La vaca atada. El origen de la frase que impusieron las familias aristocráticas porteñas
La costumbre de viajar con todo lo necesario para pasar largas temporadas en el viejo Continente
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Argentina, principios de siglo XX. En una época de vacas gordas, París era una fiesta y el destino preferido por los argentinos que llegaban con los bolsillos cargados y ansias de buena vida. En ese entonces, todo francés consideraba que el que se casaba con un argentino se volvía rico por el resto de su vida.
Las vacas eran gordas y algunos las tenían atadas. Lo que hoy es sinónimo de seguridad económica, en esos días era una realidad para los argentinos acomodados que viajaban a Europa en barco con la vaca atada, para tener siempre a mano leche fresca. Claro que, además de la vaca, con ellos viajaban criados, personal de servicio, animales domésticos y, por supuesto, todo lo necesario para pasar largas temporadas en el viejo Continente.
“Cuando la Argentina despliega un proceso de expansión capitalista, a partir de 1880, los terratenientes argentinos eran una de las clases más ricas del mundo. Para ellos era importante la constitución de una nobleza criolla, basada en aquellas familias que tenían antecedentes en los tiempos de la independencia, como los Anchorena o los Alvear”, cuenta a LA NACION revista el historiador Eduardo Lazzari.
El escritor Ricardo Güiraldes y su mujer Adelina del Carril formaban parte de este grupo y pasaban sus días entre Europa y Argentina, sin olvidarse, además de su equipaje, de la vaca que no podía faltar durante la travesía. Sus viajes eran constantes y no se limitaban al viejo continente. El Caribe y el continente asiático se incluyeron entre sus rumbos. Ambos disfrutaban de la buena vida que se podía llevar en esos tiempos de prosperidad. Algunos destinos que pueden imaginarse exóticos en la época, no lo eran. “Los Güiraldes no eran la excepción sino la regla de una Argentina abierta al mundo, donde en todos lados había algo que aprender. El primero que fue a Oriente fue Lucio Victorio Mansilla. Y Argentina fue el primer país sudamericano que estableció una relación con Japón”, destaca Lazzari.
Fiestas, bailes y todo tipo de encuentros sociales se desarrollaban de los dos lados del Atlántico. “Los Güiraldes-del Carril pertenecían a familias con emprendimientos agropecuarios. Argentina en esa época era el primer exportador de carne y de cereales del mundo. En 40 años, entre 1870 y 1910 su población se cuadriplicó y en ese tiempo la economía se multiplicó por 40. Por eso se dio un crecimiento gigantesco y Buenos Aires llega a pasar a París, en 1910, en cantidad de habitantes”, describe Lazzari. Además de la intensa vida social, lo que unía al matrimonio aquí y allá era la inquietud literaria y el ambiente cultural del que eran parte, siempre rodeados de escritores y de poetas nacionales y franceses.
Tanto Ricardo como Adelina pasaron parte de su infancia en Europa. Nacido en 1886, Ricardo era hijo de Manuel Güiraldes, que sería intendente de Buenos Aires entre 1908 y 1910, y de Dolores Goñi. Criado hasta los cuatro años en París, volvió al país hablando francés a la perfección, mientras que el castellano sería entonces su segundo idioma. Buen cantante y bailarín -especialmente de tango-, ya de grande volvió una y otra vez a la Ciudad Luz, donde se movía entre pintores, músicos y escritores. Aún soltero, viajó a la India y a Oriente con su amigo Adán Diehl, que más tarde se casaría con la hermana de Adelina, Delia del Carril. Italia, Grecia, Constantinopla, Egipto, India, Ceylán, China, Japón, Rusia y Alemania formaron parte de su recorrido y forjaron su amplio acerbo cultural. Ya de vuelta en París, se unió al grupo Parera, en el taller de Alejandro Bustillo, en el que compartió intereses con intelectuales como Alberto Lagos, Alfredo González Garaño, Alberto Girondo y Victoria Ocampo. Allí conoció a Adelina del Carril, con quien se casó en San Antonio de Areco, en 1913.
Igual que su marido, Adelina había sido educada por institutrices. Nieta de Salvador María del Carril, quien había sido gobernador de San Juan y vicepresidente de la Confederación Argentina en tiempos de Urquiza, e hija de Víctor del Carril, tenía doce hermanos. Sus primeros años transcurrieron en el campo hasta que la familia se mudó a Europa, donde fue educada en colegios de monjas. A los quince años, de vuelta en Buenos Aires, su padre se quitó la vida de un tiro. Su madre, Julia Iraeta, viuda con trece hijos, alternó los días de la familia entre Buenos Aires y París.
“La familia de Adelina del Carril se ocupaba de negocios agropecuarios. Habían pasado momentos terribles. Era una familia de mujeres fuertes. Su hermana Delia se separa de Neruda por las palizas que éste le daba. Eran mujeres educadas, que habían viajado a la par que sus padres. Su posición social no les exigía grandes desafíos”, afirma Eduardo Lazzari.
Cuando Adelina conoció a Ricardo, uno y otro tenían mucho mundo y posibilidades económicas para continuar con el mismo ritmo de vida. Las largas estancias en París, España o en otros destinos eran comunes para los escritores argentinos de la época. Sobre sus largos períodos fuera del país, Ricardo Güiraldes escribió: “entre extraños aprendí a ver lo que había en mí de nacional, lo que hay en mí, no de individual, sino de colectivo común a todo mi pueblo”. Casi al final de su vida, en su gran obra, Don Segundo Sombra, plasmó, justamente, este conocimiento. “Hace una relectura del gaucho indómito y representa a esa sociedad que había progresado en todos los niveles”, sostiene Lazzari.
Ya casados, algunos de los destinos de viaje de los Güiraldes son las Antillas, Cuba, Jamaica, París y Mallorca. “En esos viajes se adoptaron ciertos gustos. Preferían los paquebotes italianos, donde se comía mejor. Era común llevar vacas para tener leche fresca. Esto era real. Argentina era vista como tierra de promisión. Por eso fue el segundo destino de inmigrantes, llegando a representar un 40% de la población”, afirma Lazzari. Según el historiador, la sociedad de entonces funcionaba muy armónicamente y ese fue el motivo de la llegada de tantos inmigrantes.
En esos largos viajes que antecedían a extensas estadías fuera del país, las familias enteras se trasladaban con criados, sirvientes y enormes equipajes “porque llevaban el mismo tren de vida allá que en nuestro país. Argentina fue una sociedad con un nivel de vida notable. Esto se mantuvo hasta 1970: en 1975 el nivel de pobreza era del 4%. Desde entonces, el país no siguió progresando al ritmo que lo venía haciendo”, asegura.
Además, afirma que Argentina fue la sociedad más culta de América latina hasta 1970. “Carlos Fuentes dijo que la literatura latinoamericana del siglo XX estaba formada por una biblioteca de literatura argentina y un estante del resto”, cita el historiador. La literatura fue una presencia constante del matrimonio, donde fuera que estuvieran. En Buenos Aires, Ricardo Güiraldes fue miembro del grupo Florida, movimiento literario de vanguardia y dirigió la revista Proa, fundada junto con Borges.
Tan lujosa era la manera de viajar de los argentinos y tan alto su nivel de vida en Europa que, cuando un argentino llegaba a las aduanas, pasaba sin hacer fila. “Esto fue así entre 1880 y 1930, cuando sucedió la crisis del 30″, añade el historiador. Si bien en una primera lectura se puede entender que se trató de una sociedad snob, “no era una generación elitista, porque se educaba a todos gracias a la educación gratuita y se daba el voto libre a todas las personas”, reflexiona Lazzari, quien atribuye responsabilidad ciudadana a las clases acomodadas de entonces. Argentina estaba integrada al mundo, sin grandes problemas sociales. “Esa apertura de mundo sin complejos fue un ejemplo”, apunta.
Viajes y libros serían una constante del matrimonio Güiraldes. El campo argentino sería otra presencia fundamental, algo que quedó plasmado en la obra del escritor. “Ricardo Güiraldes era el prototipo del estanciero. Y tuvo la sensibilidad para captar la evolución del hombre de campo. El estanciero tenía una relación natural con el hombre de campo. Roca era conocido por su llaneza para tratar con sus peones. Y, en la revolución de 1905, ellos fueron los primeros en defenderlo”, cuenta.
A diferencia de los hacendados en Australia o los farmers de Estados Unidos, “nuestros estancieros eran una clase ilustrada, con alto sentido de responsabilidad social”, acota Lazzari. Para las familias que formaban parte de lo que Lazzari llama nobleza criolla, “había que tener un castillo en la estancia, un palacio francés en la ciudad y un mausoleo a la italiana en un cementerio”, que podía ser la Recoleta u otro, como El Salvador de Rosario o San Jerónimo en Córdoba.
En 1927, en París, Adelina y Ricardo Güiraldes tenían proyectado un viaje a la India, que se frustró debido a la enfermedad de Hodgkin que le diagnosticaron al célebre escritor. Allí murió el 8 de octubre de ese año. Sus restos fueron trasladados a Buenos Aires y fueron inhumados en San Antonio de Areco. Ricardo Güiraldes tenía 41 años. Después de su fallecimiento, su mujer publicó libros de poemas que Güiraldes no había publicado en vida, como “El sendero”, “Pampa” y “Poemas”. Adelina del Carril lo sobrevivió hasta 1967 y sus restos descansan junto a los del escritor.