, Cardi B., Zendaya, Kim Kardashian, se precipitaron sobre sus piezas vintage y ordenaron nuevos modelos exclusivos para las alfombras rojas y los shows de sus vidas video. Quedaba así confirmada la cualidad atemporal de su creación.
Thierry Mugler había iniciado la marca a su nombre en París en 1974, tras una primera versión llamada Cafe de Paris. Desde entonces el cuerpo fue su leit motiv, idealizado, erotizado, ambiguo, exaltado, extremo. A sus pasarelas subieron todas las presencias, los deseos, las todos los cuerpos. Son ésa apertura y esa búsqueda en torno a los cuerpos, un sujeto hoy central, que lo convierten en un notable precursor cultural.
Una muestra retrospectiva de su obra, Couturissime, nos espera hasta el 24 de abril en el Museo de Artes Decorativas de París.