La virgen, Esteban y yo. Por qué mi biografía de Esteban Bullrich es el libro más movilizante y emotivo que escribí
Esteban Bullrich/Guerrero del silencio es una biografía atípica de un político argentino, pero también sobre la extraña y cruel enfermedad que lo aqueja. La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), la política y la fe son los tres temas dominantes que se entrecruzan todo el tiempo a lo largo de sus diez capítulos. Sobre el final, es el mismísimo Esteban Bullrich quien lanza una cápsula del tiempo con un mensaje para los argentinos de dentro de cien años (ver aparte).
El 31 de agosto de 2022, el exsenador ingresó en la Clínica Austral de Pilar, con severas complicaciones respiratorias producto de una neumonía, y se le realizó una traqueotomía. Durante varios días permaneció completamente sedado y con pronóstico reservado. Mientras en algunas redes sociales empezaban a correr fake news de su muerte, su familia le cantaba suavemente para acompañarlo en la unidad de cuidados intensivos. Pocos días después recuperaba la plena conciencia.
“Tiene una capacidad de adaptarse a los cambios que es de otro mundo”, me dijo Uque Sequeiros, su esposa cuando empezaban a estar un poco más aliviados. Esteban, en tanto, volvía a escribir en Instagram, haciendo suya una frase de Rev Jesse Jackson: “Mientras crezco y me desarrollo, sean pacientes, Dios no ha terminado su trabajo conmigo aún” y el 11 de septiembre último, desde la misma cuenta, mostraba por primera vez su traqueotomía con la siguiente leyenda: “Esta cuenta banca al más grande desde terapia intensiva @riverplate”. Esa tarde el equipo de Núñez había perdido 1 a 0 el superclásico con Boca, en La Bombonera.
Soy católico, pero poco dado a la práctica, aunque nunca he dejado de rezar. Me parece una saludable costumbre agradecer y predisponerse cada noche de la mejor manera posible a seguir el viaje por la vida. Lo recomiendo, inclusive, a ateos y agnósticos. Pueden llamarla meditación en vez de oración si les produce tanto conflicto.
Este es mi noveno libro, el más movilizante y emotivo que escribí en mi vida. Me hizo revalorizar la importancia vital de la fe en situaciones tan límites como la que atraviesa el exministro y, consecuentemente, su grupo familiar más íntimo.
La sociedad secularizada reprime creencias y sentimientos trascendentales, no así supersticiones, teorías new age o políticamente correctas de última generación y de una levedad irritante.
Las religiones bien entendidas, y sin deformaciones patológicas o autoritarias, pueden funcionar como meditaciones que retemplen el alma. A los que creen, los nutre de sentido por la esperanza de una vida eterna, y a los que dudan, al menos, les servirá para lograr un mejor pasar por esta.
Gracias a ello, el clan Bullrich puede sobrellevar con mayor entereza y, por momentos, hasta con alegría, la dura circunstancia que atraviesan.
Una madrugada desperté sobresaltado asociando dos ideas que durante mi vigilia me habían pasado del todo inadvertidas. Los hechos se suceden sin ningún tipo de orden y arbitrariamente, pero los seres humanos tendemos a organizarlos con ciertas lógicas de causas y efectos.
Una de las tantas veces que visité el hogar de los Bullrich, en el country de la zona norte en el que viven, me detuve frente a la estatua de la Medalla Milagrosa emplazada ante la puerta principal y, lo que nunca, hice el gesto rápido de besar mi mano para rozar, acto seguido, uno de los pies de la escultura. Luego me olvidé completamente del tema, inclusive cuando Esteban Bullrich, acostado en su cama, nos mostró un rato más tarde a su esposa y a mí que volvía a mover levemente su pie derecho, algo que ya no sucedía desde hacía meses por culpa del avance de la ELA. No uní una cosa con la otra en ese momento, hasta que desperté en medio de la noche y las asocié. Aún el más ateo o el más agnóstico no podrá dejar de reconocer que, al menos, se trató de una hermosa coincidencia.
Como periodista solo puedo afirmar que pasó una cosa y a continuación la otra, aunque no tengo ningún elemento racional ni sobrenatural para asociar ambos hechos. Como creyente, aún poco practicante, pensé –o una “voz interior” me dictó– que no perdía nada si en mi visita siguiente, redoblaba la apuesta, y le daba un abrazo a la estatua de la Virgen.
Me daba un poco de pudor realizar tal cosa en un lugar público. ¿Qué iban a pensar los que me vieran? Si el que pasaba era un ateo, se iba a burlar de mí. Si era un devoto mariano, hasta mi gesto podía parecer irreverente. Iba a quedar mal con todos. Pero me animé igual.
La situación me parecía tierna y simpática porque la idea –así, por lo menos, se armó en mi cabeza– era que a continuación debía repetir el mismo gesto con Bullrich.
Durante mucho tiempo, mis saludos a Esteban habían sido de palabra agitando mi mano a cierta distancia. Con el paso de los meses, me fui acercando para apoyar mi mano sobre su brazo. Por su inmovilidad, no puede responder mi gesto más allá de una sonrisa y un breve saludo que su tablet transforma en sonidos.
No sé si alcanzará para sanar algo del grave mal que lo aqueja, pero fue reconfortante darle ese largo abrazo. Muy sanador en lo personal. Espero que para él también. Ambos abrazos (a la Virgen y a Esteban) simbolizan para mí un gesto de gratitud por haber podido contar una historia tan inspiradora. Me siento pleno y agradecido.
Ojalá que la fe, la medicina, las buenas ondas de quienes lo quieren, todas las fuerzas del Universo y la enorme determinación de Esteban Bullrich de seguir aferrado a la vida alcancen para derrotar a la ELA. Que así sea.